tratar de comprender, tratar de ayudar
blog de Jorge Riechmann
sobre el alma y la racionalidad
No es que nos engañemos y seamos irracionales
pensando que hay un alma donde sólo hay cerebro. Es casi al revés: el
alma tiene que apañárselas para engañar bastante al cerebro, si se trata
de ser racionales.[1]
(Alma, en sentido materialista: integración de cognición y emociones en un organismo que se desenvuelve en un entorno social y natural. Cerebro no en una cubeta, sino siempre en un cuerpo que vive en una biosfera, conectado con miríadas de otros cuerpos y experimentando toda clase de realimentaciones. La racionalidad como reflexividad, materializada en bucles de realimentación. La psique simbolizada por una mariposa, sí.)
Pero uno no puede tener alma si va demasiado deprisa. La condición del alma es la lentitud. La aceleración sistémica destruye hasta la misma posibilidad del alma.
[1] Gran artículo de Santi Alba Rico en ctxt, cuyo final reza así: “La ausencia de pensamiento no se traduce, como se cree, en un exceso de emoción. Cuando se deja de pensar se impone, al contrario, la composición misma del cerebro. Sin pensamiento nos volvemos esclavos de nuestro cerebro. Sin pensamiento nos volvemos cerebrales. El nazismo fue, en realidad, el triunfo de la cerebralidad contra el pensamiento.
Somos hemisféricos y binarios y, por mucha plasticidad que contengan nuestros sesos (para sobrevivir a un ictus o redistribuir funciones tras un accidente), el cerebro no está preparado para pensar la profundidad del tiempo geológico, el mundo subatómico, la curvatura espacio-tiempo, el cambio biológico, las matemáticas de Gödel; tampoco para la simultaneidad de las redes o para la velocidad de los algoritmos cibernéticos; y menos aún para resolver los dilemas morales que deciden la frontera entre la barbarie y el progreso civilizacional. Todos los grandes descubrimientos científicos se han hecho, como dicen a su manera Gaston Bachelard y Stephen Jay Gould, contra el cerebro y su binariedad primitiva. Todos los grandes avances políticos (el derecho, el republicanismo, el feminismo) sólo han sido posibles cuando los humanos se han vuelto, como sugiere Aristóteles, sobrehumanos: cuando han pensado, de algún modo, como dioses.
En ausencia de nombres comunes intelectuales y de pensamiento anticerebral –la base de la filosofía y de la política–, el cerebro nos obliga a escoger entre el Bien y el Mal. En tiempos de crisis, en plena catástrofe platónica, nos volvemos sumariamente cerebrales; y en tiempos de tuiter, nuestro cerebralismo se vuelve radicalmente visceral. El cerebro es conflictivo y nada sabe de persuasión y argumentación: sólo cambia de fanatismo por conversión religiosa. Ningún botón de muestra más elocuente en estos días que el del nacionalismo, el más cerebral de los conflictos, quintaesenciado en las redes, donde todos se limitan a intercambiarse binariazos o banderillazos. O se es español (y, por tanto, españolista, del 155, del PSOE o directamente fascista) o se es catalán (y, por tanto, antisolidario, anticonstitucionalista, golpista, separatista). Somos incapaces de imaginar un mundo tan complejo, tan difícil, tan inmanejable, tan penoso, tan pensativo, que exige -o al menos hace posible- criticar a los independentistas sin ser españolista ni socialista ni contrario al Derecho; que exige o hace posible incluso criticar a los independentistas siendo independentista. Y que exige o hace posible, del otro lado, criticar el nacionalismo español, aún más empobrecedoramente cerebral, sin ser independentista catalán ni apoyar a Torra ni defender el procés; que exige o hace posible incluso criticar el españolismo para defender España. La oposición binaria izquierda/ derecha, históricamente operativa y hasta ‘progresista’, disecada tras la Guerra Fría, constituye ya una expresión del reduccionismo cerebral del pensamiento; pero la fuerza cerebral del nacionalismo identitario es aún más astringente y rectilínea. Vamos matando palabras y al final no gana ni siquiera la identidad más fuerte: gana sencillamente el más fuerte.
Nuestro cerebro es hemisférico, disyuntivo y paratáctico: o esto o lo otro. La realidad, en cambio, es conjuntiva e hipotáctica: esto y lo otro y lo de más allá y lo siguiente, aunque lo de más acá, pero a veces quizás y lo contrario, y no obstante se mueve. La muerte de los nombres comunes de nociones intelectuales -la catástrofe vigente- es la mayor amenaza imaginable para la democracia porque sin ellos no podemos pensar; y si no pensamos, quedamos a merced de nuestro cerebros. Y nuestros cerebros son locos, simplones y nihilistas. Buenos para el relato, el fútbol y el amor; malos para inventar otros mundos posibles o para mejorar éste.
En cuanto a los «hombres iletrados y cerriles» del texto de Platón, acabo muy deprisa. En un mundo sin insectos y con los parabrisas limpios, sin nombres comunes y con los cerebros apretados, todos lo somos ya, iletrados y cerriles: 7.500 millones de supervivientes antiplatónicos disputándose a muerte la madre, el pan y la tierra.” (“La mariposa y la polis”, ctxt, 20 de febrero de 2019).
(Alma, en sentido materialista: integración de cognición y emociones en un organismo que se desenvuelve en un entorno social y natural. Cerebro no en una cubeta, sino siempre en un cuerpo que vive en una biosfera, conectado con miríadas de otros cuerpos y experimentando toda clase de realimentaciones. La racionalidad como reflexividad, materializada en bucles de realimentación. La psique simbolizada por una mariposa, sí.)
Pero uno no puede tener alma si va demasiado deprisa. La condición del alma es la lentitud. La aceleración sistémica destruye hasta la misma posibilidad del alma.
[1] Gran artículo de Santi Alba Rico en ctxt, cuyo final reza así: “La ausencia de pensamiento no se traduce, como se cree, en un exceso de emoción. Cuando se deja de pensar se impone, al contrario, la composición misma del cerebro. Sin pensamiento nos volvemos esclavos de nuestro cerebro. Sin pensamiento nos volvemos cerebrales. El nazismo fue, en realidad, el triunfo de la cerebralidad contra el pensamiento.
Somos hemisféricos y binarios y, por mucha plasticidad que contengan nuestros sesos (para sobrevivir a un ictus o redistribuir funciones tras un accidente), el cerebro no está preparado para pensar la profundidad del tiempo geológico, el mundo subatómico, la curvatura espacio-tiempo, el cambio biológico, las matemáticas de Gödel; tampoco para la simultaneidad de las redes o para la velocidad de los algoritmos cibernéticos; y menos aún para resolver los dilemas morales que deciden la frontera entre la barbarie y el progreso civilizacional. Todos los grandes descubrimientos científicos se han hecho, como dicen a su manera Gaston Bachelard y Stephen Jay Gould, contra el cerebro y su binariedad primitiva. Todos los grandes avances políticos (el derecho, el republicanismo, el feminismo) sólo han sido posibles cuando los humanos se han vuelto, como sugiere Aristóteles, sobrehumanos: cuando han pensado, de algún modo, como dioses.
En ausencia de nombres comunes intelectuales y de pensamiento anticerebral –la base de la filosofía y de la política–, el cerebro nos obliga a escoger entre el Bien y el Mal. En tiempos de crisis, en plena catástrofe platónica, nos volvemos sumariamente cerebrales; y en tiempos de tuiter, nuestro cerebralismo se vuelve radicalmente visceral. El cerebro es conflictivo y nada sabe de persuasión y argumentación: sólo cambia de fanatismo por conversión religiosa. Ningún botón de muestra más elocuente en estos días que el del nacionalismo, el más cerebral de los conflictos, quintaesenciado en las redes, donde todos se limitan a intercambiarse binariazos o banderillazos. O se es español (y, por tanto, españolista, del 155, del PSOE o directamente fascista) o se es catalán (y, por tanto, antisolidario, anticonstitucionalista, golpista, separatista). Somos incapaces de imaginar un mundo tan complejo, tan difícil, tan inmanejable, tan penoso, tan pensativo, que exige -o al menos hace posible- criticar a los independentistas sin ser españolista ni socialista ni contrario al Derecho; que exige o hace posible incluso criticar a los independentistas siendo independentista. Y que exige o hace posible, del otro lado, criticar el nacionalismo español, aún más empobrecedoramente cerebral, sin ser independentista catalán ni apoyar a Torra ni defender el procés; que exige o hace posible incluso criticar el españolismo para defender España. La oposición binaria izquierda/ derecha, históricamente operativa y hasta ‘progresista’, disecada tras la Guerra Fría, constituye ya una expresión del reduccionismo cerebral del pensamiento; pero la fuerza cerebral del nacionalismo identitario es aún más astringente y rectilínea. Vamos matando palabras y al final no gana ni siquiera la identidad más fuerte: gana sencillamente el más fuerte.
Nuestro cerebro es hemisférico, disyuntivo y paratáctico: o esto o lo otro. La realidad, en cambio, es conjuntiva e hipotáctica: esto y lo otro y lo de más allá y lo siguiente, aunque lo de más acá, pero a veces quizás y lo contrario, y no obstante se mueve. La muerte de los nombres comunes de nociones intelectuales -la catástrofe vigente- es la mayor amenaza imaginable para la democracia porque sin ellos no podemos pensar; y si no pensamos, quedamos a merced de nuestro cerebros. Y nuestros cerebros son locos, simplones y nihilistas. Buenos para el relato, el fútbol y el amor; malos para inventar otros mundos posibles o para mejorar éste.
En cuanto a los «hombres iletrados y cerriles» del texto de Platón, acabo muy deprisa. En un mundo sin insectos y con los parabrisas limpios, sin nombres comunes y con los cerebros apretados, todos lo somos ya, iletrados y cerriles: 7.500 millones de supervivientes antiplatónicos disputándose a muerte la madre, el pan y la tierra.” (“La mariposa y la polis”, ctxt, 20 de febrero de 2019).
Jorge Riechmann / Filósofo y ecologista
“El cambio climático es el síntoma pero la enfermedad es el capitalismo”
Jorge Riechmann, después de la entrevista.
Manolo Finish
Manolo Finish
Estamos produciendo una serie de entrevistas en vídeo sobre la era Trump en EE.UU. Si quieres ayudarnos a financiarla, puedes ver el tráiler en este enlace y donar aquí.
Profesor de Filosofía moral en la Universidad Autónoma de
Madrid, traductor, poeta, ensayista y miembro de Ecologistas en Acción,
Jorge Riechmann (Madrid, 1962) desgrana un buen puñado de reflexiones
incómodas sobre un modelo de vida que dirige a la humanidad hacia el
despeñadero. En su libro Autoconstrucción cataloga el siglo XXI
como “la era de la gran prueba” porque, según dice, “somos la primera
generación que entiende perfectamente lo que está pasando con el clima y
posiblemente seremos la última que pueda evitar la catástrofe hacia la
que nos dirigimos”. Lo suelta a bocajarro, como un puñetazo entre los
ojos. Consciente de que el pesimismo en estos tiempos de oscuridad tiene
cada vez menos adeptos, Riechmann censura sin ambages la mercadotecnia
del “buenismo” de la que hace gala el sistema convocando grandes cumbres
climáticas en las que a muchos se les llena la boca con compromisos
medioambientales y “energías verdes” pero luego estigmatizan a los
movimientos ecologistas como ingenuos apestados. La realidad que dibuja
es desoladora. Todo está en contra del planeta pero, frente a eso, no
cabe la resignación. “Aún podemos actuar contra este modelo de
producción salvaje porque no está sujeto a ninguna ley física, como lo
está la naturaleza, que impida cambiarlo”. Es el mínimo espacio que este
investigador apasionado deja abierto a la esperanza.
¿Tiene solución el planeta?
Pienso que sí. Lo que no tiene sentido es intentar
salvarlo interviniendo sobre el consumo y dejando intacta la voraz
cultura productiva. Ambas variables caminan de la mano aunque no valga
sólo con esto. Por nuestro comportamiento depredador con los recursos
naturales y la biosfera habría que hablar también del extractivismo y, a
mi modo de ver, también del exterminismo, una noción acuñada por el
historiador británico E. P. Thompson para explicar la estructura del
mundo a finales del siglo pasado, cuando las dos superpotencias
nucleares enfrentadas amenazaban con aniquilar cualquier rastro de vida
en el planeta.
La medida referencial del éxito de un sistema es
el PIB. Si crece significa que las cosas van bien y hay esperanza de una
vida mejor.
Es la locura típica de una cultura denegadora como la
nuestra. Digo denegar porque va más allá de ignorar lo que pasa y es no
ver lo que tenemos delante de los ojos. Significa que no nos hacemos
cargo de las consecuencias de seguir chocando contra los límites
biofísicos de manera violenta. Nos hacen creer que vivimos en una
especie de Tierra plana en la que podemos avanzar de manera infinita
porque los recursos naturales son inagotables y la capacidad de
absorción de la contaminación es ilimitada. Esto es una fantasía porque
las leyes de la naturaleza, de la física, de la dinámica de los seres
vivos nunca podremos cambiarlas, por grandes que sean nuestras ilusiones
al respecto.
El calentamiento global, siendo una realidad devastadora, es sólo la manifestación de otras dinámicas que deberíamos atajar si queremos evitar el apocalipsis climático hacia el que nos dirigimos
Pero las grandes cumbres climáticas aseguran haber
empezado medidas drásticas para evitar el apocalipsis. ¿Qué
credibilidad concede a sus decisiones?
El calentamiento global, siendo una realidad devastadora,
es sólo la manifestación de otras dinámicas que deberíamos atajar si
queremos evitar el apocalipsis climático hacia el que nos dirigimos.
Nuestro principal problema ambiental es la extralimitación ecológica, el
choque de las sociedades industriales contra los límites biofísicos de
la Tierra. Si utilizamos la herramienta de la huella ecológica como
indicador del impacto ambiental generado por la demanda humana podemos
observar que, en la actualidad, consumimos los recursos inexistentes de
1,5 planetas Tierra. Y eso a pesar de las carencias y desigualdades que
asolan a buena parte de la humanidad. Dicho de una forma más didáctica:
si quisiéramos generalizar al resto del mundo el modo de vida de los
españoles necesitaríamos tener 3 planetas como la Tierra a nuestra
entera disposición. Y si quisiéramos generalizar el de EEUU, que muchas
veces ponemos como ejemplo de éxito, necesitaríamos 6. Es una locura que
emana de esa construcción económica de tierra plana de la que hablaba
antes.
Entonces, ¿qué empuja al mundo a seguir enalteciendo el crecimiento económico pese a saber que conduce a la destrucción?
El capitalismo, cuya dinámica es autoexpansiva y deniega
cualquier salida alternativa. Para hacer frente al cambio climático
deberíamos cuestionarnos antes los resortes básicos del capitalismo,
algo que parece prohibido. Por eso digo que las cumbres mundiales sobre
el calentamiento global no son realmente efectivas sino más bien
ejercicios de diplomacia teatral.
¿No sirven para nada?
Confunden a la opinión pública. La prueba es que los
grandes expertos en el cambio climático como James Hansen, a quien
podríamos considerar el climatólogo jefe del planeta, calificó de farsa
la cumbre celebrada en París. Se intenta poner un límite a las emisiones
a la atmósfera de gases de efecto invernadero pero los límites son
absolutamente incompatibles con el sistema productivista actual. Aunque
el síntoma sea el calentamiento climático, la enfermedad se llama
capitalismo.
¿Por qué el movimiento ecologista, cuya expresión
política llegó a gobernar en países como Alemania, es descalificado hoy
por muchos gobiernos?
Ojalá fuéramos descalificados un poco más porque así
seríamos mucho más fuertes y activos. La realidad es que las
descalificaciones son un indicio de una situación paradójica: aunque la
percepción generalizada es que el mundo se ha comprometido en la lucha
contra el cambio climático, eso no es así. Sabemos que desde los años 60
y 70 había evidencias sobre cuál era la dinámica del sistema y los
límites del crecimiento pero los mismos a los que hoy se les llena la
boca con la lucha contra el cambio climático decidieron poner en marcha
toda una campaña global para impedir que se tomaran las decisiones
correctas. Bastaría con leer un libro de Sicco Mansholt, un
socialdemócrata holandés que era presidente de la CEE cuando en los años
1972 y 1973 se produjo el primer choque petrolero mundial, en el que
aboga por un cambio radical en las estructuras de producción y consumo
que hoy serían catalogadas como radicales y peligrosas.
Los grandes expertos en el cambio climático como James Hansen, a quien podríamos considerar el climatólogo jefe del planeta, calificó de farsa la cumbre celebrada en París
¿Cuándo se quiebra ese proceso de sensibilización medioambiental?
En los años 80, con la fase neoliberal del capitalismo.
Desde entonces, el retroceso ha sido constante pese al aumento de lo que
algún experto denomina sosteni-blabla, es decir, mucho
discurso, mucha cháchara, mucha propaganda y mucha estrategia de
comunicación sobre energía verde. Pero la realidad vuelve a ser
demoledora: la acción brilla por su ausencia y los planteamientos de
fondo, incluso aquellos realizados por gente del establishment como Sicco Mansholt, son estigmatizados por rechazar el dogma del crecimiento infinito.
¿Estamos a tiempo de frenar el cambio climático?
Hemos llegado a un punto tal que lo que hace 30 años
hubieran sido estrategias de cambio gradual ahora ya no están a nuestro
alcance. Para hacer frente al calentamiento global necesitamos salir a
toda prisa del capitalismo salvaje en el que hoy nos movemos.
¿Cree que el mundo está dispuesto a renunciar a esos principios económicos pese a conocer los riesgos?
Los cálculos teóricos realizados por investigadores
canadienses sobre las opciones que resultarían de respetar los límites
biofísicos de la Tierra indican que, por ejemplo, el parque móvil de un
país como España, que tiene 15 millones de coches, debería ser de unos
180.000 vehículos con motor de combustión. Pero claro, eso es
inaceptable en términos industriales. El caso es que, si no se acepta
esta realidad, no hay lucha alguna contra el cambio climático.
¿Quiere decir que la humanidad está condenada si no renuncia al modo de vida capitalista?
Ya decía antes que las leyes de la naturaleza existen y
son las que son. No podemos cambiarlas pese a la ilusión que albergamos
de que una especie de tecnociencia omnipotente conseguirá derrotarlas.
Donde podemos actuar, en cambio, es contra la organización de nuestro
modelo de vida que no está sujeto a ninguna ley física.
¿Qué impide cambiarlo?
Que no nos creemos lo que sabemos. Si fuéramos capaces de
hacerlo, tomaríamos decisiones racionales para cambiar un modelo que nos
lleva a la destrucción. Para que esto se produzca nos haría falta un
enorme ejercicio de reforma intelectual y moral. El problema es que
nuestras sociedades están organizadas contra eso. Fatídicamente, el
neoliberalismo se impuso con sus ideas aberrantes de que todo depende de
los gustos y preferencias individuales, y que igualdad y libertad son
dos principios contrapuestos, cuando una mínima reflexión indica que es
una falacia. Necesitamos bienestar humano pero necesitamos que sea
compatible con los límites biofísicos del planeta. Somos la primera
generación de la historia que entiende perfectamente lo que está pasando
y posiblemente seremos la última que pueda evitar la catástrofe hacia
la que nos dirigimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario