domingo, 22 de febrero de 2015



La mano en el fuego

Actualizada 21/02/2015 a las 17:36    


La expresión “poner la mano en el fuego” ha cobrado protagonismo en la política española. Me parece todo un síntoma de una crisis ideológica que suele desembocar en la falta de solidez, los golpes de efecto y la sustitución de los debates y los programas en reafirmaciones de carácter moral. Cuando la corrupción se extiende como una enfermedad institucionalizada, es lógico tratar de situarse en el lugar de la ética, o de ocuparlo por completo. Pero la ética no deja de ser un requisito de actuación. Esta deriva de sustituir con la bandera ética todo debate político sobre la economía, el trabajo y la organización social forma parte de la inutilidad de los partidos y de la melancolía democrática. Abstenerse de robar está muy bien, pero no basta.

Poner la mano en el fuego es un acto de fe incondicional sobre la honestidad de una persona. Hay varios matices en esta expresión, sobre todo cuando se formula en la escena pública, que pueden resultar inquietantes. Ya de por sí es triste que la amistad, la hermandad o el compañerismo deban desenvolverse como una ordalía, ante un fuego amenazador. El sé que no me voy a quemar esconde también la idea de que no me importa acabar con la mano achicharrada por una persona muy mía. En épocas de descrédito, esto indica de forma subrepticia que entrar en política supone estar dispuesto a quemarse. El riesgo de la llamarada cobra vida en la versión abrasadora y crispada de las actuaciones públicas.

Conviene recordar también que la incondicionalidad es un valor asumible en los debates familiares o privados. Es lógico que una madre y un padre se pongan fuera de la ley antes de dejar que su hijo sea degollado por los soldados de Herodes. Y también es respetable que un hijo se decida por su madre en vez de por la justicia. Pero son sentimientos privados difíciles de asumir en una norma pública. Llevados como escenificación de fe al debate político sólo sirven para cerrar la discusión y cancelar las explicaciones, los matices o el sentido de los argumentos.

El fuego, en este caso, esconde dentro de sí el golpe voluntarioso y sectario del que se niega a hablar: aquí ya no se dice más y quien mantenga una duda, una opinión distinta a la mía, se convierte en un enemigo que pone en peligro la tranquilidad de mis ideas, mis apuestas y mis deseos. Un dogma es una prisa en el terreno de las ideas, la decisión de acomodarse sin fisuras en el sí y el no, en el blanco y el negro, en lo bueno y lo malo. La pretendida lealtad generosa encubre con frecuencia el propio interés, el egoísmo de no incomodarse, de no entrar en razones, de no alterar nada de todo aquello que me sirve o va conmigo. Por eso el fuego, más que las manos, suele quemar las conciencias de la barra brava.

Me tomo muy en serio el valor simbólico de estas cosas desde que leí un libro del filósofo José Gaos titulado Exclusivas del hombre. La mano y el tiempo (1945). Gaos fue uno de los grandes pensadores del exilio republicano. Como defendió con brillantez el carácter histórico del tiempo y del pensamiento, no se enfadará conmigo si cambio ahora lo de las “exclusivas del hombre” por las exclusivas de los seres humanos o de las personas. Y sí, claro que sí, es verdad, la imagen de la mano y la conciencia del tiempo están en la condición de los monos y las monas que se pusieron de pie y empezaron a caminar sobre la tierra. Son raíces que van juntas, por eso muchas veces se nos lee la palma de la mano para imaginar un futuro.

La mano sirve para asir, para agarrar, para utilizar una herramienta. Es el requisito del homo faber, que anda en paralelo con el homo sapiens en el desempeño de los oficios. La mano es la parte del cuerpo en la que se reúnen la voluntad de acción y la inteligencia. De nada sirven las buenas intenciones si a uno le faltan dos dedos de luces. Por si fuese poco, la mano define también el tacto, la capacidad de percibir o de sentir, el deseo de palpar, acariciar o ser acariciado. Es el ámbito de la delicadeza. Uno puede tratar la política a puntapiés. Pero cuando uno acaricia un sueño, una idea, conviene no equivocarse con los juegos de manos, aunque las manos sean también un requisito imprescindible para jugar. Es una cuestión de posiciones y de situaciones. Llegados a las manos, por ejemplo en el fútbol, conviene más jugar de portero que de delantero centro.

En cualquier caso, cuando se trata de la política, poner las manos en el fuego no es que sea prudente o imprudente, es que está fuera de lugar. Resultan más ajustadas otro tipo de expresiones: dar la mano, echar una mano o ponerse en buenas manos. Lo del fuego, si se saca del hogar para llevarlo a la escena pública, puede conducir en el peor de los casos a las hogueras de la Inquisición. Y en el mejor a la hipocresía, a eso de que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha.


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Una vez más, impecable este discurso de  nuestro poeta habitual experto en marcar, con determinación intelectual y finura de alma, las líneas rojas de la conciencia social e individual. Gracias, Luis. 
Me permito solamente apuntar una humilde aportación complementaria, que no opuesta, a esta espléndida lección magistral: creo que ya Aristóteles en su Ética a Nicómaco añade, al concepto primitivo, un nivel de altura a la categoría definitoria de la ética considerada únicamente como comportamiento. El Estagirita añadió a la simple práctica descriptiva de hábitos cívicos que los griegos llamaban ética, el enriquecimiento de la calidad . Es decir que la ética no debe reducirse sólo a no delinquir, eso es simple 'protección civil' de supervivencia , como apagar un fuego para que no se queme nadie o evitar una inundación para que nadie se ahogue. Un concepto práctico que corresponde más al terreno de la ley que al de la conciencia "moral" que es el terreno de la ética -una redundancia por mi parte, ya que la conciencia es moral o no está formada ni existe como tal-.
Lo perverso de nuestra querida España es que los códigos éticos de la ciudadanía son ambivalentes y se adaptan como guantes a la mano justificadora de cualquier manipulación. Y acaba siendo pretencioso decretar códigos éticos para partidos políticos colocando como 'ético' lo simplemente legal, porque no lo distinguimos. Quien roba no es que no tenga ni idea de lo que es la ética, es que directamente delinque y vulnera la Ley. Y si un gestor público de la política aprovecha su cargo para crear desigualdad y favorecer amiguetes o familiares o a su propio partido, roba no sólo beneficios económicos derivados del chanchullo, es que roba el derecho de igualdad de oportunidades y la libertad de participación al resto de la sociedad y crea privilegios "naturales" según ley, que son indecentes éticamente. Lo mismo ocurre con la protección legal a los paraísos fiscales, verdaderas cuevas de Alí Babá que están arruinando países enteros "legalmente" por medio de la evasión de impuestos que sólo pueden pagar en el sector público estatal, quienes menos recursos tienen y el Estado endeudándose con el FMI o el BCE para que paguen los más pobres y se escaqueen los de siempre; la ley considera lícito y legal invertir en una SICAV que no es ilegal pero carece de ética porque es esencialmente injusta y abusiva para la sociedad y quien tiene ética y se entera de lo que hay saca el dinero y dimite si es un cargo público como hizo Willy Mayer. Y quien no tiene ética sigue tan pancho amparado en la "legalidad" de su enjuague carente de ética.
Es la ley y sus expendedores los que, a falta de ética, no ven la diferencia y pasan por alto su valor.

La ética no es una etiqueta ni una manía tiquismiquis que como un dogma o una devoción o práctica religiosa deba reducirse al ámbito personal o a  la órbita del petit comité de la exquisitez particular, sino una conciencia formada en valores decentes y superiores a la ley elemental que nos eduque, que nos abra los ojos y nos saque de la grosera ley del Talión del y tú más, o lo mío por delante de lo tuyo o de "yo no pierdo ni a las canicas" a lo que estamos habituados y también asqueados y de lo que tanto despotricamos en abstracto y sin saber por qué nos molesta tanto el mundo circundante con sus abusos. 
La ética es el escalón que nos separa del enfangamiento, del lodazal de las servidumbres confundidas con lealtad y cariño, es la capacidad de poder asumir que si tu hijo o tu marido delinquen, deben reparar y pagar por lo que han hecho a pesar de que los quieras más que a ti misma y por eso les ayudarás a comprender que los actos injustos tienen malas consecuencias que hay que asumir por mucho que fastidie y les apoyarás para que se rehabiliten y no para que se hundan más y se degraden defendiendo sus delitos y faltas graves de ética. Es la fuerza consciente que te hace sentir el mismo amor justo y necesario por los tuyos que por los demás y que si los tuyos deliquen no delinquen menos porque son los tuyos, y tu pena por ello es la misma que si delinque otro cualquiera. Por eso no hay elección entre la "cualidad decente o indecente" de lo mío y lo ajeno. La ética va unida a la objetividad solidaria del Amor con mayúsculas, pero no la entiende el apego ansioso a la propiedad, que se confunde con el "amor", ni las fidelidades tipo rebaño, tipo hinchada o tipo secta. Un ejemplo de la ausencia de conciencia ética son los malos tratos que se perpetran "porque es cosa de la confianza entre los que se quieren" y que así una mujer maltratada se niegue a denunciar al maltratador porque "es mi marido y me quiere y lo quiero, por eso se enfada conmigo, porque le importo demasiado", hasta que en un ataque de ese peculiar 'amor' la descerraja de un tiro, la convierte en pincho moruno a golpe de cuchillo o la estrangula a base de abrazarla con la fuerza de un cariño terminator. O los padres que se enfrentan como energúmenos a los educadores en la escuela defendiendo a su niño que es el gangster pandillero que tiene acosada a media clase. Con ese exceso de mal amor y de proteccionismo, en vez de educar a un hijo engendran un monstruo, que a larga también hará con ellos y consigo mismo lo que sólo sabe hacer: machacarles y machacarse.
Un ejemplo intemporal de lo que es amor y ética y de lo que es apego ansioso a la propiedad de un sujeto como objeto es el juicio de Salomón. Un clásico extremo para explicar lo que hay. La ley es imperfecta porque sólo tiene lógica si carece de ética, que es la llave del bien común. Por eso ante la reclamación de dos madres, el juez "justo" sentencia que se parta al niño por la mitad y se repartan los despojos. Entonces la madre real que de verdad ama y es ética, renuncia a lo que más quiere para que viva aunque sea lejos de ella. Pues eso. Ganar al precio de la ética es matar el bien común para que triunfe la corta satisfacción de la egolatría del ganador aunque se deriven desgracias de su victoria, que el vencedor en su ataque de soberbia ni siquiera imagina. Como fue el caso de la Guerra Civil, en la que la falta de ética consintió que el niño, en este caso España, se partiera por la mitad y aún seguimos así.
La primera premisa de la ética es salir del terreno del ego y dejar de considerar sagrado lo que nuestras vísceras y fijaciones particulares bendicen y consideran intocable e inmutable. Una vez educados en esa lucidez, dejará naturalmente de haber corrupción a mansalva, como han desparecido la viruela o la polio, gracias a las campañas de vacunación. La ética es la única vacuna que puede eliminar la basura social y política, empezando por vacunarse uno por uno para que todo el conjunto pueda ser inmune en el futuro. De ahí la importancia pedagógica de la paciencia y el riesgo destroyer y chapucero de las prisas.


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