Este artículo del Profesor Navarro viene que ni pintado con la canción de Víctor Manuel y Rosendo.
Cómo los ‘superpatriotas’ de ambos lados ocultan la enorme crisis social que han creado
Una visión bastante extendida entre los partidos de izquierdas independentistas o próximos al independentismo catalán es percibir al movimiento independentista actual como una continuación del movimiento de los indignados o 15M, justificando así su apoyo al primero, presentándolo como continuación del segundo. La realidad, sin embargo, no avala tal supuesto. Las derechas catalanas gobernantes, que hoy hegemonizan el movimiento independentista, al sentirse amenazadas por el 15M (cuando este apareció en Catalunya) estimularon y promovieron las movilizaciones independentistas como manera de parar y sustituir al 15M. Veamos la evidencia que así lo muestra.
El origen del 15M: un movimiento contestatario que exigía la democratización de la política en España (incluyendo Catalunya)
Cualquier persona con capacidad de análisis objetivo del pasado reciente de nuestro país concluiría que el 15M fue un movimiento popular de protesta frente al establishment político-mediático español (que incluía también el establishment político-mediático catalán), el cual, a través de la aplicación de políticas públicas neoliberales (tales como las reformas laborales encaminadas a debilitar el mundo del trabajo y los recortes de gasto público social de los servicios públicos del Estado del Bienestar, a fin de debilitar y desempoderar a las clases populares, las clases sociales más dependientes de tales servicios), estaba causando un gran sufrimiento entre la mayoría de la población, y muy en particular de las clases populares de este país. Tales políticas neoliberales se estaban imponiendo sin mandato popular, pues no estaban en los programas electorales de los partidos gobernantes (el PSOE y el PP en España, y Convergència, gobernando en aquel período en alianza con Unió Democràtica en Catalunya). De ahí que el eslogan del movimiento de los indignados fuera una denuncia contra la falta de democracia del Estado (incluyendo de la Generalitat de Catalunya), gobernado por partidos que no seguían el mandato recibido de la ciudadanía. Su eslogan “No nos representan” se extendió por todo el territorio español (incluyendo el catalán), alarmando con ello a aquellos establishments político-mediáticos que dominaban la política y medios de información del país. El poder y legitimidad de tales establishments estaban siendo cuestionados por un movimiento (el 15M) altamente popular.
La indignación en Catalunya en contra del establishment político-mediático catalán
En Catalunya, el 15M tuvo un enorme impacto. Su movilización (que culminó el 15 de junio de 2011, cuando rodeó el Parlament de Catalunya el día que iba a aprobar unos presupuestos con los recortes de gasto público social más duros que se habían presentado en España) fue enorme. Y determinó que el Sr. Artur Mas, presidente de la Generalitat, tuviera que llegar a la explanada del Parlament en helicóptero. La propuesta económico-social de su gobierno había sido expresada meses antes, en marzo, cuando presentó al Parlament sus propuestas de austeridad. Como describió El Periódico (utilizando la narrativa neoliberal dominante en el establishment político-mediático catalán de aquel momento), el “presidente de la Generalitat, Artur Mas, ha defendido en el Parlament su política de recortes para evitar que Catalunya vaya hacia el ‘colapso’ y ha puesto a Grecia como ejemplo de lo que le puede pasar al país si no se realizan los ajustes necesarios. Frente a las críticas de la oposición, el jefe del Govern ha elevado más el tono contra los socios del tripartito, a los que ha acusado de contribuir con su ‘derroche’ a la insostenibilidad de los servicios públicos”, (ver “Mas justifica los recortes para evitar que Catalunya ‘se colapse’ como Grecia”, El Periódico, 13.04.11). Había, pues, que salvar a Catalunya de la irresponsabilidad del tripartito catalán, la coalición de partidos de izquierdas que había gobernado en la Generalitat de Catalunya (aseveración hecha, por cierto, en el país que tenía uno de los gastos públicos sociales más bajos de la UE-15, el grupo de países de la UE de semejante nivel de desarrollo económico al español), a fin de evitar el colapso económico. Como ya había proclamado unos meses antes, el Sr. Artur Mas consideraba que “La austeridad nos hará fuertes”, frase que se hizo famosa en los círculos intelectuales del país.
Y para conseguir tal fortaleza llevó a cabo los mayores recortes de gasto público social que jamás se hayan llevado a cabo en Catalunya, y ello con el apoyo del Partido Popular, que era y continúa siendo, junto con Ciudadanos, la derecha española de clara orientación conservadora-neoliberal. En sanidad, por ejemplo, el Sr. Boi Ruiz, conseller del ramo del gobierno de Artur Mas (constituido por los “mejores”, tal como lo definió el presidente), que antes de ser nombrado como máximo responsable de la sanidad pública había sido la máxima autoridad de la patronal del sector sanitario, llevó a cabo unos enormes recortes, aconsejando a la población que cubriera sus necesidades a través del aseguramiento sanitario privado. Tal gobierno Mas era la expresión más ortodoxa del neoliberalismo en el panorama político catalán, junto con Ciudadanos. Era lógico, por lo tanto, que se sintiera amenazado por el movimiento 15M, popular, democrático y antineoliberal, al que respondió con una gran represión (dirigida por el conseller de Interior, el Sr. Felip Puig) por –parte de la policía catalana, los Mossos d’Esquadra. Y el gobierno y el partido gobernante, Convergència, pidieron la cárcel para varios de sus miembros, llevándolos hasta el Tribunal Supremo (ver mi artículo “Los presos políticos de los que no se habla”, Público, 12.02.19). El actual presidente de la Generalitat y máximo dirigente hoy del movimiento independentista, el Sr. Quim Torra, se refirió a tal movimiento en aquel momento como una “pandilla de memos (…) que nos lleva directamente al quinto mundo. (…) ni en Uzbekistán pasa esto, que es intolerable, democráticamente hablando” (ver Un dia de fúria i de vergonya, Matí Digital, 16.06.11).
La respuesta de las derechas catalanas nacionalistas, hoy independentistas, frente al 15M
Parte de tal respuesta de las derechas gobernantes fue la creación de un movimiento que sustituyera al 15M, pues de triunfar tal movimiento y su denuncia del neoliberalismo significaría el fin de su mandato. Convergència (apoyada entonces por Unió Democràtica de Catalunya) había gobernado la Generalitat como si fuera su finca, convirtiéndola en una red clientelar a través de la que controlaba y continúa controlando los servicios, aparatos y medios de comunicación públicos. El patrimonialismo de las derechas catalanas gobernantes no tenía nada que envidiar al patrimonialismo de las derechas españolas. En realidad, las raíces de la corrupción (extendida en ambos partidos) estaban, precisamente, basadas en este patrimonialismo.
El proyecto de Convergència era facilitar y estimular el crecimiento del movimiento independentista para que tuviera la suficiente capacidad de convocatoria para contrarrestar el movimiento de protesta democrática y social. Para alcanzar tal objetivo tenía que sustituir el tema social por el tema nacional, presentando al 15M como un cuerpo foráneo, no catalán. El hecho de que gran parte de ese movimiento estuviera formado por gente de las clases populares de habla castellana fue un hecho detectado y denunciado por muchos dirigentes del nacionalismo de derechas catalanas (Convergència) y también por personajes del movimiento independentista, todavía muy minoritario entonces. El movimiento 15M había mostrado animosidad hacia el gobierno nacionalista de las derechas catalanas, no solo por la implementación de sus medidas de austeridad, sino también por dividir a Catalunya entre los catalanes “auténticos” y todos los demás. Esta actitud hizo enfadar a dirigentes nacionalistas, incluidos algunos de ERC como Carod-Rovira, que denunciaron tal movimiento 15M por su supuesta falta de sensibilidad hacia el tema nacional. Se preguntaba así “¿Cómo se deben entender las muestras de rechazo a las banderas catalanas, esteladas y al uso del catalán que se ha producido en el centro neurálgico de la capital catalana?”, Josep Lluís Carod-Rovira en su artículo Indignació espanyola, publicado en Naciódigital, 16.06.11.)
Más contundente fue el nacionalismo derechista de Convergència, que había expresado ya su gran alarma cuando el Sr. Montilla, no nacido en Catalunya, y procedente de Andalucía, llegó a ser presidente de la Generalitat. La agresividad hacia estos acontecimientos fue enorme, y reflejaba un sentimiento de amenaza a su concepto patrimonial del Estado. Vicenç Villatoro, que aspiraba a ser el ideólogo del nacionalismo, definió estos hechos como una “reversión e inflexión muy peligrosa, pues significaba la abolición del eje nacional como eje político significativo y la consagración de la confrontación entre derechas e izquierdas como relato central de la política catalana” (extracto del libro L’engany, 2007).
El neoliberalismo imperante desapareció bajo las banderas
Las políticas de austeridad se habían iniciado con los socialistas –el gobierno Zapatero– a finales de la primera década del siglo, lo cual causó una gran abstención de la clase trabajadora en Catalunya, motivo por el que ganó Convergència en Catalunya, poniendo a Artur Mas en la presidencia, el cual acentuó todavía más los recortes siguiendo su vocación neoliberal (bajo el lema, como he mencionado antes, de que “la austeridad nos hará fuertes”). Su gobierno contó con el apoyo del Partido Popular –el mayor partido neoliberal a nivel del Estado- para desarrollar sus políticas neoliberales, aprobando ambos más tarde, cuando Rajoy sucedió a Zapatero en el gobierno español, la reforma laboral (que tuvo un impacto desastroso en la calidad de vida de la clase trabajadora y las clases populares en Catalunya y en el resto de España).
La imposición de políticas neoliberales generó unas enormes protestas populares que culminaron en el movimiento de los indignados, que (como había ocurrido en Francia con el Mayo Francés) tuvo un enorme impacto en España, incluyendo Catalunya. El gobierno Mas, tal como he indicado antes, reaccionó con una enorme represión y con toda una batería de respuestas, encaminadas todas ellas a debilitar el movimiento antiestablishment que representaba el 15M, y que significaba una amenaza para su permanencia en el poder. Era, en realidad, la mayor protesta que había existido en Catalunya frente al abusivo control que Convergència había ejercido sobre los aparatos del Estado, controlados por el gobierno catalán nacionalista conservador-neoliberal (que había gobernado Catalunya durante la mayor parte del período democrático). Frente a una amenaza de las clases populares, había que presentar un proyecto que cuestionara la existencia de clases sociales en Catalunya, aduciendo que todos éramos un pueblo, cohesionado por la defensa de la nación frente a los enemigos internos y externos. Era el intento de distraer y reconducir el conflicto hacia el ámbito nacional, ocultando así el conflicto social, generado este último por el conflicto de intereses existente en Catalunya entre las clases populares, por un lado (la mayoría de la base social del 15M), y el establishment político-mediático catalán, por el otro. La lucha de naciones sustituiría así a la lucha de clases.
Para ello se lanzó una gran movilización de instrumentos, algunos de los cuales habían estado casi apagados durante muchos años. Es el caso de Òmnium Cultural, a la que se añadió la recientemente creada ANC. Òmnium, que hasta entonces había tenido una orientación predominantemente cultural, se convirtió, junto con la ANC, en un instrumento clave de liberación nacional. Detrás de todos estos instrumentos estaba y sigue estando el gobierno convergente, que se transformó en independentista. Todo ello permitió, como apunta Jordi Amat en su libro La conjura de los irresponsables, que “el poder siguiera en las manos de siempre”. Ni que decir tiene que esta estrategia fue enormemente facilitada por el exacerbado uninacionalismo del Estado central, controlado por el Partido Popular, cuyas políticas neoliberales habían también sido ocultadas por unas políticas agresivas en contra del reconocimiento de la plurinacionalidad de España.
El gran error de las izquierdas independentistas
La tesis central de las izquierdas independentistas es creer que la gran crisis social se debe a la pertenencia de Catalunya a España, requiriendo la secesión para conseguir el bienestar de las clases populares catalanas, hoy supuestamente negado por el Estado español. Tal externalización de responsabilidades ignora u oculta las responsabilidades que el establishment conservador-neoliberal catalán tiene en la creación de la enorme crisis social que hoy tales clases sociales están experimentando. Su estrategia de anteponer la secesión por delante de todo lo demás ha reforzado el dominio de tal establishment en Catalunya (y en España). Esto ha sido reconocido incluso por dirigentes de la CUP como el Sr. Vidal Aragonés, que durante la campaña de las elecciones autonómicas del 21 de diciembre de 2017 indicó: “Nosotros votamos unos presupuestos antisociales –los de la Generalitat de Catalunya, gobernada por Convergència (rebautizada como PdeCAT) apoyada por ERC–, para acelerar el proceso de construcción del referéndum”. El último ejemplo de tal supeditación de las necesidades de las clases populares a los intereses partidistas del independentismo catalán, incluyendo sus izquierdas, se dio más recientemente con el veto a los presupuestos pactados entre PSOE y Unidos Podemos en las Cortes españolas, que hubieran sido un paso importante en la reversión del neoliberalismo (ver mi artículo El triunfo de las derechas con la ayuda de los independentistas, Público, 07.03.19).
Incluyo en esta crítica también a las izquierdas que se definen a sí mismas como revolucionarias y que consideran que la secesión es un elemento esencial de la derrota del Estado borbónico español, permitiendo así su sustitución por un Estado republicano. En realidad, cualquier persona con sensibilidad democrática y vocación republicana debería tener simpatía y ofrecer apoyo a tal objetivo. Pero lo que este supuesto ignora es que es imposible alcanzar su objetivo a través de una estrategia que ponga el conflicto España-Catalunya en su centro. El cambio en España no ocurrirá sin la participación activa de las clases populares españolas en el movimiento pro-republicano español, hecho que los movimientos supuestamente revolucionarios ignoran, y que con sus comportamientos (definiendo a España casi como el enemigo) dificultan.
En realidad, el mayor error de tales izquierdas supuestamente revolucionarias es el no darse cuenta de que una de las principales causas del subdesarrollo social de Catalunya es el dominio que el establishment político-mediático catalán, hoy independentista, tiene sobre las instituciones de la Generalitat, al cual están apoyando en sus políticas. Catalunya está hoy polarizada y la convivencia dañada, pues la clase trabajadora catalana no es mayoritariamente independentista. Y ahí está el tema clave que los “revolucionarios” no consideran.
La polarización unionistas versus secesionistas beneficia a los partidos de sus bloques pero perjudica a toda la población del país
El objetivo de la estrategia independentista ha sido la de crear una polarización entre independentistas y unionistas, objetivo compartido por estos últimos, pues muchos estaban en contra del proyecto plurinacional que había sido característico de las izquierdas no solo catalanas, sino también españolas. De ahí su intento de destruir a En Comú Podem en Catalunya. Tal como reconoció Lluís Salvadó: “Los de Colau están histéricos. Están jiñados (…).Están jiñados, porque los del movimiento de Colau están partiendo peras con el Estado español, la gente se va hacia un lado o hacia el otro y los del medio se quedan fulminados”, (según lo expresado en conversaciones recogidas en los autos del juicio por el 1-O, recogidos por La Vanguardia, 21.11.17).
En su intento de movilización y polarización crearon un futuro imposible por su inmediatez. Es imposible pensar que se creyeran lo que decía el bloque independentista. Es difícil creer, por ejemplo, que el presidente Puigdemont creyera lo que expresó en una comparecencia ante el Parlament de Catalunya el 28 de septiembre de 2016: “Estaremos preparados porque ya se está trabajando desde hace tiempo con este objetivo. Y sería una irresponsabilidad grave, por parte del Gobierno y de los partidos que le apoyan, proponer la creación de un Estado propio y no preparar con el máximo cuidado esta creación y su funcionamiento inicial. Estamos preparados para este tránsito hacia el Estado independiente de manera ordenada, como decía, sin saltos en el vacío, con garantías por lo que se refiere, no solamente a la seguridad jurídica, sino también a la viabilidad económica. En definitiva, hacia junio de 2017 ya estaremos preparados para podernos desconectar del Estado español con plenas garantías”.
La realidad actual ha mostrado la enorme falsedad de tal proyecto. Y más tarde, las declaraciones que afirmaban que Catalunya ya era una república eran abundantes y contundentes, todo ello como parte de una estrategia de movilización llena de falsedades, como al final muchos de sus líderes así lo reconocieron. Si no se lo creían (que es más que probable), la única explicación plausible es que intentaban algo que no aparecía escrito y que sí consiguieron: que no se hablara de las horribles consecuencias de la aplicación de sus políticas neoliberales. Incluso voces próximas al presidente Puigdemont reconocieron esta realidad. Uno de los miembros de su gobierno, Santi Vila, exconsejero de la Generalitat (en declaraciones al diario ARA del 15 de diciembre de 2014), indicó con una franqueza poco usual que “el procés independentista convierte en soportables los recortes”, y “¿Alguien imagina que podríamos resistir un ajuste de 6.000 millones desde 2010, con los sacrificios que hemos pedido, si no hubiéramos tenido un tejido social muy fuerte y la esperanza y la ilusión que ha generado el proceso soberanista?”.
No se podría haber dicho más claro. Y lo que veremos en estas elecciones legislativas será más de lo mismo: el tema nacional ocultando el daño social causado por los “superpatriotas” de ambos lados. Así de claro. Y de ello no se habla en los mayores medios de información y persuasión del país.
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