La perversión del feminismo
Estamos viviendo tiempos posmodernos que han pervertido todos los espacios sociales, y como no podía ser menos, también el feminismo. El desprestigio de la política que ha difundido tan eficazmente el capital ha calado hondamente en el MF. Desde la Transición el feminismo se consideró alejado e indiferente a las cuestiones políticas, tales como la forma de Estado – la bronca y la escisión del Colectivo Feminista que siguió a la propuesta que hice de que se pronunciase por la República- , la laicidad del Estado o el rechazo a pertenecer a la OTAN.
De tal modo, es posible que hoy un sector del MF asegure que el feminismo no es de izquierdas ni de derechas y que “se trata de no cerrar puertas a nadie”. Recuerdo el sobresalto que sentí, hace ya cuatro años, cuando la que había sido dirigente comunista soltó semejante aseveración en una asamblea. Era el primer toque de alarma de una tendencia que iba a difundirse muy exitosamente por las nuevas organizaciones que se llamaban del cambio. Ya se sabe que si se afirma no ser de izquierda ni de derecha es que se es de derecha.
El planeamiento actual es que no se cierra puertas ni siquiera a los fascistas. Ese estribillo, que incluso dirigentes políticos se atreven a utilizar refiriéndose a su propia organización, está siendo aceptado con naturalidad, y hasta complacencia, por una parte de la sociedad y de las feministas. Como si tal despropósito fuese posible. Al estar el feminismo “por encima de las siglas”, como si lo visitara el Espíritu Santo, la ideología no importa. Aunque a la vez se autocalifican de feministas. Porque la tenaz lucha del MF lo ha llevado a la vanguardia de los movimientos sociales y no se puede despreciar. Ahí tenemos a dirigentes de partidos de derecha e incluso de la banca afirmándose ahora feministas.
Esas nuevas organizaciones del MF concluyen asegurando que es posible aglutinar a la gente desde IU hasta la Fundación Francisco Franco. A más disparates se une afirmar que un partido no hace política.
Las nuevas proclamas consideradas modernas, al afirmar que las ideologías están trasnochadas se dirigen a captar el voto mayoritario de una población ignorante y decepcionada que ha convertido a la política, los políticos, los partidos y hasta las instituciones, en su enemigo principal. Como estas nuevas participantes en el MF están faltas de la más elemental información no saben que en fecha tan temprana como 1965, uno de los teóricos y dirigente de Falange, Gonzalo Fernández de la Mora, escribió un libro ya clásico que se titula “El crepúsculo de las ideologías”, en el que vaticinaba estos tiempos que vendrían. Se habían acabado los análisis basados en el conocimiento de las luchas económicas que perseguían grandes transformaciones revolucionarias. Se trataba de ir trampeando con proyectos que pudieran realizarse en el momento inmediato, en una amalgama de supuestos pragmatismos. Exactamente lo que en aquel momento el franquismo llevaba a cabo con el Plan de Estabilización y los Planes de Desarrollo.
Los disparatados manifiestos que hoy se publican desde el feminismo ignoran el dominio del Capital. Las peticiones populares difundidas en las redes repiten la exigencia de rebajar el sueldo a los diputados, pero ni se mencionan los beneficios de la banca, las primas cobradas por los banqueros (El escándalo de Francisco González y el BBVA), la ruina a que nos ha llevado el rescate de las Cajas de Ahorros, las imposiciones caudinas dictadas por los dirigentes de la UE que han hundido en la miseria a Grecia, entre otros países, y en la pobreza y la precariedad laboral a las clases trabajadoras en España.
Este feminismo de nuevo cuño que se pretende ahora alternativa a los partidos tradicionales, se atreve a enviar al archivo de la arqueología el estudio de las contradicciones de la lucha de clases que nos enseñó el marxismo; la experiencia, a veces tan amarga y peligrosa, de las luchas que protagonizaron nuestras antecesoras feministas y los militantes comunistas para lograr los avances en derechos y protección social que se obtuvieron en el siglo XX.
Con la más indigna ingratitud se muestran indiferentes y hasta despreciativas de las ideologías liberadoras que se construyeron sobre el sacrificio de varias generaciones y que han logrado poner freno a la explotación y opresión del capitalismo y del Patriarcado en varios países y especialmente en Europa.
Estas tendencias, dirigidas por personas de nula preparación teórica y ninguna experiencia de lucha porque su vida ha sido tan amable en estos tiempos de bienestar, están causando más confusión y desinformación de la que ya padece nuestro pueblo. Asegurando que el feminismo está más allá de las ideologías, de la división entre izquierda y derecha, que cualquiera puede unirse a su proyecto desde el franquismo al comunismo, y que no están haciendo política, están repitiendo las consignas fascistas.
Es ya un clásico aquella respuesta de Franco a uno de sus ministros: “Mire, haga como yo, no se meta en política”. Sería bueno que alguna de esas nuevas dirigentillas del feminismo leyera las proclamas de José Antonio Primo de Rivera, con la principal declaración de principios de su discurso inaugural de la Falange el 29 de octubre de 1933: “Que desaparezcan los partidos políticos. Nadie ha nacido nunca miembro de un partido político; en cambio, nacemos todos de una familia; somos todos vecinos de un Municipio; nos afanamos todos en el ejercicio de un trabajo. Pues si esas son nuestras unidades naturales, si la familia y el Municipio y la corporación es en lo que de veras vivimos, ¿para qué necesitamos el instrumento intermediario y pernicioso de los partidos políticos, que, para unirnos en grupos artificiales, empiezan por desunirnos en nuestras realidades auténticas?”
Ciertamente sabemos con Marx que la historia siempre se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa. Las circunstancias que permitieron el triunfo trágico del fascismo en el siglo XX no se dan hoy en Europa, de modo tal que resulta enormemente improbable que se imponga en España, a sangre y fuego, como sucedió en los años 30, por más que en varios países sus herederos estén teniendo cada vez un papel más relevante en la política europea.
Pero es cada vez más fastidioso y preocupante que se difundan los eslóganes de la antipolítica, de la negación de la lucha de clases, de un discurso banal que anula la diferencia entre la derecha y la izquierda, y que puede convencer a una parte de la ciudadanía ignorante y decepcionada, que en visceral reacción se lance a votar a la ultraderecha, con la adquiescencia de cierta parte de la izquierda y el aplauso de un sector del feminismo.
Espero que no se cumpla la terrible profecía que dice que si ignoramos nuestra historia estamos condenadas a repetirla.
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Si nuestra especie arrastra una lacra de lo más tozudo, inmaduro y obstinado es la de juzgar a todo el mundo con el mismo rasero que una adopta para sí misma y tratar de aplicar a los demás una idéntica visión personal, ideológico/religiosa, del mundo que una se ha ido fabricando a lo largo de la vida, no solo a través de la experiencia propia sino también, y demasiadas veces, a través de las experiencias de otros actores y actrices en este Gran Teatro Universal, que nos han precedido en el tiempo. Personalmente, reconozco que yo también soy víctima y verduga en el mismo plan. Que es muy difícil, y a veces imposible, ser objetivas cuando se trata de asuntos que una reconoce como perentorios y graves para la sociedad y para sí misma. Entonces, la herramienta más asequible para no salir del redil que nos da seguridad edeológica y/o dogmática, es aferrarnos a la certeza indiscutible de unas ideas, que seguramente son geniales, pero que como todo instrumento de vida, pueden terminar siendo más una prisión que una liberación; por ejemplo cuando el amor a mi bandera, a mi patria o a mi ideología me hace insensible a mis semejantes que no pertenecen al mismo estandarte ni al mismo territorio ya sea geopolítico o ideológico, y que una considera como la mejor opción y el mayor valor.
Hay al menos dos formas de aprender y desarrollar el territorio del conocimiento: a) aprender y memorizar teorías ajenas para poder aplicarlas en la práctica habitual, y b) descubrir en la práctica personal unas realidades materializadas que nos llevan a formular teorías que las explican y a comprender sin dificultad la teoría que estudiamos y asimilamos en el mundo académico y en el de la convivencia diaria; trabajar con esa disposición nos ayuda a madurar, a conocer mejor cada día y educar a nuestro peor enemigo íntimo: nuestro ego. Por desgracia, los ideologismos que son la perversión de las ideas, y no simples y siempre interesantes ideologías, son los canales de difusión de esa sustanciosa materia emocional e instintiva a la que si no le cortamos las alas, acabará tarde o temprano por estrellarnos contra los acantilados de un fervor tan destructivo y obsesivo como inútil a la hora de organizarnos y discernir en común e individualmente qué hacer y cómo estructurar nuestras experiencias vitales, científicas, culturales, artísticas, sociales y políticas.
Cuando una ideología nos lleva a considerar igualmente enemigos una forma de entender la sociedad, la política o la religión que a los individuos que la practican, hay que pararse y mirar hacia adentro, porque nos estamos adentrando en un peligroso pantano de arenas movedizas del que debemos salir a escape antes de que nos trague sin remisión. Es el moridero personal y social de los ideologismos, los asesinos en serie de las conciencias -personal y colectiva-, 'normalizados' por la costumbre del juicio constante e implacable, que se utiliza para apartar del camino todos los estorbos, sean como sean, sin considerar si tal vez eso que tanto fastidia no nos estará mostrando nuestra debilidad, la flojera de nuestros sacrosantos principios, que por supuesto, en nuestro rasero de medir están muy por encima del propio bien común que suele defender la izquierda y de los credos y dogmas egopáticos que caracterizan a la derecha.
Es el paraíso reptiliano del "no sé por qué lo hice", "nunca me imaginé que yo fuera capaz de llegar a esto","se nos ha ido de las manos", "esto no era lo que queríamos hacer"...o "con su pan se lo coman, se han ganado lo que les estamos haciendo", "son basura, no como nosotros que somos la crème de la crème", "que les den, y que aprendan quién tiene que mandar aquí y poner orden en este desastre", "no entienden nada que no sea lo suyo".
Ahí, en el paraíso terrenal egopático del ideologismo está permitido y justificado todo lo chungo, hasta por la leyes que se acaban fraguando al gusto del que gana y manda, pero en perjuicio del que pierde, no hay forma de entenderse, de escucharse, de conocerse y mucho menos de disponer de la empatía suficiente para desactivar situaciones terribles que acaban siendo verdaderos tsunamis que nadie puede frenar ni deshacer una vez puestos en marcha.
Es el paraíso reptiliano del "no sé por qué lo hice", "nunca me imaginé que yo fuera capaz de llegar a esto","se nos ha ido de las manos", "esto no era lo que queríamos hacer"...o "con su pan se lo coman, se han ganado lo que les estamos haciendo", "son basura, no como nosotros que somos la crème de la crème", "que les den, y que aprendan quién tiene que mandar aquí y poner orden en este desastre", "no entienden nada que no sea lo suyo".
Ahí, en el paraíso terrenal egopático del ideologismo está permitido y justificado todo lo chungo, hasta por la leyes que se acaban fraguando al gusto del que gana y manda, pero en perjuicio del que pierde, no hay forma de entenderse, de escucharse, de conocerse y mucho menos de disponer de la empatía suficiente para desactivar situaciones terribles que acaban siendo verdaderos tsunamis que nadie puede frenar ni deshacer una vez puestos en marcha.
Nuestros queridos socialismo y comunismo fueron unas herramientas básicas en su momento, como lo fue el cristianismo en el imperio romano; marcaron un antes y un después en la historia social y política de la humanidad, le pusieron nombre y rostros, causas y consecuencias al dolor de la exclusión, al abuso, a la crueldad, a la injusticia y la desigualdad, y no es posible olvidar una conmoción semejante en el mundo del capitalismo y sus revoluciones industriales, concebido hasta entonces como lo más perfecto y justo que se podía imaginar.
Y la misma casuística se puede aplicar al feminismo, en una línea paralela a las dos grandes implosiones sociales de los siglos XIX y XX, , solo que las mujeres siempre lo hemos tenido mucho más difícil que los hombres para todo menos para ser las esclavas convencidas de que se estaban ganando el cielo soportando con paciencia y humillación constante la cruces terribles que por lo visto el dios más sádico que haya habido, ponía sobres sus vidas aperreadas desde la cuna a la tumba, a no ser que les tocase ir de reinas o emperatrices solteras o viudas, tipo Cristina de Suecia, Isabel I de Inglaterra, o Isabel I de Castilla a la que su marido Fernando no le llegaba ni a a la suela del escarpín (que menuda prenda.. hermano heredero al que se arrimaba, hermano que petaba del mismo mal: una indisposición alimentaria, y sobrina heredera que se le atravesase, monja de clausura de por vida) cómo no, o Catalina de Rusia que fue un espanto de mujer, porque entonces, en esos casos, se despachaban a base de bien, no como mujeres sino como tíos entronizados con miriñaque.
Algo le pasa al ser humano con el poder, que lo trastorna y lo envilece de tal manera que, en efecto, ningún ideologismo logra redimirle, sino hacerle aun más monstruoso, porque le da razones a su ego -masculino y femenino- para no solo no cambiar, sino para además superarse en lo peor que tiene: vanidad, soberbia, estupidez disfrazada de postureo, avaricia, prepotencia, mentiras a cascoporro, enjuagues indecentes, juegos sucios y una crueldad refinada que justifica lo peor a base eufemismos y liturgias, besamanos y puñaladas traperas, eso sí, en nombre de los más altos ideales... Este panorama no puede obviarse. En toda la naturaleza humana está la posibilidad estremecedora de acabar en las mismas tesituras pensando en estar a años luz de todo lo que se juzga despreciable y criminal.
Y la misma casuística se puede aplicar al feminismo, en una línea paralela a las dos grandes implosiones sociales de los siglos XIX y XX, , solo que las mujeres siempre lo hemos tenido mucho más difícil que los hombres para todo menos para ser las esclavas convencidas de que se estaban ganando el cielo soportando con paciencia y humillación constante la cruces terribles que por lo visto el dios más sádico que haya habido, ponía sobres sus vidas aperreadas desde la cuna a la tumba, a no ser que les tocase ir de reinas o emperatrices solteras o viudas, tipo Cristina de Suecia, Isabel I de Inglaterra, o Isabel I de Castilla a la que su marido Fernando no le llegaba ni a a la suela del escarpín (que menuda prenda.. hermano heredero al que se arrimaba, hermano que petaba del mismo mal: una indisposición alimentaria, y sobrina heredera que se le atravesase, monja de clausura de por vida) cómo no, o Catalina de Rusia que fue un espanto de mujer, porque entonces, en esos casos, se despachaban a base de bien, no como mujeres sino como tíos entronizados con miriñaque.
Algo le pasa al ser humano con el poder, que lo trastorna y lo envilece de tal manera que, en efecto, ningún ideologismo logra redimirle, sino hacerle aun más monstruoso, porque le da razones a su ego -masculino y femenino- para no solo no cambiar, sino para además superarse en lo peor que tiene: vanidad, soberbia, estupidez disfrazada de postureo, avaricia, prepotencia, mentiras a cascoporro, enjuagues indecentes, juegos sucios y una crueldad refinada que justifica lo peor a base eufemismos y liturgias, besamanos y puñaladas traperas, eso sí, en nombre de los más altos ideales... Este panorama no puede obviarse. En toda la naturaleza humana está la posibilidad estremecedora de acabar en las mismas tesituras pensando en estar a años luz de todo lo que se juzga despreciable y criminal.
En ese territorio se confunden la resistencia y la firmeza ante las injusticias sin devolver las jugadas más retorcidas, como una debilidad. La ética como una buena intención insostenible y floja ante la dureza de los enemigos, el ganar y humillar a los contrarios no es un acto torpe y estúpido que cierra las puertas a la evolución de la inteligencia social, sino un honor y una victoria sobre mindundis despreciables, porque si no lo fueran habrían ganado ellos y habrían hecho lo mismo, obviamente.
En ese inframundo compulsivo y primario del "y tú más en lo peor y menos en lo más presentable y válido", pintado con la purpurina del glamour para disimular la costra de mugre adherida con los siglos y los enredos más cutres, solo se valora la fuerza y las marrullerías de la picaresca en sustitución de la inteligencia, de modo que no son los logros más sanos del bien común lo que interesa y alucina a los todopoderosos y a sus rebaños, que mangonean en todo, sino la pompa y el esplendor de sus juegos repugnantes que acaban por dar la victoria al y hacer un héroe del más desalmado y retorcido, que es el que mejor se vende en el escaparate mediático, a ése se le perdona todo, "porque es tan listo y sabe tanto...habla tan bien que te convence", y es cierto, solo ese tipo de elementos son capaces de permanecer años y años chupando del bote público y del privado, sin que los estados mejoren ni evolucionen hacia cotas de altura democrática ni de justicia, bienestar y equilibrio social. González y el propio Zapatero, que fueron la esperanza de la izquierda, salieron por peteneras y acarrearon una caída total de la llamada izquierda. El feminismo aceptó todo, una ministra socialista cooperó con una ley de desahucios para echarse a temblar, era feminista en primera línea.
Querida Lidia, no deberíamos ponernos los laureles por el empuje actual del feminismo, que es un movimiento humano, con todo lo que eso implica, en movimiento y cambio constante. No pertenece a ningún ideologismo aunque hayan sido las mujeres de izquierdas sus impulsoras, como la libertad no es patrimonio de quien la defiende con su vida, sino de toda la humanidad, por cuya causa muchas y muchos han dado su vida y su empeño hasta el final voluntariamente, como Rosa Luxemburg, por ejemplo. Ella nunca haría un apartheid en el feminismo, al contrario, ella denunció con valor y conciencia la violencia de la política comunista y el belicismo irreconciliable de sus compañeros de ideología, no de ideologismo, ella sabía distinguir lo uno de lo otro.
Nuestros grandes ideólogos dieron paso a un Stalin y a los campos de trabajo forzado de Lenin, a que Pablo Iglesias Posse, además de ser una gran persona, afirmase que había que luchar hasta morir matando a quienes impidiesen el paso al socialismo, lo mismo que Pasionaria gritaba por la radio en plena guerra civil: "¡compañeros, coged las armas y asesinad sin piedad!" . Tanto Ibárruri como Santiago Carrillo en lo de Paracuellos, no fueron unos monstruos ( si hubiesen ganado la guerra tendrían calles y estatuas a su nombre, sino seres humanos, prisioneros en las mazmorras de un tiempo deshumanizado y devastador, en el que ganaba el bicho más peligroso, destructivo y con menos escrúpulos, el más sociópata. Pero eso no es ni para juzgarles ni condenarles, sino para aceptarles tal como fueron, quedándonos con lo mejor que dieron, que también fue mucho.
Es necesario a prender a mirar la historia con la misma objetividad con que se enfoca un proceso de investigación y no usarla como guirnalda ni panoplia para nuestras fijaciones, porque esa forma de entenderla puede acabar haciéndonos repetir lo que ya no tiene sentido y las actitudes propias de un tiempo acabado por más que no se quiera ver, y que si hubiese sido tan admirable y genial como creemos, nunca habríamos desarrollado una forma de vivir tan penosa y precaria en todo el planeta como ahora estamos comprobando.
Si la izquierda no tuviese de derecha mucho más de lo que cree, a estas alturas del tiempo ya no habría capitalismo, tras la última guerra mundial las conciencias se habrían despertado en modo exponencial y tomado otros derroteros hacia un sistema más humanizado de vida justa y sana para todas y todos, mediante acuerdos y consensos, donde la ONU no se hubiese convertido en el burladero de los mihuras USA, banca y club Bilderberg. Sin embargo las democracias que derrotaron al nazismo y al fascismo, no fueron capaces de transformar y derrotar su capitalismo intrínseco, lleno de injusticias, crueldades y guerras-negocio, con ejércitos en los que también luchan mujeres feministas buscando la igualdad en lo peor del género masculino, y hay ha habido ministras de defensa...y elementas como Margaret Thatcher, Teresa May, Soraya SS, Cospedal, Aguirre, Cifuentes o Rita Barberá, q.e.p.d...como para echarles de comer aparte, xd!
Los dos sistemas tan opuestos en apariencia son idénticos en una cosa fundamental: carecen de alma y dan más importancia al tener, mandar y poseer que al ser, comprender, empatizar, resolver, cuidarse mutuamente mediante el apoyo personal, familiar, laboral y social y sobre todo, amar, como educación y como sentido común. Mientras las bases sociales no consigan vivir de ese modo, desobedeciendo leyes degradantes en estados podridos, no habrá más salida para el tinglado que la devastación del propio sistema por sí mismo, sin que nadie le haga nada peor de lo que se está haciendo por su cuenta; si el feminismo no cambia la sensibilidad de esa tendencia destroyer puede acabar igual que el ruinoso, deteriorado y violento patriarcado. Siendo un instrumento más de manipulación de masas, no una guía serena y un eje luminoso de conciencias y conductas capaces de crear otra forma de existir, otros paradigmas sin fronteras y vallas de pinchos, que vayan más allá de las hormonas y unas razones nuevas para regenerar un mundo in falliure, que si se lo propone y cambia de rumbo y de pamplinas precocinadas, aun puede salir de ésta.
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