Hace tiempo que lo pienso. Y en este mismo blog lo he escrito varias veces: no me gusta la división entre "izquierda" y "derecha", aplicada a la política y a la sociedad, como no me gustan los calificativos de "buenos" y "malos", para las personas. Son etiquetas. Y toda etiqueta es una limitación simplista y superficial que endosamos al prójimo para que no pueda crecer dentro de nuestra percepción. De tal modo que si alguien al que consideramos etiquetado con lo que no nos gusta o no compartimos, realiza cosas espléndidas, será siempre juzgado e infravalorado, con desconfianza y desprecio. Lo mismo que a un conmilitón ideológico se le mira con mucha comprensión y justificaciones cuando se equivoca.
Las etiquetas empobrecen lo que tocan e impiden ver el fondo porque sólo valoran lo epidérmico. Lo subjetivo. Lo primario. Lo que masifica y cosifica; y aliena. Nos priva del ser para el otro y con el otro, para reducirnos al tener, al aparentar, al dominar, al manipular, al poseer desposeyendo a los otros de recursos, de razones, de motivos, de libertades legítimas y de derechos inalienables. La lista de rapiñas y lesiones sería larguísima.
Por eso prefiero mirar al individuo y su conducta, mucho más que a sus creencias, que no siempre son la base de lo que hace y dice creer, sino muchísimo más frecuentemente, la causa de un doble rasero moral y de confusión, entre lo abstracto de la idea y el contenido material de la práctica.
Me abstengo de dividir entre diestros y zurdos en lo que se refiere a las ideologías, porque estoy harta, saturada, de vivir en un mundo roto, contrapuesto antes de que pase nada. Predispuesto a la sacada de uñas y garras en cuanto suenan las alarmas de una u otra tendencia.
Es evidente que hay personas cuyas conductas son generosas, de visión amplia y comprensión profunda, sencilla y clara. Personas que facilitan el bien común y que no reclaman para sí mismas ningún privilegio a cambio de su especial dedicación a ese bien común en todo lo que hacen; se abren con facilidad a los nuevos aportes de la civilización usando también la reflexión y la ética; pero también hay muchas personas que actúan al contrario: ven a muy corta distancia, no comprenden con facilidad, porque se pierden en bagatelas egocéntricas y confunden casi todo desde su percepción limitada a unas ideas fijas, casi siempre heredadas y/o "contagiadas" y a la emocionalidad instintiva que vive retroalimentando la batería ideológica y viceversa. Lo complican todo porque su tendencia no es hacia el bien común que unifica, modera y armoniza, sino al logro de sus proyectos por encima de todo y de todos, a la satisfacción de sus necesidades e impulsos y todo aquello lo que les ofrece una visión diversa y enriquecedora, por lo distinto, les parece agresión, ataque y humillación. Esas dos tendencias son lo que se llama socialmente progresismo y conservadurismo. Y políticamente izquierda y derecha. Sin embargo son dos tiempos de la misma marcha: avanzar y detenerse. Movimiento y reposo. Avanzar en vanguardia e ir limpiando y recogiendo en retaguardia.
La vanguardia tiene un grado de conciencia más despierto, percepciones más sutiles e innovadoras, por eso no tiene miedo y puede arriesgarse construyendo lo nuevo, está en el instituto, en la universidad, en el doctorado e incluso ya se dedica profesionalmente a ejercer como adulta. La retaguardia no ha desarrollado todavía su conciencia total, anda en el germen, creciendo más lentamente en la enseñanza elemental, le cuesta la disciplina del trabajo interno, debe aprender con paciencia de su mismo proceso sin agredir a la vanguardia porque va más delante y ésta, si de verdad es vanguardia, tendrá paciencia con el crecimiento de la retaguardia. Porque ella misma también ha pasado por ahí y sabe lo que pasa en ese estado.
Hasta aquí la alegoría ha funcionado con claridad. Pero los comportamientos materiales de estas dos formas de movimiento inteligente, no son tan facilmente previsibles. El factor individual de la conciencia y la aplicación del libre albedrío en cada individuo y en cada sector, tienen la última palabra. Sin conciencia o con la conciencia dormida o pervertida y disminuida por el egoísmo y sus limitaciones, es verdaderamente duro y dificilísimo, prácticamente imposible, poder caminar sin daños colaterales para uno mismo y para el resto. Porque hay una diferencia insalvable entre conciencia sí, conciencia no, conciencia a medias, conciencia ciega, conciencia sorda, conciencia a ratos intermitentes, etc...Dice Pablo de Tarso: "Porque deseando el bien que quiero, hago el mal que no quiero. ¿Quién me liberará de este cuerpo que me lleva a la muerte?" La conciencia. No cabe duda alguna. Ella es el útero donde se engendra y germina la eternidad, no entendida sólo como un fenómeno atemporal, sino como un sentido profundo e interminable en el que estamos inmersos todos. Una placenta nutricia universal e inteligente emocional. Amor que crea e infunde vida sin fin. Un flujo vital que tiene infinitas expresiones materiales, energéticas, mecánicas y sutiles. Sin descubrir ese territorio cada uno en su estado, la humanidad da vueltas y vueltas sobre el mismo bucle, cambiando los objetos y sus utilidades, loas usos y las culturas, pero inamovible en su tendencia autodestructiva, que no ve como tal, porque piensa que sólo destruye al "enemigo" que le impide hacer lo que desea, enriquecerse, mandar y gozar de lo poseído, por breves etapas, porque en seguida se aburre de su propio vacío y quiere más de algo que no llega nunca y por eso se materializa en ansiedad, en impaciencia agresiva, en celos, en poder. En realidad es la angustia de ser vida pero crear muerte sin ser conscientes de ello.
La vanguardia lo presiente, lo intuye y llega a descubrirlo. Pero eso irrita a la retaguardia y así los logros de la vanguardia, cuando llega lo retro llega a ellos, o se destruyen o se deforman para hacerlos de su propiedad, para ajustarlos a sus medidas. De modo que se pervierte el sentido de la vida y desaparece. Deja vacío absoluto; la nada. Una mentira, porque en realidad todo está lleno de luz y poblado de inteligencia y vida vibrante. Pero eso la retaguardia no lo puede percibir en la medida en que se aferra a la "muerte" buscando la prolongación infinita de una angustia constante y desasosegada, que llama vida, porque es lo único que se permite conocer y explorar. Por eso es retaguardia y no se promocionará mientras sus objetivos sean satisfacer al animal que le domina con su apego al miedo, al placer, al poseer y dominar, que es el poder. bajo tantas formas como vemos y no vemos, pero sufrimos y soportamos.
La consciencia tiene las llaves del cambio y encontrarla es un acto volitivo de nuestro deseo intelectivo superior. Su encuentro es la raíz del alma. Y la intimidad con ella, la felicidad y la lucidez. Hay que desearla sobre todas las cosas, como el aire que se respira o como el agua que hay que beber para no morir deshidratados en el desierto.
Desde casa y desde la escuela hay que anunciarla a los niños, familiarizarles con ella, con la práctica diaria, no con los sermones ni los catecismos, porque los convertirán en liturgias y magias, seguirán dormidos con las letanías y los mantras convertidos en nana dogmática y todo seguirá igual. Ya sea en estado sólido, líquido o gaseoso. Sin el sentido hondo y simple del infinito que somos, no habrá nunca una salida hacia algo que valga a pena. Y todo será seguir sufriendo en una rueda de paréntesis repetidos, también infinita, como nuestra ceguera.
Parece muy difícil cuando se trata de explicar con palabras. Pero es facilísimo cuando, simplemente, se vive lo que se contempla y se contempla lo que se vive.
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