lunes, 25 de junio de 2012

ANATOMÍA DE UN JUEGO SUCIO

En cada partido que se ve jugar a Italia en estos mundiales, se siente un raro escalofrío. No es un juego. Es una guerra. Un combate a saco. Una apuesta fanática. El centro no es la sana competición del deporte donde todos dan lo mejor de sí con el fin de dar un recital de buen deporte, sino la aniquilación del otro, procurar que el otro no tenga nada que ofrecer. Es la exhibición de la prepotencia, no del buen juego,  que teme no poder competir de verdad si se permite que le otro esté en las mismas condiciones, por eso elige la supresión del compañero de juego. Anestesiar el alma y confundir los sentidos. No van a jugar, el balón no es el objetivo; lo que importa es borrar del mapa a los hombres que lo manejan. Paralizar, inutilizar jugadores. Ya no bastan empujones, zancadillas, patadas, agarrones, hay que inocular una energía negra que paralice y saque al otro de sí mismo.
Los jugadores italianos no sólo se entrenan para jugar duro y agresivo al máximo, también se entrenan en la conjura de su ritual. Son muy arcaicos, Italia es una vieja maga acostumbrada a todo para conseguir lo que quiere a cualquier precio. Ayer lo demostraron a la vista de todos. Sin el más mínimo empacho. Inglaterra es muy buena en los deportes. Los británicos son deportistas natos. Disfrutan mucho más participando elegantemente y practicando su buen juego, que ganado. Los italianos no disfrutan, sufren. Juegan con miedo a no aparentar ser los mejores y el licor del miedo les produce el vinagre de la violencia, de la negrura. Y de las trampas.
Ayer el empeño no era jugar, sino impedir el juego del otro. Arrebatar el balón sin parar, sin ceder espacios, sin respetar el respiro. En esa tensión iban arrebatando al energía del equipo inglés. Empezaron iguales y a medida que asfixiaban a los otros, los italianos absorbían, como vampiros energéticos el aliento de los ingleses, que empezaron a dejarse arrastrar por el cansancio, a ver, impotentes, como era practicamente imposible recuperar el balón por más de un par de segundos. Curiosamente, los italianos no sólo no se cansan, es que están cada vez más contundentes, más agresivos, como si hubiesen tomado un excitante, pero no lo necesitan, lo generan al apoderarse de la energía de los que ellos consideran "el enemigo". No hubo forma de meter goles, la verdadera calidad del equipo inglés era un obstáculo, pero poco importaba, ya que lo decisivo para Italia es impedir el juego para poder llegar a los penalties finales donde con mucha más facilidad podrán ganar empleando las tácticas del remate. Un rito que no se privan de practicar en pleno campo: hacen un corro, se juramentan, respiran juntos los vapores del instinto depredador, invocan a las fuerzas negras en las que se amparan y luego mientras se recolocan para los penalties, van tocando los cuerpos de los jugadores oponentes, sobe todo se esmeran tocando al portero. Hombros, espalda, cintura o cabeza. A partir de ese momento, hay una especie de niebla que atonta al guardameta y le deja sin reflejos para parar el balón aunque pueda hacerlo con facilidad. Y ya tienen el triunfo en sus manos. Lo hicieron con España en el primer partido. No hubo goles. Pero hubo una violencia y un juego sucio aplastantes. Así esperan ganar la eurocopa. Están convencidos de que van a confundir y manipular a cualquier equipo, sea Alemania, Portugal o España. Se sienten invencibles en su "secreto", porque ignoran que son meras hormiguitas en el jardín del universo y que hay tantas vías como estrellas y finales inesperados, que lo más importante para las hormigas es el trabajo productivo y limpio propio de su especie; que las hormigas que intentan comportarse como pirañas a parte de ser una monstruosidad, han perdido su razón de ser. Se han equivocado de rol cósmico, no sirven. Y lo que no hace su función la misma evolución lo aparta del camino porque es un estorbo. 

Después del descubrimiento de los negocios sucios del fútbol y las apuestas ilegales en Italia, donde los propios jugadores están implicados, es natural que ese deporte se haya malversado y convertido en una fuente de dinero y de estrés. Sólo ver la expresión aterrorizada del pobre jugador que erró el único gol válido, fue suficiente evidencia para ver las presiones que la secta del negocio pseudodeportivo ejerce sobre los deportistas. Pobrecillos. Entran en el deporte para intentar ser mejores y terminan atrapados al servicio de lo peor. Es muy injusto para todos. Pero terrible para Italia. En cualquier momento todas las trampas que se hacen, terminan por dar la vuelta y caer sobre los propios tramposos. Ganar no es tan importante como para perderse uno mismo para siempre en la oscuridad y en la locura. En los éxitos pequeños, que no compensan el fracaso total. Aunque a bote pronto no lo parezca, el delito nunca gana.
Las máscaras se caen y la justicia universal pone las cosas en su sitio. Siempre. Sin prisas, pero sin pausas. A su hora y en su lugar, todas las piezas se encajan a su tiempo. 

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