domingo, 15 de febrero de 2015

Siempre anduvo escapándose de algo: de la justicia, del desamor, de la penuria, del hastío. No huía, se ausentaba, se desamarraba de un puerto ineficiente para amarrar en otro puerto igualmente defectuoso. Las secuencias del infortunio iban señalizando una continuidad narrativa que conducía a la casa del perdedor. Padeció guerras, cautiverios, descalabros, desdenes. La familia quebrantada, la voluntad consumida, el destino trunco fueron las únicas credenciales con las que pretendió lo no alcanzado. Nunca medró en ninguna cofradía porque no era adicto a la lisonja ni condescendió con la inequidad de los desaprensivos. Residió de modo recurrente en ciudades impensadas y se ejercitó en oficios indeseados. Con prosa pobre y humillación mucha solicitó trabajos difusos nunca concedidos. Compartió lo que amaban los decentes y luchó contra lo que los falsarios defendían, pues era amigo de los perseguidos y abominaba de los perseguidores. Un día, fatigado de privaciones tantas, defraudado del que quiso haber sido, regresó al refugio equívoco de los suyos como un combatiente menoscabado por la fatalidad. Publicó entonces, ya casi sexagenario, un libro que habría de constituir hasta hoy mismo una de las cimas triunfantes de la literatura universal. Ni siquiera se conoce el paradero de sus huesos. Aunque un día se encontraran, nunca remediarían la obstinación de la injusticia.
José Manuel Caballero Bonald es Premio de Literatura Miguel de Cervantes 2012.



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Querido Pepe Caballero y "Buenal", porque tengo el privilegio de haberte conocido y sé lo bueno que eres como caballero, como poeta y como ser humano, sobre todo. Es cierto lo que dices acerca de ese otro caballero, poeta del alma y narrador de la conciencia, Miguel de Cervantes, el imborrable, el incombustible. Por fortuna para él, un perdedor; en un mundo inmundo ser perdedor es ser aristócrata de la inteligencia y del corazón. El que mejor gobierna o el gobierno de lo mejor, -y por 'gobierno'  entendamos aquí la gestión de la vida y del "sí mismo"- Haber llegado a la cima del ingenio y de la excelencia. Los sufíes, que son los caballeros andantes del espíritu encarnado sin estridencias, afirman que lo que para nosotros es un "perdedor" es el pasaporte incaducable hacia la liberación y la sabiduría de la verdadera santidad. La plena realización humana. Ser inmensos en lo mínimo y mínimos en lo inmenso. Hay perdedores sin más, que no han tenido siquiera la oportunidad de perder algo, realmente no pierden nada, porque nada tienen que perder; hay, también perdedores en el juego de los intereses, que no aciertan con el número premiado en la lotería del oportunismo y pierden por torpeza y falta de reflejos. Pero hay quienes pierden voluntariamente oportunidades materiales de enriquecerse o de 'triunfar' si para ello tienen que degradarse y traicionar lo más limpio y sano que poseen: su libre conciencia y la autonomía de su voluntad. La limpieza de su corazón y el lustre de su alma, aunque eso les suponga ser marginados y apartados del glamour y de las consideraciones sociales, y jamás premiados con prebendas en el mercadillo del todo vale si produce beneficios contantes, sonantes y rimbombantes. Y Cervantes fue así. Su reino no era de este mundo. Su lucidez  superaba con creces el paisaje desolador del entorno. Por eso irritaba y suscitaba hostilidades, sólo por ser capaz de "ver" en el país de los ciegos y no comportarse como un ciego más. Y fue plasmando en su novela cumbre la gesta de la derrota del lúcido, que es la amarga metáfora de Alonso Quijano, hombre de libros y soledades raras, el loco del pueblo. Su propia biografía escrita entre líneas, pero también la vía del iniciado en el camino del Espíritu.
Esa obra está escrita en la clave de El Colgado, uno de los arquetipos del Tarot, una herencia también sufí, que al parecer heredó la Kábala, que ya en el medievo era conocido en Occidente y que el mismo Cervantes describe en el episodio del retiro del héroe en la Cueva de Montesinos, donde, cómicamente y en cueros vivos, se coloca boca abajo y haciendo el pino, con el estupor y alucine del fiel y práctico escudero.
¿Qué otro porvenir podía esperar a un iluso convencido de que la vida es algo más que nacer, vegetar y morir, que acabar sus días reconociendo su incapacidad para asumir que la 'vida' es estar encerrado en una jaula por los cuerdos del lugar, que siguen siendo los mismos en todas las épocas: el cura, el estudiante y el barbero, el ama y la sobrina? O sea, el dogmático meapilas que gobierna desde los altares y púlpitos imponiendo el pensamiento único que se premia o se castiga eternamente según el grado de sumisión o de rechazo al sistema de creencias, el pedante-político que intenta gobernar desde la manipulación de la "cultura", el menestral que tiene en sus manos las cabezas de todos a las que le recorta, con sus cotilleos y mediocridades, las ideas como las barbas, la controladora que domina la casa y la dependiente que necesita sus recursos y su herencia para vivir. Y para colmo estar enamorado de una moza maleducada, zafia y garrula, áspera y basta como una  lija a la que el ve como a un dechado de delicada belleza y perfecciones innumerables. Una verdadera epopeya soportar una vida en tales condiciones sin perder el oremus.
El Quijote no es una burla de la locura caballeresca, sino su explicación más detallada e ingeniosa. Y su mensaje más profundo  una simple pregunta intemporal y profética: ¿quién es el loco de verdad en ese/este panorama?

La lectura apresurada del Quijote nos muestra sólo el negativo del cliché. Como la propia vida del autor, vista desde la superficie de este mundo inmundo. Somos los lectores los que deberemos descubrir el lado completo de la fotografía. Revelándola. En medio del basurero sólo podemos ver, oír y tocar la basura y la silueta en sombras de la realidad. No nos queda otra. Pero tenemos la suerte de que los seres humanos de gran altura óptica, escriben en varios registros al mismo tiempo, y frecuentemente, sin siquiera pretenderlo, despegando del basurero son capaces de mostrarnos de lo que es capaz de hacer un ser humano cuando despierta, aún en medio de lo peor. Y en la medida en que la conciencia se despabila a lo largo del tiempo, se va descubriendo el contenido inimaginable de sus palabras. Y cuanto más se alejan las generaciones del tiempo en que escriben los más avanzados, más importancia y contundencia alcanzan sus legados para la posteridad. Por eso se convierte en "genios universales" a los que todos entienden y cuyo mensaje todos comparten, cada uno en el plano en que esté en su momento evolutivo. El Quijote  lo entienden los niños y los adultos. Los jóvenes y los viejos, los ricos y los pobres, los tontos y los listos. Para todos los niveles hay mensaje. Como le pasa al Tao Te King,  a los Evangelios o a los Salmos, Al Apocalipsis, La Divina Commedia, a la obra de Homero o de Virgilio, al Das Kapital, al Bagavah Gita, o a las obras de Shakepeare o a la música de Bach, de Mozart, Beethoven, Victoria, Vivaldi o de Ravi Shankar, por ejemplo. Lenguaje universal en el que la vida del autor forma parte del mensaje, como afirma McLuhan. El autor es también el contenido de la obra y ésta el resumen de su esencia.Pero eso no sucede habitualmente porque en nuestro tiempo la creación artística y del pensamiento se ha convertido en una "carrera" editorial o galerística o escenográfica. Se vive de ella y se es deudor de su caché y súbdito de los intereses e ideologías que patrocinan y contratan, para poder comer y pagarse una vida cómoda o lujosa, dependiendo del nivel adquisitivo al que se coloquen sus "productos". Por un lado, el de la supervivencia, está muy bien y es muy digno y legítimo que uno viva de su trabajo, pero eso mismo va a limitar la libertad de expresar lo que se siente, se piensa, se percibe y se vive en profundidad. El arte es obra del espíritu y éste no puede jamás acoplarse a la jaula de los intereses de ningún tipo y si los autores lo hacen, se oxidan, se repiten, se banalizan, pierden la conexión, dejan de ser canales de inspiración para convertirse en alcantarillas de desagüe.

El mero hecho de que Mozart y Cervantes, por ejemplo, no hayan dejado ni rastro material de sus despojos, es ya un signo, una metáfora existencial, que define su enormidad como agentes del cambio de conciencia animal en conciencia humana. Cervantes se partiría de risa y añadiría un capítulo apócrifo a su Quijote, describiendo con su gracia y su humor, el episodio tan propio de la tontuna humanoide, de perder el tiempo y el dinero en adorar huesos y cenizas, mientras los vivos están a la cuarta palabra, hechos papilla por el mismo sistema que se empeña en honrar fiambres imposibles de reconocer y que los antepasados ignoraron o maltrataron en su momento como ahora siguen maltratando a los seres humanos contemporáneos anónimos y sin brillo social, que tal vez estén reproduciendo con sus vidas la misma grandeza que tuvieron los autores en su momento ignorados y hasta maltratados por la misma brutalidad y falta de inteligencia, que también se reproduce entre la élites actuales como en las antepasadas.
¿Perdedor Cervantes? ¿O perdedores los que le creen reducido a un puñado de huesos que no se distinguen de los huesos de los demás sólo porque no se sepultaron en un sarcófago de mármol y alabastro con inscripciones incrustadas en bronce? 
Posiblemente un gran cadáver enterrado con toda pompa, boato y esplendor nunca habría sido autor de algo tan grande. Habría consumido su vida haciendo méritos para lucirse en una tumba a la medida de su ego y no habría tenido tiempo suficiente para pararse a ver, a reflexionar, a crear algo maravilloso y único, algo tan grande como para perderse en ello hasta desaparecer todo rastro de materia corruptible.


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