jueves, 29 de enero de 2015

A vueltas con la paridad


                                            



 Qué revuelo ha provocado la formación del Gobierno griego. Y qué espacios de opinión se están removiendo sobre el tema de la paridad a toda costa.
La mujer como especie protegida y como icono no es símbolo de normalidad, sino más bien el detector de la anormalidad. Me pregunto qué habrían dicho los medios más progres si Tsipras hubiese formado un consejo de ministros exclusivamente femenino. ¿Lo habrían puesto por las nubes? ¿o le habrían recriminado con el mismo argumento: pero es que en Grecia no hay ni un sólo hombre capaz de ser ministro?
Se funciona por esquemas prefabricados y sin contemplar más panorama que el de nuestros prejuicios juzgando los prejuicios ajenos. También es un prejuicio la paridad obligatoria a cualquier precio.
Es curioso que la mayoría de los detractores de tal hecho sean hombres y no mujeres. Y es que para las mujeres es mucho más importante sentirse "normalidad" que excepción y banderín de causas ajenas a sus decisiones y libertades. Y pensamos con muy buena lógica que ser ministra o ministro no es precisamente una aspiración propia de los seres más libres e inteligentes de nuestra especie sino de los más apegados a la anomalía del poder y de la fanfarria. Estamos funcionando con una falta de respeto total a la ciudadanía griega, parecemos cotillas de corrillo, criticando a los vecinos raros que no conocemos nada más que de vista de oídas.
Lo primero, ¿quién nos ha dicho que nuestra concepción del feminismo sea lo mejor de este mundo, si entre nosotros hay más asesinatos de mujeres que en Grecia y se abusa de las mujeres de muchas maneras, por ejemplo en los sueldos, en el trabajo, en la familia? ¿Nos sirve de algo tener 15 o 20 ministras para que este país haya mejorado? Lo que cuenta no es el sexo de las personas, sino su capacidad para afrontar responsabilidades.
Que no haya mujeres en un gobierno no es una ofensa a ellas, más bien quiere decir que ellas prefieren no hacer cierto tipo de políticas. Y no se presentan en número suficiente a las listas de partido. Muy posiblemente porque tienen una inteligencia más lúcida y más práctica que la mayoría de los políticos.
Pienso en Elena Salgado como ministra hundidora de Economía o en Carme Chacón animando y sosteniendo las tropas en Afganistán, en Susana Díaz y en Rosa Díez, en Bescansa, o pienso en Ana Mato en Fátima Báñez, en Cospedal, en Aguirre, en Barberá o en la Consellera Catalá, en Alicia Camacho o en Marine Le Pen y se me ponen los pelos como escarpias.
Y pienso también en Mónica Oltra, Teresa Rodríguez, Forcades, la ex Jueza Carmena, Ada Coláu, en Cristina Almeida...y en cómo funcionan cada una de ellas ante el poder. Me basta esa reflexión comparativa para comprender que en todos los géneros cuecen habas y que por el hecho de ser hombre o mujer no adquirimos per se facultades especialmente excelentes. A la vista está que en ambos géneros abunda la mediocridad y que ésta demuestra una especial inclinación por el glamour de los cargos y que no es mayoría la capacidad para asumirlos con honestidad y eficacia. Y que no basta la paridad para que las cosas funcionen, sino que coincidan la voluntad y las capacidades éticas adecuadas para desempeñar responsabilidades representativas. Ser carne de demagogia mediática no nos hace a las mujeres más protagonistas de lo importante, de lo que ya somos.

Nuestra maravillosa civilización tiene un fallo garrafal: se guía por la cantidad más que por la cualidad. Y eso es un signo mucho más masculino que femenino. Y el fallo básico de la democracia mal entendida y poco participativa, que aún no ha aprendido a elegir lo mejor más allá de lo más numeroso. 20 millones de personas votando al mismo tirano tiene más valor para nuestras democracias que varios grupos de 500.000 ciudadanos votando a diversos políticos honrados y buenos gestores.
Deberíamos plantearnos las goteras del sistema electoral y los criterios con los que elegimos, mucho más que el género de las elegidas. Porque eso revela el nivel de evolución social e individual que tenemos a la hora de comportarnos e implicarnos.




       No me protejas, ya me apaño yo, basta con que me respetes como a ti mismo


                                             
                                 
           iguales, sí,  pero no en número de recuento, sino en derechos y dignidad







                                                 

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