jueves, 21 de marzo de 2019

Querida Lidia, el problema no es la demonización de la política, sino seguir llamando política a lo que solo es un juego obsceno de poderes partidócratas a los que la ciudadanía les ha perdido el respeto, tras años y legislaturas de paciencia más que probada. Circunstancia que los fachas esperan rentabilizar en las urnas como agua de abril, convencidos de que la cosa no va con ellos, y claro que va con ellos... ¿Quienes provocaron la crisis? ellos y su avaricia sin límites ¿Quienes agravaron la situación con una reforma laboral indecente y la supervivencia de los más desfavorecidos con unos recortes del copón? Ellos, sin duda ¿Quienes amordazaron las protestas con una ley medieval? Ellos, sin más. ¿Quienes se lo han llevado crudo en la corrupción hasta las cachas? Ellos, los salvadores de la patria...¿Quienes impiden el voto a los españoles migrantes a causa de tal atraco institucional y la libre expresión en un referendum en Catalunya, como se hizo en Escocia? Ellos, los fachas ¿Quienes han provocado que Catalunya salte por los aires al quitarles el esatut? Ellos, obviamente, los cerriles e incapaces para todo lo que no sea trincar e irse de rositas. Pero, ¿Qué hizo mientras la oposición izquierdista? Se hizo una de escaqueo monumental: abstenerse en el mejor de los casos y apoyar descaradamente a los vándalos en el mismo ataque patriótico. ¿Y crees, Lidia, que debemos seguir votando esa basura que para nada nos representa, para que todo siga igual destrozando la política y a los politoi, o sea a nosotras, el demos, mujeres y hombres en la misma remesa? Precisamente porque queremos una política decente y digna, limpia y sana no podemos seguir votándoles. Por eso es el momento de votar al partido feminista. Por muy mal que nos pudiese salir la iniciativa, no es posible que salga peor de lo que ahora nos aflige y aplasta. No se demoniza la política por no querer semejantes esperpentos al cargo del estado, son los pésimos gestores quienes se demonizan a sí mismos, con conductas degradantes en la manipulación de las leyes a su servicio, -en plan Luis XIV, l'etat c'est nous- impidiendo la reforma de la constitución y una consulta definitiva sobre el modelo de un estado que nunca hemos podido elegir en libertad, sino solo corroborar la trama de maquillaje legalista que el tardofranquismo nos endosó. Ahí está la verdadera demonización del asunto político en España. No nos vayamos por las ramas.




Opinión · La verdad es siempre revolucionaria

La demonización de la política





Es una evidencia que la política está desprestigiada ante las grandes masas. En sucesivos eventos que se han celebrado en varias ciudades de España en estas últimas semanas, organizados  por diversas asociaciones ciudadanas, dedicadas a denunciar y paliar los devastadores efectos de la crisis tales como el abandono de los sectores sociales más desfavorecidos: ancianos pobres, niños abandonados, mujeres maltratadas, la sanidad desmantelada, las trabajadoras explotadas, los desahucios masivos, a los que asistieron centenares de activistas, se hizo hincapié en que aquel encuentro se había organizado al margen de los partidos políticos. Los y las participantes vibraron emocionados con discursos que demonizaban la política y los partidos, rechazando toda participación política e impidiendo que asistieran representantes de los partidos, como si estuvieran contaminados por algún virus infeccioso.
Después de dar enérgicos y emocionantes discursos sobre las explotaciones que sufrían, las participantes –la mayoría eran mujeres- se retiraban entre aplausos. Pero ninguna explicó cuáles eran los objetivos que se pretendían con aquellos encuentros que habían costado muchos esfuerzos, trabajo y tiempo organizarlos, aparte de recordar las desgracias que estaban sufriendo. Se relataron las conocidas quejas: la corrupción de los políticos, el incumplimiento de las promesas difundidas por los partidos antes de elecciones, y se repitieron las consignas habituales: hay que seguir luchando, en la calle tenemos el poder, la unidad de las organizaciones y el repudio de toda identificación con un partido político.
En un encuentro con las camareras de piso en Calviá, Mallorca, se produjo incluso una situación tensa cuando se les indicó que sin apoyar un programa político sus reivindicaciones no tendrían nunca la posibilidad de ser defendidas. Argumentaron que en la asociación había 30.000 miembras en toda España y que cada una tenía un criterio diferente respecto a su opción política y a su voto y que esa pluralidad no podía romperse si la asociación se decantaba por defender una determinada opción ideológica. Ni aún para defender sus intereses.
Entienden que han alcanzado la meta deseada con la supuesta unión de sus componentes, sin entender que los objetivos por los que se agrupan no pueden alcanzarse si no apoyan un partido que las defienda. 30.000 votos diseminados entre las diferentes opciones que se ofrecen a los votantes –muchas de las cuales trabajan en contra de sus intereses-  no tienen ninguna consecuencia. Unidas con una ideología común podrían convertirse en verdadera fuerza política.
Este mismo discurso y estrategia son los que rigen el Movimiento Feminista. El éxito de las movilizaciones de los 8 de marzo no se convierte en el de los partidos políticos que pueden cumplir las reivindicaciones feministas. Si los dos millones de personas que salieron a la calle los 8 de marzo y los 25 de noviembre votaran a las formaciones feministas que durante años se han postulado como fuerzas políticas, ahora tendríamos un verdadero poder en el Parlamento, en los Ayuntamientos, en las Comunidades.
Con una falta de visión de lo que ese estaba dirimiendo en las elecciones andaluzas las feministas no hicieron campaña ni dieron consigna de voto antes de las votaciones, aunque al día siguiente salieron indignadas a manifestarse. Y hoy se niegan, en su mayoría, a apoyar al Partido Feminista, causando verdaderos conflictos cuando se oponen a su participación en las Comisiones y en las asambleas del 8 de marzo y del 25 de noviembre. Con una estrategia suicida los movimientos sociales se reclaman apolíticos y apartidistas para demostrar su virtud. Acusando a los políticos de actuar únicamente movidos por su interés personal, asegurando  que todos son corruptos, “y que todos son iguales”, mantra que recorre las redes sociales y se repite en las tertulias privadas y en los actos públicos, las asociaciones están abocadas a su fracaso.
Creyendo que con las manifestaciones se doblega la voluntad de los que gobiernan, las dirigentes del MF no demuestran más que su falta de formación y de información. Pocas veces el éxito acompaña a las movilizaciones sociales, una de las excepciones fue el fracaso del ministro Gallardón cuando pretendió modificar la ley de aborto. Y por supuesto se trataba de una causa perdida. En todo caso lo que se consigue es alcanzar un éxito pequeño sobre un tema sectorial. Uno de los tristes ejemplos que tenemos de hace pocos años  fueron las manifestaciones multitudinarias contra la guerra de Irak que se celebraron a lo largo y ancho del planeta y que no cambiaron un ápice el propósito criminal de los que gobernaban el mundo, incluido nuestro país.
Se acaba de formar un gran movimiento ecologista de adolescentes y jóvenes que ha emocionado a los ecologistas y a los militantes de izquierda, pero que me temo seguirá el mismo camino que otros y servirá para entretener a las muchachas y muchachos que tienen que invertir sus fuerzas y su juventud en una causa por la que luchar. Mientras el poder les oculta que es el capitalismo el que organiza la depredación del medio ambiente y las guerras que destruyen el planeta. (Ver el artículo de Nazanin Armanian en Público)
Proteger a las víctimas de violencia machista y poner freno al Patriarcado, acabar con las guerras de agresión imperialista, lograr un reparto de la riqueza más justo, modificar la forma de Estado, son objetivos de largo alcance que únicamente desde el poder político se pueden lograr.
Despreciar ese poder no demuestra más que ignorancia de las relaciones de poder. Aunque naturalmente esa ignorancia está orquestada y organizada desde el mismo poder.
El posmodernismo vino a decirnos que olvidáramos los grandes proyectos de transformación del mundo. La destrucción de la Unión Soviética, la derrota de Yugoeslavia, el hundimiento del Muro de Berlín, loa desaparición del mundo socialista han permitido que el Capital domine el mundo. Ese imperialismo que ahora se llama globalización -porque para ocultar la verdad y convertir la mentira en posverdad hay que cambiar el lenguaje- ha ocasionado muchas tragedias en el planeta: la masacre de los indígenas de Latinoamérica, el triunfo de la derecha en varios países latinoamericanos y en EEUU, con la consecuencia de los asesinatos de activistas en Latinoamérica, las guerras organizadas por el complejo militar industrial en todo el Medio Oriente y África, millones de desplazados, huidos de las guerras, de la miseria, de la destrucción de su hábitat, la pobreza que se instala en Occidente, el avance de los fascismos.
Pero la peor consecuencia de la eficaz propaganda del Capital es el desprestigio de la política, de sus instituciones y de su participación popular. Despreciando a los partidos y a los políticos, acusándolos sistemáticamente de aprovechados y corruptos, reclamando la desaparición de varias instituciones: el Senado, las Diputaciones, únicamente se consigue apoyar el Capital. Y lanzar a las masas en los brazos del fascismo que promete resolver rápidamente y eficazmente los problemas. Si los políticos no sirven habrá que reclamar un salvador de la patria.
Los discursos contra el Parlamento y las elecciones ya fueron inventados por Mussolini y copiados por José Antonio Primo de Rivera.
Como en el proyecto del TTIP, el tratado económico que se pretende aprobar entre EEUU y la UE, serán las corporaciones internacionales, es decir el gran Capital, el que decidirá el futuro de nuestras clases trabajadoras. No habrá freno para los propósitos depredadores de las multinacionales: ni Parlamentos, ni gobiernos nacionales ni la administración de justicia, podrán impedir la destrucción del medio ambiente, la explotación exhaustiva de los trabajadores y de las mujeres, los salarios de miseria, la pérdida de derechos sociales y económicos de las grandes masas.
Sin partidos políticos que defiendan las causas por las que la izquierda siempre ha luchado, sin sindicatos que formen un muro ante las pretensiones explotadoras de la patronal, las mujeres y los trabajadores estarán cada vez más desprotegidos, más abandonados ante los propósitos de la derecha organizada.
Eso sí, de momento, nos permitirán manifestarnos con pancartas en la calle.

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