miércoles, 25 de diciembre de 2013

Ay, psoeíto, cuánto cuestas de criar...!

Trinidad Jiménez afirma que el discurso ha sido "comprometido, cercano y realista".

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¿Hasta cuándo durará la narcosis monárquica de los social-reydócratas? ¿Cuándo comprenderá la cúpula del psoe lo lejos que está de sus bases que andan ya entre la tocata de narices y la fuga en re(y) menor ? Ay, psoeito, que estás en la parra ¿bajarás antes del próximo round o esperarás quedarte con media docena de escaños como máximo y tirando por lo alto, para darte cuenta de tu descoloque y distancia abismal hasta con el propio socialismo real, no el de calcomanía al que te has acostumbrado con ese tratamiento a base de Gonzalezpín Des-compuesto en comprimidos, Guerrinina Acidosa en gotas, Bononiazol Hipercorónico efervescente, Vazqueztina Catoliticosa en pomada, Zapaterona Talántica en supositorios y Rubalcabina Escaqueada masticable? Como no cambies de médico y de fármacos, de ésta finiquitas, con mucha más pena que gloria para los que aún quieren/queremos una sociedad democrática, plural y decidida a ser de verdad lo que quiere ser, libre de amenazas chulescas y de juegos de tronos en los que  siempre acaba perdiendo por fraude de unos y cobardía acomodaticia de otros, camuflada de "buenas maneras". Las buenas formas, querido psoe, sin fondo de apoyo comprometidamente ético, no llevan a nada más que al vacío de sentido. Por denuniciar a un Jefe de Estado corrupto y una monarquía absolutamente fuera de  contexto social, no se pierden las formas, al contrario, se gana la decencia, porque la estética que pierde su ética es como un maquillaje cuarteado en un rostro deformado con bótox. Y en eso te estás convirtiendo, a pesar de tener entre tus filas personas de un valor extraordinario y que no se reconocen en esa fidelidad a los soldaditos de plomo que manifiestas cada vez que se presenta la ocasión. No me imagino en la realidad a ningún socialista serio y responsable, de los que conozco y trato, aprobando la conducta de su malestad, ni a gusto con la idea de que un estado laico y aconfesional trague con Gallardón y Rouco mano a mano, ni que le apetezca más un trono pringado, ineficaz y carísimo, estando como está el panorama,  y desaprobando una República Federal Democrática para los españoles de todas las autonomías gográficas y culturales. Eso te pierde, psoeito, ese querer nadar y guardar la ropa con tu "todo para el pueblo, pero yo apoyando el rey que vive del pueblo y olvidando que mi razón de ser, como partido, es el bien común del pueblo y no sostener a ese rey que veja y se pitorrea del pueblo ni a esa monarquía que ya no tiene sentido, cuando los españoles que ahora deben soportar tal desgracia, no la votaron" Todo ese proceso reflexivo te falta, psoeito. Madurez y coherencia. Y repasarte a Pablo Iglesias y a Karl Marx. Y a Gandhi. Y si ves que no das la talla, por lo menos cambia de nombre, busca otro que te represente, como por ejemplo PEMB (partido español miedoso y bloqueado) Deberías haber aprendido en tus largos años de rodaje que lo cortés no quita lo decente y que si por mantener la cortesía de atrezzo hay que tragar sapos de injusticia y de corrupción que están arruinando la vida de millones de ciudadanos, esa cortesía pierde su educada condición para adquirir la de cobarde y vil alevosía e hipócrita farsa. Recuérdalo, psoeito y hazte adulto si no quireres quedarte enternamente en el parvulario social y que dejen de votarte por infantilón e ineficaz. Innecesario.Superfluo e inútil gasto insostenible. Como la monarquía. Se ve que a base de tragar y de tanto confraternizar, se acaba por perder hasta el objetivo y el porqué de  uno mismo. Ojo al parche. Que no hay buenas formas si el fondo es una traición a la propia conciencia social y personal.

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Y ahora, investigación de los porqués:

  Desde la tramoya

Para qué sirve un rey. Manual para republicanos

Actualizada 19/12/2013 a las 21:22    

Para la izquierda, un rey, cualquier rey, encarna los peores demonios. Un poder que se hereda por mero nacimiento, sin reconocimiento de mérito alguno. La representación máxima de la desigualdad, intrínseca al estatus adscrito y no adquirido por el esfuerzo. La identificación con las posiciones políticas más reaccionarias a lo largo de la Historia: reyes como señores feudales, reyes peleando contra reyes, ajenos al sufrimiento de sus pueblos, reyes absolutistas, reyes contrarrevolucionarios, reyes riquísimos entre súbditos miserables... Un estilo y unas formas inevitablemente clasistas y, por ancestrales, genuinamente conservadoras: coronas, oropeles, tronos, reverencias... Frecuentemente, una vinculación con los poderes tradicionales, en general poco identificados con la modernidad: el poder religioso, el poder militar, el poder económico de clase.

Por eso, naturalmente, los progresistas suelen ser mucho más críticos con los reyes, las reinas y sus príncipes, y en medios como éste abundan las noticias y las opiniones negativas sobre ellos. Soy consciente del lugar en el que me atrevo a escribir y no espero que esta pieza logre un récord de retuits ni una conversión masiva de republicanos. Pero como el día 24 y el 25 de diciembre asistiremos un año más a la liturgia del monarca que se dirige a su pueblo, la disección de cada una de sus palabras y las consabidas reacciones de unos y otros (“bien”, dirán Rajoy y Rubalcaba; “mal” o “medio mal”, dirán los demás), sí quiero proponer aquí una reflexión simple y un poco más cínica de la figura de la monarquía en nuestro tiempo. Adoptando una posición muy poco vinculada emocionalmente, y, si se quiere, una curiosidad antropológica, el juicio que a mi personalmente me merece la monarquía no es tan negativo como el de mis colegas republicanos.

Las sociedades necesitan referentes políticos simbólicos. Los cuadros con las caras de los dictadores se colocan en los comercios, las escuelas y las salas de la Administración de los lugares en los que gobiernan. Los presidentes de las repúblicas con sistemas presidenciales (como los Estados Unidos o las repúblicas de América Latina) se convierten en “reyes”, aunque no sean de sangre roja. Sus cuadros y fotografías presiden también los grandes salones ceremoniales. Sus esposas o, alguna vez, sus esposos, son primera dama o primer esposo. Su familia es la primera familia, y nadie concibe que queden en el anonimato. La vida de la primera familia es pública, se espera que sea ejemplar y, en muchos aspectos, se parece a la vida de la familia real en las monarquías actuales. Con frecuencia se hace el paralelismo entre Obama y su familia y, por ejemplo, Rajoy y la suya. Es un paralelismo engañoso. La familia que actúa como referente en España es la familia del rey.

Se dirá que hay muchos países que contienen esa tendencia social a mirarse en el espejo de una única familia ahí arriba. Sí, es cierto, pero la tendencia existe. En repúblicas tan respetables como la francesa o la italiana hemos asistido a espectáculos muy lamentables a cuenta de la vida personal de los mandatarios: recuérdense los líos de Mitterrand, de Sarkozy o de Berlusconi. Los penosos escándalos que afectan a la monarquía española son incluso más graves precisamente porque se espera que esas cosas no pasen en un palacio real. Quizá fuera sano no necesitarlas, pero puestos a buscar referencias morales y estéticas en una familia, no parece mala idea que preveamos de forma estable que haya una familia ya preparada para ello. Por supuesto, si es así, esa familia tiene que ser impecable en su comportamiento. Sin excusa y sin descanso. Y si no lo es, entonces la institución no tiene sentido.

Una reina o un rey es además una herramienta posible de representación exterior. Como concepto a mí me parece interesante que esa tarea la haga alguien que no está vinculado a la política de partido (divisiva por naturaleza), y alguien además que ha sido preparado o preparada para ello: formado en el protocolo internacional, que hable idiomas, acostumbrado al trabajo de sonreír, agradecer, besar niños y recibir y entregar regalos de Estado. En el caso particular de España, además, esa tarea debe hacerse con especial cuidado en América Latina. Con respecto a nuestras relaciones con ella, yo prefiero la permanencia de la figura de los reyes o el príncipe (gente que no cae nada mal por allí, por cierto), que el cambiante talante de los presidentes del Gobierno españoles.

Un rey es un símbolo: ni más ni menos. Símbolo de la unidad de un pueblo y de su permanencia. Te lo dice un monárquico y suena patriotero. Pero es pura antropología política. La izquierda suele sentirse más displicente que la izquierda con esos símbolos (las banderas, los himnos, los escudos…). Los conservadores son mucho más sensibles hacia ese fundamento moral que Jon Haidt ha llamado “pureza/santidad” (en su libro The Righteous Mind). Pero lo cierto es que una sociedad busca en algún lugar y construye esos artilugios ceremoniales. Y sobre esos símbolos se articula la identidad y la diferencia. Por eso a los independentistas, claro está, no les gusta el rey, o, al menos, no reconocen al rey del Estado que se supone les tiene atados.

Eventualmente, una reina o un rey puede ser un buen árbitro. Por supuesto, ese papel debe ser excepcional. Pero no está tampoco mal que haya alguien por encima de la política para cuando surjan asuntos de orden mayor. Y un rey puede consolar mejor que un presidente. Es de reconocer el efecto balsámico que puede tener para mucha gente el abrazo de un rey o una reina en momentos de angustia colectiva: tras los desastres naturales, los accidentes o los ataques. También pueden ofrecer consuelo los presidentes y los alcaldes, pero los reyes con frecuencia hacen el trabajo mejor porque parte esencial de su preparación es específicamente ésa. Y porque se espera en ellos una labor unificadora y no divisiva como la que se asocia por naturaleza a la política.

Una monarquía puede servir hoy para esas cosas: inmateriales, simbólicas, de representación, morales… no siempre esenciales, pero a veces relevantes. El problema surge cuando la narrativa esperada no se corresponde con la representada. Y entonces la monarquía se convierte en un invento maligno, porque decepciona los fundamentos que se supone debe ensalzar. Así, un rey no puede avergonzar a su pueblo. Un rey no puede hacer negocios. Un rey no puede pasarlo bien si su país sufre. Un rey no puede permitirse ni un capricho ni veleidad alguna a su alrededor. La institución pierde todo el sentido si la fábula que se cuenta y que se representa no remiten a moralejas más o menos verosímiles sobre quiénes somos y a dónde vamos, y cómo celebramos nuestra unidad y enfrentamos la adversidad. Sin eso, la monarquía actual no sirve absolutamente para nada.

Quién soy


Luis ArroyoCV “oficial” Imágenes
No sé muy bien por qué, pero cuando tenía unos 18 años empecé a curiosear sobre el comportamiento político de la gente: cómo se difundían las ideas, por qué se aceptaban unas y se rechazaban otras, dónde reside la fuerza del liderazgo político y cómo se produce… Me fascinaba el ejercicio del poder político y sus efectos sobre los ciudadanos.
Estudié Sociología y Ciencias Políticas en la Universidad Pontificia de Salamanca, en la Complutense de Madrid y por unos meses en Georgetown, Washington D.C. Mi primer trabajo serio fue en el conocido instituto de Investigación Sigma Dos, en mis últimos dos años de carrera. Allí anduve tres años, hasta que me cansé de los “ajustes” y las “ponderaciones” caprichosas que teníamos que hacer en aquella casa para que los datos cuadraran con las intuiciones de quienes mandaban allí. La noche electoral de 1993, en que los socialistas ganaron contradiciendo nuestras encuestas cocinadas, me animó a salir de aquel lugar, por el que guardo, sin embargo, un gratísimo recuerdo, después de haber aprendido allí a diseñar investigaciones, casi todas de contenido político, cualitativas y cuantitativas.
Aproveché una plaza de profesor de investigación de mercados en ESIC y empecé a enseñar. Sudaba en las primeras clases y aquellos alumnos, que tenían prácticamente mi misma edad, debían verme como un marciano. Desde entonces, hace ya década y media, he seguido dando clases allí – si bien ahora sólo en cursos de postgrado y sólo de comunicación. Luego vinieron otros lugares, como la Universidad Complutense, la Universidad de Navarra, la Universidad Pontificia de Salamanca, la Carlos III, el Instituto Ortega y Gasset, ESADE, el Instituto de Empresa… Dediqué algo más de un año a la enseñanza en exclusiva, como profesor visitante en la Universidad de Florida Atlantic, en Estados Unidos. Época de aprendizaje en la que los ingresos no daban, literalmente, ni para comprar un pritzel en el centro comercial de Mizner Park de Boca Ratón, lo más parecido a un downtown que hay en aquella ciudad de clima maravilloso en invierno y asfixiante en verano. Ya habían nacido, fruto de mi primer matrimonio, Luis y Celia, mis dos hijos mayores, que echaron a andar en Florida. Luis es como yo - curioso, ingenuo y divertido – pero le gusta el fútbol. Apunta maneras hacia el mundo del espectáculo, en sus formas diversas (quizá sea actor, futbolista, político…).  El y Celia tienen ahora 16 años, pero Celia parece que tiene 20: madura, lista como nadie y conversadora de altura. Esta en esa edad insoportoblemente adorable, pero Celia es sensible y con ella bastan las miradas para entenderse. Luego vino Clara – independiente, resuelta y sociable -, que interpreta cancioncillas con la flauta travesera mejor que yo con el violín. Ella no lo sabe, pero los tres minutos de una piececita tocada con ella a duo vienen a compensar los millones de minutos no compartidos. Aunque una vez hice aparecer un pez naranja en un vaso de agua, proeza que aún recuerdan la veintena de niños presentes, el provecho que saqué de las clases de magia con Juan Tamariz no ha dado para mucho más…. Bueno sí: el maestro Tamariz explica como nadie la fuerza de los relatos en la persuasión. Unos, dice él, hacen trucos. Otros hacen magia contando historias. Si tengo alguna ambición profesional es ofrecer a quien lo reclama magia y no trucos; relatos y no políticas; estrategia y no sólo tácticas.
Daniela, la cuarta hija, nació años después de mi matrimonio con Magali, mi segunda esposa, y llora de emoción con los animales. Con un año acunaba los pescados antes de que pasaran por la sartén. Ha cuidado en casa cobayas, ratoncitos, gusanos de seda, gusanos asquerosos obtenidos gratuitamente en un vivero… y ahora cuida a su tortuga Marta, a su hamster Brenda y a su perro Yogui. Daniela, con diez años, tiene más agenda que nadie: ella agarra sus teléfonos y se organiza. La llaman y llama: es alegre y carismática. Ahora cuida también a su nuevo hermano, Bruno, un niño precioso que nació en julio de 2010: un látigo, un terremoto… simpático y cariñoso como ninguno. Así que resulta que tengo, ni yo me lo creo, cinco hijos: cinco preciosos hijos.
Pasé tres años dedicado a la dirección, junto con mi hermano Javier, del tinglado que mis padres, Luis y Amparo, dos seres excepcionales, montaron en 1965: una Fundación, llamada Juan XXIII, para personas con discapacidad intelectual, que hoy da trabajo a unas 400. Mis padres son profundamente religiosos, más bien conservadores, increíblemente generosos, buenos por encima de todo… Solemos discutir acaloradamente de política y de Dios, sin conclusiones claras.
En la multinacional de las relaciones públicas Edelman empecé a trabajar al cien por cien en Comunicación. Allí, de la mano de mi amigo Javier Puig, aprendí de método, de manuales de comunicación de crisis, de medios… y también de rentabilidades de clientes, hojas de horas y pijerío corporativo. Tres años trepidantes.
Salté directamente a la comunicación política en 2000, monté un despacho encantador en la Gran Vía de Madrid, puse en mi tarjeta “consultor político” . Magali venía a veces embarazada de Daniela y se tumbaba en el sofá mientras yo preparaba el último papelito para los diputados del Grupo Parlamentario Socialista, entonces en la oposición.  Magali, esposa, amiga y confidente, trabaja en comunicación también, aunque en el ámbito de la moda y en El Corte Inglés. Juntos escribimos, en buena parte durante las tardes en la estación de esquí de Lech, Austria, en la Semana Santa de 2003, Los cien errores de la comunicación de las organizaciones.
Firmé un improbable contrato de consultoría externa con esos nuevos dirigentes que acababan de hacerse con la dirección del Partido Socialista. Años en los que conocí a quienes luego fueron ministros y ministras. Les ayudaba a hacer un mejor control al Gobierno de Aznar en el Congreso de los Diputados, pero también a preparar con eficacia intervenciones más o menos solemnes. Mientras, mis actuales socios de Llorente & Cuenca y yo mismo, montamos un entretenimiento que llamamos MediaTrainers, la primera empresa española dedicada sólo a la formación de portavoces. El nombre desaparecería luego absorbido por la matriz, valga la expresión.
Participé en la campaña electoral que dio la victoria a aquellos diputados nuevos, frescos e ilusionados, y la presidencia del Gobierno a José Luis Rodríguez Zapatero. Meses antes conocí al tipo que más entiende de comunicación política en España, que se llama Miguel Barroso y que luego fue secretario de Estado de Comunicación. Me lo presentó la diputada Carme Chacón un fin de semana en que tuvimos que preparar un debate preelectoral. Me fascinó la inteligencia de Miguel, su intuición y su soltura. Miguel ya utilizaba implícitamente todos los recursos de lo que luego hemos llamado storytelling. Barroso me llevó a Moncloa como director de Gabinete de la Secretaría de Estado de Comunicación, y allí estuve tres años, también bajo el mando de Fernando Moraleda, sindicalista de principios y buena gente donde la haya. En tres años preparamos decenas de estrategias aplicadas, unas con disciplina prusiana, otras no tanto, a decenas de situaciones y en multitud de ocasiones: retirada de Irak, lucha antiterrorista, matrimonio homosexual, gripe aviar, crisis varias, campaña del referéndum de la Constitución Europea, debates del Estado de la Nación…
Con el beneplácito de todos los afectados, Carme Chacón me ofreció y yo acepté, por supuesto, la dirección de su Gabinete cuando fue nombrada ministra de Vivienda, nueve meses antes de las Elecciones de 2008. Pusimos en marcha la renta básica de emancipación para los jóvenes, trabajamos quince horas diarias, lidiamos con problemas y disfrutamos del trabajo intenso. Compartí horas con excelentes amigos, tomamos decenas de “cafés de trabajo” en el José Luis que hay al lado del Ministerio, en el Paseo de la Castellana… Chacón fue subiendo en la tabla de popularidad por méritos propios, arrasó en las Elecciones Generales en su tierra catalana, y se convirtió en ministra de Defensa. Siento aún un cierto sabor agridulce cuando dejé a aquel equipo extraordinario, pero ni estaba preparado para dirigir un Gabinete como el de un Ministerio de tal dimensión, ni tenía muchas ganas de seguir haciendo trabajos de fontanería propios de un Gabinete político. Prefería la peluquería… la comunicación. Ya entonces Miguel y Carme estaban casados y sigo disfrutando de sus consejos, de su amistad y de su brillo.
La vicepresidenta del Gobierno, Teresa Fernández de la Vega me ofreció ayudar en la dirección de su Gabinete, y me nombró director adjunto. La idea era preparar algunos dossieres específicos relacionados con la comunicación. Hice mi trabajo lo mejor que pude, ayudé en lo que supe, conocí de nuevo a gente maravillosa, entre los que se encuentra quien fuera mi jefe, Fernando Escribano, y volví a disfrutar de los jardines de Moncloa durante seis meses, esta vez con vistas directas al edificio del Consejo de Ministros.
Pero yo quería dedicar todo mi tiempo a la Comunicación, y la fontanería volvió a interponerse. Decidí irme en verano de 2008 y esperé a septiembre para embalar mis libros. José Antonio Llorente, Olga Cuenca y yo fuimos al notario en octubre para fundar Asesores de Comunicación Pública, la empresa que hoy presido y que es como un gran baúl de secretos, consejos, errores, experiencias, éxitos y fracasos, que nuestros clientes pueden utilizar en beneficio de la mejor comunicación política posible. La que aprendí de maestros, amigos, colegas, jefes y subordinados, en estos últimos 20 años.
Robando tiempo al sueño – que me persigue desde que nací – a Magali y a los niños, logré escribir El poder político en escena, el libro con el que trato de demostrarme que esto no es solo un oficio, sino también una profesión.
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Reflexión final.

(Para no influir a priori  sobre los criterios del lector he optado por colocar como epílogo este comentario post-lectura. De ese modo la información sobre el caso llegará tal y como ha sido pensada y escrita por su autor y no a través de otros filtros "fabricantes de consentimiento" con la intención de manipular en primer plano lo que llegue a continuación; sé que me arriesgo a que el lector no lea esta coda final, pero prefiero que sea él/ella quien decida seguir leyendo y no colocarle el filtro  de entrada, respetando su lectura sin pre-influir. Manipulando las ideas con deshonestidad no se ayuda a crecer a las conciencias)

    He querido colgar el artículo y la autopresentación de este señor, Luis Arroyo, como ejemplo de la onda en la que el PSOE se ha asesorado en los últimos años, sobre todo en la época del gobierno  Zapatero. Al leerle se pueden apreciar y subrayar matices que de socialdemócratas tienen lo que Norma Duval de carmelita descalza. Arroyo, aunque no lo diga, lleva inyectado en vena un liberal progresista. O neoconservador con sordina, moderado en las opiniones pero clavaíto en el modo de vida, en la trepología de sus trabajos, donde lo van llamando como asesor, alternando con la enseñanza freelance por aquí y por allá. Un señor muy majo, seguramente encantador en su trato exquisito, muy bien educado y culto, pero ese equipaje volandero, muy hollywoodense no es preciasamente el bagaje social, ético y antropológico que debería aportar un asesor competente para un gobierno socialdemócrata de verdad; es un poco estilo Sarkozy, un poco happy flower, un poco ligero de cascos políticos como para ayudar a un gobierno socialista a centrarse en la realidad objetiva. Un asesor de laboratorio, sin rodaje de calle ni contacto con el pan de cada día  ni con el esfuerzo que cuesta adquirirlo, eso explica que a Zapatero nadie le asesorase antes de presentarse a un debate ciudadano ni sobre el precio de un café o del agua mineral por lo menos para no hacer el ridículo de ignorar cosas tan básicas sobre aquellos a los que se pretende gobernar. Este Arroyo es totalmente un ejemplar paradigmático del arquetipo borjamari ossea. No hay más que leer la cantidad y calidad de ideas que va desgranando en sus escritos a favor de la simbología de los personajes reales. Para más inri, el mismo Arroyo lo escribe como título de su blog en InfoLibre: Desde la tramoya. Una palabra que el diccionario define como Máquina o conjunto de máquinas con las que en el escenario del teatro se realizan los cambios de decorado y los efectos especiales/ Figuradamente: Intriga, trama, engaño. A veces el subconsciente es más sincero que la consciencia. O el cinismo y la osadía, más rápidos y menos hábiles que la inteligencia.

Un gobierno socialista debería saber sustituir el símbolo del poder monárquico por el símbolo de la honradez  del trabajador y sus valores de los que sí se debería estar orgullosos como representantes sociales en la política, por la dignidad de quien se gana el pan sin chupar del bote y trabajando con discreción por el bien común, sin corromperse ni amparar la corrupción de partidos y banderías financieras en las que el mismo 'simbolo' se pringa hasta los genes, y que se produce con mucha más facilidad en ese mundo etérico de la simbología del poder que en el día a día de un trabajo modesto y ético. Responsable de sus actos por su propia conciencia y no amnistiado de antemano de cualquier barbaridad por una constitución complaciente.

Convertirse en  un símbolo saca al hombre de la realidad que debería tocar en directo. No necesitamos símbolos para que nos gobiernen ni nos representen, sino asambleas cívicas que elijan a sus representantes directamente y con realizaciones bien concretas. No es un símbolo lo que te desahucia ni lo que te manda al paro ni i lo que te recorta sueldo, pensiones, derechos y libertades, sino un empacho de símbolos manipuladores interesados, que el dinero va comprando sibilinamente para vender la cabra de que se necesitan símbolos y pagar a mequetrefes vivales , y a veces hasta de buena fe, a precio de oro para que vayan fabricando el consentimiento en la opinión, en los medios escritos, visuales y radiofónicos y asesorando presidentes ingénuos, crédulos, acríticos e irresponsables, capaces de contratar sastrecillos demasiado "listos" para que le confeccionen el traje invisible que sólo ven ellos, mientras se embolsan el presupuesto del susodicho traje inmaterial del asesoramiento sin fuste.

El "símbolo" es el glamour institucionalizado que aliena a los seres humanos desde el Hola, a Escrivá de Balaguer, a San Pancracio, a Mourinho o La Roja, desde las banderas a los palios y medallas que coronan a un dictador infame o a un rey pasmado para la decencia y pícaro para lo que le da dinero, poder o cacerías exóticas, deportes, viajes, seducción y sexo fácil. El símbolo es la abstracción de las frustraciones de la masa inculta y manejable, la transliteración de todo aquello que por inaccesible se convierte en tabú y en abuso de poder sobre el inconsciente colectivo consumista de emociones, frustraciones y objetos totémicos, como los cantantes de rock, los actores y actrices, las modelos, los políticos, los play-boys famosos, el clero, los reyes, los papas y cualquier personaje que demuestre menos prejucicios, menos miedos y más orgullo, soberbia, éxitos sobre los demás y vanidad. Amparado siempre en el aura de intocable.

La afección al símbolo no deja crecer ni madurar a las sociedades humanas, como los niños no superarían jamás la infancia y su inmadurez natural si siguiesen toda su vida creyendo en Santa Klaus, en Los Reyes Magos, en tal maestro o gurú infalible  o en los poderes de Supermán. Las religiones que tanta alienación producen están basadas en el símbolo y en su mitología. No en la realidad del hombre, que por ejemplo, Buda, Jesús o Laotsé vinieron a descubrir y a explicar tanto con lo que dijeron como con lo que vivieron, cosa que el 'símbolo' es incapaz de hacer. Hasta el invento de que las crisis económicas son necesarias se está tratando de convertir en "símbolo" aceptado como ineludible y sin embargo son el resultado de la incompetencia, el egoísmo, la avaricia de unos pocos, la desinformación inducida de los ciudadanos, la improvisación de los gobiernos y su "fe" ciega y acrítica en los mercados. El símbolo no es nada si no se le concede valor ni se le alimenta, porque es una abstracciòn repetitiva y no es vida. Sin embargo sus seguidores y propagadores, incapaces de seguir el ejemplo original que dio lugar al paradigma ejemplar, o sea incapaces de ser ellos mismos y no la fotocopia de los "maestros", han hecho de la imitación un culto, unos dogmas y un "símbolo" implacable; de ese modo se impiden a sí mismos  alcanzar su verdadero desarrollo y se quedan en patéticas caricaturas del símbolo inalcanzable y fosilizado.
Sólo así se entiende que el ejemplo de Jesús haya derivado, degenerando, en el Vaticano, el de Marx el comunismo de Lenin, de Mao y de Fidel castro, el de Pablo Iglesias en el partido "socialista" que ahora tenemos en la oposición sin distinguirse en casi nada, en la praxis diaria, del partido que gobierna ahora que es de derecha ultra. Puesto que se siente reconocido aceptador de una monarquía que es un oxímoron con la democracia y alaba la hipocresía de un discurso teatral con forma conciliadora, a sabiendas de que sólo es una tapadera del contenedor de basura corrupta y letra muerta de los códigos éticos y una burla descarnada de la propia Constitución que el 'monos-arca' ni siquiera se molestó en jurar, ya que se considera por encima de ella, pero no por encima de los principios del "movimiento" que le llevaron a la Zarzuela y que sí juró de buena gana porque eran la puerta del chollo de su vida: el trono de un país propicio para ser esquilmado con su propio beneplácito aceptador de 'símbolos' productores de  patología social.

Es curioso que tras argumentar largamente acerca de la necesidad del símbolo monárquico y ancestral, Arroyo, termine criticando someramente y en cuatro líeas -porque es imposible obviar los hechos- la pésima calidad del "símbolo" que padecemos ahora: la falta de imagen pública del malestad de turno. La conclusión que deja en el aire es que aunque este símbolo real haya salido rana, ese símbolo sigue siendo necesario para un pueblo de mediocridades al que le urge una figura que, como en la Antigüedad, en el Medievo y en todos los imperios sea capaz de imponer su báculo o su cetro como el yugo de los Reyes Católicos, o de la Falange que lo tomó como emblema, con lo que queda abierta la posibilidad subliminal de que haya una abdicación y de que el sucesor, sí responda al cliché del 'símbolo' necesario . Y ahí queda la imagen del heredero incontaminado con la democrática y liberal Letizia, princesa plebeya y "popular", y las nenas tan tiernamente dinásticas como princesitas de cuento de hadas... y que todo cambie para que todo siga igual en el reino de Babia.

Así le cunde al psoe, con tales asesores y 'educadores' con la peor de las pedagogías que sólo ven éxito político en el "respetuoso" acoplamiento de todos al mismo enjuague, con tal de que "el símbolo" no pierda lustre ni se desconche demasiado, por propia iniciativa, hasta hacer que ningún maquillaje le tape las goteras. Qué pandilla, de ineptos y vivales combinados entre eneficacia, marrullerías  y ambición de poder. Así nos cunde...

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