Cuando vuelva la luz a Venezuela
También los ciudadanos
sufrimos un apagón, que tiene mucho de amnesia: impresiona cómo en cada
nuevo conflicto se nos olvida lo sucedido en anteriores conflictos, la
intoxicación informativa que nos tragamos, la decepción al descubrir la
verdad cuando ya era tarde
Cuando vuelva la luz a
Venezuela veremos y quizás sabremos si el apagón de estos días es la
última muestra de ineficacia y abandono en un país devastado económica y
socialmente, o si ha sido un sabotaje a gran escala (hipótesis nada magufa: hace años que las potencias militares son capaces de colapsar las infraestructuras básicas de un país sin lanzar un solo misil).
Cuando
vuelva la luz a Venezuela veremos y quizás sabremos todo lo sucedido en
estos últimos meses, y que ahora no vemos. A veces se te acostumbran
las pupilas a la oscuridad y acabas viendo algo, como el camión ese que ardió con
ayuda humanitaria en la frontera colombiana. Los grandes medios han
necesitado dos semanas para ver lo que algunos ya vieron (y denunciaron)
el mismo día: que el fuego no vino del lado venezolano, sino de quienes
acompañaban tan humanitarios camiones con cócteles molotov. La
acusación a las autoridades venezolanas ocupó portadas y telediarios de
medio planeta, pero el desmentido queda para páginas interiores, típico
efecto secundario de la falta de visión en un apagón.
Cuando vuelva la luz a Venezuela veremos todo aquello que
ahora no vemos, como ya pasó en otros países invadidos, atacados o
desestabilizados. Volvió la luz y no aparecieron las armas de
destrucción masiva, ni las catástrofes humanitarias, ni los crímenes
contra la humanidad ni los terroristas, y a cambio la luz mostró países
devastados, daños "colaterales", sociedades condenadas a retroceder
décadas, gobiernos títeres y recursos saqueados.
Toda
guerra, injerencia, golpe de Estado o revolución de colores va precedida
de un apagón. O de varios apagones: el informativo es el primero,
aunque de una vez para otra se nos olvida la vieja máxima de que "la
verdad es la primera víctima de la guerra", que no es una frase de taza
de desayuno sino una obviedad confirmada en cada conflicto. El apagón
informativo no implica oscuridad sino todo lo contrario: mucha luz,
tanta que deslumbra, ciega, quema. En el caso de Venezuela, dos décadas
bajo una potente linterna y una lente de aumento, a menudo deformante.
Junto
al apagón informativo, toda injerencia "humanitaria" va acompañada de
un apagón legal: saltan los fusibles de la legalidad internacional,
mandan los hechos consumados, que sientan precedentes y facilitan
futuros quebrantos de la misma legalidad. En el caso venezolano, la
descarada injerencia, evidente en el inédito episodio de los camiones
(con dos países, Colombia y Brasil, facilitando una violación de
fronteras), abre nuevos caminos para futuras injerencias.
No
solo se apagan la información y la legalidad: también, por desgracia,
nuestro juicio crítico sufre un apagón. No vemos, y a menudo no queremos
ver. Un apagón que tiene mucho de amnesia: impresiona cómo en cada
nuevo conflicto se nos olvida lo sucedido en anteriores conflictos, la
intoxicación informativa que nos tragamos, la decepción al descubrir la
verdad cuando ya era tarde. Otra vez nos desentendemos, nos conformamos
con el tuit simplificador y las profecías autocumplidas, aceptamos reglas de juego con trampa y debates dirigidos.
Yo
reconozco que no sé apenas qué pasa en Venezuela. Pero sí sé lo que
pasó en Irak, Afganistán, Yugoslavia, Siria, Libia y tantos otros
países. No soy indiferente al sufrimiento cierto del pueblo venezolano
ni a su deterioro democrático, como no lo era con todos aquellos pueblos
que no mejoraron sus vidas ni ganaron democracia tras ser invadidos,
bombardeados o desintegrados, perdiendo a cambio la soberanía. ¿Nos
volverá a pasar ahora? ¿Nos sorprenderemos e indignaremos una vez más
cuando vuelva la luz? ¿No aprendemos?
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