domingo, 18 de enero de 2015

Dos días, una noche

                                           Dos días, una noche

Este es el título de una película espléndida. Sus autores son los siempre interesantes hermanos belgas Jean-Perre y Luc Dardenne. 

La película es un canto a la humanidad en todo su extenso juego de contrastes. La fortaleza y la debilidad, la oscilación y la certeza, la ternura, el drama y la esperanza. Es un cine de vanguardia espiritual en el que no sobra ni falta nada; lírico y contenido. Sencillo y fresco. Intenso y profundo y a la vez ligero, como una hoja en el aire. Y sobre todo es un recital de honestidad resiliente y capaz de dar sentido y sustancia a la vida por medio una cadena solidaria de amor que se manifiesta, tanto en potencia, como en acto, como en carencia o rechazo, en cada situación y en cada personaje.  Como ese amor incansable y repartido entre un grupo humano va haciendo su camino en medio de las dificultades de una sociedad neoliberal, el pirañeo depredador del mundo empresarial y de sus víctimas: los trabajadores. Que para más contraste se desarrolla en una empresa de energías alternativas, pero que en su funcionamiento es de un capitalismo salvaje y despiadado; un mundo esclavo del egoísmo, presionado por la explotación más cruel. Todos tienen su casa, su jardín, su coche, pero a cambio de vender el alma a lo más primitivo, como es el instinto de supervivencia refinado, en instinto de comodidad y abundancia material por encima de cualquier valor humano, algo que permanece oculto en la rutina diaria, hasta que estalla la evidencia del dolor y la injusticia, de la mano y saca a la luz lo que encierra cada uno en su corazón y en su mente. En sus emociones.
Es un indicio luminoso de la nueva mentalidad emergente hacia el decrecimiento de lo maquinal y de lo automático, de la posibilidad de ir creando espacios satisfactorios de conciencia mucho más enriquecedores que las ganancias materiales,  muy necesarias, pero que pasan a un segundo plano cuando la solidaridad y la empatía superan la angustia y el miedo a perder lo que se considera más valioso en nuestros días: un trabajo que permita vivir y poder obtener un respiro económico, a veces a costa de suprimir con recortes los derechos de los más débiles. 

El trabajo interpretativo de Marion Cotillard es perfecto, en el papel protagonista,, secundada por Fabrizio Rongione que borda su personaje. Lo mismo que el resto del elenco. La parte técnica, dirección, fotografía y ambientación, igualmente exquisitas. 
Interesante material para coloquios, debate y disfrute. Altamente recomendable.


                               Un fotograma de 'Dos días, una noche'.

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