Hace mucho tiempo que una película no me conmovía y zarandeaba sin piedad desde el alma a la mente, desde la emoción a la conciencia, desde la incertidumbre a la memoria, desde la historia al escalofrío. Desde la belleza a la verdad. ¿Tal vez porque la verdad sea la expresión más justa, armónica y clara de la belleza? Cualquiera sabe...
Ayer tarde fui al cine. Suelo ir poco, lo confieso. No encajo demasiado bien en las historias al por mayor que pasan por lo efímero sin dar tiempo a echar alguna raíz en medio del aturulle y las prisas por exhibir, emborronar y confundir las avalanchas de tanto desparrame fílmico, en el que ha derivado la bulimia del negocio que ha conseguido reducir a mínimos el cine como séptimo arte, y que solo consigue ir apagando sin piedad las posibilidades de nutrir conciencias en vez de desmantelarlas a base de saturación con trivialidades, banalidad y, con demasiada frecuencia, verdaderas estupideces sin remisión, pero con una tecnología maravillosa y unas ocurrencias, horteradas y golpes de efecto deleznables. Con el resultado, la mayoría de las veces, de salir de las salas con la sensación de haber participado en una tomadura de pelo o en un juego de trileros o timadores de la escenita, la fotito y la pantallita, que además cuesta una pasta. Ains!
No recuerdo como espectadora un impacto semejante desde que en el otoño del 87, vi "La Misión", de Roland Joffré. Algo muy similar ha significado para mí ver y contemplar la última película de Alejandro Amenábar, "Mientras dure la guerra", que considero un verdadero monumento a la honradez histórica nutrida con la belleza descarnada de la realidad, parca, sin excesos, sin tracas, sin máscaras. Desnuda ante los años y dejando en el espectador un rastro y unas huellas de grises y fracaso refritas en trepidantes y falsas victorias mortales de necesidad, matando los futuros desde los tanatorios de un pasado que no ha sido capaz de madurar como presente de futuro imposible, en ese plan demasiado continuo y cruel, con síndrome de Diógenes caudillista, que hemos heredado sin poder o sin querer evitarlo.
Desde Karra Elejalde hasta el último y última de la lista, el elenco de actores y actrices es magnífico. Evidentemente sin una mano maestra en la dirección hasta el mejor cuadro escénico puede quedarse a cero si no hay un milagro, que no suele haberlo. El guión habla por sí mismo. La verdad se derrama como un amanecer en la pantalla. Imparable. Sin rastro de tinieblas, luz y taquígrafos del tiempo mostrando las notas al margen gráfico pero en la diana del relato, los detalles y la esencia, a ritmo lento o vertiginoso, en alternancia magistral. Diálogos que son historia. Unos silencios tan elocuentes como las palabras o más aun. El alud de la locura. El hundimiento del Titanic de la inteligencia.
Me era imposible no ver fielmente a Miguel de Unamuno, uno de los maestros más impactantes de mi adolescencia, al que siempre consideré un pionero de la conciencia transparente y de la honestidad intelectual y humana, -que siempre deberían ser inseparables-. Como canta Silvio Rodríguez en La tonada del albedrío...
que ningún intelectual
debe ser asalariado del pensamiento oficial,
debe dar tristeza y frío ser un hombre artificial,
cabeza sin albedrío, corazón condicional.
No fue ése el caso de Unamuno. Y Amenábar lo ha captado y reproducido con tal fidelidad que es imposible durante la proyección, no reconocer como exacta e impecable, a nada que se le haya leído y estudiado, y sobre todo en la crónica de sus últimos meses de vida, en los que el sangrante desgarro de España no daba espacio ni tiempo para analizar la tempestad mortífera de las tinieblas cayendo en tromba sobre los pueblos ibéricos, una vez descoyuntada la inteligencia en las intenciones y en los hechos, de quienes prefirieron la muerte para la mitad del cuerpo patrio, antes que la vida en pluralidad de convivencia y entendimiento civil y sobre todo, humano. La sentencia unamuniana permanece intacta: venceréis pero no convenceréis. El medio cuerpo mutilado en inteligencia y falsamente vivo en políticas giratorias y cada vez más estrambóticas e indecentes, sigue dando tumbos, criando ranas, y siendo objeto de impenitente sonrojo, aunque se vistan de azul, verde o morado.
La prueba definitiva de que esa película es el retrato espeluznante del proceso español interminable que padecemos, y de que hay motivos de sobra para que la derecha trate de boicotear su proyección, como intentó hacer en Valencia el día del estreno, ha sido el horripilante discurso de Isabel Ayuso en la Comunidad de Madrid, ayer mismito; fue tremendo y devastador , al llegar del cine, escuchar las noticias del telediario.
Según están demostrando sin parar, para una parte de la sociedad española, el tiempo se detuvo en Salamanca, en el año 1936 y allí se quedó petrificado, a tiro limpio (lo de limpio, es un decir), bostezando mediocridades, arengando a descerebrados, repartido en cuarteles, obispos y generalísimos rezando el rosario devotamente, entre firma y firma de penas de muerte y fusilamientos a tutiplén, que aquí y ahora, ya no son cosa de armas sino de dineros, corrupción y compraventa de almas missing al diablo rojigualdo y antirepublicano, faltaría más, pues solo nos faltaba la república para el apaga y vámonos, con lo que mola un rey como confirmación de quién sigue mandando en el corral campechano por una de las muchas gracias de Dios, que tiene una guasa, que no veas.
Posiblemente, en aquel arrebato enloquecido, se ve que también fusilaron a la misma España, que desde entonces es un alma en pena vagando, desquiciada, disfrazada de bandera y cantando "Los novios de la muerte" de tumba en tumba por esos valles y cunetas del recuerdo y el olvido de lo peor de cada casa política, social y religiosa...Entre los fósiles político parlantes hay quien le reza a los santos, a las patronas y quien le reza a Lenin. O a los egos hiperventilados del cotarro en general o en Capitán General si la cosa prospera a vox en cuello, a putrefacción pertinaz , en naranjas de la China, pudimos pero no quisimos, éramos iu pero dimitimos, y nunca fuimos socialistas obreros, sólo españoles obedientes y muy legales, al pie de la letra, diga lo que diga la letra, que es lo de menos. En fin. La necrópolis hispánica paradójicamente, sigue vivita y coleando a su bola.
Estancados en el mismo cobertizo de hace ochenta años, lo raro es que aun no hayamos desaparecido del euromapa, para convertirnos en el fantasma político de la ONU. Ya se sabe: Spain is different.
Estancados en el mismo cobertizo de hace ochenta años, lo raro es que aun no hayamos desaparecido del euromapa, para convertirnos en el fantasma político de la ONU. Ya se sabe: Spain is different.
¡Y tanto!
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