miércoles, 18 de febrero de 2015



 Calle de Calatrava


Chirriaba el domingo bajo las bicicletas.
Inventarse las horas 
era un juego de gatos vagabundos
resbalando entre los canalones
y las tejas, un abrazo empapado
de olor a chocolate y a barquillo.
De vez en cuando
un eco familiar se asomaba a las gárgolas
-¿o acaso era la lluvia peinando las aceras y el tejado?-
Tal vez tú fuiste el agua que bajaba descalza
hasta la soledad de los portales.

Hoy no guardo acertijos debajo de la almohada
sólo escucho.Contemplo.
Dicen que no hay claveles
porque el invierno es largo
incierta la cosecha
y el color desganado,
que desaparecieron los visillos 
y el encaje de escarcha en el cristal,
el traje de batista y las enaguas blancas
crujientes de almidón.

Pero ha vuelto la lluvia
amaneciendo cobre en el alféizar.
El silencio restaña cada muerte,
reconstruye la voz de los objetos,
y se inventa la nueva contraseña
de otros nombres con rostro
que enlazaron su amor sobre mi piel
en bucles repentinos
que se me hicieron puente 
entre el cuerpo y la noche.

Y ya no hay más salida 
que la revelación de lo preciso.
Balcones asomados al guiño de la tarde
con la primera estrella. La vieja radio
que ha perdido el dial
buscando el rastro cósmico
de aquel Diego Valor de los seriales.
Resbala por el aire un no sé qué 
de repentinas
flores de mansedumbre sobre la mecedora. 



 Orient Café 

Es Septiembre otra vez
y todo se derrama en este Jueves
de enredadera y cúrcuma
al filo del teclado
con Marrakech dormido en la ventana
que ronda el plenilunio;
reconozco el rumor
que surge improvisando
los rincones de un nuevo laberinto.
Se que vivo en la calle de un poema
que no puede acabarse ni queriendo
y por eso levanto
el acta de este otoño
y me dejo acunar por el perfume
indefinido que me atrapa y me envuelve
así, sin avisar,
mientras el cielo canta en hassanya.



( Geografías de Interior. 1998) 

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