Veníamos analizando las próximas elecciones del 10 de noviembre con un papel de calco, utilizando las expresiones más convencionales de lo repetido. Decíamos déjà vu, día de la marmota... olvidando que la realidad es móvil (véase la aparición de Errejón) y que nuestros partidos tienen el baile de San Vito. El PP de Casado pasa de derechistas sin complejos a centristas en 24 horas; el PSOE de Sánchez tiene currículum de camaleón; y el Ciudadanos de Rivera, osea, Rivera, es una bandera española colgada de una veleta. Este partido, o sea, este señor, nos comunicó el sábado que ya no vetaba al PSOE. No explicó las razones de su espectacular cambio, pero seguro que no fue por su desplome en los sondeos, no; ni porque ha impulsado al que quería derrotar, al PP, claro que no. Debió ser por patriotismo, como todo lo que hace.
En esa atmósfera, y con la sombra de la crisis económica, si el PSOE gana y ningún bloque suma ¿seguirá prefiriendo Sánchez sumar votos progresistas o cambiará sus prioridades? ¿Será Cataluña el fermento de acuerdos cruzados PSOE-Ciudadanos o PSOE-PP, como sugerían Mariano Rajoy y Felipe González, como muchos quieren y como muchos progresistas temen? Es una disyuntiva de gran trascendencia para la gobernación del país pero también para la posterior gestión del problema catalán, porque si peligrosa es una campaña a patriotismo limpio, más peligroso aún es que, finalizado el juicio, llegada la hora de la política, el problema catalán se aborde patriotismo contra patriotismo.
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