jueves, 3 de octubre de 2019

La voz de Iñaki

Se dice que esta es la sociedad más escéptica de la historia, pues no cree en nada, y a la vez, la más crédula, pues se lo cree todo. Un mundo histórico que se mueve a espasmos con el dinero que alardea de ser la verdad más sólida pero que es a la vez la más miedosa. Ayer le dio un ataque de pánico que se reflejó en un fortísimo descenso de las Bolsas, que llevaban una racha muy alegre precisamente hasta ayer. “Es por el brexit”, nos dijeron, “y por el temor a una recesión y por la tensión comercial EEUU-China” pero, ¿por qué precisamente ayer? Respecto al brexit, la propuesta de Boris Johnson puede resolver nada, seguramente tienen razón los que sospechan que busca menos un acuerdo que una excusa para cargar sobre la Unión Europea el desacuerdo, pero es algo, la víspera no teníamos nada. Juncker le ve aspectos positivos y Europa se ha abierto a negociar y por lo que se refiere a la decisión rotunda de salir el 31 de octubre, con arreglo sin él, es algo está repitiendo sin cesar día tras día. Sin embargo, fue ayer cuando las Bolsas se asustaron por el brexit, como por la desaceleración económica o por la recesión en Alemania o la tensión comercial Washington-Pekín, que hasta ayer no habían impedido un trimestre de optimismo.





Ayer había más carbón en la caldera, es verdad, como la autorización de la Organización Mundial de Comercio a Washington para aplicar aranceles a Europa, que no es ninguna broma, pero el argumento dominante era el miedo a la crisis. Las Bolsas no reflejan realidades económicas concretas, es cierto, pero sí expectativas, y por tanto sus sacudidas nos inquietan, sobre todo si las mueve el temor, que es un virus muy contagioso y más cuando el mundo no tiene la sensación de estar en las mejores manos. Conocida la estrecha relación economía-psicología no es ocioso advertir que el miedo a la crisis llama a la crisis.

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Está claro el proceso y la mano negra que mueve la cuna compartida y diseñada aposta entre miedo, euforia y dinero. La psique es una baza de largo alcance a la hora del acojone universal y para eso ya están los economistas proclives al tejemaneje "científico ad hoc" y la publicidad a disposición y al servicio del mejor postor. En momentos como éste sería estupendo pedir la opinión de Varoufakis o de Torres López, de Piketty, y repasar la lógica del new deal con discernimiento y visión de largo alcance aplicada a lo inmediato, en ecología económica y sostenible socialmente, adecuada al momento y condiciones actuales, pero eso no interesa. Lo tienen clarísimo: son los problemas los que enriquecen a las minorías poderosas mientras aplastan y exprimen al resto, del que sacan y vampirizan el jugo concentrado, el pplasma del ppastón. Mola mucho más el morbo del caos, ¡dónde va a parar!,el pánico de laboratorio estadístico, que aprieta hasta el estrangulamiento y que afloja al borde del finiquito.

Es un juego tan viejo como cutre, que solo funcionará mientras las masas sin recursos y por ello dependientes del binomio trabajo-salario le den al cuento chino el mismo crédito ilusorio que luego deberán pedir a los bancos para que las acaben de arruinar con la mordedura de anzuelo programada para que la obsolescencia de la falsa prosperidad complete cada ciclo exterminador y, milagrosamente, resurrecto a continuación, pero en condiciones de chantaje total, cada vez más intenso y extenso,  a los trabajadores, que para mantener la impostada "estabilidad" de la miseria segura, aceptarán por necesidad la bajada del listón ético y político, con el aumento constante de recortes en su dignidad, derechos y libertades, 'comprendiendo sensatamente' que ambas cosas son incompatibles con el deber de ser esclavos laborales for ever. 

Ese mejunje de diseño es una farsa constante a lo largo de la historia que desde siempre ha estado entre las garras del imperio absoluto del capital deshumanizado y deshumanizador, porque contamina lo que toca; solo hay que ver a Podemos y al Psoe en pleno enganche hacia el suicidio social, para comprobar el poder del contagio de esa ceguera, digna del relato de Saramago. Se les ve el plumero a kilómetros. 

Así, en conjunto, todos ellos, dándole al Monopoly sin más preocupación que sus asuntos de sigla egocéntrica y felpudo bajo las pezuñas del pastapower, recuerdan, sin duda, aquella moraleja del cuento infantil: quién no les conozca, que los compre. Ains!



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