Se dice que esta es la sociedad más escéptica de la historia, pues no
cree en nada, y a la vez, la más crédula, pues se lo cree todo. Un
mundo histórico que se mueve a espasmos con el dinero que alardea de ser
la verdad más sólida pero que es a la vez la más miedosa. Ayer le dio
un ataque de pánico que se reflejó en
un fortísimo descenso de las Bolsas,
que llevaban una racha muy alegre precisamente hasta ayer. “Es por el
brexit”, nos dijeron, “y por el temor a una recesión y por la tensión
comercial EEUU-China” pero, ¿por qué precisamente ayer? Respecto al
brexit, la propuesta de Boris Johnson puede resolver nada, seguramente
tienen razón los que sospechan que busca menos un acuerdo que una excusa
para cargar sobre la Unión Europea el desacuerdo, pero es algo, la
víspera no teníamos nada. Juncker le ve aspectos positivos y Europa se
ha abierto a negociar y por lo que se refiere a la decisión rotunda de
salir el 31 de octubre, con arreglo sin él, es algo está repitiendo sin
cesar día tras día. Sin embargo,
fue ayer cuando las Bolsas se
asustaron por el brexit, como por la desaceleración económica o por la
recesión en Alemania o la tensión comercial Washington-Pekín, que hasta ayer no habían impedido un trimestre de optimismo.
Ayer había más carbón en la caldera, es verdad, como
la autorización de la Organización Mundial de Comercio a Washington para aplicar aranceles a Europa,
que no es ninguna broma, pero el argumento dominante era el miedo a la
crisis. Las Bolsas no reflejan realidades económicas concretas, es
cierto, pero sí expectativas, y por tanto sus sacudidas nos inquietan,
sobre todo si las mueve el temor, que es un virus muy contagioso y más
cuando el mundo no tiene la sensación de estar en las mejores manos.
Conocida la
estrecha relación economía-psicología no es ocioso advertir que el miedo a la crisis llama a la crisis.
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Está claro el proceso y la mano negra que mueve la cuna compartida y
diseñada aposta entre miedo, euforia y dinero. La psique es una baza de
largo alcance a la hora del acojone universal y para eso ya están los
economistas proclives al tejemaneje "científico ad hoc" y la publicidad a
disposición y al servicio del mejor postor. En momentos como éste sería
estupendo pedir la opinión de Varoufakis o de Torres López, de Piketty,
y repasar la lógica del new deal con discernimiento y visión de largo
alcance aplicada a lo inmediato, en ecología económica y sostenible
socialmente, adecuada al momento y condiciones actuales, pero eso no
interesa. Lo tienen clarísimo: son los problemas los que enriquecen a
las minorías poderosas mientras aplastan y exprimen al resto, del que
sacan y vampirizan el jugo concentrado, el pplasma del ppastón. Mola
mucho más el morbo del caos, ¡dónde va a parar!,el pánico de laboratorio
estadístico, que aprieta hasta el estrangulamiento y que afloja al
borde del finiquito.
Es un juego tan viejo como cutre, que solo
funcionará mientras las masas sin recursos y por ello dependientes del
binomio trabajo-salario le den al cuento chino el mismo crédito ilusorio que
luego deberán pedir a los bancos para que las acaben de arruinar con la
mordedura de anzuelo programada para que la obsolescencia de la falsa
prosperidad complete cada ciclo exterminador y, milagrosamente,
resurrecto a continuación, pero en condiciones de chantaje total, cada vez más intenso y extenso, a los
trabajadores, que para mantener la impostada "estabilidad" de la miseria segura,
aceptarán por necesidad la bajada del listón ético y político, con el aumento constante
de recortes en su dignidad, derechos y libertades, 'comprendiendo
sensatamente' que ambas cosas son incompatibles con el deber de ser
esclavos laborales for ever.
Ese mejunje de diseño es una farsa constante a lo
largo de la historia que desde siempre ha estado entre las garras del
imperio absoluto del capital deshumanizado y deshumanizador, porque
contamina lo que toca; solo hay que ver a Podemos y al Psoe en pleno
enganche hacia el suicidio social, para comprobar el poder del contagio
de esa ceguera, digna del relato de Saramago. Se les ve el plumero a
kilómetros.
Así, en conjunto, todos ellos, dándole al Monopoly sin más preocupación que sus asuntos de sigla egocéntrica y felpudo bajo las pezuñas del pastapower, recuerdan, sin duda, aquella moraleja del cuento infantil: quién no les
conozca, que los compre. Ains!
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