Parece que la dormición de la Europa abundante y temerosa llega a su fin. Parece que la sensatez real está tomando cartas en el asunto de un modo práctico y lúcido. Que por fin se empieza a comprender que para que una unidad de proyecto se concrete y mejore las cosas para todos, hay que trabajar en el mismo bando y comprendiendo qué hacer para incentivar el bien común y no estancarse en los bienes particulares que acabarían por crear el mal de todos. De hecho ha sido la Europa del sur la que ayudó desde la base humana, con su trabajo incansable y emigrante, a que la Europa del norte superase las ruinas de la posguerra, de hecho fue toda Europa la que asumió los riesgos y dolores del reajuste alemán en la reunificación del Este y el Oeste. ¿Qué hubiese sido de Alemania si en ambas ocasiones el resto de la Europa libre de problemas le hubiese vuelto la espalda y hubiese negado ayuda política, social y económica? ¿Y si los emigrantes del sur en vez de ir a Alemania les hubiese dado por ir a Suecia, a Noruega, a los EEUU o a Australia? ¿Sería hoy Alemania la que es?
Parece que el doctor Alzehimer, en los últimos años, hace estragos en la memoria política de sus paisanos conservadores. Menos mal que ha llegado Hollande. Un verdadero regalo de la Providencia. No quiero ni imaginar qué habría pasado en eurolandia entre ayer y hoy, si en vez de François Hollande hubiese estado Sarkozy en el gobierno de Francia. Hubiese sido el requiem definitivo por Europa como futuro. Monti, solo, predicando en el desierto la frustración de una tecnocracia insuficiente, que de momento ha servido para dejar a Berlusconi outsider, pero que bajo las presiones europotentes no consigue levantar la economía de su país. Rajoy, idem de idem, aunque con el agravante del berlusconismo de su pp incorporado para más inri, pero de plañidera amateur, quejándose fuera y sin capacidad para organizar lo de dentro. Grecia hundida. Portugal e Irlanda silenciosos y criando champiñones en la cueva del olvido.
Sin embargo, los franceses, una vez más, a la cabeza de la civilización, de la cultura social, de la inteligencia cívica, han sabido elegir en las urnas no sólo el remedio a la vorágine destructiva y xenófoba que amenazaba Francia, sino que además han encontrado el elemento adecuado en la combinación química que resuelve el desequilibrio. El retorno de la sensatez histórica y la derrota de la insensatez histérica.
Fue Hollande -el enemigo filozapateril del pp- y no Merkel -la colega "natural"- quien acogió el despiste y el destarife de Rajoy, que aterrizó como un alma en pena en Europa y más perdido que una clarisa en un club de alterne. En medio de un confuso y raro estado esquizo-bipolar de la derecha europea, que se congratula por la victoria del pp pero se escaquea y mira para oro lado, en el desastre financiero y bancario que el pp ha colaborado a montar en su propio país, siendo tan torpe y aficionado a la horterada de los pelotazos rápidos y al Camps-Dívar-Fabra-Urdangarín-Matas-Gil-Pantoja fashion, que la difamación contra el PSOE no ha logrado ocultar ni tapar.
Hay que ser muy inteligente emocional, muy prudente, muy respetuoso y muy clarividente para dar un paso semejante y no saltar como un reaccionario visceral y numérico. Hollande y por supuesto, Francia, han sido y son la pasarela humanizante sobre el abismo del euro, entre la sufridora Europa del sur y la endurecida y prepotente Europa del norte. Tanto España como Italia en primer plano, como el resto de la Europa boyante y renuente, tendrán que agradecer para siempre, que ese destino que la democracia francesa ha elegido en las urnas, abra de nuevo las puertas hacia un federalismo europeo real, que en casos de gravedad extrema, y como el movimiento, se demuestra y se construye andando todos juntos en la misma dirección: salvar al hombre antes que al euro. Y salvar el euro para salvar al hombre. Ninguna moneda ni proyecto político tienen valor si para hacerlos triunfar y rentabilizarse se tienen que sacrificar los principios de la vida, la dignidad, la libertad, la justicia y los derechos humanos, que son las bases de cualquier democracia sana, posible y real. Aunque sea pasando por encima de algún fantasma o cadáver ideo-ilógico enrocado en una cabezonería eurosuicida. De momento, como era de esperar en nuestra historia común, triunfa la sensatez del futuro sobre el miedo mísero y ramplón del presente y del pasado. Europa está enferma de pp, y paradógicamente su curación procede de su "enemigo". El probiótico y generoso talante de la civilización que avanza.
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