Los roscos de Prada
Alfredo Prada se ha
convertido en el hombre paradoja de Casado: fue admitido en el reino de
Génova ni más ni menos que como jefe de la Anticorrupción pepera
El megalómano proyecto de la Ciudad de la Justicia no parecía el más adecuado y presentaba muchas dudas sobre su ubicación, funcionalidad y financiación real
Sólo se construyó un edificio que hoy resulta un muerto en un naufragio en medio de un terreno inmenso: el Anatómico Forense
El megalómano proyecto de la Ciudad de la Justicia no parecía el más adecuado y presentaba muchas dudas sobre su ubicación, funcionalidad y financiación real
Sólo se construyó un edificio que hoy resulta un muerto en un naufragio en medio de un terreno inmenso: el Anatómico Forense
La política líquida tiene
estas cosas. Acaba declarando como imputado el antaño todopoderoso
vicepresidente de Esperanza Aguirre —el otro, no me lo confundan con
Nacho— y ya ni abre sección. Creo que lo han enviado a la local de
Madrid. Sucede mucho cuando la investigación de una sinvergonzonería
afecta a aquellos que ya se da por amortizados. Eso a pesar de que
Alfredo Prada se haya convertido en el hombre paradoja de Casado, ya que
fue admitido en el reino de Génova ni más ni menos que como jefe de la
Anticorrupción pepera.
Ahora que el tiempo ha soplado
sobre el aguirrismo, sin alcanzar debajo de las alfombras, debe quedar
claro que el proyecto más faraónico planificado por la Comunidad de
Madrid no era una ideación de Prada, ¡cómo iba a serlo!, sino el empeño
personal de Esperanza Aguirre, que tal vez así esperaba sobresalir en su
pugna interna con el tunelador Gallardón en millones de obra entregados
a unos y a otros. En aquella época la lucha era entre Alberto y
Esperanza, que esperaban ser, y la gresca entre González y Prada que
querían llegar.
Todo fue un despropósito desde el inicio. Era difícil no
verlo, pero para muchos era más difícil alzar la voz para decirlo. Ni
siquiera los jueces cuyos cargos y representantes tenían mil y una pegas
sobre las decisiones que estaba tomando Esperanza Aguirre. No era
porque no se necesitara, como sigue urgiendo, una solución para las
dispersas, indignas y anacrónicas sedes de los cientos de órganos
judiciales de Madrid. Eso era y es imprescindible. Era más bien porque
el megalómano proyecto no parecía el más adecuado y presentaba muchas
dudas sobre su ubicación, funcionalidad y financiación real.
No
había cuesta que Aguirre y De Prada no subieran sobre el papel. Nada
que a los madrileños no nos fuera a costar un riñón. La primera duda era
la ubicación. Nadie quería mudarse a Valdebebas, pero esto podía haber
sido un capricho si no se hubiera planteado el problema de transferir un
tráfico diario enorme de personas y concentrarlo en un sólo punto. Por
ese motivo, el propio decano de los jueces y otras voces, les sugirieron
crear varias "ciudades" de la Justicia, una por orden jurisdiccional.
Así, le explicaron una y otra vez a los gobernantes del PP, se evitaría
esa concentración que podía desestabilizar los flujos de la ciudad. Vean
que los abogados penalistas raramente van a un juzgado civil y
viceversa. ¿A qué juntarlos a todos? Sobre el argumento, una
apisonadora.
Después, llegó el concurso arquitectónico
para el diseño de la Ciudad de la Justicia. También nos costó el
dinero. Aún estoy viendo al entonces presidente del Tribunal Superior
volver de su participación en el jurado para elegir el proyecto. "Ha
salido el de los roscos", me dijo un poco desfondado. El proyecto de los
roscos planeaba una serie de edificios, todos de planta circular, que
tendrían la mano de un arquitecto famoso cada uno. A Foster, cuyo
contrato de 11,6 de millones de euros se analiza ahora en la Audiencia
Nacional, le correspondieron el del propio Tribunal Superior de Justicia
y el de la Audiencia Provincial. Dos roscos muy vistosos. El desaliento
de los jueces que se habían intentado oponer a este proyecto tenía sus
razones. Una de ellas, y muy poderosa, que como bien me dijo el
presidente Casas "los círculos no se puede ampliar". Ellos sabían que
cualquier edificio judicial que se diseñara sin posibilidad de "crecer"
reproduciría en poco tiempo los problemas que existen en la actualidad.
En
el Tribunal Constitucional lo tienen bien claro. Los roscos no eran
útiles pero los grandes arquitectos así lo preferían. La funcionalidad
no parecía contar demasiado. Los había peores. Uno quería humanizar la
Justicia y planteaba una verdadera ciudad de "casitas" de diferentes
alturas y diseños en las que se alojaran los órganos judiciales. Seis
juzgados aquí, ocho allá y una sección de la Audiencia por el otro lado.
"Ya les he dicho que con ese proyecto yo iba a llegar a trabajar porque
tengo conductor pero las probabilidades de que ningún ciudadano llegara
nunca a encontrar el juzgado que buscaba eran nulas", me contó el
presidente que era un gallego listo y coñón.
Daba
igual. Valdebebas y los roscos se convirtieron en el plan del siglo que
nos iba a costar 500 millones a los madrileños y Foster iba a construir
un tribunal en el que las salas de vistas estaban en la última planta
sobresaliendo sobre el tejado. "¿Pero a quién se le ha ocurrido poner
las salas en la última planta para que todo el público tenga que usar
los ascensores y atravesar todo el edificio para subir?", eso también se
oía, mas en la Comunidad nadie tenía orejas para nada. Tampoco estaba
clara la financiación, que era propia de la burbuja, ya que se basaba en
la venta de los edificios judiciales situados en muy buenas calles de
Madrid para seguir construyendo casas de lujo.
Nadie
quería mudarse a Valdebebas. Tampoco había mucho entusiasmo ni de
sindicatos, ni de asociaciones de operadores jurídicos ni, como queda
dicho, de los jefes del cotarro. La verdad, a mí tampoco me hacía gracia
tener que mudarme a las afueras a trabajar. Mi presidente me alivió de
cargas y no se equivocó un milímetro, y eso que el edificio del TSJM iba
a ser construido en la primera fase, "no te preocupes, me jubilaré yo,
te irás tu y nadie se habrá mudado a Valdebebas". O era un vidente o
tenía muchas horas de vuelo para saber que aquello hacía muchas aguas.
Sólo
se construyó un edificio que hoy resulta un muerto en un naufragio en
medio de un terreno inmenso. Nunca mejor dicho, es el Anatómico Forense,
cuesta un huevo mantenerlo y ¿a quién le vas a vender o qué uso le vas a
dar a un edificio lleno de cámaras frigoríficas y sala de disección?
Entre tanto hubo muchas comidas, maquetas, libros, presentaciones y
fanfarria. Dinero de los madrileños. Una visa que a De Prada le echaba
además humo, con 24.000 euros en viajes y comidas. Hoy todo se describe
más fácil: malversación, prevaricación, tráfico de influencias, delitos
societarios. Eso es lo que investiga el juez. Mientras, la Justicia de
Madrid sigue agonizando. Cosas de buenos gestores.
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