¿Es bueno o malo para la economía que haya sindicatos fuertes?
Los sindicatos suponen protección, apoyo mutuo, poder
colectivo y mayor posibilidad de intervenir en las relaciones económicas
en condiciones de simetría con la patronal
Noveno artículo de la serie 'Desvelando mentiras, mitos y medias verdades económicas'
Noveno artículo de la serie 'Desvelando mentiras, mitos y medias verdades económicas'
Desde que comenzaron a aplicarse las políticas
neoliberales, en los años 70 y 80 del siglo pasado, los sindicatos se
convirtieron en su principal bestia negra. El objetivo de tales
políticas era recuperar el beneficio del capital y cualquier institución
que reforzara el poder negociador de los trabajadores, como las
organizaciones sindicales, constituía un obstáculo para su puesta en
marcha que convenía desactivar o incluso eliminar si resultaba posible.
Primero fueron los dictadores liberales, sobre todo en América Latina,
quienes los combatieron duramente. Asesinaron a miles de sindicalistas,
muchas veces con extraordinaria crueldad y con el apoyo, no siempre
disimulado, de los economistas neoliberales, de empresas multinacionales
y de los gobiernos de las grandes potencias. Solo en Colombia se han
asesinado a más de 3.000 en los últimos treinta años y las declaraciones
del asesino general Videla dejaron bien claro por qué y cómo había que
perseguir a los sindicatos: "Nuestro objetivo (el 24 de marzo de
1976)...con relación a la economía, ir a una economía de mercado,
liberal. Queríamos también disciplinar al sindicalismo (…) los
empresarios se lavaron las manos. Nos dijeron: 'Hagan lo que tengan que
hacer' (...) Cuántas veces me dijeron 'se quedaron cortos, tendrían que
haber matado a mil, a diez mil más!'". Aunque, eso sí, Videla tenía la
conciencia tranquila porque, según dijo, "Dios sabe lo que hace, por qué
lo hace y para qué lo hace. Yo acepto la voluntad de Dios. Creo que
Dios nunca me soltó la mano" (Argentina: exrepresor Videla admite que
dictadura mató a más de 7.000 personas).
Más tarde, Margaret Thatcher y Ronald Reagan comenzaron
sus etapas de gobierno con medidas expresamente dedicadas a reducir el
poder sindical y a desincentivar por todos los medios posibles la
afiliación de las clases trabajadoras. La primera calificaba a los
sindicatos como "el enemigo interno" y de los más de 240 comités de
coordinación entre los sindicatos y el gobierno que había en 1979,
cuando comenzó a gobernar, solo quedaba en activo uno solo en 1990,
cuando acabó su etapa. La mano de Reagan, por su parte, no fue menos
dura que la de Thatcher: su cruzada comenzó el 5 de agosto de 1981,
cuando declaró ilegal al sindicato de controladores del tráfico aéreo
(PATCO) y despidió a todos sus afiliados por hacer huelga y no
incorporarse al trabajo cuando él lo ordenó.
Pero la
mano dura no bastaba para acabar con los sindicatos que siempre habían
tenido un gran apoyo social y no solo de las clases trabajadoras. Para
ganarles la batalla, una de las estrategias fundamentales fue fomentar
la elaboración y difusión de investigaciones económicas y artículos
académicos destinados a demostrar que la presencia de sindicatos es un
factor dañino para la economía y que, por tanto, convenía reducir su
presencia al mínimo posible.
Desde entonces, la
literatura económica orientada a demostrar esta tesis es abundantísima y
los economistas que la defienden reciben premios, se hacen famosos en
los medios y se presentan como los portadores de un saber económico
superior basado en rigurosas verdades científicas.
En
sus análisis se concluye que los sindicatos actúan como una especie de
cártel o monopolio que impone salarios superiores a los de equilibrio en
el mercado laboral y para los cuales la demanda de trabajo que hacen
las empresas es menor que la oferta de los trabajadores. Los sindicatos
serían, por tanto, la causa de que haya desempleo. Un desempleo que los
economistas liberales califican como "voluntario", precisamente por esa
razón, porque en su opinión es aceptado voluntariamente por los
trabajadores a cambio de disfrutar de salarios más elevados.
Pero esa no sería la única consecuencia negativa de la actividad de los
sindicatos. Los economistas neoliberales han multiplicado los estudios
dedicados a mostrar que también tienen otros efectos sobre la actividad
económica igual de perniciosos o peores. Así, se afirma que los
sindicatos pueden ser beneficiosos para sus afiliados pero perjudiciales
para el conjunto de la sociedad, que disminuyen el crecimiento
económico y la inversión, que frenan la productividad, que dañan a los
empresarios, que perjudican a los buenos trabajadores, que provocan
subidas de impuestos, que retardan la recuperación tras las crisis, o
que alcanzan una influencia política excesiva y muy negativa, entre
otras cosas.
Pero ¿qué hay de verdad en esas
críticas? ¿Es cierto que la actividad de los sindicatos es para las
economías una especie de cáncer que conviene extirpar? ¿Realmente
destruyen puestos de trabajo, disminuyen la productividad, frenan la
innovación, impiden que las empresas creen riqueza y que la economía
satisfaga convenientemente las necesidades humanas? ¿Son razones de
ciencia económica las que justifican que se limite su poder y actividad?
Para responder a estas preguntas basta con echar una ojeada a las
bibliotecas aunque, eso sí, tratando de buscar la verdad y no solo los
estudios que confirmen lo que, en un sentido u otro, hayamos establecido
de antemano, tal y como suele ocurrir.
Si hacemos
eso (o si sencillamente realizamos un rápida búsqueda de trabajos
científicos en la red), enseguida veremos que en el caso de los efectos
de la actividad sindical sobre la economía ocurre exactamente igual que
en otros campos que vengo comentando en esta serie de artículos y en mi
libro Economía para no dejarse engañar por los economistas.
A las conclusiones de los economistas neoliberales (en este caso, sobre
los efectos económicos muy negativos de la actividad sindical) solo se
llega cuando se parte de determinadas hipótesis y se analizan una
variables concretas, porque se puede concluir de modo completamente
distinto si se establecen otros puntos de partida diferentes, si se
consideran otras partes del problema o si las variables se contemplan
desde perspectivas de análisis alternativas.
Este no
es un artículo académico así que no voy a cansar a quienes lo lean con
las citas de los muchos autores y datos que muestran conclusiones
diferentes a las que defienden los economistas liberales sobre los
sindicatos .
Como mi propósito es simplemente llamar
la atención y mostrar de la manera más clara e intuitiva posible el
engaño que supone afirmar que la actividad sindical es nociva para la
economía, me limitaré a mencionar dos pruebas que provienen de
organismos que no son precisamente sospechosos de simpatía hacia los
sindicatos:
– El Banco Mundial concluyó en un estudio
de 2002 que los sindicatos no dañan al crecimiento y que hay una
correlación muy débil, y puede ser que incluso ninguna, entre la
sindicalización y los indicadores de rendimiento económico como la tasa
de paro, la inflación, la tasa de empleo o la flexibilidad de los
salarios reales ( Unions and Collective Bargaining : Economic Effects in a Global Environment).
– La OCDE afirmaba en un estudio de 2006 que la mayor tasa de
sindicalización no tiene efecto negativo sobre el empleo, que su aumento
tampoco lo tiene sobre la creación de puestos de trabajo y que el poder
de negociación colectiva de los sindicatos influye más sobre la
distribución del ingreso que sobre la demanda de trabajo que hacen las
empresas ( OECD Employment Outlook 2006)
Pero no solo hay estudios que demuestran que el efecto de los
sindicatos no es negativo para la economía. Otros muchos demuestran que
su influencia es positiva:
– Un estudio del Banco
Interamericano de Desarrollo de 2002 mostró que la presencia de
sindicatos aumenta los salarios, el empleo y la inversión porque
incentiva la sustitución de empleo por capital ( The Economic Effects of Unions in Latin America: Their Impact on Wages and the Economic Performance of Firms in Uruguay).
– Chris Doucouliagos y Patrice Laroche han analizado todos los estudios
efectuados desde los años 70 del siglo pasado sobre la influencia de
los sindicatos en la productividad y de todos ellos concluyen que
(aunque haya casos aislados en sentido contrario) esta última es más
elevada por lo general cuando las empresas tienen implantación sindical ( What do unions do to productivity ? A meta–analysis).
– Un estudio que cubre todo un siglo de la economía de Estados Unidos
realizado hace muy poco por Jordan Brennan y que comento en Economía para no dejarse engañar por los economistas
no deja lugar a dudas porque los datos son indiscutibles: las etapas de
más alta afiliación sindical son las que están asociadas con más
actividad económica, más nivel de empleo, salarios más elevados y más
inversión productiva de las empresas. Por el contrario, en las etapas de
menos presencia o fuerza sindical hay menos empleo, salarios más bajos,
menos inversión empresarial productiva, más dedicada a fusiones y
absorciones empresariales, y tasa más baja de crecimiento económico ( Rising corporate concentration, declining trade union power, and the growing income gap).
– Otros muchos estudios también demuestran que más presencia de los
sindicatos o su mayor poder de negociación está asociado a menor
desigualdad salarial y general, a más beneficios sociales, a pensiones
más elevadas, a mejor clima de diálogo social y en las empresas, y que
cuanta mayor sea la afiliación más cooperativas y eficientes son las
relaciones laborales ( Oui, les syndicats sont utiles!).
¿Quiere decir todo esto que la actividad de los sindicatos es siempre
positiva y desde todos los puntos de vista para la economía, para las
empresas o incluso para las propias clases trabajadoras? Por supuesto
que no. Como cualquier acción humana, la que llevan a cabo las
organizaciones sindicales no está exenta de defectos y de posibles
efectos perversos o negativos sobre su entorno. Sobre todo, cuando los
sindicatos, como ha ocurrido mucho en los últimos años, se burocratizan,
se hacen dependientes de la financiación gubernamental o empresarial y
cuando se alejan de los intereses de la sociedad en general.
Ahora bien, lo que a mi juicio demuestra lo que acabo de señalar es que
no se puede afirmar, como hacen los economistas y políticos
neoliberales, que los sindicatos sean por definición un elemento
negativo y de efectos perniciosos sobre la economía. La realidad
evidencia que no solamente no lo son siempre sino que, además, pueden
tener una influencia muy positiva sobre las empresas y sobre el conjunto
de la actividad económica.
Los sindicatos son, nada
más pero nada menos, un instrumento de defensa de las clases
trabajadoras. Un instrumento imprescindible porque estas interactúan con
la patronal en condiciones de franca inferioridad y debilidad pero que,
como cualquier otro, puede ser utilizado bien o mal. Los sindicatos
suponen protección, apoyo mutuo, poder colectivo y, por lo tanto, mayor
posibilidad de intervenir en las relaciones económicas en condiciones de
simetría con la patronal, única forma de conquistar y disfrutar
derechos que sería imposible alcanzar y ejercer negociando las
condiciones de trabajo individualmente. Es por eso, porque la otra parte
busca igualmente mejorar su condición, por lo que se quiere acabar con
los sindicatos y por lo que se hacen reformas laborales (como la última
española) cuya casi única finalidad es limitar la capacidad de actuación
de las organizaciones sindicales. Y es por eso que el efecto que estas
medidas han tenido en los últimos años no ha sido otro que aumentar el
beneficio empresarial a costa de los salarios y de los derechos
laborales, disminuyendo el empleo y el nivel general de actividad
económica.
Las razones que llevan a combatir a los
sindicatos no son científicas, como nos quieren hacer creer los
economistas neoliberales. La actividad sindical no es mala en sí misma
para la economía. Si se limita y combate es para defender y proteger los
intereses de una parte, ya de por sí en condiciones de superioridad, en
perjuicio de otra y a costa de perjudicar a la economía y a las propias
empresas en su conjunto.
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Aquí puedes leer el anterior artículo de Juan Torres de la serie Desvelando mentiras, mitos y medias verdades económicas: " ¿Acabarán los robots con el empleo?"
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