No nos dan vacaciones ni tregua, ni respiro. Han destrozado de tal manera el ambiente social que es imposible desentenderse del marrón aunque sea como profilaxis.
Intentas mirar para otro lado, apagar la tele y no leer la prensa, aunque sea durante unas pocas horas. Pero nada. Imposible. Algún vecino al darle los buenos días en el portal o al coincidir en el ascensor durante un par de pisos suelta un bufido y te comenta el último campanazo, el más reciente descubrimiento del basurero, el último secreto a voces del burdel patrio. Cada día que vas al súper hay un pobre nuevo en la puerta que ni siquiera pide porque no tiene costumbre ni sabe qué hay que hacer para que le den algo sin incordiar a nadie ni humillarse a sí mismo, convirtiendo en molesto pedigüeño al digno trabajador de hace unos meses, que jamás se había visto en semejantes tesituras: padre o madre de familia normal, con empleo, sueldo pasable, techo seguro y comida suficiente, luz, gas y agua como todo el mundo. Hijos estudiando y con planes de futuro. Eso se acabó.
La pretendida pausa terapéutica se esfuma. No hay descanso posible cuando el dolor, el olvido, la negrura y la desvergüenza se condensan en un desfile de pesadillas y mascarones alucinantes. '¿De qué servirá que dimita el Fiscal Anticorrupción que ya venía corrompido de casa, si los que le han colocado en el cargo siguen como si nada y les parece tan normal?', comenta una señora mayor mientras paga en la caja del súper. '¿Y qué les parece la Cifuentes, como la Aguirre, haciéndose la tonta y firmando barbaridades sin leer primero lo que va a firmar? Vamos, digo yo, que así no se puede gobernar nada'. "Claro, así estamos, los que deberían decidir dejan que otros decidan y ellos simplemente aceptan cualquier cosa sin tener ni idea de lo que esa firma va a provocar. "Por eso Rajoy es presidente, porque se lo dan todo hecho a gusto de los millonarios que lo manejan y le han puesto presidir un gobierno de títeres". La conversación se anima en la cola de la caja y la cajera pide refuerzos y la crónica de agravios se reparte en dos cajas, entre las botellas, los bricks de leche, los pagos, las vueltas y suspiros de cansancio e impotencia. Una especie de niebla triste agrisa aun más la luz del espacio entre cajas y carritos. Al otro lado de las puertas de cristal en constante cierra y abre, la cola de pobres se ha duplicado y los clientes añaden productos en el último momento, que les van dando a la salida. "Pobre gente". "Les irá bien unas lentejas, un paquete de arroz, una botella de aceite". "Y gel y champú y jabón para la vajilla y la ropa". "Y pan para la cena y el desayuno de mañana. Y leche. Y un bote de cacao en polvo. Y café, que también les gustará como a casi todo el mundo. Una bolsas de naranjas y media docena de huevos". "Y galletas, que también tienen derecho a endulzar el almuerzo". Mientras tanto la ceniza y el polvo de las noticias del destrozo se va posando en el suelo y de la basura comienza a brotar vida.
Sin saber cómo, del enfado y del cansancio va naciendo sin hacer ruido algo que respira, que se une en una única intención: el amor de guardia, como la poesía, sin que la legalidad vigente le de permiso, sin que nadie discuta si eso es legal o si se será un delito de exaltación del probrismo o de ofensa a la dignidad de los sentimientos gerifaltes pillados con las manos en la pasta, que se traspapelan y se diluyen en el jugo de sus detritus y se quedan tirados, pisoteados por el trajín en la entrada como el serrín cuando llueve. Y sales del súper y te quedas allí con la familia humana, comentando el calor o la lluvia inesperada de este cambio climático que nos lleva locos, pero no tanto como para no reconocer en la mirada del otro el mismo latido de luz y de fuerza que hay en ti. El espejo mutuo es el vínculo que nos descubre la hermosura de la otredad, que es la escala del Yosotros, del tu quiero y del mi puedo y viceversa, que el baile de los factores no altera la música del producto. Y en ese abrazo entre materia y energía, entre carne y poema, entre espíritu y macarrones o fiambre de pavo, patatas, cebollas y latas de atún, nace otro mundo nuevo e irrepetible con el signo del Otro y de la Otra. Con el impulso que convoca y despierta, que acompaña y aprende a pensar y a sentir en común.
Seguramente la iglesia católica no ha descubierto aún que la comunión de los santos es eso. Que la segunda venida de su Cristo no iba a ser entre inciensos y hosannas, sino en la puerta de los supermercados, en los barcos y patrullas de de salvamento, en los campos de refugiados y en los centros de acogida, cuando el dolor de los hermanos olvidados y machacados por el peso de la injusticia nos tira del caballo y nos arranca sin miramientos la venda de los ojos, los grilletes de la mente y las alambradas del corazón. Entonces nos reconocemos vis a vis, como refugio mutuo, la verdadera igualdad, en la que lo diverso sin perder su identidad es uno en el dar y recibir que intercambia esa clase de amor que hasta entonces no se había descubierto. Aparece de repente el portal de Belén en pleno, en la clase de castellano básico: María, José y el niño, que se llaman Hannan, Ahmed y Yussuf; vienen de Argelia, no de Belén y no en burro sino en patera; esta vez Herodes se llama Rajoy de nombre y UE de apellido dinástico. En un recolmo de carambola providencial y escándalo de sotanas y tocas, va y resulta que son musulmanes, y por encima de todos los tabúes y las corazas, se celebra la alegría de abandonar el dolor y el desamparo llegando a otra casa que también es la suya.
Todos y todas aprendemos un castellano diferente lleno de significados intensos y nuevos cada día. Porque todo cambia de un día para otro, pero la eventualidad también educa en otros registros. La nostra ciutat el teu refugi, no es solo una frase bonita, es la realidad que compartimos y el idioma común de un silencio precioso en el que luego, poco a poco amanecen palabras.
Todos y todas aprendemos un castellano diferente lleno de significados intensos y nuevos cada día. Porque todo cambia de un día para otro, pero la eventualidad también educa en otros registros. La nostra ciutat el teu refugi, no es solo una frase bonita, es la realidad que compartimos y el idioma común de un silencio precioso en el que luego, poco a poco amanecen palabras.
Mientras vuelves a casa, sientes que no hay cansancio sino ganas de trabajar, de pensar y organizar para servir a todos como nos sirven la naturaleza y la luz del cielo. Gratis y de mil amores. Y que no hay pp, fiscales ni gobiernos corruptos capaces de impedir ese milagro que mueve lo mejor del mundo: ser humanos de verdad y asumirlo y compartirlo con todas las consecuencias. Pese a quien pese y pase lo que pase.
La realidad horrible no se puede cambiar a golpe de decretos sin un cambio simultáneo de los elementos que la componen y que la han materializado. Y no se cambiará solo a base de legislar a gusto de una mitad de la población y a disgusto de la otra media, que en cuanto tenga la sartén del poder por el mango volverá a las andadas sin contemplaciones y con el ensañamiento añadido de la revancha. Si no nos nace la conciencia desde la libertad, tampoco estará libre el corazón para quitar barreras ni la mente para ordenar la estrategia del bien común sin barrer para un lado u otro, con esa energía que se llama justicia y que la política sectaria usa como felpudo para limpiarse el barro de los zapatos que pisan la dignidad y los DDHH.
La realidad-castigo que no depende de nosotros sólo se puede cambiar gestionándola desde la libertad de la conciencia que quita el yuyu al que damos un poder que no tiene y que se junta con el pegamento de la comodidad, por el contrario, de la conciencia nos nace el valor, la decisión y la osadía sensata e imprescindible para hacer lo contrario de lo que nos repugna por indecente, falso, injusto y sucio. Desde ese plano del ser, no nos parará saber que ese logro es difícil, pero no imposible.
Se puede elegir en qué clave queremos sonar y en qué idioma nos podemos entender. La música y la letra dependen de nosotros, que somos los compositores y los intérpretes. El poder como montaje sólo controla el escenario y las merchandises. Y además es sordo para la música y obtuso total para entender la letra. Del escenario se puede prescindir y de las baratijas de compra-venta también, pero de los autores y ejecutores, no. En realidad toda la fuerza y el sentido está en ellos y en ellas. Es más, sin ese impulso hasta el capitalismo desaparecería sin remisión.
La canción de la vida no necesita escenarios ni exhibiciones que se admiran un rato y, acto seguido, se consumen y se olvidan hasta la próxima ocasión, la vida tiene que ser co-creada, cantada y escuchada en cada instante de nuestra existencia y sonar en tantos registros como nos inspire la luz que entre todos podemos mantener encendida... si queremos, claro. Y eso es lo que nadie nos puede dar ni quitar: la expresión del alma colectiva e individual, tan inseparables entre sí, que son imposible la una sin la otra. Es la riqueza auténtica. No se acaba. Sólo crece, una vez que se enciende ya no se apaga jamás, no la apaga ni la muerte, que para ella es sólo un cambio de estado natural que el miedo y el desconocimiento de nosotros mismos han elevado a tabú supremo, solo porque aun no la pueden controlar, solo pueden provocarla pero no evitarla.
Lo más básico y sencillo de recordar para el cambio es tener presente en todo momento y de un modo práctico, que lo más sabio, profundo, útil y feliz nace del amor, no solo como deseo del eros, sino sobre todo como la belleza cotidiana de la mesa compartida (àgapé, lo llamaban y lo siguen llamando los griegos)en la gran familia universal, donde nadie es extranjero ni enemigo, aunque haya muchos que aún no lo entiendan, y en el que el alimento de la esencia es lo que nutre, al compartir derechos y deberes como iguales, los recursos, la comida, el apoyo mutuo, la educación, el tejido social necesario y el alma colectiva, o sea, descubrir que amor es sobre todo ser al mismo tiempo en la misma partitura, un canto infinito con uno mismo y con los demás. Yosotros.
La realidad horrible no se puede cambiar a golpe de decretos sin un cambio simultáneo de los elementos que la componen y que la han materializado. Y no se cambiará solo a base de legislar a gusto de una mitad de la población y a disgusto de la otra media, que en cuanto tenga la sartén del poder por el mango volverá a las andadas sin contemplaciones y con el ensañamiento añadido de la revancha. Si no nos nace la conciencia desde la libertad, tampoco estará libre el corazón para quitar barreras ni la mente para ordenar la estrategia del bien común sin barrer para un lado u otro, con esa energía que se llama justicia y que la política sectaria usa como felpudo para limpiarse el barro de los zapatos que pisan la dignidad y los DDHH.
La realidad-castigo que no depende de nosotros sólo se puede cambiar gestionándola desde la libertad de la conciencia que quita el yuyu al que damos un poder que no tiene y que se junta con el pegamento de la comodidad, por el contrario, de la conciencia nos nace el valor, la decisión y la osadía sensata e imprescindible para hacer lo contrario de lo que nos repugna por indecente, falso, injusto y sucio. Desde ese plano del ser, no nos parará saber que ese logro es difícil, pero no imposible.
Se puede elegir en qué clave queremos sonar y en qué idioma nos podemos entender. La música y la letra dependen de nosotros, que somos los compositores y los intérpretes. El poder como montaje sólo controla el escenario y las merchandises. Y además es sordo para la música y obtuso total para entender la letra. Del escenario se puede prescindir y de las baratijas de compra-venta también, pero de los autores y ejecutores, no. En realidad toda la fuerza y el sentido está en ellos y en ellas. Es más, sin ese impulso hasta el capitalismo desaparecería sin remisión.
La canción de la vida no necesita escenarios ni exhibiciones que se admiran un rato y, acto seguido, se consumen y se olvidan hasta la próxima ocasión, la vida tiene que ser co-creada, cantada y escuchada en cada instante de nuestra existencia y sonar en tantos registros como nos inspire la luz que entre todos podemos mantener encendida... si queremos, claro. Y eso es lo que nadie nos puede dar ni quitar: la expresión del alma colectiva e individual, tan inseparables entre sí, que son imposible la una sin la otra. Es la riqueza auténtica. No se acaba. Sólo crece, una vez que se enciende ya no se apaga jamás, no la apaga ni la muerte, que para ella es sólo un cambio de estado natural que el miedo y el desconocimiento de nosotros mismos han elevado a tabú supremo, solo porque aun no la pueden controlar, solo pueden provocarla pero no evitarla.
Lo más básico y sencillo de recordar para el cambio es tener presente en todo momento y de un modo práctico, que lo más sabio, profundo, útil y feliz nace del amor, no solo como deseo del eros, sino sobre todo como la belleza cotidiana de la mesa compartida (àgapé, lo llamaban y lo siguen llamando los griegos)en la gran familia universal, donde nadie es extranjero ni enemigo, aunque haya muchos que aún no lo entiendan, y en el que el alimento de la esencia es lo que nutre, al compartir derechos y deberes como iguales, los recursos, la comida, el apoyo mutuo, la educación, el tejido social necesario y el alma colectiva, o sea, descubrir que amor es sobre todo ser al mismo tiempo en la misma partitura, un canto infinito con uno mismo y con los demás. Yosotros.
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