Una vez más se repite el mismo cuadro. El juego rabioso y malasombra, sin imaginación ni genio alguno, que intenta apagar el genio verdadero con malos modales, complejo de inferioridad camuflado en orgullo prepotente y soberbia ridícula, fuerza física a bocajarro y sustituyendo la inteligencia por estrategias repetitivas y enlatadas. Con el resultado obvio: el triunfo paciente de la inteligencia, la gracia disciplinada de las buenas maneras deportivas que basan el juego en el equipo sano, no en la enfermedad egocéntrica de los "estrellos". La combinación ganadora siempre es, -además de las cualidades técnicas imprescindibles que se pueden adquirir a base de trabajo y práctica-, que los individuos aporten el buen talante, la generosidad, la nobleza, la cooperación hasta con "el enemigo", la limpieza de intenciones y la grandeza de almas. El "estilo" de los grandes e verdad. Si hay algo que caracterice a La Roja, es precisamente, esto.
Conociendo Portugal y la bondad de sus habitantes, el temperamento equilibrado y suave, la sensibilidad de su cultura, no se acaba de entender por qué en el fútbol no brilla, precisamente, ese palmarés. Por qué un jugador cotizado y admiradísimo puede ser tan maleducado y antipático, o tan soez y grosero en sus gestos.
Un deportista o un equipo de fútbol, no son geniales y fantásticos sólo por el resultado cuantitativo de sus pruebas y competiciones, por la agresividad malhumorada y chulesca de su comportamiento, lo son, sobre todo por su trayectoria como seres humanos, es esa condición fundamental la que hace grande al individuo y al equipo en que ese tipo de persona participa. Luego están los preparadores. La otra cara de la moneda. El preparador es el que edifica y pone en pie la filosofía del deporte, el caldo de cultivo que preside el espíritu del grupo y el individual, marcando los objetivos más importantes, pedagógicos, que no consisten en ganar haciendo que el otro pierda, sino en elevar la categoría del juego al máximo, haciendo que el otro suba de revoluciones para estar a la altura más completa, elegante, eficaz e inteligente. Bella. Limpia. En subir el listón a la categoría de obra de arte deportiva. Y ya se sabe que el arte verdadero es incompatible con la brutalidad, el garrulismo y lo obsceno. Con la competitividad que implica deterioro ético o juego sucio.
Mucho más allá de los resultados puntuales, está la categoría de los grandes. Su luz natural. Su saber estar, su humildad, su humanidad y su sabiduría espontánea. Su cultivo interior y consciente. Su encanto inimitable. Su forma de estar y de ser nada improvisada ni repentina, ni "por suerte". Y eso se nota en la trayectoria, no en los picos repentinos que suenan por casualidad como le ocurrió el asno "flautista" en esta antigua fábula
(1750-1791) Fábula VIII: El Burro flautista Esta fabulilla, salga bien o mal, me ha ocurrido ahora por casualidad. Cerca de unos prados que hay en mi lugar, pastaba un borrico por casualidad. Una flauta en ellos halló, que un zagal se dejó olvidada por casualidad. Acercóse a olerla el dicho animal y dio un resoplido por casualidad. En la flauta el aire se hubo de colar, y sonó la flauta por casualidad. «¡Oh!», dijo el borrico, «¡Qué bien sé tocar! ¡Y dirán que es mala la música asnal!»
Sin reglas del arte borriquitos hay que una vez aciertan por casualidad.
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