Para crecer de verdad tenemos recursos propios que conviene reconocer, caer en ellos, contar con ellos, con el mismo interés con el que nos dejamos devorar por internet y las tecnologías de último grito -¿de Munch?- o por las noticias cada vez más desquiciantes y en mogollón.
A veces la actualidad inmisericorde manipulada por la velocidad y el vértigo produce un desamparo íntimo, una realidad en modo irreal que no permite pararse en ella durante demasiado tiempo, tan viscosa, resbaladiza e inconsistente, que invita a escapar y a disolverse al mismo tiempo, como una manifestación agotada, en el ojo del huracán o en la lava que corre por las laderas de un volcánico desbordamiento personal y colectivo pero sin conciencia de que sea a la vez compartido y solidario. Más bien en plan sálvese quién pueda. Es el cuadro clínico de la soledad inducida, como patología, no como terapia necesaria y revitalizadora; hay una soledad sanadora, que nos dota de un espacio hondo y de una paz imprescindible para poder sentir, mirar y ver, comprender, asimilar e integrar. Para poder reconocer al Otro y a la Otra en nosotros, para ser la indispensable conciencia yosotras y yosotros, que nos permite dar el salto cuántico del caos al cosmos, del desmadre a la serenidad activa, -bellísimamente imperfecta y viva-, de lo sanamente feliz.
Para hacernos cargo del proceso inevitable del vivir condenados a entendernos y a encontrarnos, tanto con las demás como con uno mismo, mientras gestionamos el medio biológico que nos sostiene, contamos, entre otros, con tres herramientas constituyentes de identidad y esencia: la palabra, el concepto y la duda natural y necesaria que se traduce en la pregunta. Con ellas es posible aprender a navegar por el mundo del consciente y del inconsciente, ser los gestores y no los esclavos de las emociones sin reprimirlas pero canalizándolas para el riego del huerto y del jardín existencial, sin que se produzcan catástrofes e inundaciones violentas, indeseables y destructivas, ni adicciones humillantes a cualquier cosa.
Si desde chicos nos hiciesen darnos cuenta de ese trabajo constante que hacemos automáticamente y casi siempre sin conciencia despierta, podríamos estar en pocas décadas a años luz de como estamos ahora. Seguramente con tecnologías tan eficaces o más que las actuales pero mucho más limpias, gratuitas, nada agresivas ni especuladoras, más asequibles y mucho menos complicadas.
Cuando no somos capaces de descubrir el valor de y el trabajo con esas bases fundamentales, la conciencia no nace ni crece, y el resultado seguro es la patología del conflicto, tanto personal como colectivo. Si mientras convives con el resto de tu especie y de las demás especies y reinos de la naturaleza, no te vas conociendo a ti misma, es imposible que puedas conocer y menos aún, comprender, a otras y a otros; si no te aclaras contigo, al otro, al diverso, lo verás como un estorbo en tu huida íntima y desolada hacia ninguna parte. La convivencia, la sociedad, la política, la economía, las religiones e ideologías, y no digamos el amor, en esas tesituras, serán siempre un infierno de emociones y rifirrafes, exigencias y reproches infinitos, donde la generosidad y la empatía son desconocidas convidadas de piedra a la mesa del imposible. Si te acercas a los demás no será por igualdad, respeto ni amor, sino por necesidad, por apego ansioso, por toma y daca, por afán de dominio y de control sobre ellos y sobre las cosas que pilles, para sacar beneficios como una falsa euforia, dominio o sometimiento perruno y obediente, protección, ganancias, conquistas y falsas seguridades que refuercen autoestimas ilusorias y siempre en tensión entre un ego centrípeto fofo-depresivo y/o centrífugo, venido arriba y desatado, alternativamente. Te juntas con otros para obtener cosas, te uniformas en masa para sentir la fuerza interna que no desarrollas porque no has aprendido a conocer tus recursos ontológicos, del ser que eres y desconoces, y no para crecer en común y de igual a igual, sino para adorar líderes infatuados, votar ideas que ya te dan pensadas, ganar guerras que nunca terminarán mientras el ego lleve la batuta disfrazado de derechos, dignidad, libertad y hasta de fraternidad y "justicia", o de bienestar social a la medida de un ganador o de otro, basado únicamente en el control de la pasta y del poder del credo que la controla, defendidas por mayorías absolutas que en el terreno personal trituran y pisotean todo aquello que defienden en sus reivindicaciones publicitarias.
Con la palabra materializamos el concepto, la idea, y al mismo tiempo la idea-concepto se hace consciente de sí por medio de la palabra. Son inseparables para tener sentido. La idea es una semilla que para germinar y producir vida en activo necesita la siembra de la palabra. El concepto es el sentido, la savia, el alimento. La palabra es el fruto, las hojas, las flores, el tronco, que viven por la sustancia de la savia, pero que nunca existiría si la semilla no hubiese germinado ni hubiese llegado a ser raíz, por la energía de la palabra.
Cuando palabra y concepto no coinciden ni se reconocen dentro de nosotros o en la realidad que nos rodea, porque aún no hemos crecido ni desarrollado el decodificador de la conciencia ni la energía del alma, se produce un desconcierto y si no se aclara a tiempo, una ruptura, el cortacircuito dramático de un conflicto, no entre parcelas de la realidad, que dependen de cómo las interpretamos y gestionamos, no de ninguna maldad o excelencia intrínseca de esa realidad. Ciertamente lo único real que está por medio es un contraste simplemente, una diferencia de percepción de un mismo hecho desde dos ópticas opuestas, que en ausencia de una conciencia despierta, gestionan los egos personales y colectivos haciendo de la percepción de esa realidad un campo de batalla donde siempre ganará la fuerza por encima de la inteligencia, porque justamente las batallas y los choques se producen cuando la inteligencia (no las tácticas ni las estrategias para manipular con "las mejores intenciones", ni los trucos, ni las demagogias), no está presente ni tiene lugar para manifestarse.
Cuando, al contrario, la inteligencia está presente por mayoría, la guerra no es necesaria, está derrotada exponencialmente desde el principio. Ése fue el caso de la no-violencia con Gandhi en la India: se derrotó nada menos que al Imperio Británico sin que nadie le disparase un solo tiro. O el de los primeros cristianos que tumbaron el Imperio Romano practicando los derechos humanos desde la base social, sin milicias ni armas. Lo mismo sucedió en la pacificación de Sudáfrica, cuando Mandela tras 27 años en la cárcel llegó al gobierno en paz y sin represalias ni venganzas ni rechazo contra la población blanca, sino con el perdón y la unidad de lo plural y la energía para la construcción del estado más avanzado y próspero del continente africano. En estos casos, el poder no fue la contundencia y la crueldad de las armas sino la del espíritu, que cuando se consigue organizar no hay poder fáctico en el mundo que consiga pararlo. En el caso de Sudáfrica, la presión internacional y el compromiso pacífico de millones de personas en el mundo entero empeñadas activamente en la liberación de la población negra, oprimida, perseguida y castigada en ghettos fue fundamental para conseguir el objetivo. Como en el caso de Gandhi, Nelson Madela fue el ejemplo de la dignidad y de la coherencia inteligente que movió a los oprimidos y a la ciudadanía universal que les apoyó con observatorios internacionales, ayudas, campañas de conciencia y solidaridad imparable.
Cuando, al contrario, la inteligencia está presente por mayoría, la guerra no es necesaria, está derrotada exponencialmente desde el principio. Ése fue el caso de la no-violencia con Gandhi en la India: se derrotó nada menos que al Imperio Británico sin que nadie le disparase un solo tiro. O el de los primeros cristianos que tumbaron el Imperio Romano practicando los derechos humanos desde la base social, sin milicias ni armas. Lo mismo sucedió en la pacificación de Sudáfrica, cuando Mandela tras 27 años en la cárcel llegó al gobierno en paz y sin represalias ni venganzas ni rechazo contra la población blanca, sino con el perdón y la unidad de lo plural y la energía para la construcción del estado más avanzado y próspero del continente africano. En estos casos, el poder no fue la contundencia y la crueldad de las armas sino la del espíritu, que cuando se consigue organizar no hay poder fáctico en el mundo que consiga pararlo. En el caso de Sudáfrica, la presión internacional y el compromiso pacífico de millones de personas en el mundo entero empeñadas activamente en la liberación de la población negra, oprimida, perseguida y castigada en ghettos fue fundamental para conseguir el objetivo. Como en el caso de Gandhi, Nelson Madela fue el ejemplo de la dignidad y de la coherencia inteligente que movió a los oprimidos y a la ciudadanía universal que les apoyó con observatorios internacionales, ayudas, campañas de conciencia y solidaridad imparable.
Vence la crueldad, la visión obtusa y contundente que se impone a la ignorancia y al miedo, la "seguridad" del dogma sin otra cualidad que la cerrazón, aunque esté basado en falsedades y deformidades, la verdad, como la luz del día, no necesita defensores, brilla con luz propia y su sola presencia activa desarma los engaños, la torpeza hábil de la ignorancia general básica.
La inteligencia auténtica -no la pillería y la astucia- no vence, convence y nos transforma. No arruina, construye y recicla. Rehabilita, no urbaniza la naturaleza ni la invade, la cuida y se deja cuidar por ella. No odia a los enemigos, porque no considera enemigo a nadie, ni siquiera a los que no la reconocen y la quieren destruir porque ven en peligro sus montajes cuando la verdad naturalmente se manifiesta sin alharacas. Unos ejemplos muy cercanos: los desahucios, las preferentes, el caso Bankia, la Operación Púnica, la Lezo, la Operación Taula en Valencia, las cloacas del Ministerio de Interior. Son manifestaciones arrasadoras de una verdad que no tiene necesidad de mentiras para ser creída. Brilla per se.
La inteligencia auténtica -no la pillería y la astucia- no vence, convence y nos transforma. No arruina, construye y recicla. Rehabilita, no urbaniza la naturaleza ni la invade, la cuida y se deja cuidar por ella. No odia a los enemigos, porque no considera enemigo a nadie, ni siquiera a los que no la reconocen y la quieren destruir porque ven en peligro sus montajes cuando la verdad naturalmente se manifiesta sin alharacas. Unos ejemplos muy cercanos: los desahucios, las preferentes, el caso Bankia, la Operación Púnica, la Lezo, la Operación Taula en Valencia, las cloacas del Ministerio de Interior. Son manifestaciones arrasadoras de una verdad que no tiene necesidad de mentiras para ser creída. Brilla per se.
Y entonces llega la urgencia de la pregunta que confronta lo inseparable: concepto y palabra. Y desde ella se opta por un camino u otro: la coherencia moral de la justicia igualitaria en oportunidades o la confrontación tomada como valor absoluto y refugio justificado de obstinaciones. Si se produce el conflicto es porque no hemos sido capaces de asimilar el contraste como una riqueza y un trabajo para la coherencia, sino porque hemos entrado al trapo en un nivel que no llega al grado evolutivo que nos corresponde como seres conscientes y con alma, es decir que tienen conciencia, ergo, no son desalmados, que ya son capaces de crear su propio imperativo categórico sin necesidad de apuntarse a ningún dogma precocinado, de modo que sus principios activos pueden ser también universales creadores del bien común que se unen a todos los principios e individuos en grupo o no, que vayan en esa dirección aunque sea por caminos diversos.
Mientras la conciencia colectiva se confunda con masas humanas manejadas como rebaños emocionales, mientras el empeño de los líderes sea sobre todo domesticar y manipular, sin considerar el valor individual de la conciencia para crear entre todos inteligencia y ética colectivas, plasmadas en soluciones concretas a los problemas generales por sectores unificados en el bien común, y no solamente recursos de baja estofa y altas ambiciones miserables y trepadoras, para generar poder político estratégico solo "para ganar" a la manera ancestral y errónea de los poderosos de este sistema mundial, nada cambiará si no es a peor. Los maquillajes se caen. La máscaras y los disfraces los desgastan el trajín cotidiano y el crisol implacable de la realidad. Tarde o temprano la prueba del nueve deja en evidencia lo que hay en cada división bien o mal calculada por intereses turbios o vacíos de contenido vital aunque estén llenos de conceptos y razones disecadas.
Si aún tenemos un gobierno como éste, no es porque sea invencible, es porque nosotros, personal, social y políticamente, aún no sabemos manejarnos con las herramientas fundamentales de la palabra, el concepto y la pregunta.
Si la idea es impuesta y aceptada como una ley, si la palabra es ajena pero considerándola propia y la pregunta no se hace porque existe la falsa seguridad de que ya se tiene la respuesta heredada de otros, siempre nos acabará dominando aquello que más rechazamos y menos deseamos en teoría, pero a lo que, con el desconocimiento de nosotros mismos y de nuestras mejores herramientas, le concedemos todo el poder en la praxis personal y colectiva , ya sea de índole social, política o ideológica. Encarcelados de por vida en lo que la visión "moderada" ha dado en recalificar con el eufemismo de "sentido común" en versión rajoyana y que solo se reduce a una secreción inoperante y engorrosa de la mediocridad que todo lo empastra o lo aplaza sine die y nada resuelve en realidad, porque es simplemente, una representación formal del vacío al servicio cleptócrata de los corruptos.
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