Soñé que tenía un examen y no llegaba
Hoy será este grupo de escolares quien te haga las preguntas. No temas, son solo niños
"Si solo pudieras donar dinero para una sola causa, ¿lo darías a Notre Dame o al Amazonas?"
Venga
ya, ¿en serio? Alfombra roja nada más empezar el programa. Hace un
esfuerzo por contener la eufórica sonrisa ("sé humilde, no vayas de
sobrado", le aconsejaron). Hace otro esfuerzo, teatral esta vez, para
que no se le note demasiado que trae la respuesta memorizada: "Buena
pregunta", dice, y mira al techo como buscando inspiración, se muerde el
labio inferior, titubea como si se le estuviese ocurriendo justo en ese
momento la magnífica respuesta:
"Buena pregunta, Pablo. Si tuviera que elegir, mi dinero
sería para el Amazonas. Sin dudarlo. El medio ambiente es mi primera
preocupación. Pero ¿sabes qué? Yo no quiero elegir. No es justo que el
precio de salvar el Amazonas sea condenar Notre Dame a la destrucción.
Tampoco al revés. ¿Sabéis lo que he hecho? He donado para ambas causas.
He aportado dinero a una ONG ecologista, y he contribuido también al
fondo de reconstrucción de la catedral de París. Y algo más: haré que mi
gobierno participe con una aportación de fondos en ambas causas."
La
veintena de niñas y niños rompe en un aplauso enérgico, y él afloja
mucha de la tensión con la que entró por la puerta del aula. La tensión
de los minutos previos, el trayecto desde la sede del partido hasta el
colegio, el saludo del equipo directivo, el maquillaje, las indicaciones
del realizador para que no se mueva más allá del espacio marcado con
cinta adhesiva en el suelo y así no quedar fuera de los tiros de cámara.
Y los días previos, los ensayos con su equipo, la sensación tan odiosa
como excitante de estar preparando un examen. Justo eso: un examen. En
plena precampaña electoral. Incluso la divertida pesadilla de dos noches
antes, un viejo sueño regresado de su juventud: tener un examen y no
poder llegar a tiempo, perderte por una ciudad que no conoces, no
conseguir correr porque las piernas pesan, se anclan al suelo, cada paso
es un esfuerzo descomunal que requiere máxima concentración y nunca
llegarás. Y mira ahora: nada más comenzar, primera pregunta y aplauso.
Las
siguientes son incluso más fáciles: Miguel quiere saber qué medio de
transporte usa cada día ("me encantaría coger más el transporte público,
pero mi agenda no siempre me lo permite. Siempre que puedo, voy
caminando"). Elena le pregunta si copió en algún examen cuando era
estudiante ("copiar está feo, Elena, hay que esforzarse en los estudios;
pero ahora que nadie nos oye…"). Julia le pide que diga qué haría él
con la tumba de Franco ("buscar el mayor consenso, siempre; y por
supuesto respetar la ley y los tribunales"); Juan, si da limosna a la
gente que mendiga en la calle ("mejor enseñar a pescar que dar peces,
¿no crees, Juan?").
A todos responde con calma ("no
hables deprisa, que transmite inseguridad", le aconsejaron), se adorna
con anécdotas tan personales como apócrifas ("el factor humano, busca
siempre la conexión emocional"), o les devuelve la pregunta para que le
ayuden a encontrar la mejor respuesta ("son niños, no los trates como si
fuesen imbéciles").
Así se van los primeros diez
minutos de programa. Esto está hecho. Se encuentra cómodo, se está
gustando, pasea alegre entre los pupitres, gesticula mucho al hablar,
ríe.
"Venga, siguiente pregunta. A ver, Andrea…"
La pelirroja Andrea mordisquea un lápiz, agacha la mirada tímida, coge aire antes de hablar: "¿De qué equipo de fútbol eres?"
¿Tanta
preparación para esto, tantos simulacros con asesores intentando
ponerle en apuros, para que al final una niña con coletas te pregunte
por tu equipo? "Del Barça", contesta, y debería añadir algo más ("no
seas parco, que se vea que estás cómodo"). Pero cuando va a prolongar la
respuesta, se adelanta la misma Andrea:
"¿Y qué piensas de Messi?"
"Es
Dios", responde de inmediato, aunque una campanilla interior le
advierte: cuidado con ofender a los católicos. Ahora sí decide
extenderse un poco: enumera títulos y trofeos, lo compara con otros
jugadores históricos, saca un autógrafo que lleva guardado en la
cartera, recuerda cómo lloró con un gol increíble de hace tres o cuatro
años, incluso lo recrea con una pelota de papel driblando entre las
mesas. Algunos niños ríen la broma, pero la defensa Andrea le corta el
paso antes de alcanzar la portería:
"¿Y qué te parece que tu admirado futbolista haya sido condenado por fraude fiscal?"
Vaya
con la niña. Se queda paralizado en el instante previo a chutar.
Estatua ridícula, una pierna levantada, expresión de esfuerzo y
concentración, lengua mordida. Imagina las carcajadas de los
espectadores. Jodida niña. Si no tuviese diez años, diría que le ha
preparado la cama con malicia: le ha tirado dos preguntas amables para
que relajase la guardia, y luego se la ha clavado. Gol. Por la escuadra.
"Me
parece fatal, Andrea", dice mientras se recoloca la camisa. "No hay
nada que desprecie más que un tramposo fiscal. Es peor que un ladrón:
nos roba a todos, el dinero de los impuestos es con el que hemos
construido este colegio, y los hospitales, y el parque donde juegas,
Andrea. Messi es un gran futbolista, el mejor de todos los tiempos. Pero
nos ha decepcionado a todos."
"¿Tú has hecho trampas alguna vez?", pregunta Antonio en la primera fila.
"No, claro que no. Mi declaración de bienes es pública, cualquiera puede consultarla en la web de…"
"¿Y
qué hay de las acusaciones de alzamiento de bienes contra tu familia
que investiga un juzgado?", interrumpe Victoria al fondo de la clase.
Joder con Victoria.
"Veo
que estáis bien informados, eso dice mucho a vuestro favor. Pero debéis
saber que los medios no siempre dicen la verdad… Quiero decir que… Hay
que leer con ojo crítico las noticias… Yo ya he dado las explicaciones
que tenía que dar… Hay quien ha querido hacerme daño con ese tema… Pero
ya os he dicho que mi declaración de bienes es pública. Todo
transparente."
Apenas se ha recuperado, cuando Nora levanta la mano en la segunda fila:
"¿Te parece justo que miles de familias hayan sido desahuciadas de sus casas?"
Mira,
listilla: esa respuesta la trae bien preparada. Zasca. Coge aire,
manosea un bolígrafo, recuerda los consejos de los asesores.
"Muy
buena pregunta, Nora. Comparto contigo la preocupación por todas esas
familias." A continuación enumera las medidas que aprobará su gobierno
en los próximos meses en materia de vivienda, tropieza en algún
tecnicismo y frases hechas, pero endereza a tiempo ("eres humano,
muestra tus emociones"): aunque el nudo en la garganta queda algo
sobreactuado, comienza a hablar del dolor ("el inmenso dolor") que le
causa cada una de las historias de esas buenas personas que por un mal
momento económico han perdido todo. Él se pone en su lugar, también
tiene hijos, haría todo por asegurarles un techo, es un drama terrible.
"Pero
usted formaba parte del gobierno que vendió viviendas de alquiler
social a fondos buitres", añade Nora, con un reverbero de rencor en sus
ojos apretados, y abandonando el tuteo para endurecer más sus palabras.
Pero es una niña, no puede acumular ya ese rencor en su cerebro tierno,
salvo que lo traiga mamado de casa, padres que aleccionan a sus hijos
tan pequeños.
Como él tarda en responder, Nora sigue hurgando en la herida:
"Se las vendieron a muy bajo precio, casi regaladas".
"Las
cosas nunca son tan sencillas", dice por fin, típica frase para ganar
tiempo, que alarga con esa otra de "en política hay que tomar decisiones
difíciles, y ningún asunto es blanco o negro, existen muchos grises".
Después intenta rescatar de la memoria algún viejo argumentario, de
cuando la oposición le hacía esas mismas preguntas en cada pleno. Con
esfuerzo compone unas pocas frases, habla de ajuste fiscal, equilibrio
presupuestario, la responsabilidad de gestionar la mayor crisis
económica en décadas.
Para ganar aún más tiempo, coge
una tiza, dibuja en la pizarra un esquema para explicar con sencillez
cómo es un presupuesto público, ingresos y gastos. Mira el reloj,
contraviniendo las indicaciones de los asesores. Queda medio programa
todavía.
Los niños han olido sangre: Adrián pregunta
por la corrupción en su partido; y cuando intenta tirar otra vez de
argumentario, se lo reprocha la inverosímil dureza de sus ocho o nueve
años: "No nos venda una moto averiada, por favor; somos niños, no
imbéciles". Descolocado, mira bien a Adrián, su boca mellada, el
flequillo revuelto, las uñas mordidas. "Vaya, sois duros, eh, esto es
peor que una sesión de control", a ver si por el lado simpático los
recupera, pero nadie se ríe. Adrián insiste en su pregunta, espera una
respuesta.
Carraspea. Se cruza y descruza de brazos.
Pasos cortos, pisa la cinta del suelo, se sale del tiro de cámara.
Comienza una frase exculpatoria: manzanas podridas en un cesto grande,
presunción de inocencia, honradez de la mayoría de políticos, pero en
seguida se frena: anticipa la posible repregunta, de pronto teme que le
ataquen por su flanco más débil: la mano en el fuego que hace años puso
por un dirigente que hoy está en la cárcel y que además lo implicó a él
en su declaración judicial, todo archivado pero cada poco tiempo hay
algún periodista o algún portavoz de la oposición que se lo recuerda.
Pero si son niños, joder.
Entonces mira alrededor,
observa la clase entera. La pizarra, los estantes y pupitres, los
dibujos recortados en las paredes, un colorido mural contra el cambio
climático, carteles con normas en inglés, farolillos de algún festejo
reciente. Todo parece un decorado. Falso. Siniestro, diría. Mira a los
niños, que esperan su respuesta. No encuentra acritud en sus rostros,
más bien al contrario: inocencia, dulzura, algún brillo de picardía. No
son ellos: son sus padres. O quizás los profesores. ¿Se están cobrando
alguna cuenta pendiente? ¿La última huelga, los recortes? Pero tal vez
no sean ni padres ni profesores: los guionistas del programa. La
búsqueda de espectáculo. El político acorralado, el gobernante golpeado y
noqueado por unos cuantos niños de primaria. Éxito de audiencia seguro.
Goleada en redes sociales. Vídeos virales. Han preparado a los niños,
eso es, en la televisión está todo guionizado. Pero han debido de
aprenderse las preguntas de memoria, porque comprueba que ninguno tiene
papeles sobre la mesa, no hay pantallas donde leer ni pinganillos en las
orejas. Y sin embargo ellos siguen lanzando sus preguntas, con sus
voces angelicales y sus manitas levantadas:
"¿No
piensan hacer nada con las casas de apuestas? Se han convertido en la
nueva heroína de los barrios obreros, tenemos una en la misma puerta del
colegio."
"¿Por qué ha llegado a acuerdos con un partido que niega la violencia de género?"
"¿Sigue
pensando lo que dijo hace tres semanas sobre los 'menas', los menores
no acompañados? ¿Le parece bien contribuir a su criminalización y al
discurso del miedo?"
Y él no contesta, porque cada vez
que responde a una pregunta, es aún peor la repregunta del mismo niño, o
de otro que solidario se suma al interrogatorio:
"¿Piensa hacer algo contra la contaminación, además de bonitas declaraciones?"
"Estamos muy concienciados con el cambio climático, vamos a plantar tres mil árboles. No, cinco mil…"
"¿Sabe
cuáles son las empresas más contaminantes del país? ¿Sabe que su
gobierno mantiene contratos con varias de ellas? ¿Qué le parece que
miembros de su partido acaben en los consejos de administración de esas
mismas empresas?"
Su mirada rebota por el aula, de
niño en niño. Acaba mirando a las cámaras ("no mires a las cámaras"),
disimuladas entre mochilas, percheros y estantes. Se gira hacia la
puerta: por qué no se abre y entra alguien de su equipo a poner fin a
esa encerrona. ¿No piensan hacer nada? Debería ser él quien saliese, no
le importan ya los memes que dejará a su paso, quiere irse a casa, pero
está paralizado: si intentase dar un paso no le responderían las
piernas, ancladas al suelo, no concibe el descomunal esfuerzo que le
costaría alcanzar la puerta, y si consiguiera llegar a ella todavía
tendría que abrirla, lenta y grave, y las cámaras le seguirían grabando
mientras se arrastra por el interminable pasillo, bajaría la escalera
con lentitud geológica, le seguirían los niños, los cámaras, los
guionistas susurrando nuevas preguntas, por eso no se mueve, ni se
moverá, paralizado como en una pesadilla escolar.
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