George Orwell: «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».
lunes, 23 de diciembre de 2013
Crónicas de Nazaret
No nací para esto. Os lo aseguro.
Mi estrella no contaba con tanta confusión
de opereta sagrada y manipulaciones
en 'alta teología'
Ni encarné en la materia, nuestra madre,
para acabar vendido en Navidad
como un boleto más de lotería
Ni tampoco nací para engolfarme
en altares, basílicas e inciensos
Ni entiendo la razón de ese chantaje
donde la libertad se compra
con dinero y los derechos van al 'por menor'
hundidos en miseria y oro negro
mientras los villancicos me reinventan
me barnizan,sonrojan y avergüenzan
Y tampoco nací para el papel de esfinge
tiesa, muerta y obscena, que me han adjudicado,
de inerte 'Pantocrátor' en tal judicatura
sin entrañas, que sólo ve castigos y pecados
condenadora sin mesericordia
de todo lo diverso que no entiende ni ama
Os juro por mí mismo, que ese invento
jamás he sido yo, Jesús el de José,
el pobre sin complejos, el libre, el solidario,
aquél que vio en el Hombre
la figura del Dios y no quiso ocultarlo,
aquél tan convencido
de que la humanidad es lo divino
que no dudó un instante
hacerse para ella pan y vino
no como dogma absurdo
ni por canibalismo incomprensible,
tan sólo por amor y pura gracia
y por matar el hambre de panes y de peces
de luz y de sentido.
Nunca fundé una iglesia
porque el poder más ciego
es religioso, se basa en la crueldad
como en el juicio, en orgullo y soberbia,
medrando entre sospechas
y amenazas. Nunca me llamé 'cristo'
sino Jesús a secas porque ignoraba el griego
y aquel latín de Roma era un galimatías
en mi mundo arameo lleno de otras palabras
compuesto de horizontes y mar de Galilea
de olivos y de almendros, e palmeras,
de gente que buscaba
sin saber qué encontrar en el fondo del ser,
de simples pescadores, de labriegos,
de madres de familia machacadas
como aquella del pozo de Siquem
inocente gentil samaritana;
también las prostitutas me seguían
con hambre de mi luz y de mi casa
y los recaudadores, los escribas
que con curiosidad me interrogaban
para poder pillarme en un renuncio,
sin comprender que yo, nacido para amar,
no renunciaba nunca de aquella condición
que me inundaba de tan dulce empatía
con toda la creación y su belleza
convertida en milagro y en palabra.
Sí, milagros también. No os escandalicéis
ante la ciencia, que la física cuántica
confirma en vuestros días
lo que en aquellos tiempos se admiraba
como un signo de Dios entre los hombres
ignorantes de su origen eterno
presos entre las redes del olvido
o como un truco vil endemoniado
surgido entre las llamas del infierno.
Lo expliqué como pude; alegorías
párabolas, metáforas -dijeron los expertos
en figuras y trucos del lenguaje-, pero sólo era amor
que acampaba sin miedo en las criaturas
en los valles del alma, en la alegría
de descubrir la esencia a que se pertenece
y que amasa la carne con espíritu
para dar de comer a los hambrientos
vestir a los desnudos, animar a los tristes,
liberar a los presos, dar palabra a los mudos,
dar vista a las tinieblas sin visión
salud a los que sufren
y vida a los que han muerto.
Y aunque no me entendieron
y montaron la timba religiosa
que vine a eliminar tirando puestos
de comercio y mercado
hasta en el mismo templo de una Jerusalén
narcotizada, y me crucificaron por blasfemo
para luego exaltarme como al hijo de un dios,
como un demiurgo
hecho a imagen mediocre del tendero
que vende eternidad a cambio de cumplir
su estrafalario elenco de preceptos
y normas del enjuague político-mansueto
ni entonces me rendí ni ahora me rindo
no tiro la toalla del amor y la mantengo,
es cierto que manchada, sucia y vieja,
que me la habéis dejado hecha un harapo
pero aquí está dispuesta a ser lavada
en ese lavadero del cariño
que siempre vuelve a casa en Navidad
igual que el hijo pródigo regresa
a la casa de origen
cuando el mundo le cierra los caminos
y le mata de hambre, de maldad y locura,
que sólo es ignorancia y desconoce
la belleza que encierra la bondad
y el valor que convoca la ternura
No me busquéis jamás en las iglesias
encerrado en sagrarios ni en altares.
Ni en dogmas ni en sermones
Sólo en el interior de la conciencia
y en la mirada que reconoce al otro
en uno mismo encontraréis mi huella,
la chispa de esa luz que es vuestra luz
y el perfume sencillo de mi esencia
que es la vuestra también. Sólo Jesús.
Ni 'cristo' ni disfraces de opereta.
En cada desahuciado, en cada hambriento
en cada pensionista sin receta
o emigrante sin patrias,
en cada dependiente sin ayuda,
en cada chavalín sin libro y sin escuela
en cada marginado por las leyes
que salvan al inicuo e inocentes condenan.
No te olvides, hermano, de quién eres
no olvides ni tu origen ni tu herencia.
Sólo Jesús y tú. Jesús el de José. Jesús
el pobre por amor y justicia.
Para servirte siempre
y lavarle los pies a tu cansancio
para acoger tu duda y tu dolor
que Jesús eres tú cuando estás solo
y el amor en la puerta esperando pasar
al interior y compartir la cena.
Que Jesús eres tú con cienmil nombres.
Jesús el de verdad. Jesús a secas.
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