21 ENE 2015 - 09:18 CET
Piel ciudadana
EL PAÍS
Muy buena tu reflexión, Iñaki, como siempre. Esta peña no resiste la prueba del contraste entre su endogamia interestelar y la realidad sin envoltorios con papel de regalo y lacitos decorativos. De ésta no salen. O no deben salir, nada más que para el banquillo, un proceso justo y sus consecuencias. O sea, la condena a devolver al Estado/ciudadanía soberana y constituyente, lo acumulado y chorizado, ah, y con intereses. Nada de cárcel, que sólo es un "por ahí te pudras" irresponsable y la mar de cómodo, pero inútil, turbio, anacrónico, perjudicial y carísimo. Devolución en caliente, de las pelas, claro, y si se les ha evaporado el capital del botín quién sabe dónde, pues a desahuciar tocan...como a todo quisque. Y , respetando los DDHH, la penitencia de un trabajo digno para ganarse la vida y no morir de necesidad; o sea, lo justo, lo que ellos han considerado equitativamente, que necesitan las personas normales para vivir sin pasarse, por encima de sus posibilidades. Una jornada laboral de 15 horas, un sueldo de 250€ al mes y un piso de alquiler social, entre los 50 y100€, en Entrevías, La Coma o La Mina. Acompañados de una libertad vigilada y de un tratamiento de reinserción social y reeducación en valores humanos. Los años que hagan falta, condena que se irá acortando en la medida en que vayan apareciendo síntomas de humanización, civismo y ética para la convivencia normalizada. Rasgos de empatía y de salud psicoemotiva, una vez superada la psico-patología social endémica que ahora padecen. Curar a los enfermos sociales y políticos no sólo es una obra de misericordia, también es una necesidad y un deber de todas y todos. Así, seguramente, dejarán de confundir la piel de los visones con la piel ciudadana y las piezas de caza mayor, con los manifestantes.
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