Nadie duda del desparpajo innovador del nuevo papa. Sin embargo y desafortunadamente, el desparpajo como estilo no es nada si no va acompañado de cambios decisivos e incontestables en los aspectos más fundamentales de cualquier institución que quiera de verdad renovarse a sí misma con honestidad. Dice un refrán clásico español que "aunque la mona se vista de seda, mona es y mona se queda". Es decir, para que algo cambie de verdad, tiene que dejar de ser como era esencialmente, no sólo cambiando de "traje". Y una institución diosáurica como la iglesia de Roma lo tiene dificilísimo. Juan XXIII lo intentó con la mejor intención y levantó rechazos y malestares en el amplísimo sector más heavy del sacrosanto dinosaurio que no pasó de mirarle con desprecio e impaciencia esperando su muerte por la edad y la mala salud, Pablo VI, sibilinamente, lo descafeinó poco a poco, debate a debate, aburriendo a la feligresía más progresista, que poco a poco fue perdiendo interés al comprobar que el cooncilio era sólo una ocasión para lavar la fachada y que el interior siguiese igual, y, que además Montini-Pablo VI corrompió, porque al mismo tiempo que completaba el Concilio Vaticano II, dejaba que las mafias del mercado financiero gestionasen los fondos económicos del Estado Pontificio dando lugar a uno de los escándalos más farragosos y espesos del catolicismo contemporáneo. Y luego, tras la desaparición repentina, y más que sospechosa, de Juan Pablo I, que intentó regenerar lo irregenerable, el inmovilismo del polaco Juan Pablo II y la commedia dell'arte de Ratizinger-Benedicto XVI hicieron el resto para que el Apocalipsis de Juan de Patmos se hiciese transparente y mostrase el estado lastimoso del catolicismo institucional. Ante tal autoarmagedón, la iglesia romana ha optado por elegir a un papa extracomunitario y transcontinental. Es verdad que no se ha atrevido con un africano, con un chino o con un filipino, y ha elegido, dentro del catálogo, lo más aproximado a Roma, dentro de un orden , of course! Un argentino -Argentina es tradicional y fácil a las dictaduras- con ascendentes y apellido italianos. Bergoglio. Y con una historia opaca de connivencias con los dictadores, lo que le aleja ostensiblemente de parecerse a Óscar Romero el arzobispo asesinado en El Slavador por predicar el Evangelio sin sordina y con el ejemplo, o a Rutilio Grande o a Segundo Montes, Ellacuría o Luis Espinal, también jesuitas estos cuatro últimos. Para que todo quede en casa. Como siempre.
El estilo Francisco resulta reproblable e irreverente para el catolicismo más dogmático, el más carca, siempre a la defensiva, que se siente amenazado por cualquier innovación, como por ejemplo, la conferencia episcopal española que aún está anclada en el Concilio...de Trento y en el Santo Oficio; por otro lado, esas 'reformas' meramente teóricas y gestuales, hasta el momento, resultan más que sospechosas como 'arreglos epidérmicos' para los católicos más críticos, -más 'cristianos' que católicos formales-, y, por ello, menos apegados a los poderes tradicionales del stablishment romano e incluso alejados de él por obvios motivos de conciencia y evolución.
De momento el rol de Francisco sólo es mediático y especulativo, lo que para el catolicismo "de calle" resulta simpático y hasta glamuroso. Popular. Que seguramente es lo que la iglesia pretende básicamente: colocar una figura entrañable como pontífice y "pastor" para que el rebaño desperdigado y cansado de tanta rigidez, vuelva al redil no por obediencia sino por 'complicidad' y porque se ha bajado notablemente el listón de las exigencias dogmáticas y si hay que borrar el pecado, el infierno y los rezos soporíferos, los "misterios" y los dogmas, pues así se hará, con tal de que las ovejas vuelvan a los pastos de la seguridad y la cúpula de San Pedro con su columnata de Bernini alrededor y su baldaquino debajo, sigan siendo el centro del mundo occidental, sin que el redil cambie y siga siendo refugio para ovejas asustadescarriadas por "el mundo, el demonio y la carne" bajo el cayado del pastor de siempre, sin comprender que la estupenda metáfora de Jesús estaba dirigida a un pueblo campesino y pastoril en el que él vivía como uno más. Pero que ahora, 2014 años más tarde no es el lenguaje ni la actitud adecuada a los tiempos evolutivos ni a la conciencia del hombre, que no es la misma, aunque rémoras sociales como las religiones enquistadas en la noche de los tiempos, usando como herramienta de poder imperial la tradición del miedo religioso y el infantilismo de la "plebe", se empeñen en mantener esas iconografías simbólicas como banderín de enganche y revival iconográfico constante de inmadurez emocional, intelectiva y espiritual.
Por otra parte es impresentable y absurdo que un creyente católico tenga que elegir entre esa condición y ser demócrata, entre su "fe" y su conciencia, entre sus derechos y libertades y los "mandamientos" de su iglesia. Entre "dar limosnas" para ganarse el cielo o apoyar un estado laico aconfesional que se ocupe de que nadie necesite pedir ayudas a las que se tiene derecho porque simplemente se es un ser humano y por eso, hijo de Dios, sin tener que presentar a nadie cartilla de bautizado ni pólizas sacramentales, porque el único sacramento que hay, de verdad, es la gracia infinita de la vida, repartida en todos y en todo con una generosidad y una abundancia inconmensurables. Sólo la mezquindad, el miedo y la avidez de poder hechas institución, impiden la manisfestación de nuestra plenitud como seres humanos. Las religiones que se empeñan en mantener ese tinglado primitivo enmascarado de lo más conveniente para prevalecer en el mismo estado precario son cómplices de este estado lastimoso y rémoras pesadas que ya no toca arrastrar. Por eso están en declive. No porque el mundo sea "más malo", sino porque ya es distinto y ellas son las mismas. Sin embargo, cerradas en el temor a su propia extinción y rechazo social, teniendo ojos no ven y teniendo oídos no entienden.
Por otra parte es impresentable y absurdo que un creyente católico tenga que elegir entre esa condición y ser demócrata, entre su "fe" y su conciencia, entre sus derechos y libertades y los "mandamientos" de su iglesia. Entre "dar limosnas" para ganarse el cielo o apoyar un estado laico aconfesional que se ocupe de que nadie necesite pedir ayudas a las que se tiene derecho porque simplemente se es un ser humano y por eso, hijo de Dios, sin tener que presentar a nadie cartilla de bautizado ni pólizas sacramentales, porque el único sacramento que hay, de verdad, es la gracia infinita de la vida, repartida en todos y en todo con una generosidad y una abundancia inconmensurables. Sólo la mezquindad, el miedo y la avidez de poder hechas institución, impiden la manisfestación de nuestra plenitud como seres humanos. Las religiones que se empeñan en mantener ese tinglado primitivo enmascarado de lo más conveniente para prevalecer en el mismo estado precario son cómplices de este estado lastimoso y rémoras pesadas que ya no toca arrastrar. Por eso están en declive. No porque el mundo sea "más malo", sino porque ya es distinto y ellas son las mismas. Sin embargo, cerradas en el temor a su propia extinción y rechazo social, teniendo ojos no ven y teniendo oídos no entienden.
La Conciencia Superior del ser humano, que es la manifestación de Dios, ya requiere otro tipo de funcionamiento: el Pentecostés, donde ya el Espíritu trabaja y guía desde "dentro" de cada uno por medio de la lucidez y el conocimiento y se manifiesta "fuera" con la sincronicidad y unidad de la poesía profética fraternal y solidaria, y su diversidad riquísima, convertida en acción sin que nada la fuerce, la obligue o la violente ni manipule; asambleas gestoras e interactivas del despertar a planos más elevados, sutiles y comprometidos con el cambio planetario. Donde cada uno comienza a ser líder de sí mismo por co-responsabilidad y autoconsciencia. Así lo hace evidente la fuerza de los movimientos sociales noviolentos, dialogantes, solidarios, sin "jefes" ni gurús, donde el Espíritu -irreligioso y apartidista -democrático verdaderamente- es la amalgama de todos. Es el Amor, en su más alta expresión organizativa y unánime, también en su diversidad: la justicia y el respeto del Bien Común, en cuya gestión todos/as participan.
Para esa función nueva -aunque ya la anunció y realizó el mismo Jesús en su momento para dar pistas del futuro- las instituciones que no son flexibles sino piramidales y rígidas, como la iglesia católica, están inadecuadas, no por falta de medios, que los tienen todos, sino porque su finalidad es otra: el poder sobre las masas al modo imperial. Y eso ya está desclasado por la misma evolución de las conciencias cuyo desarrollo convierte la "masa" y el "rebaño" en comunidades de seres libres, responsables, generosos y magnánimos. En asambleas de individualidades espirituales en unidad sin límites, no en masificación de personalidades egocéntricas generando entropías en el tiempo y en el espacio y sin capacidad para trascenderlos. Condenadas a autofagocitarse en disputas, intrigas, rivalidades, poderes, intereses y miserias, como en tiempos ya superados y en trance de finalizar para siempre.
Ese es el panorama universal que Francisco tiene delante. Un reto apasionante para asumir con "la libertad de los hijos de Dios", pero imposible ni siquiera de percibir entre los grilletes y escombros de un imperio en ruinas éticas y basado en la hipocresía y el poder que la genera. Aquí la institución católica, si quiere seguir el Evagelio realmente y no sólo nadar a la deriva y guardar la ropa ya inservible en los armarios rancios del sin sentido, tendrá que recordar una frase inolvidable de Jesús de Nazaret: "Si el grano de trigo no se entierra y muere, no puede dar fruto". De lo contrario y aunque haya mil Franciscos en ese empeño, la iglesia católica seguirá siendo siempre el mismo Can Cerbero milenario y vacío en sus ladridos, pero con distintos collares. Según cambien las modas y las tecnologías. Haciendo cambios de decorado en el mismo e idéntico teatro. Mientras la Nueva Tierra y el Nuevo Cielo siguen y seguirán su curso en un plano inalcanzable para el inmovilismo petrificante. Quizás por eso le cambiaron el nombre a Simón el pescador galileo y le llamaron "Petrus" en la lengua del Imperio. Lo normal en las piedras es que no sienten ni ven ni oyen. No se enteran de nada.
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