El mal menor
Parece sensato que si tenemos que elegir entre dos males, nos decidiremos por el menor de ellos. Entre una cirugía dolorosa y un fármaco que me haga sufrir menos, es racional que me incline por lo segundo. Entre ir de una ciudad a otra gastando mucho tiempo andando o hacerlo en coche es igualmente más racional ir en coche aunque me cueste otras molestias .Todo se resume en que lo mejor es mejor que lo peor. Parece, repito, una obviedad solo negada por extravagantes, masoquistas o medio locos. Esta actitud elevada a principio recibe el conocido, usado, e incluso alabado “mal menor”. Como figura lógica es capaz de dirigir, racionalmente, nuestras acciones. Obsérvese, aunque volveré enseguida sobre ello, que se trata de un moral criterio utilitarista, también llamado utilitarista. Y es que el bien, en nuestro caso el menor mal, de nuestras acciones se mediría en función de las consecuencias de dichas acciones que, libremente, llevemos a cabo. En esta perspectiva moral, los principios pasan a un segundo plano vencidos por unos resultados que se supone, al final, nos serían más favorables.
Demos un salto ahora al mundo de la política y, concretamente, a la actitud que deberíamos adoptar ante las elecciones políticas que se avecinan. Me apresuro a añadir que me voy a referir a aquellos que dudan entre votar o no votar y, sus dudas nacen desde una visión de izquierda, progresista, por usar palabras que excesivamente convencionales pero que sirven, de momento, para entendernos. Ante estos se abren dos bloques. Por un lado, los tres partidos que representan, con mayor o menor intensidad, a lo que se suele entender por derecha. Dichos partidos se inscriben en lo que, como una ola gigante, amenaza a Europa y que hacen que se despierten en nosotros los peores fantasmas de un pasado aún reciente que intentaría, de nuevo, abrirse paso. En esa ola se mezclan distintas aguas a las que se les da el nombre de populismo, nacionalismo, y rechazo, si no odio, a lo que , según la sensatez dominante, seria la calma que se respira en las democracias liberales con sus partidos, siempre moderados, correspondientes. Habría, en consecuencia, que hacerles frente y para ello votar, aunque sea con una pinza en la nariz, a los partidos del otro bloque, el de la izquierda, al menos nominal. Estos, con todos sus defectos, con todas sus incoherencias, con todas sus concesiones al dinero que sobrevuela por encima de todas las instituciones, serían la única muralla contra el extremismo de la derecha e incluso contra una cierta resurrección del fascismo. Quedarse en casa o pasear por el campo en vez de depositar el voto en el bloque izquierdista sería de una irresponsabilidad histórica. O de un señoritismo imperdonable. Los improperios que caerían contra tal atrevimiento y desprecio de la combatividad política nos los podemos imaginar. Da pereza hacer un mínimo recuento de ellos. Por cierto, son los mismos que se han hecho en otras situaciones solo que ahora remozada con palabras, generalmente vacías, tanto para señalar los peligros como para argumentar a favor del voto.
Vayamos a la otra parte, volvámonos hacia quienes desean mantenerse firmes en una postura realmente antipoder y fuera de un juego detrás del cual se sitúa siempre el dinero, con el color que se quiera, pero hegemonía del dinero. Estos no dimiten fácilmente de sus principios. En modo alguno desconocen las consecuencias que pueden derivarse de nuestras acciones, solo que sin dogmatismo alguno piensan que muchos de los males del futuro serían el fruto de un presente en el que, con una visión corta y con demasiada ambición, un inmediatismo rácano se impone. No es principialismo rígido o dogmático sino justo izquierdismo. Y desde dos perspectivas o niveles. En un nivel más radical, quienes así opinen repiten una y otra vez que no se trasforman nuestras vidas desde dentro de la política. Solo en la sociedad podemos crear las piezas para lograr una política que no sea de parches sino realmente trasformadora. La democracia existente sería un apéndice del triunfante capital. Una construcción seudodemocratica en una Constitución impuesta y en la que figura a la cabeza un Rey sucesor del Franco. En un segundo nivel menos radical pero también opuesto a la participación se recordaría cómo todo lo que toca el juego democrático se convierte en eso, puro juego. Una noria en la que se van pasando el testigo de unos a otros. Y la mentira o la contradicción se instalan en el corazón del sistema. Lo que era casta deja de serlo, la corrupción se comparte, las promesas se olvidan y todo acaba en una cama redonda. Además, ¿quiénes han sido los que han hecho pasillo para que avance la derecha?
He expuesto, muy sintetizadas y tipificadas las dos posturas. Que cada uno escoja pero que ni engañe ni se autoengañe. Y un modo de engaño insoportable es el de aquellos que estando de acuerdo por la segunda postura optaran, agarrándose a todas las excusas posibles, por la primera. Y lo harán por miedo. No tanto a las catástrofes que se derivarían del progreso continuo, o, mejor, despertar, de la ultraderecha sino por miedo a su pareja, a lo que les reprochen en casa, los vecinos, los amigos, el entorno de una burguesía con altos grados de hipocresía y la incapacidad para ser libres. Que cada uno elija, pero desde el mismo. Por mi parte, lo único que pediría a todos aquellos que se sitúan en la primera a de las opciones que, al menos a mí, no me den la lata y tenga que oír lo del mal menor y otras lindezas. Que lean, si quieren, a Malaparte. Tampoco yo daré la lata a no ser para decir una y otra vez que me dejen en paz. De nihilismo nada pero de la eterna repetición de lo mismo, menos.
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Para nihilismo, el que llevamos encima los pueblos de España como una maldición gitana de las de antes. ¿Acaso puede haber más nada en un sistema social y político que la resignación aniquilaconciencias y el perderse en los detallejos olvidando el contenido esencial?
¿Qué es más imprescindible, el agua o el cántaro que la lleva a casa? En este estado social que padecemos, la política de partidos está volcada en los cántaros, el agua ya no importa, tanto es así que la mayoría de cántaros va de vacío y no pasa nada. La culpa la tiene la pertinaz sequía que lo mismo se apodera del clima en un franquismo pantanero, que en una democracia dinástica de mercadillo.
Se valoran muchísimo las artísticas cantareras-alforja que llevan encima las mulas y los burros de carga (que todas identificamos con solo mirarnos al espejo). Se admira igualmente el garbo equilibrista de las habilidosas aguadoras que llevan los cántaros en la cabeza o 'apoyaos en la cadera' como los nardos de aquel cuplé en los años 50 del siglo pasado. Pero nadie se preocupa de comprobar si los cántaros llevan agua o no. Y tampoco se ve necesario comprobar, en caso de que la haya, si es potable o no. Esa actitud nos viene dominando desde siempre y ya ni lo notamos.
Los cántaros son precisamente las posturas del ego hipervaloradas, pintarrajeadas y vociferadas hasta la extenuación, y lo esencial, el agua, es la realidad que fabricamos y compartimos, con la que todo se puede hidratar, crecer, hundirse, ahogarse o con ella, regar, cultivar y cosechar, aniquilarse o sobrevivir entre esas dos fuentes de libertad y criterio o todo lo contrario, que oscilan en su predominio de quita y pon. A una se le llama izquierda y a la otra derecha.
Pero no es tan simple. Las aguas también se mezclan, escasean o inundan, y los cántaros se agrietan y se rompen. Hay que renovarlos, sabiendo que son material caducable y por muy buena que sea la arcilla y las manos expertas en alfarería, los cántaros no duran para siempre. Los partidos políticos, tampoco. Seguramente el problema se acabará cuando la comunidad municipal decida hacer el proyecto urbano de una acometida y distribución de aguas potables para todo el vecindario. El pueblo entero respirará aliviado. El agua estará disponible con solo abrir los grifos, cenectar mangueras y llenar depósitos. Todo habrá mejorado indudablemente. Excepto los fabricantes y vendedores de cántaros, que se verán abocados o bien a la ruina si se dedican a lamentarse y no hacen nada para superar el crack o bien a cambiar de orientación productiva y fabricar por ejemplo, vajillas, platos y jarras ornamentales, juegos de café, macetas y jardineras...También quienes se dedicaban al transporte domiciliario del agua, deberán cambiar de orientación profesional y adiestrarse en otros oficios adecuados al nuevo rumbo de hábitos sociales y laborales. El sistema de canalización de las aguas ha hecho que cambie la visión y las necesidades de todo el pueblo y que el agua sea patrimonio natural de todos los habitantes.
El agua es la democracia, la justicia, la igualdad, los derechos, los deberes, el aseo y la higiene, la hidratación y la normalizada alegría tanto de plantas y animales como de seres humanos. Cuando la democracia llega a toda la población, cuando cada ser humano, en lo personal y en lo comunitario, accede a ese servicio ya imprescindible en el siglo XXI, los cántaros, las cantareras y los aguadores, no sirven para una función tan complicada e incómoda, y además ya innecesaria. Los caducados políticos e ideologías sistémicas que con el tiempo degeneraron en cántaros agrietados incapaces de transportar el agua sin derramarla por el camino y llegar vacíos a su destino, tampoco. Cuando la ciudadanía ya es portadora de un sano concepto de democracia, y ha comprobado que lo verdaderamente eficaz y justo está en su mano si ella participa, abre el grifo y puede regular el consumo necesario de agua, está clarísimo que algo fundamental e irreversible ha cambiado en ese pueblo.
En España y en Europa y en USA, sucede también así. Simplemente tenemos un problema con los cantareros de la vieja política: no son capaces de ver que su tiempo se ha terminado. Que las tuberías de la conciencia ya se encargan de llevar el agua a cada casa, a cada persona, a cada comunidad. Por eso se dedican al sabotaje del nuevo sistema de reparto, rompen las tuberías, destrozan las fuentes, incordian y alteran con bulos a la población, les cuentan mentiras, se inventan problemas, hacen pasquines difamadores y crean emisoras, cadenas de desinformación y hasta un club de redes cotillas que echan pestes del agua y del ayuntamiento revolucionario que les ha jodido su forma de vida que ya era una institución, y cuando no pueden meter baza para lavar cerebros, se empeñan en provocar hartazgo en modo inercia, que también es un recurso para dejar manos libres a los viejos aguadores, desentendiéndose del problema, del presente y del futuro, mirando para otro lado. Se cuelan entre la ciudadanía y a veces hasta parecen normales mientras no se despendolan y se muestran sin querer tal como son, pero van dejando caer un goteo de disgusto, de enfado, sacando banderitas sin parar de hacer hincapié en lo suyo: "Recuperemos nuestras tradiciones de aguacántaros", "Donde se ponga un burro cargando agua, que se quiten los grifos y las cisternas", "¿Acaso puede compararse una buena tabla de madera, con su agujero en medio y un cajón debajo para recoger la mierda patriótica, con un retrete canijo de porcelana fría y una cisterna detrás?", "Que no nos quiten lo nuestro", "Ayuntamientos al paredón y el cántaro en su rincón", "Se empieza quitando los cántaros y se acaba en Nueva York abortando niños recién nacidos", "No te fíes del agua que te sirven con tanta facilidad los de la casta, bebe solo de la nuestra que es la mejor" o "Es cierto, nos hemos equivocado de tuberías, ahora que lo hemos comprendido, prometemos hacerlas nuevas y transportando agua de cántaro, para que todos estén contentos, xd!"
Pero ya llegan tarde; afortunadamente, los pueblos ya no son los que eran, y aunque en principio puedan tragarse algunas milongas de la cantarofilia, -mucho más por la confusión persistente y plasta, que por la calidad de sus argumentos y sobre todo de sus actos impresentables-, la conciencia naciente es ya tan apabullante y visible que su luz pone a la vista todas las trampas y demás montajes. Por encima de todas las mentiras, de todas las demagogias y de todas las milongas habidas y por haber, la inteligencia colectiva nunca será artificial, se libera a sí misma de lo peorcito de cada casa y convierte el silogismo incompleto en unas deduciones que se caen por su propio peso:
Silogismo A
Premisa 1:
Toda acción política de verdad debe ser ética para ser eficaz
Premisa 2:
Los políticos actuales desconocen la ética y la eficacia
Conclusión:
Ergo, si no son éticos ni eficaces tampoco son políticos,
sino, evidentemente, vivales , oportunistas
o ignorantes abducidos y manipulados por un montaje ad hoc.
No nos sirven, nos utilizan.
No nos sirven, nos utilizan.
***
Silogismo B
Premisa 1:
Toda democracia es responsabilidad del demos
Premisa 2:
Los gobiernos hasta ahora y en lo fundamental,
solo han sido una suplantación irresponsable e interesada
del demos,
del demos,
para implantar sus negocios de partido y familias
sin contar con el demos nada más que por sus votos
y usando la presunta democracia
como coartada de la falacia.
y usando la presunta democracia
como coartada de la falacia.
Conclusión:
Ergo, el demos tiene que comprometerse en firme
con su responsabilidad y no volver a elegir jamás
en las urnas a los mismos elementos
que les han demostrado su discapacidad gestora
y que les impiden ser democracia, justicia e igualdad,
y que les impiden ser democracia, justicia e igualdad,
basándose en la manipulación del engaño,
y empezando por el pucherazo estatal de la Ley d'Hondt
***
***
Sin asimilar estas evidencias, es inútil convocar elecciones para que cambie algo, salvo el grado de desesperación y/o agotamiento de la ciudadanía.
Y sí, también es de conciencia y de inteligencia comunitaria, cuando se reconoce el estado en ruinas de una construcción, aportar ideas para reconstruir, incluso aprovechando los cascotes. En la ruina sistémica, todo material de derribo puede ser reciclable, nadie estorba, solo las actitudes cerradas en banda, la hipocresía y el egoísmo con su ceguera.
La única ideología imprescindible es el bien común sin condiciones ni chantajes ni mímesis escurridizas.
Transparencia, transparencia y transparencia, honestidad, honestidad y honestidad..., o sea, ética, ética y ética... for ever & ever, again.
Sin estos genes imprescindibles no son posibles la libertad, la igualdad ni la fraternidad, ni la democracia...Ni el amor y su inteligencia universal, que es el resultado y la causa de todo cuanto vale la pena ser vivido.Sí, especialmente en donde menos está ni se le espera: en la gestión política, convertido en servicio ¡y en las antípodas del ppoder!, obviamente.
Sin ese equipaje vital, como le dijo Pedro Arrupe al papa Montini cuando le echó los perros por revolucionario, "y el último que apague la luz". Osea, apaga y vamonos.
La única ideología imprescindible es el bien común sin condiciones ni chantajes ni mímesis escurridizas.
Transparencia, transparencia y transparencia, honestidad, honestidad y honestidad..., o sea, ética, ética y ética... for ever & ever, again.
Sin estos genes imprescindibles no son posibles la libertad, la igualdad ni la fraternidad, ni la democracia...Ni el amor y su inteligencia universal, que es el resultado y la causa de todo cuanto vale la pena ser vivido.Sí, especialmente en donde menos está ni se le espera: en la gestión política, convertido en servicio ¡y en las antípodas del ppoder!, obviamente.
Sin ese equipaje vital, como le dijo Pedro Arrupe al papa Montini cuando le echó los perros por revolucionario, "y el último que apague la luz". Osea, apaga y vamonos.
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