martes, 10 de febrero de 2015

El otro Sur

       


Aterrizar en Oujda  o en Macondo da lo mismo.
Se han borrado las líneas en el mapa.
Sur, solamente Sur, calcinado y rampante,
con chiquillos de luna y perros melancólicos
que husmean la pimienta en las cocinas
y el rastro de Melquiades el gitano
o el sudor  de Yashir cuando regresa
de piedra y ramadán .

Lo terrible del Sur es su belleza
inefable, clara, resbaladiza
y a la vez
tan temible y aguda
como el filo procaz de la traición.
La aguja transparente del dolor

clavada en ese cuerpo
palpable sutileza sin prólogo
y sin explicaciones pertinentes.
Ese vivo morirse hueso a hueso
y sin palabras
que tienen los ancianos
cuando cruzan las horas de una plaza vacía
que suele ser la misma eternamente.


Calor en Nouadhibou,  moscas de tiempo
y aquel daguerrotipo sin perfiles
para subir al cielo en perfecta ascensión
con Remedios la Guapa , de repente
sirena en un jaima que navega
sus raras tempestades arenosas.

El Norte desde aquí
es sólo una blasfemia,
una sangre infectada roncamente
de tambores, camello y desmemoria;
un estorbo lejano. Remotísimo. Absurdo.
Un mapa ya inservible
que han roído las polillas xilófagas
sin miramiento alguno
ni consideración.
Un contrato basura de lo efímero,
lágrima evaporada en un flash back.

Quince de Junio o siete de Febrero
qué más da
el tiempo se repite en las crueldades
y una negrura tersa,
veinteañera y esquiva, 
burla las contraseñas de la muerte
y resbala entre vallas 
acuchillando el mundo una vez más
o se ahoga entre oleajes de tiniebla perpetua
entre balas previstas desde lejos
sin que apenas el Norte se conmueva,
mientras juegan los niños
en no sé que península de escorzos
y reverberan nácares al sol
besados por los peces que agonizan
en mares derrotados de antemano.
Y sobre todo, el cielo. El contagioso virus de este cielo,
terco en azul
reflejo en las arenas insolentes
que espejea sobre la inmensidad
de todos los naufragios


            Lo terrible del Sur 
            es la herida total de su hermosura
            el solitario grito de abandono
            y agridulce clamor
            que despierta y nos llueve
            al contemplarla.
            Y la necesidad más imperiosa:
            Unas gafas de amor para mirar
            y verla. 



                     

  

 


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