El salto del ángel
¿Se pueden ensanchar los límites de lo posible? Ese es el verdadero desafío del pensamiento. Il Tuffatore, el que se lanza y se sumerge en el agua, es una imagen elaborada por la poesía contemporánea. Proviene de la cultura clásica, de un fresco localizado en una tumba de Paestum, una imagen datada en el año 475 a C. Un saltador se lanza al mar abierto desde las columnas del templo de Hércules, justo en la frontera del mundo conocido. Nadará, pues, en el enigma.
Los periódicos suelen elegir un libro del año en los últimos días de diciembre. Se trata de un ejercicio del que me considero incapaz, no por falta de generosidad, sino por exceso de admiración. Son muchos los libros que merecen mi gratitud en diferentes géneros y por diversos motivos. Pero hoy sí me atrevo a elegir el libro de estos años, o sea, el libro que ha nacido al calor de estos años para convertir la actualidad no en una prisa, sino en un reto intelectual, en un compromiso de cultura. Me refiero a El salto del ángel (Aguilar, 2013) de Ángel Gabilondo. Con la imagen de Il Tuffatore al fondo de las ideas y la escritura, el filósofo se lanza a debatir consigo mismo los límites de un pensamiento que necesita intervenir en la realidad y meditar asuntos como la libertad, la igualdad, la educación, la austeridad, los recortes, la lucha o la paciencia.
El pensamiento es una materia tierna, flexible por necesidad a la presión exterior. Un intelectual está en el mundo como cualquier ciudadano, pero su oficio, además, supone una permanente meditación sobre la realidad. Resulta imposible quedarse al margen, no aceptar la vinculación, la exigencia del decir y del actuar. Lo que puede aportar un intelectual no está sólo en el salto al vacío, en una radicalidad optimista o pesimista, sino en su decir y su actuar meditado. Hacen falta valores desde los que justificar un comportamiento, aunque sea en la primera línea de fuego. Escribe Ángel Gabilondo: “Los tiempos complejos, de importantes desafíos, han de ser aún más tiempos de convicciones, no tan volubles o inestables como los estados de ánimo. Ellas son nuestro decisivo recurso”.
El libro huye de una elección rápida entre el pesimismo y el optimismo, tan cómoda para el que siente miedo ante su propio desnudo cuando se lanza al agua. Pero las palabras consiguen en las convicciones un estado de ánimo afirmativo, sobre todo por su cita con los clásicos. Del cercano Foucault, al que Gabilondo dedicó un libro, El discurso en acción (1990), para buscar una ontología del presente, vamos haciendo el camino de Hegel, Kant, Cicerón, Aristóteles, Platón o Sócrates. Y es esta cita con los clásicos la que mejor nos advierte: tenemos algo que decir ante esto que pasa, que nos pasa a cada uno y a los demás.
Para adentrarse en la actualidad nada más importante que pertrecharse contra el actualismo. De ahí la obligación de acordar con uno mismo esa demora imprescindible que pide mirar, escuchar, meditar y dialogar. Es una de las claves del libro: “Frente al actualismo, empeñado en sacar provecho y en considerar que tal vez sólo puede suceder lo que cabe en un periódico o es susceptible de llegar a ser noticia, se trata de actualizar posibilidades y de ver cuál es el campo hoy de experiencias posibles”.
En un tormentoso debate en el Parlamento, el ministro republicano Fernando de los Ríos llegó a afirmar que en España ser educado suponía un valor revolucionario. El orgullo humanista de Ángel Gabilondo, la lección de sus clásicos, propone un pertrecho de democracia radical que también tiene valor revolucionario en el actualismo español. Es necesario lanzarse al agua y comprometerse hasta el fondo, pero sabiendo que uno no tiene la verdad absoluta, que se nada en mar abierto, sin conclusiones cerradas, y que un argumento resulta más importante que una opinión, porque en su brazada implica al otro, asume el acto de pensar y, además, el rito democrático de la conversación.
Las palabras de Ángel Gabilondo son hospitalarias. Reciben la actualidad que llega a casa, hacen de la meditación un diálogo con los clásicos y preparan los argumentos para que el lector pueda habitarlos. Por eso digo que El salto del ángel es el libro de estos años, el libro para estos años. Lo que ha ocurrido está ahí. Pero la templanza del filósofo le ha quitado a los sucesos la gabardina húmeda de las noticias y les ha ofrecido una butaca y una taza de café. Como en la calle sigue lloviendo, dice, es mejor que nos sentemos a hablar para elegir bien no sólo lo que nos afirma y nos hace, sino lo que estamos dispuestos a hacer y afirmar. Il Tuffatore salta desde las columnas del templo de Hércules.
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