Madrid, ciudad sitiada
Esa ciudad cuyo nombre tantos pronuncian con desdén y con odio, ya no con envidia, esa capital siempre asediada, vigilada y cautiva, rompeolas y rompeleches de todas las Españas, epicentro de todas las mareas. Esa ciudad, cuna de un centralismo que sus ciudadanos no gozan sino padecen. Madrid, Villa y Corte de los milagros y de los despropósitos, Patio central del Monipodio ibérico, tan lejos del mar y tan cerca de La Moncloa, siempre resistió los embates y se enfrentó a las invasiones foráneas o domésticas, a Napoleón y a Franco, a sus reyes siempre extranjeros, a los políticos venales y a los mercachifles y vendepatrias. La incomprensión y el desprecio marcan su andadura. Madrid, residencia vitalicia de los opresores, control central de las periferias rebeldes , ciudad simbólica y paranoica, perseverantemente enferma, nunca muere, pero hoy parece en estado terminal, al borde del abismo. Madrid, agujero negro, agónico vertedero, cloaca, sumidero.Cae hoy sobre Madrid una lluvia triste acorde con el ánimo de sus ciudadanos. En los foros y en los hemiciclos, en los tribunales y bajo las cúpulas financiera, hombrecillos grises manipulan entrañas y entresijos, mutilan, recortan, reprimen. Al frente de los poderes municipales y autonómicos, una mujer no electa y reconocidamente inepta y un hombre oscuro que no necesitó comicios para imponerse malgobiernan y malmeten, maniobran y mangonean a su placer, que nunca será el nuestro. “Placeres por aquí, ese que le dicen del masoquismo”, decía el personaje de un chiste de Chumy.
48 folios ha necesitado Esperanza Aguirre para decirnos que no sabe nada de lo que todos sabemos, que no va a decir nada sobre eso de lo que todos hablamos. Silencio en la cuna de la Gürtel para que no se despierte el monstruo aletargado, para que no se desperecen sus tentáculos y caigan las caretas y las coartadas y emerjan bajo el cartón los rostros cómplices de los saqueadores.
Multitudes ociosas ocupan las grandes avenidas en los días señalados por la tregua navideña, miran pero no compran, son como niños con las narices pegadas a las vitrinas de los escaparates. Este año la tregua ha sido vulnerada por los portadores de malas noticias. Hacen huelga los del alumbrado público y el Gobierno oscurece todas las expectativas con una subida salvaje de las tarifas eléctricas.
Multitudes afanosas ocupan las grandes avenidas en una marea desbordante pintada con los colores del arco iris de nuestra desesperación, tampoco hay tregua en este lado de la calle. Sin pan, sin trabajo, sin luz, sin sanidad, sin educación, sin ayudas sociales. Atados y bien atados, amordazados y vencidos, así nos quieren, minadas nuestras fuerzas por el desgaste al que nos someten nuestros encorbatados verdugos. Este año el regalo navideño del Gobierno consiste en un sofisticado camión botijo para “acometer” el control de las masas, un obsequio del Ministerio de lo Anterior que también planea ponerle “concertinas” al Parlamento. No pasarán. Feliz Navidad.
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