Usted engañó, señor presidente
El presidente del Constitucional actuó como un submarino del PP al ocultar su militancia
¿Cuántas causas pueden haber quedado contaminadas?
El presidente del Tribunal Constitucional ha dejado de ser una
persona fiable. Cuando accedió a la más alta magistratura que pueda
ocupar un jurista ocultó que era un militante del Partido Popular que
pagaba religiosamente las cuotas. De poco vale argumentar que la ley
ampara la afiliación de los componentes de este tribunal. Nadie con
sentido común puede aceptar que quien está destinado a decidir sobre las
más graves cuestiones de un país, esconda a la ciudadanía a la que
sirve y a los partidos que le tienen que votar (excepto uno, claro está)
que ha cerrado un contrato de militancia con la formación que le ha
promocionado. A diferencia del voto o la afinidad ideológica,
perfectamente defendibles, la afiliación a un partido entraña la
aceptación de unas normas, jerarquías y directrices cosificadas en sus
estatutos. Y estos, en el caso del Partido Popular son meridianos. Cito
textualmente el punto 1b, aquel que trata sobre los deberes del
militante: “Cumplir los estatutos, reglamentos y demás normas internas
del partido, las instrucciones y directrices emanadas de sus órganos de
gobierno y grupos institucionales y ajustar su actividad política a los
principios, fines y programas del Partido Popular”.
¿Cómo dejar que siga como presidente del más
alto tribunal quien aceptó cumplir estatutariamente con las directrices
del partido que le otorgó luego el puesto?
Pueden, quienes quieran, defender que la Constitución admite, a
través de alambicadas remisiones, que un magistrado sea militante.
Incluso cabe alegar que un magistrado del Constitucional no es juez y
que, por lo tanto, está liberado de la prohibición de pertenecer a un
partido. Pero difícilmente podrán sostener que los padres de la Carta
Magna estarían de acuerdo con que el máximo árbitro de los derechos
fundamentales de los españoles, milite a escondidas en un partido. La
situación creada por Pérez de los Cobos es demencial y amenaza con
contaminar el trabajo del tribunal que preside. ¿Cuántos recursos
presentados por el PP y sus terminales gubernamentales han pasado por
sus manos y le han tenido como ponente o votante sin que nadie en la
sala supiese que era un militante de ese mismo partido? ¿Cómo se puede
admitir que se aferre al puesto quien ha traicionado la confianza de sus
propios compañeros? ¿Cómo dejar que siga como presidente del más alto
tribunal quien aceptó cumplir estatutariamente con las directrices del
partido que le otorgó luego el puesto?
Nunca hasta ahora, la práctica del Partido Popular (y de otras
formaciones) de ocupar los puestos de responsabilidad de organismos
arbitrales y teóricamente independientes había llegado tan lejos. Pérez
de los Cobos, cuyos méritos técnicos nadie pone en duda, se presentó a
sí mismo en el Senado, en el fallido examen para su aprobación como
magistrado del Constitucional, como un “modesto profesor universitario”.
Ahora se ha descubierto cuál era el secreto de su meteórica carrera. Y
también ha quedado al descubierto la hipocresía de sus jefes de partido,
que le enviaron como un experto independiente, cuando era su militante.
Posiblemente este espectáculo le acompañe otro peor: el de su
permanencia en el puesto, ajeno a la confianza traicionada, a la farsa
creada en torno a su figura, al simulacro de una justicia a la que no le
quedan ya máscaras con las que ocultar su deterioro ético.
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