Viento huracanado
EL PAÍS
Cuando se deja de reivindicar las soluciones justas a los apaños injustos porque el autobombo emocional ha usurpado el lugar del sentido común, mientras los asuntos imprescindibles siguen sin solución, hay que pararse y volver a pisar tierra, reflexionar y cambiar de rumbo, porque los árboles están impidiendo ver el bosque. Y el batacazo puede ser de dimensiones tan espectaculares como el ridículo del propio autobombo en sí mismo.
El autobombo, si es que se puede reconocer como algo positivo y no como el autoengaño que es, sólo tiene lógica cuando se celebra el triunfo y los buenos resultados de un proyecto que se ha cumplido y se han materializado en objetivos consistentes. Evidentemente no es el caso de la mani del sábado. Que ha sido la celebración de la subasta de la piel antes de cazar el oso. O la victoria de la recopa antes de jugar el partido. Siguiendo el símil deportivo que tanto mola a Pit (Pablo Iglesias Turrión, para los amigos y no el patronímico incompleto de Brad). Celebrarse como campeones cuando aún ni siquiera se dispone del balón, ni se sabe donde se va a ser el encuentro, ni hay un diseño claro del "mister" sobre como se va a hacer el juego y los jugadores se han confundido con la afición y la afición con los jugadores, invadiendo los estadios, el mister está empeñado en ser el capitán del equipo y de protagonizar él solito la defensa, el ataque, los goles y ocupar la portería de lado a lado, parece un poco estrambótico salir a celebrar la victoria. En fin.
Otra cosa es el colocón maravilloso que los aficionados comparten y disfrutan saliendo a proclamar sus ganas de ganar el partido. De eso, participa todo ciudadano de buena voluntad con ganas de cambio y de dar la vuelta a la tortilla chamuscada e incomible y tirarla a la basura, para volver a cocinar algo que se pueda comer sin producir cualquier cosa menos una buena nutrición. Emociones naturales y legítimas, por supuesto, pero también bloqueantes de la visión real y exaltadoras de los instintos más básicos y menos convenientes en casos de gravedad social, donde lo necesario es la lucidez, la serenidad y el equilibrio. Y como diría nuestro honesto, lúcido, querido y admirado Anguita: programa, programa y programa. Pero con una nueva particularidad, un programa reflexionado, debatido y aprobado en los círculos y asambleas ciudadanas, algo que Podemos aparato ha impedido y prohibido descaradamente. Por eso no lo puede diseñar, él mismo se ha puesto el impedimento. Y le resulta imposible compatibilizar la mutilación práctica de la democracia interna con el éxito de un proyecto que está intentando vender con el envoltorio teórico y publicitario de democracia real y capaz de participar plenamente en el diseño de organización política y social. Es una aporía pretender que "la gente decida todo" mientras desde dentro se colocan a dedo a los que el equipo técnico ha diseñado como directores de escena y de orquesta, y que además carecen de ideas y propuestas realizables que superen las técnicas para hacer una tesis doctoral. Jamás se han interesado en integrarse en algo donde no sean los cabecillas ideológicos, ni valoran las capacidades y la riqueza organizativa que emana de los equipos ciudadanos elegidos por todos. Deberían aprender de las CUPs en vez de intentar controlarlas y apropiarse de su organización. Pero les falta la inteligencia de la humildad y sentido de lo real, como les sobra arrogancia prepotente, más propia del primo de zumosol que de servidores democráticos de la ciudadanía.
Ganar no es nada si no hay sustancia palpable y constructiva detrás del éxito. Y en una verdadera democracia, el éxito debe ser el bien común, no el triunfo de ninguna mayoría, ni siquiera de la 'mejor' mayoría. Porque cuando lo excelente se hace mayoría no es posible que haya exclusiones. Ni enemigos. Todos pueden y deben participar, no haciendo lo que a cada uno se le ocurra sin pensar en el bien de todos, ni obedeciendo consignas y sermones, sino poniendo en común lo mejor de todos, para que nadie pierda la dignidad y los derechos. Sin invadir, sin ofender, sin autobombo ni carnavales políticos, ya innecesarios cuando los hechos y las palabras adquieren su coherencia en la práctica.
Es preciosa y ejemplar la ciudadanía en la calle, el civismo colectivo como acto de presencia. Pero esa ciudadanía tiene el deber ético y social de impedir a los manipuladores que la utilicen y de recordarles que también ellos, los primos de zumosol, son ciudadanos como todos y no deben intentar ser otra casta más, porque ya no es tiempo de dar gato por liebre.
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