martes, 12 de junio de 2012

valores missing


Stalin pernocta en el Poder Judicial

El Consejo borra huellas y ‘limpia’ vídeos para eliminar el rastro de un asistente personal de Dívar


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La noticia no tiene desperdicio. Tras la pillada en plena faena prevaricadora del Presidente del Tribunal Supremo, el círculo que le rodea se dedica orwellianamente a cambiar la historia, a borrar figuras y letreros donde aparece el cuerpo del delito, que pertenece a un miembro de otro cuerpo: el de fuerzas de seguridad del estado. Qué cosas tan marcianas nos llueven encima en los últimos tiempos. Resulta que el modelo ppero de recortes gráficos y modificaciones iconoclastas ha sobrepasado la retrocuenta del franquismo y se remonta a los métodos del stalinismo. Con la misma caradura del ruso genocida, el Consejo rebana fotos y empalma videos, elimina letreros e indicios y esconde vergüenzas por todas partes. Y todo para evitar eventualmente un escándalo que con tanto misterio y tanta paranoia persecutoria sólo está consiguiendo agigantar las sombras y complicar la simple verdad.
Veamos, si un segurata de la policía, con alto rango y buen curriculum,  se hace amigo íntimo y colega de su protegido, el máximo representante del Poder Judicial, se llevan la mar de bien y, como Camps y el Bigotes se quieren un huevo, no pasa nada. Si deciden irse de farra los fines de semana a Málaga o Santander, tampoco pasa nada, tienen todo el derecho del mundo a ir y venir libremente y a disfrutar su amistad, su mesa para dos y su habitación compartida en cualquier establecimiento hotelero. En un país que ha vivido casi una década aceptando con todo respeto la Ley de Igualdad, nadie se escandaliza de ningún asunto de afinidades electivas. El escándalo no es esa amistad, a la que Dívar y su compañero de alegrías tienen el mismo derecho que cualquier pareja de amigos, sino que el dinero que mantiene sus salidas y guateques, sus excursiones y escapadas, sea de los ciudadanos que pagan impuestos, recortes y co-pagos con la esperanza de que la menos no se condenen jueces decentes y de fiar, y que en cambio se absuelva a corruptos, costes que se pagan para que al menos haya una tranquilidad al comprobar que los tribunales de justicia y sus miembros, respetan las normas más elementales de una ética deontológica en su propio manejo del dinero público, que no es suyo, sino de todos los que pagan, una moralidad que no tiene nada que ver con el sexo de los ángeles ni con la novenas a San Pancracio, sino con la moralidad en la administración y gestión del Estado. 
Preguntas: ¿ qué valor puede tener una sentencia pronunciada por alguien que no distingue un kirye de un amén en su conducta personal con el manejo del erario público para pagar sus eventos; tarjetas, escoltas, viajes de placer a todo tren ( en el AVE y preferente) ? ¿Qué garantía puede dar una justicia representada por magistrados que mienten en sus declaraciones en petit comité, que no quieren comparecer en el Parlamento cuando los diputados lo exigen y que se cargan a un compañero que resulta demasiado ético y comprometedor? ¿Qué garantía moral puede dar un Gobierno cómplice de tanta bazofia al ocultar y amparar la podredumbre? Me pregunto qué hubiese dicho y hecho el pp, si en vez de con la falta de un pase para cazar, el ministro de Justicia socialista que dimitió por esa causa, se hubiese  empantanado con estas filigranas de la indecencia. Sin contar, además, que ya es bastante indecente como absurdo, avergonzarse de las propias y legítimas amistades. 
El problema de la a-moral ppera es que se escandaliza de la normalidad de lo humano y se enroca en la patología de lo infrahumano. Que, como la iglesia católica y sus deformaciones intrínsecas, persigue la homosexualidad cuando se ve, pero ampara el abuso oculto, la corrupción y la pederastia de tapadillo. El problema de la a-moral ppero-católica, es que no se escandaliza de  hacer el mal, que no distingue del bien, sino de que se haga público el mal que hace o la debilidad que tiene, cuando los demás le dicen que lo que está haciendo está mal.  Además de orgullo, prejuicio, cinismo y prepotencia, suman a la culpabilidad pública el desdoro social, que es lo que más les duele en realidad. Como a los fariseos. Un drama esperpeńtico a la altura del surrealista "Por Dios, que no se entere nadie" de Jardiel Poncela. Pero con demasiadas consecuencias nefastas e indeseables para la ciudadanía.

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