Imperativos de quita y pon
EL PAÍS
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Este pp y sus secuelas es el inevitable resultado de una educación imperial, chulesca, mediocre, casposa y farisea a lo largo de un historia interminable. La carbonilla de la combustión católica, marrullera y enana ética, aunque gigante inmoral. La roña acumulada durante centurias se ha convertido en un tapón de dimensiones tan ingentes que ya no vale una limpieza normal, por encima, con agua y jabón. Como intentan predicar los partidos con la boca pequeña. Es una costra. Un costrón de espesura inamovible. Capas y más capas. Como estratos bitumininosos en una mina que nunca se agota. Además de excavadoras como la ley, una vez quitada la herrumbre que la paraliza y una vez regenerado y cambiado el motor, hay que usar además disolvente, salfumán y rasqueta.
La traducción en términos sociales y políticos de esta metáfora equivale a comités ciudadanos de investigación y denuncia, a movimientos sociales que amparados en la Constitución y en el Estado, trabajen sectorialmente en la generación de la vergüenza - no se puede regenerar lo que no existe nada más que en el terreno de la oratoria electoralista- y que es conditio sine qua non para que de ella derive la necesidad de la justicia, la comprensión de la ética y el gobierno de la decencia. Es lo mínimo. Pero en España es un imposible. La sociedad farisea se ha ido haciendo una con la "cultura", con las costumbres y con los vicios sociales reciclados como virtudes: valor, patriotismo, honor, gloria, poder, "dignidad" ofendible por cualquier tontuna, pero inexistente como hecho real.
Es imposible acabar con la corrupción si es la misma corrupción la que se imparte en los sermones, en las escuelas concertadas con la inmundicia, en los discursos,organiza la economía y se ejerce con la ley en la mano. Y es imposible separar la corrupción del origen del paro, de la desaparición de los derechos de los trabajadores, del abuso indecente que sufren todos los sectores sociales que no son la banca, la política y las grandes empresas favorecidas y patrocinadas por la corrupción.
Por eso es imposible que ningún partido político ni ninguna coalición pueda arreglar este desastre infinito, que contamina y degrada todas las herramientas que prometen arreglarlo. Se empeñan, todos por igual, en salvar la economía y sus problemas, sin contar con los ciudadanos; los convocan para que voten, para hacerles creer que serán escuchados por los portentosos e inigualables técnicos en politocracia verborreica y se olvidan inmediatamente de que ellos son el único recurso real que puede ayudar a que esto cambie. Los ciudadanos son la realidad, son el aquí y el ahora imprescindible para el aterrizaje de la política en sus funciones verdaderas, son el presente del que se nutre el futuro. Son la base de todo, de la economía, de la prosperidad, del progreso, de la riqueza y de que un Estado funcione. Sólo los países más libres, cultos e inteligentes, donde las religiones se reducen al ámbito personal y no "dirigen espiritualmente" a los gobernantes ni a las instituciones, donde los ciudadanos tiene voz y criterio a demás de voto, unos sindicatos honestos y justos, y plataformas e iniciativas cívicas activas , son los que mejor nivel de vida tienen.
Ningunear y hasta perseguir a los ciudadanos como a piezas de caza, disparando contra ellos leyes absurdas, injustas e incomprensibles en el siglo XXI, legislando contra ellos, gobernando contra ellos, administrando contra ellos es, además de un atentado contra la sensatez más elemental, un disparate político de dimensiones escalofriantes y desastrosas. Es imposible gobernar nada cuando, como Gallardón afirmó nada más hacerse ministro, se está convencidos de que "gobernar es repartir dolor". Como dioses borderlines y fuera de razón, ajenos a la humanidad a la que castigan sin más para sentirse por encima de la misma miseria que les nutre y les empapa. Como robots expendedores de tabaco en una fábrica de humo.
Tan bestia es la lacra, que hasta las izquierdas más reivindicativas acaban cayendo en el mismo hoyo que las derechas más obtusas. Y es que a este maniático país de Sagitario le privan las castas, las cúpulas del poder, los corrillos afines, los piques y las soluciones que arrasan y que identifican con la purga de Benito. Llegar y pegar. Trepar y ser le repera, se haga lo que se haga y como se haga, ser los ganadores lo justifica todo, porque si han ganado, eso significa que son los mejores en engañar y prometer la luna. El caso es llegar al poder. Y de ahí no salen. Luego el mismo poder les atrapa, les desvitaliza, les transforma en monstruos sin entrañas , sin nada más que ser el eco de la voz del mismo amo: el dinero y sus mercados, al que le sacrifican todo lo que pida, incluidos los ciudadanos, que son el certificado de solvencia en la compraventa de esclavos. El negocio más próspero de la historia, que el primer cristianismo arruinó en tres siglos, pero que se quedó camuflado en el fondo de la misma Iglesia que lo derrotó y a partir de hacerla socia en el mismo mercadillo, se convirtió en aliada de los verdugos y mercaderes de esclavos que ya , en teoría, deberían ser agua pasada sin más, pero que en la práctica, siguen a los pies del mismo poder imperial desde hace 1.702 años.
En todo ese tiempo sólo los ciudadanos de a pie, los trabajadores, los sencillos, los que no han dejado de sentirse humanos, los que no se han degradado con el poder, son quienes conservan lucidez y sentido común suficiente para hacer patente la realidad, para aportar ideas innovadoras basadas en la experiencia y en el estudio, en la convivencia normal, en el funcionamiento de las cosas cotidianas. Y son ellos y ellas los únicos/as que pueden encender la lámpara de la sensatez en las tinieblas del poder deshumanizado y en las Batuecas, donde se han construido un bunker inaccesible que mantienen con el trabajo, el rendimiento y el esfuerzo de unos seres humanos que les dan cien vueltas si se les consulta y se les respeta. Para eso es necesario que los que están en el poder conserven algo de humanidad inteligente y la pongan al servicio del bien común y no a favor del progreso de sus partidos, que son medios y no finalidades, creando nuevas estructuras de poder que se olvidarán de su función en cuanto comienzan a pensar que la eficacia no es la base de la democracia y viceversa.
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