lunes, 12 de junio de 2017

¿Acabarán los robots con el empleo?

El incremento de productividad generado desde finales del siglo XX no ha producido un desempleo gigantesco, sino que la jornada de trabajo se ha reducido a la mitad
Octavo artículo de la serie 'Desvelando mentiras, mitos y medias verdades económicas'



(eldiario.es)






Chris Csikszentmihalyi diseña robots para denunciar injusticias sociales
Una idea que se difunde como la pólvora en los últimos tiempos es que los robots acabarán dentro de muy pocos años con una gran parte del empleo existente y que millones de personas se quedarán entonces sin ingreso alguno procedente del trabajo. Como prueba  de ello se utilizan estudios como el de los profesores de la Universidad de Oxford Carl Frey y Michael Osborne sobre el futuro del empleo. En él se afirma que nada más ni nada menos que el 47% de los empleos existentes hoy día en Estados Unidos está en riesgo de desaparecer por esa causa. Pero ¿qué hay realmente de cierto o al menos de probable en esta amenaza?
Una primera cuestión que conviene saber para responder a esa pregunta es que los malos augurios y los temores actuales no son ni mucho menos nuevos.

Muchos trabajadores ya destrozaban máquinas a finales del siglo XVIII porque creían que iban a destruir sus puestos de trabajo, sin ser conscientes de que su efecto era la desaparición de tareas pero no del trabajo en general. Lo que hacían esas máquinas era permitir que se pudiera obtener más producto por hora trabajada en muchas actividades (es decir, más productividad, en términos económicos). Pero gracias a ello se generaban, por un lado, más ingresos (porque el ingreso es la otra cara del producto) y, por otro, nuevas actividades productivas necesarias para crear o mantener las máquinas y también para satisfacer las nuevas demandas que generaban los mayores ingresos de consumidores y empresas. Y ambas cosas permitían crear más empleos, casi siempre en otras actividades, como he dicho, o incluso en lugares distintos a donde comenzaban a funcionar las máquinas, pero más empleos, al fin y al cabo. Aunque también es cierto, como comentaré enseguida, que ese efecto de creación de nuevos empleos no era necesariamente automático sino que solo se producía si se daban al mismo tiempo otras condiciones.
Pero que nadie crea que fueron solo trabajadores inconscientes e ignorantes de los procesos económicos quienes a lo largo de la historia han augurado equivocadamente el fin del empleo por culpa de las máquinas.
Cuando a finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo pasado se comenzó a generalizar el uso de la informática y las telecomunicaciones muchos economistas famosos anunciaron que con ellas vendría un incremento vertiginoso de la productividad y a continuación la desaparición de millones de empleos, sobre todo, en el sector servicios.
Los hechos han demostrado sin lugar a duda alguna que los equivocados no eran solamente los trabajadores temerosos de perder sus empleos sino también esos profetas del fin del empleo. Como dijo el Premio Nobel de Economía Robert Solow, los ordenadores se ven por todos lados pero sus efectos no aparecen en las estadísticas de productividad.
Hoy día sabemos con bastante certeza lo que de verdad ha ocurrido a lo largo de la historia, sobre todo desde finales del siglo XIX cuando ya se disponía de datos mínimamente rigurosos.
Sabemos que la productividad ha crecido mucho desde entonces como consecuencia de la innovación tecnológica: ahora se produce entre 15 y 20 veces más por hora trabajada que a finales del siglo XIX (como media y con diferencias que pueden ser notables según el sector o la actividad económica considerada). Y también se puede comprobar fácilmente que ni la productividad ni la innovación aumentan siempre por igual a lo largo del tiempo. La innovación se suele dar por oleadas y hay etapas de gran crecimiento de la productividad y otras en las que baja.
Si se considera una fase larga, por ejemplo desde finales del siglo XIX a la actualidad, también está claro que el empleo ha aumentado bastante, a pesar de las grandes oleadas de innovación y del crecimiento de la productividad. Aunque hay diferencias notables en cada país, se puede afirmar que el volumen total de empleo ha aumentado en el último siglo entre un 30% y un 50% respecto al existente a finales del XIX en las economías avanzadas.
Finalmente, hay dos hechos históricos decisivos a los que no parece que se les dé mucha relevancia. El primero, que el desempleo no aumenta, ni baja el empleo, siempre que crece la productividad, y viceversa. Por el contrario, es fácil comprobar que hay etapas de incremento muy grande de la productividad (por ejemplo, desde el final de la segunda guerra mundial hasta casi mediados de los años setenta del siglo pasado) que van acompañadas de bajo paro y crecimiento del empleo; y etapas de baja productividad (como la que estamos viviendo en los últimos años) en donde el paro es elevado y se destruyen empleos. El segundo hecho destacable es que todos estos procesos se dan con diferencias a veces notables en el tiempo y entre las distintas economías.
¿Por qué ocurre eso y cuál es la causa de que haya tales diferencias? ¿Cómo es posible que habiendo aumentando la productividad incluso más que el producto haya ahora más empleo, cuando nos dicen constantemente que la nueva tecnología destruye puestos de trabajo?
La respuesta también es bastante sencilla, aunque se quiera disimular.
La productividad es el incremento del producto por hora trabajada. En términos algebraicos, es el producto dividido por las horas de trabajo. En principio, podría creerse que es, por tanto, inevitable que disminuya el empleo (denominador) si aumenta la productividad, puesto que la nueva tecnología aumenta el producto. Pero eso no necesariamente ocurre así porque pueden darse dos circunstancias añadidas que son, en realidad, de las que depende el efecto final de la tecnología sobre el empleo.
La primera es que el empleo total (el número de puestos de trabajo existentes) no depende solamente del número total de horas trabajadas o necesarias para obtener el producto total (que suelen bajar con la innovación tecnológica) sino de las horas de duración de la jornada de trabajo.
¿Y qué es lo que se puede observar a lo largo de la historia? Pues, justamente, que los incrementos de la productividad generan pérdida de empleo total y aumento del paro solo en función de cómo evolucione la jornada de trabajo (o la segunda circunstancia que comento más abajo). El gran incremento de productividad generado desde finales del siglo pasado no ha producido un desempleo gigantesco sencillamente porque la jornada de trabajo se ha reducido prácticamente a la mitad en este último siglo. En España, por ejemplo, el 74% de los trabajadores tenía en 1914 una jornada de 60 horas semanales, algo más de 3.000 anuales frente a las 1.600 actuales.
Cuando una oleada de innovación no se acompaña de menos tiempo de trabajo, el paro aumenta. Por el contrario, si baja la jornada de trabajo, si se trabajan menos horas en cada puesto de trabajo cuando aumenta la productividad, no solo no tiene por qué aumentar el paro sino que se pueden crear más empleos.
La segunda circunstancia que puede hacer que un aumento de la productividad produzca desempleo tiene que ver con las políticas que afectan a la actividad productiva. Si la innovación va acompañada de políticas restrictivas (deflacionistas, las llamamos los economistas), el producto y, por tanto, el ingreso, van a bajar. En consecuencia, serán necesarias muchas menos horas de trabajo, pero no solo por la mayor productividad sino ahora por la caída del producto y el ingreso. Pero si, por el contrario, la innovación se acompaña de políticas adecuadas, será posible que aumente el producto y, por tanto, el ingreso y el empleo. En concreto, por políticas que eviten que caiga la demanda y que formen y reciclen adecuadamente a la población.
¿Qué está pasando hoy día y qué podemos esperar de la llegada de la automatización muy extendida y de los robots?
a) Sabemos que ambas llegarán y de forma muy generalizada, aunque no con el efecto tan exagerado de estudios como los de Frei y Osborne. La OCDE, por ejemplo, cree que solo afectarán al 9% de los empleos de Estados Unidos y no al 47%.
b) Los datos indican claramente que la productividad está declinando. Es decir, que no es cierto que nos encontremos en las puertas de una nueva y potente oleada de innovación generalizada.
c) Es seguro que la automatización y los robots eliminarán muchas tareas y puestos de trabajo (casi siempre, afortunadamente). Pero solo provocarán caída en el empleo total si y solo si no baja la jornada de trabajo y si se mantienen las políticas económicas actuales, orientadas a producir artificialmente la escasez porque así bajan los salarios y aumenta la tasa de beneficio de las grandes empresas y de la banca. Y la paradoja es que las políticas actuales (que disminuyen la capacidad de compra de cada vez más grupos sociales) son uno de los grandes frenos que tiene la automatización y la robótica generalizada, pues lo económicamente decisivo no es que haya posibilidad técnica de utilizar muchos robots sino gente con ingreso suficiente para adquirir lo que produzcan. El futuro está en peligro no por los robots, sino más bien porque el 24,2% de los jóvenes españoles de 20 a 34 años ni estudiaba ni trabajaba en 2015.
d) Por el contrario, si disminuyen las horas de la jornada de trabajo y cambia la orientación de la política económica, la automatización y los robots podrían abrir una época de esplendor para el planeta, con mayor bienestar, respeto al medio ambiente y satisfacción humana generalizada.
Que ocurra una cosa u otra no es inexorable ni depende de una ley natural, como nos quieren hacer creer, sino de la capacidad de negociación y del poder de cada grupo social porque lo que está en juego es quién se apropia en mayor medida de las ganancias que proporciona el aumento de la productividad.

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Como siempre el análisis científico del Profesor Torres López es impecable y muy clarificador. Especialmente para laicos y aconfesionales en economía como yo, por ejemplo. 
Después de leer con interés este artículo y de informarme hasta donde me llega la capacidad de asimilación, voy llegando a algunas conclusiones acerca del significado universal de la economía. Me gusta recordar la semiótica original del término, recuperar la sustancia primera que lo  puso en pie. Oikonomía. Oikós=casa. Nomía=ley, norma. El orden, administración de la casa. Qué sencillo y qué hermoso concepto, ¿verdad? Lo primero la casa, oikós, que también, alegóricamente, se aplicaba a la polis que era la patria, y luego se añadía el necesario nómos, la administración, la ley. Con el tiempo y las prisas se fueron perdiendo los matices y los significados. Entró en juego la complejidad de los grandes estados, de las dimensiones excesivas a la medida de la ambición humana siempre in crescendo et in vigilando , ¡faltaría más!, cómo ponerse las botas a costa de quitarle al prójimo hasta las sandalias, ante cuya voracidad expansiva el primitivo concepto acogedor del habitat más próximo, del mundo considerado como "la casa"  y ésta como la referencia más clara del mundo, perdió sentido y fundamento. Dejo de ser "casa" para convertirse primero, en clara premonición de las burbujas, en jungla de piedras y maderas, argamasas, adobes y ladrillos. La polis pronto de olvidó su función primera y se convirtió en las metro-polis imperiales, ciudades llenas a rebosar, en plenitud (métron). La sencilla okonomía se fue transformando  para la mayoría de los seres humanos en una red impenetrable y enrevesada de estructuras, cálculos, planes de expansión, regulación de gastos e ingresos en cantidades colosales, hasta situarse en el cerebro de los gobiernos del mundo, que ha invadido y arrinconado durante milenios las funciones del  corazón social de los humanos(?), que va disfuncionando como puede, y sin cuyo impulso el cerebro peta fijo. Está clínicamente demostrado que un cerebro en estado vegetal  sigue vivo si el corazón aguanta. Y así andamos en vilo y en un sinvivir. Sospechando sin tener datos exactos pero intuyendo la tostada, que en cualquier momento el corazón del mundo se dé cuenta de que el alma no está, se harte de ser una especie de Melania Trump, tome las de Villadiego y deje al cerebro hecho unos zorros, tirado por Wall Street o por la City de Theresa May.

Nuestro mundo alienado, por desgracia, ha ido dejando en estado catatónico al corazón social y sólo funciona con el cerebro polito-nómico. Aunque de vez en cuando la recuerda como a una antepasada perdida en el tiempo, ha destrozado la casa común, la polis, el oikós, el hogar, lo ha dejado todo sin corazón en activo y solo le importan òis nómois, las leyes que regulan el holograma de la casa colectiva que ya no existe nada más que en las cifras, en los recibos, pagarés y facturas. En los códigos y en las normas sin alma, en los pergaminos y volúmenes que detallan el debe y el haber desde que el mundo es mundo, porque sin corazón el alma se encanija y se atrofia; alma y corazón son pareja de hecho, el cerebro es el notario, el administrador de recursos, el mejor mayordomo, secretario y pasante, pero ha sido y sigue siendo una locura atroz haberle dejado al cargo de toda empresa humana sin conectarse con la fuerza matriz y motriz que lleva la batuta de todo lo que es o pretende ser. O sea, el corazón.
El pobre cerebro colectivo está sobrecargado y ha perdido los cuatro puntos cardinales, se le ha escapado la vida inteligente y lo único que le sale son las cuentas, en plan calculator computer. Le cuadran de maravilla los dividendos, multiplicandos, sumandos y restandos, convertido en puritito y friki algoritmo,  aunque, por desgracia, sin la visión ni el conocimiento de su descubridor al-Jwarizmi (Hacia 815 al-Mamun, séptimo califa Abásida, hijo de Harún al-Rashid, fundó en su capital, Bagdad, la Casa de la sabiduría (Bayt al-Hikma), una institución de investigación y traducción que algunos han comparado con la Biblioteca de Alejandría. En ella se tradujeron al árabe obras científicas y filosóficas griegas e hindúes. Contaba también con observatorios astronómicos. En este ambiente científico y multicultural se educó y trabajó al-Jwarizmi junto con otros científicos como los hermanos Banu Musa, al-Kindi y el famoso traductor Hunayn ibn Ishaq. Igualito que ahora en pperilandia, ¿a que sí?)

En tales tesituras, el pobre cerebro sobre todo de corte occidental, despendolado y autoprogramado a su puta bola tiene todos los cálculos hechos un pincel, eso sí, pero a la humanidad ni la ve. La debió perder de vista allá por el siglo II a.d.c., más o menos. Nómos y más nómos, a gusto de los maquinetos que mejor legislan mientras se apoderan de todo, pero de oikós, de casa, nanay del Paraguay;solo hipotecas o alquileres impagables con desahucio seguro que aumente el parque oikosístico del paraíso bancario. Y no digamos nada de los habitantes cada vez más virtuales e invisibles de los ex-oikós. 

 No soy economista, pero, a pesar de ello, tengo el vicio incontenible de observar y pensar. Y la impresión de que sí debería preocuparnos el futuro de la robótica. No sólo porque se vayan a perder puestos de trabajo, que también es un daño social para aquellos a los que les toca la china. Hay motivos más preocupantes aun, porque esta vez ya no estamos en el Renacimiento ni en las antiguas revoluciones industriales, cuando el Planeta era considerado una mina inagotable de recursos infinitos que daban una seguridad y una total falta de límites innecesarios para quienes, como los liberales capitalistas que siempre han dominado la ex-oikonomía, sin mirar nada más que su afán expansivo de rapiña. A lo largo de tanto imperio y dominación invasora y terminator, los recursos materiales son cada vez más limitados, el crecimiento infinito es ya un cuento chino con un final de espanto; el deterioro del clima no es un juego caprichoso entre lo telúrico y lo astral que pasará como un nublado, sino producto de esa forma de vivir esquilmando y destruyendo sin parar todo lo que pillan para sacar más dinero e inventar artilugios fantásticos que contribuyen al aumento de basuras y residuos ya apocalípticos, viajar al espacio mientras se destroza la Tierra o buscando la "partícula de dios" a ver si se puede empeorar todo adquiriendo a base de miles de millones un poder infinito  a tutiplén capaz de cualquier cosa que dé pasta y glamour, mientras se muere más de media humanidad de hambre y de enfermedades provocadas por el deterioro climático y de la naturaleza: inundaciones, hambrunas, epidemias, éxodos trágicos, guerras donde interesa, para esquilmar las energías y recursos que aun quedan en mucha menos cantidad y ya en proceso de agotamiento.
¿De dónde se sacará la materia prima para hacer robots y maquinaria que los mueva cuando ya no haya yacimientos ni minas explotables, que no son eternas y están en las últimas? ¿Los harán con plástico? ¿Y cuándo se agote el petróleo que ya está en ello, de dónde lo sacarán? ¿Y adónde se irán dejando los cadáveres robóticos y aparatos adjuntos fabricados con uranio enriquecido, coltán, vanadio, mercurio, etc...o con tantos minerales contaminantes por el estilo, que se emplean en las tecnologías punta, y quedan como residuos de millones de ordenadores, móviles, tablets, sistemas de seguridad, armas, motores, drones etc? ¿Tal vez seguirán desembarcándolos en En África, en Asia, en América del Sur y del Centro, en el fondo de los mares? ¿Y los robots a millones para rematar el lote? ¿Qué pasará cuando esta contaminación sin pies ni cabeza, basada en la locura y la estupidez de una ciencia sin conciencia nos haya sepultado en basura y nos haya dejado sin aire que respirar, sin agua para beber ni tierra que pisar, sin fauna ni flora y al pairo de epidemias sin remedio porque sin plantas los laboratorios no pueden sintetizar sustancias ni fabricar medicamentos?

Me asombra y me deja fuera de juego que precisamente la economía científica, el orden y administración de los recursos de la casa universal,no caiga en la cuenta de que está llegando un tiempo que crece exponencialmente, en que ella misma se quedará sin objeto como ciencia, porque no habrá nada que regular sino el caos y la extinción inexorable en todo el Planeta igualmente afectado por la enajenación mental y funcional, justamente porque ahora que aún podría cambiar el rumbo de sus objetivos y quizás salvar algo, anda por las nubes haciendo cálculos y contando con que dentro de nada esta crisis habrá remitido por sí misma, como las olas de frío o las tormentas. Y considerando que cuantos mas cachivaches y contaminación nos echemos encima, más prósperos, ricos y felices viviremos en medio de un wonderland zombi.

Despacito, despacito, sin música ni nada, como si fuese lo más normal, nos hemos plantado en este desquicie alucinante, donde lo inmediato se ha hecho el amo de todo. Donde todo puede ser posible si hay pasta de por medio y la lucidez está  missing, sustituida por Instagram y su logo falso retwittweado a tutiplén Y donde en el colmo del delirio hemos realizado el sueño de los falsos alquimistas medievales: inventar homúnculos, pero de hojalata para que no incordien ni reclamen derechos ni hagan huelga, realizados con aleaciones monísimas y que nos vayan sustituyendo en las tareas menos gratificantes. Algunos se preocupan innecesariamente porque son mecánicos, conductores, montadores de piezas, dependientes en tiendas o camareros en restaurantes y se ven ya en la calle sustituidos por los robots. Pero no deberían preocuparse por cosas que seguramente nunca sucederán porque el tiempo en fase destrozo creciente no dará para tanto.
Sólo los banqueros están seguros de que nunca los sustituirá ninguna criatura robotizada de repuesto. Además ningún robot podría alcanzar un grado tal alto de peligrosa eficacia como un humano despojado de corazón y de alma dominado por un cerebro sin más objetivo que pisotear lo que va quedando de Planeta, mediante una ciencia desconectada de cualquier rasgo empático, que para colmo ha ocupado el lugar del corazón, del alma y la conciencia, en vista de que había huecos libres.

De todos modos, en el plan que está el mundo es seguro que a este paso de irresponsabilidad globalizada, en efecto, no sea necesario preocuparse por algo que muy posiblemente nunca suceda, porque al paso que vamos en desastres provocados y en desbarate sociópata, dentro de nada igual ni existimos como especie ni como habitat. A las cucarachas y a las ratas les da lo mismo la robótica y la movilidad laboral, ellas sobreviven a todo.  Y si esto no cambia desde ya, heredarán la Tierra. Menudo marrón. Pobrecillas.

Aparte de tanta evidencia desastrosa, que no podemos obviar, también hay posibilidades de cambio si se quiere, claro. Aun se puede salir de la entropía, porque buenas iniciativas ciudadanas y científicas las hay, otra cosa es que quienes deberían apoyarlas las comprendan y las apoyen en todos los sentidos. Por ejemplo los políticos gestores del estado, de ellos depende que se abran las puertas de las instituciones y de que cambie el sistema tributario y la gestión de las inversiones. Lo mismo que las políticas medioambientales y de las energías sostenibles y limpias. La eliminación de residuos innecesarios a base de erradicar los envases de plástico y potenciar el reciclaje de los que están acumulados, fabricando productos derivados del mismo plástico, del metal de las latas, del papel y el cartón y las telas; pueden hacerse muebles, bolsos, calzado, marcos para cuadros y portarretratos, carpetas,encuadernación, estanterías...Fabricación de paneles solares y mantenimientos de la energía fotovoltaica y eólica. Repoblación y cuidado forestal, recuperando de pueblos abandonados que podrían albergar a miles de refugiados y de españoles desempleados, que a su vez podrían vivir del cultivo de la tierra abandonada en tantos lugares del territorio español, de la ganadería en granjas que además de autoabastecerse pueden ser una buena fuente de ingresos fabricando productos derivados de la leche y de la carne, hornos tradicionales especializados en panes de calidad y bollería sana. Recuperar el campo es un deber y una necesidad si queremos frenar la desertización que han provocado la tala de bosques y montañas para urbanizar con chalets y viviendas inútiles para especular. Y todo ello sería una fuente incesante de empleo.

Según se vayan abriendo nuevas formas de trabajo y de inversión, ir eliminando las fábricas contaminantes, reducir la fabricación y compra de automóviles que no sean ecológicos, eléctricos o fotovoltaicos. Potenciar el aislamiento térmico de las viviendas, la arquitectura bioclimática que estudia, entre otras cosas, la orientación de las viviendas y las corrientes aire para regular la temperatura sobre todo en verano y evitar el uso del aire acondicionado sustuyéndolo por ventiladores de techo en los lugares públicos, sólo se reservarían los acondicionadores para los hospitales, colegios y residencias de ancianos, poner cubiertas vegetales en los edificios públicos y privados, el fomento y cultivo de la huerta urbana, el autoconsumo energético, potenciar las zonas verdes y el arbolado y espacios con tierra y plantas en las plazas y rincones en las ciudades con el fin de evitar el calor excesivo que emite el abuso del cemento que desde que gobierna el pp se ha apoderado de todo y con la eliminación de las zonas verdes combinada con el incremento de acondicionadores ha hecho subir las temperaturas exponencialmente en todo sitios. Es tan evidente como que la diferencia de temperatura en el mismo barrio entre una zona de asfalto y llena de acondicionadores y un parque a dos manzanas de la misma , con árboles frondosos que forman un "techo" con las ramas unidas, presenta en pleno agosto una diferencia de 6º nada menos.

Si el estado y los economistas españoles se inclinasen por salvar el Planeta y al ser humano más que a los bancos y empresas contaminantes, manteniendo en pie esta chapuza de sistema y sin que se les ocurra algo más que poner en marcha, nuestro país cambiaría por completo su desgraciada condición de retrete atascado de Europa. Los secarrales en que hemos convertido este pobre espectro geográfico desaparecerían, los ríos recuperarían sus aguas limpias, la dedicación al campo y la elaboración de productos agrícolas es la fuente más sana y necesaria de una economía, los montes arrasados por el fuego una vez repoblados son igualmente una fuente de vida y de economía limpia, de turismo de calidad inteligente, de convivencia y descanso de acogida y aprendizaje mutuo. Si el campo y las montañas se repueblan con habitantes y trabajos dignos, los incendios disminuirán en paralelo. Y además eso ayudaría a recuperar poco a poco temperaturas normales y equilibrio climático. También es necesario acercar lo más posible a productores y consumidores, situar el consumo de productos en la cercanía geográfica, evitando así la explotación de trabajadores esclavos en el tercer mundo, la contaminación ambiental de los transportes de largas distancias y el deterioro de los alimentos que se deben cosechar antes de madurar y guardar en cámaras frigoríficas con un aumento tremendo de la contaminación y la pérdida de propiedades alimenticias de los productos sobre todo vegetales.

Es evidente que las soluciones necesarias y una supervivencia digna requieren lo contrario de las políticas económicas actuales que, con una miopía total, se basan en un crecimiento cada vez más imposible invirtiendo dinero en plan new deal para crear empleos basados en lo que envenena, contamina y destruye. Ahora crecer de verdad significa decrecer con inteligencia, sustituir hábitos perjudiciales y complicados por la sencillez y la salubridad, la tensión y los excesos por la convivencia y la calma que dan los trabajos sin stress añadido por los malos tratos y abusos empresariales, como sucede viviendo y trabajando más en contacto con lo rural y la naturaleza, en cooperativa laboral y con autonomía personal, en vez de estar apiñados en bloques en medio de una contaminación horrible y encerrados en los pisos como en celdas de aislamiento. Volver a la naturaleza es la terapia más acertada, y no solo a vivir en ella si no es posible, se trata de vivir en cualquier lugar de un modo natural, fuera de la entropía, con comportamientos sanos en todos los sentidos.

En cuanto a la tecnología hay que plantearse otra visión desde una economía sostenible y mucho más ética, responsable y cuidadosa con la vida y el hábitat. Está claro que el homo tecnologicus es un nuevo elemento inevitable del Antropoceno e incluso se diría que es uno de sus motores básicos. Eso significa que debemos extremar el análisis, la reflexión auticrítica y honesta, y las actitudes individuales como las colectivas, revisando la contaminación eléctrica, energética y de las comunicaciones por satélite en telefonías e internet. Valga este detalle súper simple para hacernos una idea: si se coloca durante unos meses una torre y un módem de ordenador en una lugar que esté pintado de blanco, al cabo de un tiempo se empieza a notar una especie de película grisácea en aumento alrededor, que se espesa con el tiempo, justo en ese lugar y no en el resto de la pared o de la ventana. Las plantas colocadas cerca de los cables de conexión se estropean y se ajan y las flores mueren en horas cuando en otros puntos de la casa duran semanas. Muchas personas que pasan demasiado tiempo conectadas sobre todo al teléfono móvil  e incluso duermen con él en la mesita de noche acaban yendo al médico por ataques de ansiedad y trastornos del sistema nervioso, que desaparecen cuando desconectan y lo apagan e incluso quitando la batería mientras duermen ganan muchísimo en la calidad del descanso.
No podemos vivir esclavos y alimentando con nuestro tiempo de vida al monstruo que nos la quita si se la damos a cambio de nada. Porque encima le pagamos por vaciarnos la conciencia y el alma, por dejarnos en el vacío y adictos al enganche constante con el síndrome de la "actualitis", de saberlo todo en todo momento sin y  poder hacer nada, precisamente, porque el tiempo  que perdemos enganchados a los flashes del momento es el que no empleamos para cambiar a mejor nuestra vida y la de nuestro entorno. O sea, tecnología sí, pero no así. Siempre el ser humano antes que los aparatos y las conexiones por muy importantes que sean. Y sobre todo proteger nuestro tiempo y nuestra libertad del  golhum y su anillo. Su tesoro, que es la vida y la autonomía personal de los humanos.

Todos estos puntos y temas deben formar parte de la economía porque la condicionan y la moldean, son parte de las "normas y administración de casa",  los ladrillos de la construcción de ese oikós, que urgentemente hay que recuperar y revitalizar no solo para estar mejor, tener un trabajo gratificante con salario justo y recuperar la dignidad, sino para sobrevivir a nuestros propios errores y desastres, que son los peores, precisamente,  porque no los vemos como tales, sino como algo natural que todo el mundo hace. Y así nos va.

Recomiendo un paseo on line por Pueblos en Transición, Última Llamada, las páginas de Joaquín Araujo, de Jorge Riechmann, Juan Ponce, Equo, y leer Economía para  pobres de Alberto Garzón, como las obras de Carlos Taibo y de Janis Varufakis, autobiografía de Gandhi, en fin...que información hay. Sólo falta dar el paso y romper inercias sin miedo, porque es mucho peor lo que nos espera que cualquier dificultad que se nos ponga por delante ahora para evitar un final horrible asegurado si seguimos en estas y no hacemos nada.


P.D.

Alguien ha comentado al leer este post que un tal Chris Csikszentmihaly (pobrecico mío, qué apellido) diseñaa robots para denunciar injusticias. No está mal y por algo se empieza. Peor es no hacer nada. Luego, ya si eso, cuando se crece, se comprende que usar la enfermedad para denunciar la epidemia no da resultados positivos sino que, por el contrario, extiende la enfermedad que pretende denunciar, puesto que la injusticia es consecuencia de la robotización de una especie incapaz de comprender la ética y la necesidad de que las personas no sean máquinas pensantes como las que fabrica para hacer funcionar aparatos mecánicos. Por más que la riquísima imaginación humana se empeñe en inventarse mundos paralelos robóticos, ningún robot podrá jamás sustituir la conciencia ni la libertad de un ser humano ni asumir la responsabilidad de quienes le han fabricado. La injusticia la tiene que denunciar e impedir la humanidad no las máquinas de pensar con mando a distancia que la humanidad se inventa para jugar y ocultar tras ellas sus responsabilidades.

Cuantas más funciones vayamos delegando en las máquinas más capacidades perderemos y el día del colapso energético, que llegará inevitablemente y a no tardar si seguimos en este plan, el ser humano habrá olvidado y perdido la capacidad de pensar, de improvisar, de inventar, de arreglar aparatos, de poner medias suelas en los zapatos rotos, de escribir, dibujar y pintar a mano, de colocar un clavo en la pared sin un taladro eléctrico, de hacer un gazpacho sin batidora, de coserse un botón o un bajo del vestido, de limpiar, de cocinar sin robótica, de moverse con habilidad entre las cosas, de memorizar, de organizarse, de calcular operaciones matemáticas sin calculadora, de gestionar en persona sus asuntos, de conducir o pilotar, etc...A los devotos de la robótica les recomendaría que despacito, despacito, se vean completa la película 2001 Odisea en el espacio de Stanley Kubrik y si ya la vieron que vuelvan verla; si se animan a leer o a releer, que se pillen 1984 de Orwell y rematen con Rebelión en la Granja de mismo autor, y de postre Un mundo feliz de Aldous Huxley y  que, si aun les queda tiempo aten cabos entre esas  obras clarividentes. Una función asociativa de conciencia que un robot nunca podrá hacer por más que sus inventores lo intenten. Los robots también leen y ven pelis, pero ahí se quedan, en l aliturgia del gesto y de la repetición de los mandatos, como loros de programación "pensante". Un robot es la triste imagen y semejanza de unos dioses de mercadillo reproduciendo su caricatura de  humanos a medio desarrollar. No es un futuro como para tirar cohetes, la verdad sea dicha. 





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