“El precio que estamos pagando por no haberle dado el cheque de salida a Rajoy es muy grande”
Ramón Lobo
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Joan Coscubiela (Barcelona, 1954)
fue secretario general de CCOO en Catalunya entre 1995 y 2008, se
convirtió en una celebridad nacional tras su intervención en el
Parlament de Catalunya el 7 de septiembre de 2017, cuando denunció como
portavoz de Catalunya sí Que es Pot la actuación del bloque
independentista. Recibió el aplauso en pie de los diputados del PSC, de
los de Ciudadanos, de los PP y de una parte de los suyos. Fue diputado
en el Congreso de los Diputados por Iniciativa per Catalunya entre 2011 y
2015. Acaba de publicar Empantanados (Península), libro que recoge su
experiencia política más reciente en Catalunya.
Se acaban de cumplir 25 años del Día de la marmota protagonizada por
Bill Murray y Andie MacDowell. ¿Estamos viviendo un remake
catalano-español?
Sí, algo tiene del Día de la marmota. [Carles]
Puigdemont quiere seguir utilizando la astucia en el intento de engañar
al Estado, pero hay algunas cosas que han cambiado. Sabemos que el
Estado tiene una fuerza represiva brutal en todos sus ámbitos. Hay gente
en la cárcel. Y eso condiciona. Podríamos utilizar otro símil
cinematográfico y decir que continúa el juego del gallina de Rebeldes
sin causa, ver quién detiene el coche antes del precipicio.
Lo dice en el libro: nadie se atreve a parar y decir a la gente que les
sigue: ‘perdón, nos hemos equivocado, hemos mentido o exagerado o no
supimos leer bien la realidad’.
Hay algo que
no se ha analizado suficientemente y es que el movimiento
independentista se ha convertido en un sujeto político con personalidad
propia más allá de los partidos independentistas y de la ANC u Òmnium.
Eso ha generado giros inesperados por parte de los dirigentes
independentistas como el del 26 de octubre, cuando Puigdemont se
convence de que tiene que convocar elecciones y al final no lo hace. La
gente lo ha tribuido a la presión de la CUP, a la presión de ERC ─que es
verdad─, al tuit de [Gabriel] Rufián ─que es verdad─, a la presión de
los dirigentes de Convergencia. Todo eso es verdad y pone de manifiesto
la irresponsabilidad de todos ellos. Pero hay un factor clave que lleva a
Puigdemont a echarse atrás y a no convocar las elecciones: la reacción
de la gente. La ilusión generada se convierte en un círculo virtuoso que
aguanta todo: aguanta la represión y el inmovilismo de Rajoy. Durante
cinco años, el soufflé no baja, pero ese círculo virtuoso se convierte
al mismo tiempo en un círculo vicioso: cuanta más ilusión se genera más
difícil es que se convierta en algo. La ilusión de más se transforma en
ficción y la astucia en engaño. Eso ha sido determinante. Por eso no han
sabido gobernar este proceso.
La población que ha seguido el proceso de independencia exprés con un
fervor casi religioso tiene ahora elementos para saber que se está o se
ha estado viviendo en una ficción.
Sí; hay
un fenómeno que he podido comprobar. La astucia de los dirigentes
independentistas, sobre todo del unilateralismo ─en el libro distingo
entre la legitimidad del independentismo y el unilateralismo, que
considero una burla─; uno de los grandes méritos de los dirigentes
independentistas es haber utilizado la astucia en permanente mutación,
sobre todo a partir de la convocatoria de las elecciones anticipadas del
2012. Cuando se asume que una astucia no lleva a ningún sitio, ya se ha
puesto en marcha otra nueva. Cuando la gente asume que aquella astucia
en la que habían confiado no iba a ningún lado, ya están en otra. ¿Por
qué? Me lo he preguntado muchas veces. Es la necesidad de pensar que
existe una respuesta ilusionante a la crisis que está viviendo la
sociedad. La independencia es una respuesta local a una crisis global.
Uno de los errores de Mariano Rajoy
ha sido pensar que el independentismo era un soufflé, cuando lo que ha
pasado es que los soberanistas se han vuelto independentistas y se han
creado lazos profundos de pertenencia a un grupo en el que cada partido
político juega según su interés. Rajoy no sabe leer los matices.
Esa es una explicación muy bondadosa. Pensar que no se han sabido leer
todos esos matices daría por hecho que estamos ante un error. Aprendí de
uno de mis maestros que un error es eso, solo un error; y un error que
se repite es un error repetido, pero al tercero ya se puede afirmar que
se trata de una opción. En el Partido Popular, en Rajoy, en el Estado y
en el ámbito del independentismo no ha habido errores. Lo que ha habido
son opciones, que además han sido perversas. La instrumentalización del
conflicto en beneficio propio ha terminado por tener efectos nefastos.
Lo explico en una parte de mi libro. Fue una opción de Rajoy recoger
firmas contra el Estatuto, fue una opción colonizar el Tribunal
Constitucional, fue una opción negarse a tener una sola iniciativa
política, fue una opción pensar que si dejaba pudrir el conflicto iba a
bajar el soufflé. Y luego digo fue una opción de [Artur] Mas creer que
podía manipular el movimiento independentista con las elecciones de
2012. Fue una opción presentar la consulta del 2014 como una cosa que
tendría una virtualidad, fue una opción presentar las elecciones del
2015 como plebiscitarias, fue una opción de Mas y de Puigdemont y de
[Oriol] Junqueras aprobar la resolución del 9 de noviembre del 2015, que
es el origen final de todo ese desencadenante. No estamos ante errores
en el análisis. Estamos ante opciones muy perversas que hacen del
conflicto político una posibilidad de aprovechamiento propio en términos
electorales.
Pero ese
aprovechamiento tiene un límite. El PP ha cosechado los peores
resultados de su historia en Catalunya y le ha salido una derecha rival
en España. Más allá de las encuestas, parece que Ciudadanos está
creciendo entre los votantes del PP.
La
opción del PP ha sido durante mucho tiempo aplicar una política que le
restaba en Catalunya a cambio de sacar muchos votos en España y poder
gobernar. La lógica del ‘pierdo en Catalunya pero gano en España” ha
saltado por los aires en las elecciones del 21 de diciembre. Desde la
perspectiva del PP eso es un problema, pero desde la perspectiva de
Catalunya y España, el problema es que al PP lo sustituye Ciudadanos,
con una posición más radicalizada y más irresponsable, si se me permite
la expresión. Como no gobierna en ninguna institución se puede permitir
ese lujo, con lo cual estamos peor. Por otro lado, la batalla entre
Convergencia, ahora PDeCAT, Junts per Catalunya ─es igual el nombre─ y
ERC, que tiene su origen en el 2003, es la batalla por la hegemonía en
el nacionalismo catalán. Si el conflicto entre los bloques nos lleva a
una situación sin salida, la pugna y la batalla dentro de cada uno de
esos bloques hace aún más difícil de resolver el conflicto. Analizan
todo en términos de oportunismo electoral sin tener en cuenta las
nefastas consecuencias que eso está teniendo para la sociedad.
¿Cuál debería ser la opción de las izquierdas?. Dicho en plural para
incluir a PSOE, PSC, IU, IPC, Podemos y Comuns. A los que lo tenían más
claro con el referéndum pactado les ha atropellado la dinámica de los
bloques.
Porque la alternativa de la
izquierda no se puede construir solo como respuesta al conflicto
territorial. Si el independentismo ha ocupado tanto espacio en la vida
política catalana, y en la vida española, ha sido porque antes se ha
producido otro fenómeno mucho más significativo que es el abandono del
conflicto social como eje de la política de las izquierdas. Es evidente
en el caso de la socialdemocracia. La nueva política no sitúa el trabajo
como elemento clave de articulación de su proyecto. El factor trabajo
es determinante en todas las sociedades desde el tránsito de una
sociedad de recolectores y cazadores a otra de agricultores y pastores;
las formas de trabajo han sido determinantes para la organización de la
sociedad. Mientras la izquierda no consiga situar el conflicto social
como eje de la política va a ser complicado que cualquier alternativa
pueda ganarle la batalla a la derecha en el terreno nacional. Al no
tener referencias en el conflicto social, las clases populares se van a
dejar arrastrar por el conflicto nacional, que en momentos de crisis
tiene mucha más capacidad de aglutinar, porque aglutina familia, tribu,
nación, religión. Es la base de la identidad más primigenia. Reconozco
que recuperar el conflicto capital-trabajo como eje de la política en un
momento de globalización económica con tanto poder de los mercados y
tanta debilidad de la política y de la democracia es difícil.
Posiblemente eso ya no se consiga en el marco de los Estados nacionales y
posiblemente sea imprescindible empezar a pensar en que esa
recuperación del conflicto social como eje de la política y como
alternativa de las izquierdas solo va a ser posible construirla en
marcos más amplios, por ejemplo los de la UE.
La izquierda comunista se ha visto afectada por la caída del Muro, con
la realidad que había al otro lado, y la izquierda socialdemócrata se ha
visto arrastrada por la globalización. Quizá sea necesario un nuevo
lenguaje, otras propuestas… Feminismo, ecología. Y ser útiles más allá
de las palabras, mejorar la vida de la gente.
La caída del Muro no es la causa del retroceso, es la consecuencia de
un fenómeno anterior, que empieza en 1973, y que durante un tiempo fue
imperceptible, que es la combinación de globalización económica y el
globalismo como ideología que sustenta una determinada globalización que
se está construyendo sin reglas, sin derechos y sin contrapesos
sociales. La dificultad de dar una respuesta política a una economía con
mucho poder es lo que desarticula a la izquierda de origen comunista y a
la izquierda socialdemócrata. Los procesos de privatización trasladan
el poder de la política a los mercados. El conflicto capital-trabajo no
es el único en nuestras sociedades y eso es evidente desde los años
sesenta. Están la fuerza de los movimientos civiles, el feminismo, la
ecología y el factor de la insostenibilidad de nuestro modelo económico.
Estos asuntos están ahí, pero nunca van a ser el sustituto del
conflicto capital-trabajo. Cuando digo capital-trabajo no me refiero al
capital industrial contra el obrero asalariado, ya sé que eso está
cambiando, pero con sus diferentes formas ese conflicto es parte del
conflicto ancestral.
La reacción
en mucho países europeos a la suma de la globalización y la crisis
económica ha sido el aumento de la extrema derecha o de las opciones
xenófobas. En España no.
Hasta ahora.
En España, Podemos recoge el espíritu del 15-M, que en ningún momento
fue xenófobo o de extrema derecha, sino al contrario, fue un movimiento
regenerador. ¿Se puede decir que en Catalunya, aparte de la herida
permanente y los problemas territoriales, esto ha sido un factor para
impulsar el procés exprés?
Una de las cosas
que intento analizar en el libro es hasta qué punto el independentismo
ha cogido tanta fuerza ahora y no en otro momento y que esto tiene que
ver con que es una respuesta local a una crisis global. La crisis en
España ha tenido dos reacciones sociales: una es el 15-M y los intentos
de articularlo después políticamente, y otra es el independentismo. Son
las respuestas locales a esas crisis globales. La ventaja para el
independentismo es que al tirar de elementos más primarios, la identidad
de las personas, la tribu y la nación, le ha dado mucha más fuerza. Es
verdad que la reacción en España y en Catalunya no ha ido hacia la
extrema derecha como ha podido ser en Austria, Holanda, Francia o en
muchos sitios. En España se ha canalizado y eso tiene esta vertiente
positiva. Es algo que los independentistas se apuntan. Mi preocupación
ahora es que la dureza del conflicto y su empantanamiento está
provocando un resurgimiento de la extrema derecha española, que durante
mucho tiempo el PP ha tenido controlada en su seno ─diría que es de los
pocos servicios que ha hecho el PP a la nación─. El otro temor es hasta
qué punto la no solución del conflicto en Catalunya puede llegar a dar
alas a la creación de un movimiento ultranacionalista. Hay algunos
colectivos en Catalunya, que los dibujó bien Roger Palà en un artículo
de Crític que cito en el libro. Son movimientos latentes que combinan un
ultraliberalismo económico con una concepción de Catalunya como pueblo
elegido acompañada de una actitud supremacista. Eso no es el
independentismo, pero es una parte del independentismo que está ahí, es
una simiente que está plantada que está empezando a crecer y que si no
sabemos dar salida al empantanamiento que tenemos puede proliferar. No
sé si en términos electorales, pero está proliferando en términos
sociales. Tiene más simpatías de lo que parece, y no es problema de
redes sociales. Es verdad que ha habido ese dique de contención de la
extrema derecha, pero el enconamiento y el empantanamiento del conflicto
puede llegar a producir que eso que se ha conseguido evitar aparezca al
final en forma de la ultraderecha de siempre española y de nuevas
formas de ultranacionalismo xenófobo catalán.
Usted fue uno de los arietes en la crítica a Pujol cuando casi todos
eran pujolistas. ¿Qué sensación produce que la antigua CiU esté en la
vanguardia del independentismo exprés?
Resulta curioso lo débil que es la memoria. La gente se acuerda de mí
por la intervención del 7 de septiembre. Algunos de los independentistas
que me machacan han olvidado que fui el primero en llamar corrupto en
público a Rajoy. No se me olvidará nunca: fue el 2 de agosto del 2013.
También me atreví a denunciar desde CCOO los abusos de Pujol y fui
machacado. Esto pone de manifiesto una debilidad en nuestras sociedades:
el gregarismo. Lo que ha pasado con la corrupción en Catalunya,
Valencia, Madrid, Andalucía, y donde sea, es posible porque hay un poder
casi ilimitado que permanece mucho tiempo en los gobiernos sin que nada
haga de contrapeso. ¿Qué puede hacer de contrapeso? Los otros partidos,
pero también la sociedad y los medios de comunicación. Los pocos
periodistas que se atrevían a denunciar en Catalunya a Pujol eran
machacados. A mi me acusaron de anticatalán porque denunciaba su
corrupción. La sociedad ha sido connivente con la corrupción, si ese
gregarismo de la sociedad no se explica las reacciones que tuvo la
sociedad catalana de apoyo a Pujol, de comprar la idea que si se
denunciaba a su corrupción se estaba atacando a Catalunya. En Valencia,
Camps ganó las elecciones por mayoría absoluta cuando ya había indicios
de corrupción. No se me olvidará lo que dijo, que más o menos era así,
"¿Qué? A mi el poble valencià ja m'ha jutjat i m'ha absolt".
Esa es la tesis de Rajoy: si gano elecciones estoy absuelto.
Sí, es la tesis de Rajoy. Nadie se atreve a decir que no es posible que
la corrupción haya llegado a esos niveles en todos los sitios si no ha
habido una connivencia del conjunto de la sociedad, que suele ser
gregaria. Tampoco ayudan muchos medios de comunicación a construir
ciudadanos críticos. Eso explica por qué esa misma sociedad tolerante
con la corrupción ha querido hacer después vudú con los que considera
que son los únicos responsables de la corrupción, que son en general lo
que se llama clase política. ¿Por qué cuesta tanto decirles a los
ciudadanos que ellos también son sujetos responsables de la corrupción?
Los políticos y los periodistas somos el reflejo de la sociedad.
Es verdad. ¿Se han preguntado los que me acusaban de anticatalán hasta
qué punto contribuyeron a alimentar la corrupción de Pujol? ¿Y son
conscientes los valencianos que estaban encantados de que Valencia se
convirtiera en un espectáculo de ferias y celebraciones con unos costes
brutales de que ellos contribuyeron a todo eso? ¿Los periodistas de
Televisión Valenciana que se rebelaron al final, cuando la cerraron, no
eran conscientes de lo que estaba pasando? Algunos sí lo fueron y lo
pagaron muy caro, pero la mayoría no.
¿Qué es la división mediática Ítaca que aparece con frecuencia en su libro?
La división mediática Ítaca es el contrapunto a la división mediática
Brunete. Son los medios de comunicación que han renunciado a jugar su
función de informar y ayudar a crear conciencia crítica, que es lo que
siempre he creído que son los medios de comunicación. Son la clave de la
democracia, de los equilibrios de poderes y del pluralismo social y
político. Son los que han decidido pasar a ser fábricas de hooligans.
Unos lo hacen desde el acompañamiento al poder del Estado español y a
las estrategias de Rajoy, y otros lo hacen desde el acompañamiento a
Mas, Junqueras y Puigdemont. Las divisiones mediáticas Ítaca y la
Brunete tienen mucha responsabilidad en la hooliganización del debate
político en Catalunya y en España.
¿Estaríamos hablando de Televisión Española y TV3 como ejemplos más significativos?
Sí, estaríamos hablando claramente de medios de comunicación públicos,
pero estaríamos hablando también de medios de comunicación privados.
Aquí la crisis del modelo de medios de comunicación está haciendo mucho
daño. En la medida que esa crisis está agudizando la crisis de las
empresas y está exacerbando la competencia para ganar cuotas de mercado,
sea en los medios tradicionales o en los medios digitales, está
provocando una batalla por una competencia que es destructora. Antes
hablábamos de la competencia destructora de la política; ahora es la
competencia destructora de los medios. Hay grupos comunicación que lo
hacen con tanta habilidad que ponen huevos en todas a las cestas.
Después de su intervención en el Parlament ha vuelto a ser anticatalán.
No hay espacio para la disidencia en los dos bloques: eres amigo de los
separatistas o eres anticatalán.
Sí que lo
hay, pero con un coste personal y político importante. Cada uno tiene
que decidir si vale la pena pagarlo. Yo pensé que sí valía la pena. Mal
vamos si todo el mundo opta por la comodidad en este tipo de conflictos;
mal vamos si todo el mundo opta por criticar a los que tiene en
enfrente y no a los que tiene al lado; mal vamos si todo el mundo opta
por alimentar a sus hooligans y no por desincentivarlos. Quien no quiera
asumir riesgos en política es mejor que se dedique a la papiroflexia.
Tenemos problemas con la libertad de expresión; hay incapacidad de respetar al otro.
Hay un déficit de no entender que la libertad importante es la libertad
del otro. Posiblemente sea un déficit que tenga que ver con nuestras
dificultades de empatía, que es un fenómeno muy generalizado, pero en
España mucho más. Tiene que ver con la debilidad histórica. Las
historias pesan. No fraguan destinos inexorables, no creo en ellos, pero
pesan y nuestras desgraciadas historias de los últimos 200, 300 años en
términos de libertades democráticas son muy fastidiosas. Nuestra
cultura democrática es aún débil y esa idea de que si ‘tengo la mayoría
puedo imponerme a la minoría’ es la antítesis de la democracia. También
está en el ámbito de la izquierda.
Los dos partidos que teóricamente venían a regenerar, uno a la derecha y
otro a la izquierda, me refiero a Ciudadanos y Podemos, tuvieron la
oportunidad tras las elecciones de 2015 de quizás intentar una solución
tipo Borgen, un pacto de gobierno con el PSOE para sacar a este PP del
poder. Ahora Ciudadanos y Podemos están pactando algunas propuestas
concretas.
Creo que hubo esa oportunidad de
liberar al país de lo que significa un Gobierno del PP y de Rajoy. Ahora
estamos viendo las consecuencias de no haberla sabido aprovechar. Tengo
claro la dificultad para determinada izquierda alternativa, con un
discurso ideológicamente muy potente, presentar un acuerdo que supone
pactar con gente a la que has criticado, pero eso es también otro
elemento de expresión de debilidad democrática. La política no es yo
gano, yo mando; la política es la complejidad de saber pactar y asumir
tus limitaciones. Saber renunciar.
Los verdes alemanes habían pactado con Merkel. Los que han fallado son los liberales.
Sí, la política es eso: el reconocimiento de tus limitaciones, saber
pactar y renunciar. Esa idea de que el pacto es una traición o que la
renuncia es una traición me parece de una pobreza democrática increíble.
Eso marcó a Podemos en ese momento y se perdió la oportunidad. Por
supuesto, la responsabilidad fue claramente compartida. El precio que
estamos pagando por no haberle dado el cheque de salida a Rajoy es muy
grande. No creo en grandes pactos, como no creo en grandes soluciones.
Hay micropactos y microsoluciones. Otro asunto que dificulta es la
relación entre PSOE y Podemos. Una de las consecuencias de la
incapacidad de la política y de la democracia frente a los mercados es
que está generando una imagen de impotencia de la política y eso lleva a
los ciudadanos a buscar fórmulas nuevas y a diversificar su voto. En
toda Europa, hasta en los países que tenían un sistema más bipartidista,
el espectro parlamentario se está balcanizando. No va a ser posible
construir una alternativa de izquierdas a la derecha si no se asume que
nadie lo va a poder hacer por sí solo. No hay alternativa de una parte
de la izquierda española sin la otra parte de la izquierda española.
Es urgente el rescate de las instituciones. Menciona en el libro a
Rubio Llorente que decía que con la reforma última del Tribunal
Constitucional el PP había aplastado el tribunal.
Dijo: “Va a terminar aplastando al Tribunal Constitucional, como
sucedió con el Tribunal de Garantías Republicanas, que fue el inicio del
fin de la Republica”. Se ha confirmado la primera parte de la frase,
que es el destrozo del Tribunal Constitucional, pero había otra
premonición: hasta qué punto lo que está sucediendo no puede ser el
inicio de la destrucción del proceso político del 78, que estaba ya
agotado. No me gusta llamarlo “régimen del 78”, pero está agotado y en
estos momentos se está viendo.
José María Ridao sostiene que en democracia no es importante la
identidad, lo que importa es que las instituciones funcionen. Y aquí no
están funcionando.
Lo comparto plenamente.
Una política basada en la identidad es muy peligrosa en democracia. Es
restrictiva porque las identidades son en general excluyentes, no saben
convivir con otras identidades. Además de ser restrictiva suele conducir
a planteamientos excluyentes. La izquierda debería tenerlo claro. Es
una de las cosas que quise hacer el 7 de septiembre. Lluís Rabell
asegura que en aquel momento emergieron las esencias de la izquierda de
este país. Nuestra izquierda, a diferencia de otras, se ha forjado en la
lucha contra la dictadura. Sabe la importancia de la democracia y de la
libertad, sabe la importancia del derecho para proteger a los débiles,
la importancia de las instituciones. Tu pregunta me sugiere un
interrogante: si era imprescindible el eje izquierda-derecha para echar a
Rajoy, a lo mejor ha llegado el momento de darnos cuenta de que la
necesidad principal hoy es la restitución de la democracia y sus formas,
con todo lo que comporta de respeto a esa institucionalidad y de
respeto a la libertad. No estaría mal si este fuera el eje de la
política de los próximos años. Aunque pueda parecer que no es de
izquierdas, es lo más izquierdas que hay en estos momentos. PSOE y
Podemos podían haberlo hecho o al menos impulsado, pero no hay números
para hacerlo. Y la deriva electoralista de Ciudadanos le está situando
fuera. Ciudadanos nace con ese planteamiento. No coincido con ellos pero
en cierta manera es regenerativo. Se están situando extramuros en una
posición oportunista de querer aprovechar la debilidad del PP para
morder. Volvemos otra vez a lo mismo: los partidos somos medios para
conseguir fines, no somos fines en sí mismos.
¿Se puede ser de izquierdas y nacionalista, defender fronteras y no valores?
Ahí hay una trampa dialéctica. Distingo entre tener una concepción
nacional y una concepción nacionalista. Todo el mundo tiene una
concepción nacional. Los que viven en una nación que tiene Estado no son
conscientes. Otra cosa son las sociedades donde existe una percepción
nacional que no tiene un reconocimiento como Estado. Hay una tendencia
de las naciones que tienen reconocimiento a solo darse cuenta de la
expresión nacional de los otros. Creo que la izquierda debe tener una
concepción nacional; de hecho, vengo de la cultura del PSUC, de una
cultura que era de izquierda y nacional. Vengo de un sindicato, que es
la Comissió Obrera Nacional de Catalunya, que es de clase y nacional. El
asunto es cuando esa concepción nacional de Catalunya se convierte en
nacionalista, cuando todo se empieza a ver desde el prisma del conflicto
nacionalista con otra nación, con otro Estado. Se puede tener una
concepción de izquierdas y nacional, pero no nacionalista. Cuando hay un
conflicto de dos expresiones de nacionalidad que se niegan a sí mismas,
porque el problema es que España niega la existencia de nación de
Catalunya y el nacionalismo catalán niega la existencia de España como
nación, cuando eso articula toda la política, la izquierda pierde, está
como un koala en el desierto.
Asegura que el referéndum pactado quizá no sea la mejor solución en este
momento de crispación. Prefiere microsoluciones a las macrosoluciones.
Dos de las posibles soluciones que existían en ese trayecto que se
inicia hace mucho tiempo eran el referéndum pactado o la reforma federal
de la Constitución sometida a referéndum después. Desgraciadamente, el
conflicto es tan visceral, está tan empantanado que dificulta que puedan
ser en estos momentos la solución en mayúsculas. No digo que no lo
puedan ser de aquí a unos años. En la estrategia fallida del
independentismo nos han estrellado contra un muro y nos ha hecho
retroceder décadas. Se han quemado por mucho tiempo las soluciones que
estaban, la del referéndum pactado y la reforma constitucional por otro.
Yo ahora no lo veo. Por eso creo que hay que ir pensando en
microsoluciones que nos permitan enfriar el conflicto e intentar una
solución, no la definitiva, que nunca la va a haber, sino una solución
que no sea un parche. Pero va a costar mucho tiempo.
¿Cuáles serían las microsoluciones que ni siquiera pasan por una reforma constitucional?
La primera de todas es resolver la judicialización del conflicto. En el
momento en que Rajoy decide dejar pudrir el conflicto esperando que
baje el souflé, renuncia a hacer cualquier tipo de iniciativa. Cuando la
cosa se le complica tira de la judicialización. En ese momento cruzamos
una frontera peligrosa porque la lógica de los tribunales no es la
misma lógica de la política. Para mi es una barbaridad la calificación
de rebelión. Es una verdadera barbaridad, porque si esos hechos que se
imputan son rebelión. ¿Cómo calificamos el golpe de Estado de Franco? No
podemos calificarlos con el mismo tipo penal. Desde el punto de vista
jurídico es inconcebible. Además de estar jurídicamente injustificado
desde el punto de vista político, es una barbaridad. Si inhabilitas a
los interlocutores no tienes interlocución y el conflicto se puede
descontrolar completamente. Lo primero, la primera microsolución es
resolver de la mejor manera posible la judicialización, que las togas no
se conviertan en un problema añadido, y para eso lo primero es que el
Ministerio Fiscal deje de azuzar la justicia vengativa.
La segunda sería la financiación. No exige una reforma constitucional, solo voluntad política.
Sí, está claro que sería la segunda. Y puestos a hacer reforma
constitucional, la reforma más fácil sería la disposición adicional que
formula Herrero de Miñón. La solución es una estructura federal que sea
formalmente simétrica, que tenga institucionalidad simétrica, pero que
plantee asimetría material en el contenido. No puedes darle el mismo
tratamiento a una comunidad como Castilla y León, en la que más del 40%
considera que la mejor forma para España es volver al Estado central,
según la última encuesta del CIS, que a otra en la que el 48% está a
favor de la independencia. Existe margen para una propuesta federal
formalmente simétrica, con instituciones federales donde todo el mundo
cuente igual, con un tratamiento asimétrico en cuanto al poder de las
instituciones, en el caso de Catalunya. Puede existir asimetría
institucional e igualdad de los ciudadanos.
Si en Catalunya vendría bien un Tarradellas, ¿quién haría falta en España?
Todas los que me vienen a la cabeza son gente que fracasó en su
intento. No estaría de más un Azaña. A lo mejor nos iría bien aquel
socialista republicano federal, Anselmo Carretero. No voy a citar a
Adolfo Suárez, porque todo el mundo le reconoce un gran movimiento
táctico, pero en aquel movimiento táctico de un Estado con 17
Comunidades Autónomas, del café para todos está posiblemente el drama de
hoy.
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