por Luis García Montero
No cabe duda de que la política española ha perdido los
nervios. Se dicen barbaridades y se toman decisiones que parecen cada
vez más un golpe de efecto propio de las tertulias televisivas y de los
programas de telebasura. Las denuncias, los ceses, las peleas internas,
las descalificaciones y la declaración chulesca imponen su dominio
enturbiándolo todo con un vértigo difícil de controlar.
Se toman decisiones ejemplares, se precipita el titular llamativo, se
rompen pactos de gobierno, se producen cambios significativos de
opinión, se clavan puñales en las espaldas de los compañeros, se dan
gritos huecos, se guardan silencios llenos de significado, y todo a un
ritmo de vértigo.
La propia deriva de las tertulias políticas y de los tertulianos es
una buena indicación. Cada vez son más faltones, mas descarados, más
payasos. Y confieso que hay algo que me molesta. En las peleas de cada
sesión televisiva, la derecha está representada por periodistas
pintorescos, gente de la farándula mediática, mientras que la izquierda,
convertida en espectáculo, acude al combate con sus representantes más
señeros. Y luego estos representantes se llevan el discurso de la
bufonada a sus mítines. Así, por ejemplo, el candidato del PSOE a la
alcaldía de Madrid, Antonio Miguel Carmona, frente a la ocurrencia del
tic-tac de Pablo Iglesias, se inventa la teoría del plim-plam para
arrancar el aplauso de los suyos. Me preocupa que los líderes de la
izquierda se peleen con periodistas segundones y no con los líderes de
la derecha. Me preocupa este reparto de papeles en el espectáculo
preelectoral.
Bueno, en realidad sólo me preocupa de verdad una cosa: que la
derecha sin escrúpulos, que ha robado, y maltratado, y acosado, y
recortado, y mentido, y desahuciado, pueda seguir gobernando en España
después de las próximas elecciones, ya sea de forma independiente, o ya
sea gracias a una gran coalición con el PSOE. Y, en este sentido,
reconozco que empiezan a inquietarme los ataques de nervios, porque en
los ríos revueltos siempre ganan los pescadores.
Lo peor del vértigo es que, más que a pensar, invita a tomar partido
de forma inmediata. Esa ha sido durante años la gran estrategia del
bipartidismo. Liquidada la posibilidad de matizar, se forzaba a la gente
a votar al PSOE por odio al PP o al PP por odio al PSOE. Es el voto
útil de los rencores. Las víctimas son obligadas a los bajos instintos,
la rabiosa lealtad inmediata y la comunión con ruedas de molino. Creo,
por desgracia, que ese vértigo se ha extendido a los comportamientos y
la discusión política general en un momento en el que –y resulta
paradójico- se podría romper con el bipartidismo.
Necesito cometer la ingenuidad de no tomar partido en el vértigo, de
no caer simpático a nadie, de no levantar aplausos y de enunciar una
serie de cosas que no me gustan nada:
1) Me parece infame que el ministro Montoro viole la ley, haga
pública información que debe ser privada y utilice los datos de Hacienda
para perseguir a sus adversarios políticos. Las instituciones han
perdido el pudor.
2) Me parece inaceptable que, en vez de dar un explicación clara
sobre el caso Monedero, los representantes de Podemos se acojan a la
versión tradicional de la persecución política y la campaña de
desprestigio, ahora resumida en el concepto de casta.
3) Como sé que la debilidad de Juan Carlos Monedero no es la
avaricia, hubiera preferido una explicación sincera sobre el origen de
los fondos para la financiación de Podemos. No resisto esta farsa de
mentiras, desmentidos, bravuconadas y complementarias. Y es que a mí
Montoro me da miedo, la derecha española me da miedo.
4) Confieso que yo me acerqué en mi juventud a un partido que recibía
fondos de la Europa del Este. Y he luchado durante muchos años contra
partidos que han recibido fondos de las élites capitalistas del
franquismo o de la CIA y la socialdemocracia alemana para fraguar la
España de la OTAN. Tengo esa mochila: me ha enseñado a no mentir.
5) Es sobrecogedor que Pedro Sánchez intente superar su debilidad
ante Susana Díaz con un golpe de fuerza que rompe el socialismo
madrileño antes unas elecciones inmediatas. Daba pena la cara del
candidato Antonio Miguel Carmona, junto al cesado Tomás Gómez, al día
siguiente de decir que ponía por él sus dos manos en el fuego. ¿Qué
pasará en Andalucía? ¿Asistiremos en plena campaña a la decapitación de
dos expresidentes? ¿Tan poco respeto le merecen las siglas a las
ambiciones personales?
6) También me ha parecido tristísima la actitud de mi amiga Tania
Sánchez abandonando de esta manera el partido al que ha representado
durante tantos años. Es lícito disentir de las sombras internas, desde
luego. Y, por supuesto, a veces es noble abandonar. Pero lo hace uno en
silencio. El ruido mediático ilumina más el afán propio que la
disidencia política. Nadie es imprescindible en ningún proyecto, a no
ser que el proyecto sea prescindible.
7) Comprendo a Pablo Iglesias cuando critica a los aparatos de una
izquierda tradicional que se conforma con el control interno y con la
minoría bisagra. Izquierda Unida en Andalucía, por ejemplo, acaba de
hacer de nuevo unas listas más propias del Partido Comunista que de
Izquierda Unida. Pero no comprendo la teorización política de asumir en
público que se prefiere ganar votos a conservar los valores o que se
necesita abandonar los valores para ganar elecciones.
Y es que yo viví ya una situación parecida en 1977 y 1982. El
inmovilismo hace inviable el crecimiento político. Pero el movimiento
sin valores, la pura estadística del mercado electoral, condujo a mi
país a la OTAN, al imperio del dinero y a un bipartidismo que, entre
gritos de unos contra otros, sólo ha servido para supeditar la política a
los intereses de las élites económicas.
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