jueves, 15 de enero de 2015

Carta de Ítaca

"...al duelo, al desamparo,
a la alegría
del fin del mar, de la sirena pobre,
de la ciudad marina
que el océano atroz no desmorona
ni sepultó el castigo de la tierra"
           
                        Pablo Neruda 




  






                     



                                 

Ulises de leyenda, caballero del agua, inspirador de ciegos y obedientes,
mentiroso caballo de la felicidad y primus inter pares:

Penélope me encarga que te escriba
y que borre su nombre al terminar.
Ella no puede hacerlo, son demasiados siglos sin palabras
y los versos, el vino y el amor son una vocación contra natura
cuando se nace flor de gineceo
y el alma solo es cosa de príncipes, filósofos y hetairas;
pero además existe una dificultad irreparable,
se le han roto los brazos de tanto soportar el plomo y la tiniebla.

Dice que si regresas algún día no será por amor,
que vendrás a morirte junto a ella
de racionalidad y puro silogismo,
que ya se le han borrado los espejos. Que renuncia. Abandona.
Te deja la hecatombe celeste y opalina,
la transparencia malva con que el sol de la tarde
irisa el horizonte en las playas de nunca.
Aquí se queda el tacto con que quiso aprenderte,
los cálidos sedales, las orillas ociosas,
los besos enquistados, las barcas ondulantes del deseo,
los caminos de insomnio que tejió mientras tú fondeabas
el pálido estertor de la costumbre.
Se desprende de todas las heridas.

Sólo quiere llevarse aquel aroma,
aquel leve perfume que salvó del naufragio
y que jamás llegaste a presentir
(es el cofre de todas las dulzuras no estrenadas,
es la promesa intacta de un don desconocido,
el néctar de la aurora, el signo de laurel y madreselvas
con que el amor la trajo hasta tu casa)

                   

Para no agonizar como una golondrina
lapidada en Agosto por el fuego del aire,
se ha llevado los días que nunca fueron tuyos,
canciones no compuestas, un borrador de hierba y de rocío,
los versos que habitaba para sobrevivir.

Dice que debe irse porque comienza a ser
un duelo trashumante sin retorno
y en medio de su pecho hay una soledad de tálamo y cocinas,
de espadas y abandono, que taladra su piel y la convierte en cuarzo,
que a veces una llama le derrite los huesos y la desdobla en mar
sin que ella quiera.

¿Qué puede darte hoy sino ese hueco amargo de sus manos vacías,
esa morada en ruinas,  ese campo baldío,
ese no ser de nada ni de nadie, ni siquiera de sí?
¿y qué reino le ofreces inmerso entre la espuma del olvido,
sino el trono arrasado por el viento marino, las leyendas de Circe,
las lunas de Nausicaa o aquel temblor oculto en los amaneceres
que nunca consiguieron sorprenderla,
tal vez porque jamás amanecieron y todo se redujo
a un lamento de íncubos muertos de aburrimiento?
            
               Isla de  Ítaca
 
Se le fueron los años con tu ausencia. Solamente esperó,
cumpliendo una promesa monocorde,
recitando sopor de templo en templo. Intentó descifrarte,
mas fue en vano hurgar entre la nada,
alimentar el alma en el tórrido soplo del verano,
entre las balaustradas del otoño, en los turbios celajes
con que el hielo y la noche invernal arañaban su piel.
Olvidada de sí, en ti buscaba el yo medio borrado
en un maltrecho tú sin otras señas que olvido y soledad
en los telares. Te imaginaba así, transparente de azules,
estremecido y suave; amaba los zurcidos de tu fragilidad
más que la estampa airosa de guerrero embaucado
en una guerra inútil, como  todas las guerras
desde que el mundo es mundo y el Olimpo
un nido de escorpiones que el miedo canoniza
para tener sentido y seguir secuestrando
la libertad del hombre.

Hoy quiere que lo sepas:
Intentó ser el mapa de tus sueños de nómada.
El refugio seguro y convincente.El cuerpo generoso
en el que dibujar rincones confortables  donde poder dormir
hasta el fulgor del alba.
Insiste en que recuerdes que ya no queda fuego
ni tierra bendecida. Telémaco creció y vosotros sois bruma
de un ayer agridulce que flota en los marjales,
testigo y escollera en la obsesiva inercia del Egeo.

Perdida y resignada, casi llegó a morir
al inyectarse en vena una dosis letal
de amarga inanición envenenada,
un potingue aceitoso que los años derraman
piel adentro, una penumbra vieja con pretensiones,
travestida de mayo, traicionera. Pero ocurrió un milagro
a espaldas de los dioses y se le ha concedido
el don de despertar antes de hundirse. Y por eso se va.
Camuflada de alondra en libertad
que aprovecha un despiste del destino.              
                 
  Dice que es el momento marcado en las estrellas
en el que cancelar residuos y memorias
de transformar en luz el profundo arrecife
que la noche agiganta, de olvidar los ungüentos
de acíbar y tormentas,  la rutina de momias y sarcófagos
que os convierte en scherzo,
en mito a la medida de los tonos menores,
en drama color sepia, arquetipo de polvo
y de cenizas, sin un sólo destello
de lucidez consciente.

Penélope se empeña en que te diga
que es preciso cifrar otro lenguaje
y que si le faltara
el valor y el sentido de comenzar a ser
un penoso epitafio cerraría
sus ojos y tu historia para siempre,

(Penélope se fue antes de haber nacido
Siempre prudente y fiel
amantísima esposa de la nada,
al final entendió, sobremuriendo,
que solamente el miedo fue su mejor virtud)    

          

Te aconseja que entierres
todos los imposibles de vuestra singladura,
el arcón y el ajuar de larvas amarillas,
las ánforas, los vasos de alabastro
y la melancolía de ocasos y aguanieve.

Si quieres invocar a tus espectros
o aligerar el peso del hastío,
te sugiere que bebas y conquistes,
que luches o que mueras, pero lejos.
No es posible el retorno
cuando no existe punto de partida.

No quiso despedirse. Se borró en el silencio.
Abandonó el palacio, el peplo, la diadema real,
aquel pórtico añil donde solía
cultivar los jazmines, las prímulas,
las rosas de Corinto,
y crecían  los jacintos de Esparta
que le regaló Helena antes de huir
a la lejana Ilión

Te deja todo en orden y se marcha.
Jura que no se escapa con ningún pretendiente
a tu trono y tu lecho. Que nada necesita
para el viaje. Que sólo busca un mar
con playas de interior donde crezca la vida;
que no quiere más oro ni botín
que la brisa ni más broche ni fíbula
que el viento entre su pelo, ni más seguridad
que las mareas movidas por el manto de la luna
ni más corte de honor que las estrellas,
el vuelo de gaviotas y el sol
que en los reflejos de las ondas
adereza con sal el horizonte.

Ya nada quiere, Ulises. Ya nada necesita.

                Y por eso se va


                               tan desnuda y tan virgen como vino.





                                 
                              








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