sábado, 6 de julio de 2013

El invierno egipcio

Mientras las intimidades, mentiras y trapacerías indecentes de los USA se descuelgan por internet y Snowden vaga por los aeropuertos del mundo como la patata caliente fantasma que nadie se atreve a coger al vuelo, la locura idiopática, una vez más, convierte el verano riguroso de África del Norte, en un invierno cívico insoportable para todos. 

Egipto es ahora un aldabonazo en la puerta blindada de la conciencia global. El sufrimiento quintaesenciado y escandaloso que golpea, aprieta y hiere, como un cilicio, el cuerpo social del animal antropomorfo: el hombre. Zoón polìtikón. Así lo definió Aristóteles, como intuitivo de primera línea y sabio, quién sabe si por gracia genética de su karma y/o por disposición adecuada ad hoc. En presente imperfecto y futuro improbable, pensando, tal vez, más en las posibilidades futuras del animal que en la realidad palpable de un presente plenamente humano. Y así sigue la cosa. Para no variar. 

Mientras el narciso "primer mundo"(¡?)  bosteza en sus repeticiones y copias facsímiles de sí mismo por todas la vallas publicitarias del Planeta, en esas frivolidades y bagatelas autocomplacientes con que disfraza el miedo al futuro cada vez más sombrío, viajando y cotilleando continentes, hoteles y aeropuertos, -sobre todo-, con más curiosidad hortera que con ganas de aprender y mejorar, la otra cara de la moneda, que es la tercermundista, se rompe a pedazos. Se pulveriza, intentando asimilar las píldoras de democracia a la occidental. Luchando fratricidamente consigo mismo, entre sus raíces religiosas y atávicas y sus aspiraciones de conciencia libre. La evolución no puede forzarse nunca. Lleva sus ciclos y sus ritmos temporales, pero no es la partitura de un solo compositor, que la puede manejar, variar y trastocar a su aire, como en la composición individual. La evolución es la obra sinfónica de todos (syn= conjuntamente phonía= sonoridad). Y la evolución se atasca y se bloquea con la violencia. Con la ceguera del compositor ignorante que se piensa un Dios manejando las notas y las claves, que son en realidad seres humanos iguales a él y compositores en ciernes, igual que él;  no se puede componer belleza, inteligencia y evolución imponiéndolas, ya sea  como religión, ya sea como "democracia". Ni la religión ni la democracia reales, como el amor y la conciencia, se pueden inyectar a tiro limpio en el alma del hombre ni en el alma colectiva de las naciones y pueblos.

Lo que nos hace crecer, madurar, progresar de verdad y evolucionar va unido al afecto, a la comprensión y al amor. La pasión entendida como violencia posesiva e impositiva, como "conquista", no es una herramienta útil ni creadora de nada. Es un obstáculo mayúsculo e insuperable, destructivo, si no se cambia de rumbo y no nace otra disposición abierta, sana y empática. La pasión viene de pathos, dolor. Sado-masoquismo que deriva en sufrimiento y degradación del nivel psicoemotivo. La pasión es la llama que arrasa y convierte en cenizas lo que toca. Pero hay otro tipo de fuego, que es la brasa acogedora del hogar, el rescoldo, que sobrevive al golpe flamígero y destructivo. El fuego que calienta sin quemar, que mantiene el calor que no agrede, que permanece y sirve para cocinar el menú del entusiasmo y la positiva y estable tibieza de la alegría, del bienestar en el buen ser. Por eso las re-voluciones que se quedan en llama inestable, que va y viene, en incendio caprichoso, insaciable y voraz, siempre a la búsqueda de combustible externo que lo mantenga ardiendo desde fuera de sí, no tienen más futuro que consumirse en las cenizas. 

La revolución debe podarse y perder la "r" que imprime la rudeza, la represión, el retorcimiento, la roca inamovible. Y dejar la "e" de espíritu. De elevación, de enamoramiento, de éxtasis, de esplendor. Evolución es una palabra bellísima, hasta fonéticamente es ligera y a la vez potente y fuerte. Su fuerza va in crescendo sobre las partituras y pentagramas de nuestra sinfonía universal.  La obra de todos.

Evolución era el primer brote primaveral en la Plaza Tahrir, era la esperanza. Las elecciones democráticas votaron por una opción que no era democracia sino religión y catequesis político-teocéntrica. Y tras el esplendor de una libertad muy confusa y breve, llega la desintegración del pentagrama inicial, las notas desafinadas y sueltas rodando por la partitura en busca de sus autores. Mientras sus autores que no se reconocen como coautores, van a la greña machacándose unos a otros por un problema de entendimiento y de inspiración ubicativa. Cada uno de ellos cree ser una obra ya completa; se identifica con su papel sin conocer su identidad propia, se han mezclado a sí mismos como medios y fin en un mismo pack.  
L'Etat c'est moi! Decía el gran dictador Luis XIV. La libertad somos nosotros! y La legalidad divina somos nosotros!, dicen las dos plazas de El Cairo en el trágico duetto desafinado y catastrófico de la hecatombe (por cierto, hecatombe, significa "sacrificio de cien bueyes", y es un significado muy revelador y triste aplicado a las masacres humanas)

El peligro que tiene "la lucha" como llama incendiaria, como pasión devastadora y como hábito de expresión "normalizada" , es que también llega a convertirse en protagonista y gestora de la adrenalina social. Y la adrenalina a dosis masivas y constantes es matadora.  Nutre y exacerba la pasión, pero esa misma energía disuelve al hombre en la nada del vértigo por el vértigo. Lo exprime y lo centrifuga. Lo destruye al servicio del egregor colectivo dominante que ha creado, y que como Cronos se va cepillando a sus hijos y creadores, sin miramiento alguno. Tanto si los mata físicamente para devorarlos en grupo, como si los va devorando in situ, por piezas, dejándoles siempre descontentos, insatisfechos y llenos de una ira, una mala baba y un rencor insondables, teledirigidos desde los infiernos del inconsciente. Como los indignados de Brasil, que nunca montaron poyos contra la miseria del capital asesino que los aplastaba, hasta que han empezado a salir de ella. Y en vez de construir, ahora que pueden, se matan como cuando no podían. Víctimas y verdugos manejados por la sombra de las cavernas. Por la inercia que ruge en los estadios como en las plazas, que buscan "la lucha" en sí misma porque no se ha encontrado nada más excitante que mantenga el nivel de alteración neurotransmisora al que se han acostumbrado. Es el círculo vicioso que la humanidad aún no ha sido capaz de superar y romper.  En realidad es la huída en masa del aburrimiento social.

El hombre sin conciencia se aburre de todo y constantemente necesita cambiar de escenario, de herramientas, de paisaje, de amigos, de amantes, de sistema, de vestidos, de adornos y de coche. De estímulos. Por eso es boccato di cardinale para los impulsos más ciegos y las obsesiones más embrutecidas que acaba convirtiendo en "ideología", en "religión" y en "política". En comportamientos y justificaciones. En consumismo absoluto de todo lo que le apetece y le ofrecen. Donde no hay campo afectivo sano que desarrollar, porque no existen sentimientos que humanicen la lógica racional, sino instintos primarios al servicio perentorio y ciego de la necesidad más burda, que se suele disfrazar de causa justa, olvidando que toda "causa justa" que debe triunfar por imposición, violencia y engaño, manipulación y degradación, es inútil y ruinosa, además de estúpida. Una causa deja de ser justa si no sirve al bien de todos. Si tiene que desnudar un santo para vestir a otro. Si tiene que matar, humillar, arruinar, hacer sufrir, pisotear derechos  y castigar,  para realizarse.

¿En qué se puede distinguir si un método es re-volucionario o e-volucionario? En que lo revolucionario se consigue por medios de cualquier tipo, preferentemente, por medio de la violencia, imposición irracional desde poderes absolutos y agresividad. Y lo evolucionario sólo funciona con medios como la reflexión, el diálogo, la denuncia veraz, transparente y comprobable, sin odio, con la justicia, la desobediencia civil ante los atropellos de los derechos y la noviolencia activa. Por ejemplo, el escrache o el abucheo, que no es mala educación, como quieren calificarlo políticos y malestades, sino la fuerza poderosa de la razón evidente cuando el poder aplastante que ha convertido una democracia en una dictadura encubierta, no escucha ni cumple con los deberes que se le han encomendado.

La revolución necesita la pasión, el desorden inicial que pronto se regulará con nuevos dogmas impuestos desde "arriba", víctimas y héroes, castigos a  "los malos" y premios a "los buenos"; en cambio, la evolución necesita serenidad, lucidez, reconciliación, perdón, cambio sincero y respeto mutuo hasta llegar a la igualdad, a la fraternidad y al uso justo y noble de la libertad. La revolución necesita cárceles y hospitales, la evolución necesita escuelas y centros de salud donde se aprende a no necesitar hospitales, porque la enfermedad ya no existe como problema irresoluble y mucho menos como negocio, si  una sociedad evoluciona de verdad y se cura del primitivismo y la esclavitud interna, que es la causa de la esclavitud colectiva.

Egipto lo tiene muy difícil para solucionar un sistema trágico de  ecuaciones rabia + represión + violencia + fanatismo revolucionario x (religión + metralletas + desesperación ) x (desigualdad + pobreza) = destrucción inevitable

¿Qué puede hacer la comunidad internacional? Pedirles permiso para visitarles y, si lo consiguen, ayudarles procurando el diálogo plural entre los dos bandos. Ofrecer ayuda solidaria a cambio de apertura mental, a cambio de renovación social. Si los egipcios quieren mayoritariamente libertad e Islam, tendrán que aprender a reconciliar en la práctica lo uno y lo otro. Una religión no puede ser el verdugo de la libertad sino la lámpara que da luz a la conciencia, no para modelarla a su aire, sino para que elija en qué forma quiere respirar el aire de todos y qué rostro de la trascendencia le ayuda más y mejor a crecer como ser humano y como proyecto de ser eterno o de ser caduco. Hay quienes son mejores creyendo en lo infinito para arreglar lo concreto y hay quienes se refugian en lo ilusoriamente infinito para que nada cambie en lo concreto. Digo "ilusoriamente",porque si lo infinito que imaginan fuese real, les impulsaría por amor a mejorar lo concreto y no a huir de ello como de la peste; para quien ha descubierto lo infinito no hay nada despreciable ni desechable, ningún dolor o sufrimiento que resulte ajeno.

Hay quienes son mejores creyendo en lo caduco como estímulo para mejorar y ayudar. Y eso es de muchísimo mérito, porque no se conoce algo mejor que recompense la generosidad natural, que es la más bella, con estados superiores de conciencia, que de todos modos se generan igualmente con el tipo de actos que se realizan, porque el tesoro de más valor es la intención y el corazón limpios y transparentes. Que son poesía y conocimiento revelado en estado puro.
La fe que no ayuda a entender la vida, la historia y la evolución humana en la riqueza de su pluralidad y su variedad, no es fe, sino una programación absolutamente atea, excluyente y egopática, -pues niega el valor divino potencial del hombre- y no deja crecer ni la propia fe ni la libertad ni la inteligencia ni la gracia con que el espíritu se manifiesta en todos y en todas como armónica partitura compuesta en la unidad de vibración, no en la uniformidad de creencias y rutinas mentales, litúrgicas, dogmáticas, pseudocientíficas o supersticiosas. 

Lo cierto es que el único futuro posible pasa por el cambio del homo in-sapiens al homo spiritualis. Del homo animalis al homo humanus vere.


 

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