domingo, 25 de enero de 2015



La teoría del todo

 


Actualizada 24/01/2015 a las 14:04    


Tener prejuicios está bien. Es una consecuencia de la edad, de la búsqueda de una opinión propia, de la lealtad a los sentimientos vividos y particulares. Es también la única manera de estar abiertos a la sorpresa. Nada más dogmático que una persona sin prejuicios, porque suele esconderse en su máscara el indiferente que no da su brazo a torcer.

Quien tiene valores y tiene pasiones debe convivir con los prejuicios. La conciencia establece fronteras y éstas se diluyen sólo en la medida en la que se diluye la conciencia. El prejuicio más carnívoro es la falta de valores, el cinismo que nos deja sin precaución, sin moral preventiva. Se trata de una forma egoísta de acercarse al Todo, una forma de legitimar que todo da igual, una versión sin conciencia del Totalitarismo, la cara deshumanizada y agresiva del nihilismo. En nombre de Dios se puede llegar al terror de que no hay nada más que Dios, mi Dios, no el de los otros.

Hablo de prejuicios porque con prejuicios fui al cine a ver La teoría del todo, la película de James Marsh, gran protagonista en la carrera hacia los Oscar. Los componentes previsibles –y al gusto de Hollywood–, de los melodramas que apuntan a las pastelerías del corazón suelen dejarme tan frío como las solemnidades más pedantes de la cursilería del intelecto. No tenía mucha fe en una historia que se mueve en la vida privada de Stephen Hawking, el cosmólogo, el físico discapacitado físicamente, que hace grandes aportaciones de valor público por su capacidad intelectual.

Pero tener prejuicios es una buena escuela para aprender a dar nuestro brazo a torcer. Es lo mismo que intentar una explicación única del origen de todos los fenómenos del universo, la ecuación del todo, sin estar dispuesto a creer en Dios. El todo con límites, los valores sin dogma, o los valores y los límites sin la renuncia a la comprensión del todo, nos alejan del todo da igual o del todo por Dios y por la Patria.

El caso es que a los cinco minutos estaba disfrutando de una película bien equilibrada, con dos buenas actuaciones de Eddie Redmayne y Felicity Jones. Se demuestran en la pantalla gracias a ellos cosas que necesitan demostración. Una mujer se enamora de verdad y se casa con un hombre que va a morir y que sólo sobrevivirá a costa de una degradación física implacable. Una mujer entregada del todo a un hombre se enamora de otro y negocia su vida con su lealtad. Un hombre destruido se salva por amor y por inteligencia racional y rompe los límites hasta extremos milagrosos. Un discapacitado riguroso, que no puede moverse, que no puede hablar, es capaz de seducir a otra mujer, y enamorarse de verdad, y ser libre desde una silla de ruedas. La esperanza no tiene límites. Cuidar nos mejora.

Todo esto sucede en la pantalla. La meditación sobre el tiempo, el amor, la atracción y la libertad se hace desde una silla de ruedas. La lealtad no tiene que ver con la parálisis igual que el todo no tiene que ver con Dios. Juan Ramón Jiménez, un poeta poco creyente, escribió “Dios está azul”. Federico García Lorca, un poeta perseguido por la sombra de Cristo, escribió “¡El hombre es azul!”. Los poetas fuerzan sus límites para no ser dogmáticos.

El actor que hace de Stephen Hawking representa una vocación, ve todo lo que llega a su vida a través de la física. La física está en todo, en una escena de baile o en una seducción de bar, y la física le permite acercarse a la vida, mantener sus valores, negarse a ser un Caballero de la Reina. La actriz que interpreta a Jane Wilde sacrifica toda su vida por amor a una inteligencia, y su sacrificio le permite no separarse de ella misma, mantenerse leal a su dignidad. Cuidado con los sentimientos y con el melodrama, porque a veces esconden tanta verdad como una ecuación matemática.

Está bien la Teoría del todo, de James Marsh. Tener una vocación, una ética, implica siempre apostarlo todo, sentir la necesidad del todo. Pero conviene no utilizar como excusa la figura de Dios, o por lo menos no hacer de Dios una cerrazón vengativa y abstracta, más afín a la nada que al amor de los seres humanos. El todo con ética nos salva a la vez de la razón occidental de la bomba atómica y del irracionalismo de los que confunden sus prejuicios con un dogma y no dan nunca su brazo a torcer. Hablo de buena y de mala poesía.

No hay comentarios: