"¿Si los gais son buenos y buscan al Señor, quién soy yo para juzgarlos?" O sea, que si no son "buenos" ni buscan al Señor, ¿entonces, qué? O sea, que si son gais que se ordenan sacerdotes o se hacen frailes o del Opus, pues, bienvenidos sean y todos tan felices, ¿verdad? Porque, obviamente, la mayoría es aplastante. Pero, ¿y si no creen en la iglesia? ¿y si quieren casarse como todos y todas? ¿y si quieren ser padres unisex?¿qué opinaría Don Paco ex Bergoglio de ellos y ellas, o sea, de "elles" o de ell@s? Una cosa es hablar en los viajes transoceánicos que dan mucho juego, como se lo daban a Wojtila, que era un experto en publics relations y otra muy distinta es enfrentarse a prejuicios y realidades tremendas como ese nido de víboras vaticanas, que dan miedo y repelús.
Si Francisco lo tuviese tan claro como intenta hacernos creer, ya no estaría entre los vivos o ya no estaría en el Vaticano ni haciendo giras mundiales como los Rolling Stones. Le habrían pasaportado sin contemplaciones para bien de la iglesia y su continuidad imperial; como a San Albino Luciani, al que no le dejaron tiempo ni para ir a Piazza Spagna a rezar en Trinità in Monte, y eso que está a un tiro de piedra del País curial. San Luciani, demasiado luminoso y claro para el oficio más viejo y turbio de la catolicidad. Y un santo por libre al que nunca, seguramente, canonizarán, porque sería el colmo para la iglesia católica colocar en la peana a su víctima aborigen más evidente de los últimos siglos. Mejor olvidarlo y dejarle sólo la sonrisa en el recuerdo. Para santos, Wojtila y Padre Pío, que esos sí que molan muchísimo. Guerreros contra el mal público desde la misma sede del mal oculto. Gestores de la caspa religiosa del miedo y el glamour en olor de multitudes, que es lo que mola. Y es lo que persigue Francesco. No me veo yo al de Asis, montando estas ruedas de prensa, con lo ocupado que lo tenían los pobres y los leprosos, para los que pedía limosna de puerta en puerta y con los que convivía cotidianamente en el mínimo San Damiano y sus entornos. El hábito no hace al monje ni al santo, el nombre. Si así fuera, hasta Franco, el dictador ehpañóh, podría convertirse en otro más de la lista, ya que para más inri, le cogió afición a lo del palio, al incienso y a los Te Deum agradecidos por cada pena de muerte que firmaba con éxito. Y no. No es eso. No. La santidad no la da un jefe de Estado ni la capital de un imperio multinacional, por mucho que trafique con el kyrie eleyson y el alleluia. La santidad es la bondad en estado puro, la inocencia que no trafica con nada y el arrepentimiento sincerísimo y sin tapujos, en su defecto, acompañado inevitablemente, de un cambio total de paradigmas mentales y convenencieros. "El árbol enfermo no puede dar frutos sanos", dice el Evangelio, con una transparencia indiscutible. Una iglesia podrida no puede dar santos por más que se empeñe. O los santos se piran o los matan o los ningunean y los esconden para que no pongan en evidencia la credibilidad de la institución. Pero si los exhiben y los sacan en procesión via marketing, está claro que no son santos de verdad, sino de cromo como los del chocolate Nestlé de mi infancia. Cómplices que bendicen el mercadillo de palomas y ovejas en el atrio del templo, a los que Jesús ya les tiró los puestos hace más de 2000 años. Y nos dejó bien claro lo que era el asunto religioso cuando pierde el oremus y el amamus y el servimus, sobre todo.
Normalmente no hago comentarios sobre este fenómeno de marketing y publicidad papal que ahora exhibe la iglesia católica bajo mínimos, en busca de personaje brillante y enrollado con el mundo actual. Que no de autor. Al autor le perdió el rastro desde su misma "fundación", que por más que afirmen y confirmen con trucos y refritos sobre los evangelios, nunca fue real si se mira de verdad el mensaje de Jesús. Que no fundó nada. Una fundación de ese tipo, ("Tú eres piedra, y sobre ti edificaré mi iglesia") iba contra la propia esencia del mensaje y de la vivencia evangélica que Jesús vino a compartir y a regalar. Esa intención se la añadieron los devotos de occidente en el siglo I porque necesitaban una credencial "seria" de cara a Roma y sus emperadores, tan religiosos y picaflowers normativos y devotos idólatras como el Vaticano actual. El Espiritu Santo Paráclito (Paráklhetos= el que auxilia, el que acude en ayuda, el que alivia, el que convoca e ilumina, el que sana y cura) no era una carta seria de presentación en una sociedad como aquella, celosa del poder y de los rivales raros, y era la única herencia que Jesús había dejado como prueba de su estancia en la tierra. Lo arrinconaron y aparcaron como secretario y correveydile de cónclaves papales, como testigo mudo de inspiraciones terrenales, partidistas, dogmáticas y absurdas, que se daban de bocados con el Evangelio. Y bonito es él, para que lo enjaulen! Se piró a las primeras de cambio y sopló y sopla donde ve disposición, limpieza de alma y corazones bondadosos y sin doblez. Le importa un rábano si se es creyente o no y mucho menos en qué iglesia se cree o qué club le ha dado el carnet de bautismo o de ramadán o de meditador. Le importan las puertas que se abren y entonces, sin pedir credenciales ni certificados de buena conducta religiosa, entra y cena para siempre en casa de cada uno que le abre sin más. Y la iglesia católica no traga con esas manías del Espíritu Santo. Tan libertario que se le escapó para siempre. De tal modo, que mientras mantenga el tinglado como está, no le volverán a ver ni el rastro.
Jesús lo dijo muy claro. Él se quedó en los pobres y dolientes de este mundo, no para que nos ganásemos el cielo dando limosnas a costa de su miseria, sino para que la pobreza desapareciese como lacra y todos fuésemos "pobres" de espíritu, o sea, desapegados, generosos y libres. Felices y hermanos de verdad en el bien común y en la justicia de las bienaventuranzas y en la de Karl Marx, también, porque es la misma. Y para el Vaticano, como para el gran capital mundial, eso es una locura imposible. Como lo es para todos los poderes de este mundo loco de atar. Destructivo y asesino de almas y de vidas. Egoísta y cruel como él solo.
Francesco de Assisi lo entendió de maravilla.Y dejó de ser cómplice de las injusticias de su época, de su padre, de su sociedad. Nada que ver con este señor Begoglio y su curriculum argentino. Pero ni siquiera su historia pasada llena de sombras y de oscuridades, podría impedirle cambiar si quisiera hacerlo ahora. Arrepentirse y emprender otra ruta; liquidar el Vaticano, dar a los pobres del mundo las riquezas de ese imperio y vivir como Jesús y Francesco. Entonces sí. Ya ni siquiera la iglesia tendría sentido, porque cuando la luz resplandece, las bombillas y las velas rancias ya no sirven para nada. Los medios se quedan obsoletos cuando el fin se realiza. Y los nombres prestados tampoco sirven ya, porque la luz del amor nos identifica mejor que las etiquetas.
De nada sirve la máscara ni el personaje, si el autor y su mensaje se olvidan. Bien lo sabía Pirandello.
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