George Orwell: «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».
domingo, 25 de enero de 2015
Teresa de Cepeda, la frescura puede cumplir 500 años sin problemas de conservación. Va por ella este humilde homenaje a su figura
el amor, en su inmensa potencia
no limita con nada ni con nadie,
ni tropieza ni falla;
empapa y se reparte
rebosa y nos transforma
simplemente
¿De qué oculto lugar,
deliberadamente pronunciado,
me brota este dolor desconocido
y su dulce certeza de puñales?
¿Qué avalancha de espejos
recíprocos y helados me traviesa
cuando rompe la noche
los párpados exhaustos del insomnio?
Sigo siendo esa niña con la mirada en ascuas
que buscaba el abismo de tu rostro
para perderse en él.
Sigo siendo pregunta repetida
como un lamento antiguo de polvo y alcanfor
que le roba al asombro su cosecha de flores;
tal vez soy un latido en mitad del invierno
en la intemperie gris que anuncia el alba
y me duele este tiempo de abandono
que la escarcha cuartea. Mi certeza de ti
y la duda de mí tan lacerante.
Así te reconozco y me anonado
en mis pasos de barro y de carreta
entre caminos lentos y amarillos
por los que me conduces
hasta las claridades que no acierto
a entender
si no me las explica tu dulzura.
Las nubes se agigantan
y llueven los despojos de tanta soledad
que luego se transmutan en sonrosadas vías
de auroras y nostalgia.
Y viene a apoderárseme
un pellizco de luz
que tu mano escondida
va sembrando en mi frente;
el mundo se me pierde entre los dedos
y porque Tú me hablas
poblando este silencio, avanza la mañana
y somos uno.
Cuando la nieve crece en la memoria
se me antoja una hoguera quemándome los pies
y aliviando de paso
una llaga tan vieja como el mar
que tan sólo se cierra si al no verte
me mira tu ternura.
Me tejes y me nombras
en el mármol quebrado de Noviembre
(Teresa deslumbrada -me pronuncias-
Teresa rebosante de absoluto)
Espero estremecida en medio de la niebla
tu paso por mi carne,
el tacto de tu aliento inconfundible
en esta herida humana
prendida en confusión y tal certeza, al tiempo,
que no sé si soy yo o eres Tú mismo
en la hechura de mí.
Fluyes igual que un río de violetas
en medio del misterio.
Contemplas mis despojos y mi nada,
mi propia oscuridad. En un soplo infinito
me defines y todo resplandece.
Vienes sin irte nunca a regalarme
este espacio que nace sin espacios
y yo ya no soy tiempo, sino beso,
intimidad sin límites que mana desde ti
expandida en caricia, en átomos,
en órbitas celestes, en sándalo,
en almendras. En semilla de lágrimas.
Y me llegan los versos sin decirme de dónde.
Y de repente sé sin saber cómo,
relámpago del Todo, centella sorprendente
que sin razón alguna ni lógica
de
escuela
conocida
el Verbo por amor se hizo soneto
y endulzando de gracia la poesía
me descubrió que yo también podía
engarzar en el alma este secreto:
un prodigio de eternidad repleto
tan suave como néctar de ambrosía
que transforma la noche en mediodía
y sobre el corazón reposa quieto
...en medio de cuartetos y tercetos ...
¿cómo habré de cantar esta locura
al descubrir a Dios enamorado
hecho brisa, pasión, estrofa y danza?
Mas él coronará tal aventura
pues todo lo embellece su cuidado
que desde tal grandeza nos alcanza.
Qué suavemente surge
esta fecundidad de viento y cobre,
de madrugada y trigo,
incienso y lluvia. De fuego incandescente
en cada verso.
Y cómo se desposa en tu presencia
la muerte con la vida, el agua con la savia de la tierra.
¡Ay de mí! Te me acercas descalzo, pequeño, suplicante,
como si Tú no fueras el Origen que todo lo sostiene
y Tú no conocieras, palmo a palmo los dolorosos valles
por donde voy, perdidas las palabras,
heridamente extraña de vivir
tan lejos y tan cerca de tu pecho.
Mientras llega la muerte y me libera
los deseos se rompen en muros encalados,
en letras, obediencias y músicas ocultas
que sólo Tú compones
repartido en el mundo que has creado
y que sigues creando a cada instante.
El cuerpo que me diste para esta travesía
se me va prolongando en velos de acuarela,
en celdas y plegaria, en claustros de maitines
en verano y hormigas,
en las trochas quebradas del otoño,
en arcilla y en brotes de romero
que susurran tu voz por las veredas.
Mientras llega ese día, abandono esta carga,
un cansancio de siglos,
entre la certidumbre de tu abrazo.
Amanece la noche en el reposo.
Vuelves a pronunciarme tan de sosiego y calma
tan de niño creciente, tan de pan horneado,
mas ya no soy quien era y Tú, mejor que yo,
lo sabes. Por eso me visitas en la premonición
de los jazmines, en la complicidad
de los fogones.
Me escondes mansamente
en el abismo axial de tu infinito
donde guarda el misterio esa dulzura:
Teresa desvelada -me convocas-,
Teresa terca y sola, -me atraviesas-
Teresa, la que escucha tan sólo el corazón.
Y me arrebatas, sin que yo quiera ya
evitar la efusión en ese mar sin costas
donde acabar el viaje sin destino. Pura gracia.
Detrás de los rumores,
tu silencio de nuevo me taladra.
Y todas las preguntas se deshacen.
Y sigo sin saber. Pero no importa.
Será porque la luz es la respuesta.
Será porque a la oscuridad se le olvida ser noche
cuando inundas Amor y me naces Amor
y alcanzo a ser en Ti, tan quedamente Amor,
inexplicable Amor, entre tus manos.
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