Del triunvirato a la tetrarquía
EL PAÍS
Europa parece que empieza a desperezarse por el Sur, la zona más crítica y apaleada. Ya era hora. Es reconfortante que un país se una y abra cerrojos oxidados, como ha hecho Grecia y ha demostrado ayer. No sólo es importante y fundamental esa mayoría de Syriza, sino el cambio de la misma derecha democrática pillada en la elección salomónica entre confiar en la sensatez honrada de Tsipras o coquetear peligrosamente, sin definirse o bloqueando, por la derecha abriendo posibilidades horripilantes al neofascismo. Afortunadamente, para ellos, hasta la derecha en Grecia resulta más inteligente que en España.
Este resultado es pedagógico y debería orientar y centrar a Podemos en vez de envalentonarlo insensatamente. Syriza empezó como minoría y a lo largo de un quinquenio ha sabido convertirse en sustancia ciudadana, en "politeia"; no es el caso de Podemos, que está más próximo a la dinámica efímera del pelotazo ideológico y político, a la burbuja como sistema,-tan celtibérico-, que a un proyecto serio y ciudadano de verdad. La ciudadanía griega y Syriza han crecido y se han retroalimentado como una unidad en medio de la debacle, Podemos ha salido artificialmente, como Superman, de la oficina pensante de unos politólogos carcas disfrazados de progres y se ha impuesto en la telepredicación de las hipótesis del glamour, explicadas como realidades y en el resurgir de la hostilidad entre "buenos y malos". Con el modelo, reconocido por Iglesias , del Juego de Tronos, los sermones parroquiales de Mosén Monedero, las catequesis de la hermana Bescansa y la guerra a saco del acólito Errejón. Un simpático videojuego con peculiares personajes, pero una calamidad como proyecto político y social. Nada que ver con un movimiento enraizado de verdad en los seres humanos normales. Sino en una especie de cómic mediático o de merendola-tertulia de colegas de facul, en un centro comercial, especulando sobre qué pasaría si de repente ellos hiciesen realidad los sueños del bisabuelo Vladimir montando Matrix a base de círculos-buitre e ilusiones repartidas en preferentes de quita y pon según se vaya terciando la estrategia de la hegemonía maquiavélica. Como en los cuentos, el héroe vuelve a ser el Príncipe, esta vez, morado en vez de azul, para evitar aprensiones cromáticas y déjá vus. Y con coleta, para que el retorno al pasado tenga más caché. Un aluvión de términos viejos, aderezados con barniz nuevo y hale, ahí tenemos el futuro, ya inventado de antemano, firmado por los diseñadores del pensamiento crítico, con todo menos con ellos mismos. En fin.
Nos quedan unos meses para que la ciudadanía decida y elija entre seguir hecha polvo con los restos del naufragio, pegarse un colocón de vaguedades y marketing ad hoc o reaccionar, organizarse y crear CUPs, candidaturas unidas populares, ILPs, inciativas legislativas populares o Plataformas Municipales Populares, bajo la tutela asamblearia -ahora por internet puede ser posible el debate y los procesos de acuerdos, con presencia personal para votar-, de la ética social y política, los derechos humanos, las libertades y la democracia plural, con el único fin de conseguir el bien común. Más desde lo sectorial y necesario que desde lo ideológico y especulativo como punto de encuentro. Puesto que izquierdas, derechas y mediopensiponistas necesitan lo mismo: ética, justicia, economía y servicios sociales y todo en democracia, que es participación constante, no cuatrienal, el camino es el entendimiento, el debate, la escucha y las decisiones que no hagan daño a las personas, y nunca las dejen por debajo del interés mercantil; no la imposición de idearios, sino el consenso de un recetario flexible y útil para la convivencia, pactado con el respeto a la dignidad del todos y todas.
Las ideologías deberían quedarse para los clubs de debate, los círculos culturales o religiosos, las fundaciones privadas, etc. Pero nunca para decidir como gestionar el patrimonio común: el bien de todos. Sin exclusiones, privilegios ni excepciones. Para eso hay que implicarse y elegir a los más capaces, más honrados, más preparados, más equilibrados y más civilizados. Aunque tengan ideologías diversas, siempre se acabarán entendiendo si son válidos y todos ellos coinciden en que el bien general está por encima del bien propio y además lo incluye. Porque no excluye a nadie.
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