miércoles, 6 de junio de 2012

UNA CURA DE HUMILDAD PLANETARIA NUNCA VIENE MAL

Las ciberfotos no paran de enviar correos con la misma imagen: la pulguita de Venus atravesando la inmensidad de fratello sole como le llama, en su Canto delle creature, el propio Francisco de Asís. 
Esta visión de las proporciones entre nuestro planeta gemelo y la fuente de energía que nos mantiene a todos los miembros del mismo sistema da mucho que pensar. Si Venus, en su paralelismo volumétrico con nuestro planeta, además de representar el arquetipo mitológico que el hombre le ha atribuido desde la noche de los tiempos, es esa pequeñez insignificante ante la luz de una estrella más, y no demasiado grande, en un enjambre de universos estrellados, lo cierto es que nosotros no alcanzamos ni siquiera la categoría formal de hormigas cósmicas que resultan no obstante, bastante cómicas en sus montajes escénico-rapiñeros. Da mucho qué pensar acerca de nuestra menudencia el hecho de que no podrá repetirse el lance celeste hasta 2117
 ¿No resulta ridículo y grotesco que siendo ésa la realidad universal de nuestras dimensiones vivamos como si el cosmos fuese la alfombra telúrica de nuestra pista de tenis y nosotros los reyes del mambo interestelar? ¿cómo si lo que hacemos para triunfar, mientras se oprime, se engaña y se maltrata al prójimo, puede ser la ocupación favorita de una mayoría de esta especie inexplicablemente idiotizada por el tintineo del dinero que ella misma ha inventado y que, en teoría, debería ser una  herramienta más y no su máximo dirigente ideológico? ¿Cómo es posible una pérdida tan bestia de referencias, en unos tiempos en que podemos observar y comprender las dimensiones reales de nuestro paso por esta realidad material? Si no causásemos tanto dolor y tanto mal a la inocente creación que nos rodea, esta parafernalia humana sería comiquísima. 
Así que tal vez, podríamos absorber una dosis de humildad sensata de esta simpática y elocuente circunstancia astronómica.




Vive esta sintonía entre la paz interna y lo distante
entre la paz en sí y aquel paisaje donde sólo reposa
la calidez del alma y su nomenclatura silenciosa

el reposo feliz de no necesitar ni ser necesitados
cuando el amor se expande en libertad neonata
y crecen los jilgueros en el aire. A la palmera
le crece leve sombra. Y el coro
fotocopia del eco impermanente
de los ruidos remotos, enmudece y se funde
con la nada. En un suspiro.


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