Una bomba en el corazón de la democracia
Como decíamos ayer, el totalitarismo yihadista
enciende la mecha del totalitarismo en nuestros países. Unas pocas horas
después Theresa May ha venido a darnos la razón con unas declaraciones
propias del fascismo: "Si las leyes de derechos humanos dificultan la
lucha contra el terrorismo, cambiaremos las leyes". No sé qué me ha dado
más pavor, sus palabras o la ovación con la que han sido recibidas por
el público que la rodeaba.
Su responsabilidad en los
recortes de medios policiales la han obligado a dar en la mesa un golpe
de autoritarismo. Lo más preocupante es la jubilosa aceptación de los
suyos. Pensarán que eliminar la protección de los derechos más básicos
sólo debe preocupar a los malos, pero nadie está libre de caer en las
garras del Gran Hermano cuando le damos vía libre. Somos los ciudadanos
los que acabamos entregándonos al Ojo Que Todo Lo Ve porque el miedo nos
hace muy manipulables. En manos de políticos desaprensivos es una bomba
en el corazón de la democracia.
Se les llena la boca diciendo que los terroristas que
atacan nuestro modelo de valores y libertades no conseguirán cambiarlo y
lo primero que hacen es querer recortarlo. Otra victoria del yihadismo.
Eso es precisamente lo que persiguen, convertir nuestras sociedades en
el estado del terror y el control que quieren imponer en todo el mundo.
Porque ésta es una guerra global del totalitarismo islámico contra
todos en todo el planeta. El ISIS, Boko Haram o Al Qaeda no tienen una
cruzada sólo contra el modo de vida occidental sino contra todo el que
no quiere vivir bajo su yugo infernal, incluida la mayoría de musulmanes
que son sus principales víctimas. Sólo el 3% de los muertos son
occidentales, alrededor de 500 personas en este siglo. Sólo en un año,
2014, el más sangriento del nuevo milenio, el terrorismo islámico mató a
casi 10.000 personas en Irak, a 7.500 en Nigeria, según el Instituto para la Economía y la Paz australiano.
Esta semana del atentado en Londres, ha habido otros en Afganistán, Egipto, Kenia, Camerún, Irak o Somalia.
El último, este mismo miércoles, en Irán. El periodismo en todas partes
del mundo, no sólo el occidental, informa más de lo que tiene más cerca
porque la proximidad es uno de los elementos de interés de la noticia.
Nos afecta más nuestro entorno, es una obviedad.
Pero
los periodistas también tenemos la obligación de huir del
sentimentalismo y el amarillismo localista y apuntar más lejos para
poner en contexto un terrorismo que es global y mata sin distinción.
Sólo así evitaremos que la opinión pública se deje arrastrar por
discursos xenófobos, islamófobos y simplistas que le echan leña al fuego
y le hacen el juego al totalitarismo.
Los que matan
son musulmanes, pero los que más mueren también. Hay que ir a por los
asesinos fanáticos y su propaganda criminal, pero no a por todo el que
practique su misma religión, porque entonces no sólo estaremos creando
más fanáticos sino que nos estaremos fanatizando nosotros. Por ahí se
llega directo al fascismo.
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