martes, 2 de julio de 2013

No es triunfo todo lo que reluce

 

El mundo frívolo del deporte está acostumbrado solamente a medir el éxito a base de goles; sin tener en cuenta lo que puede haber detrás de los "milagros", sin más análisis que el golpe de las apariencias.

Ante la exigencia del esfuerzo y la responsabilidad de mantenerse siempre en la cresta de la ola, no se ve más allá de lo inmediato. Los jugadores de La Roja o de cualquier otro equipo, sólo se concentran en el juego, como es natural. Pero los espectadores pueden ir tomando nota de lo que van viendo con bastante más serenidad.

El partido jugado en Brasil y perdido por la selección española ofreció bastantes puntos de mosqueo y sospecha más que evidente. Comenzó con una exhibición carnavalesca, que más que una celebración de clausura parecía un ritual danzante de magia negra tribal, en donde se agitaban las banderas de ambos países en una liturgia extraña y aparatosa, entre invocaciones y antifaces, la bandera española apuntaba hacia el suelo y la brasileña hacia lo alto en manos de unas sacerdotisas del yuyu. Los jugadores brasileños en la presentación del equipo estaban concentradísimos en algo que no era el entorno. Sus expresiones no parecían humanas. Rígidos e inexpresivos. Abducidos. Algo muy raro en tal situación y en un talante tan temperamental y emotivo, como el latino. Luego cambiaron y comenzó el juego. La Roja dominaba y no perdía el balón ni por un instante. Pronto los amarillos empezaron el ataque, no al balón sino al hombre. Zancadillas, patadas, empujones, gritos ofensivos, sujetando los pies del jugador hasta con las manos, agarradas de camisetas e intimidación en grupo con toqueteo sospechoso y contaminador del aura. El árbitro en otra galaxia. Colocando tarjetas al buen tuntún. La violencia de los amarillos se iba comiendo la limpia e inocente energía de los rojos. Fue un clarísimo caso de vampirismo energético. Los jugadores eran tentáculos de un egregor creado entre los miles de poseídos en las gradas que no articulaban palabras, sólo emitían un rugido constante. la invocación al monstruo creado entre todos.

El egregor es el efecto de una sinergia, de un conjunto de energías convergentes que se unifican para activarse en una sola intención. El término viene del griego, del pretérito perfecto del verbo égueíro, que es égrhégora: he  despertado. El egregor se activa y crece con la fuerza mental y emocional de los grupos humanos numerosos, a más número más fuerza, porque funciona desde el plano astral, que es el mar incontrolable de las emociones, los deseos y el inconsciente. Es un estado de vigilia primitivo, tenso y manipulador. Pero en realidad está vacío de vida, se tiene que nutrir de la vida y energía de otros. Es un cúmulo de ondas inertes, opacas y oscuras, que necesita para permanecer nutrirse de la luz de seres vivos, porque el egregor no tiene vida propia es una excreción energética acumulativa, aunque inerte e inmanifestable si no tiene apoyo humano de los que lo producen y lo mantienen. Ese fenómeno en Brasil es de uso habitual. Allí se recurre a los magos negros como en las religiones se recurre a los sacerdotes. 
Como anécdota que explica e ilustra ese primitivismo connatural en Latinoamérica, valga la anécdota que hace unos días publicaba la prensa: el nuevo presidente de Venezuela visitó al Papa argentino y al despedirse éste le dijo que rezaría por él y su país, pero además añadió: " y espero que vosotros no "recéis" por mí a vuestros santos". O sea a sus egregores. Porque el Papa Bergoglio, siendo de origen italiano y nacido en aquellas tierras expertas en el estado "alfa" y los vericuetos del astral sabe de lo que habla. Los italianos también tienen una tradición parecida, relacionada con los pasajes postmortem y astrales que ya conocían los etruscos. Los pueblos primitivos funcionan en ese mismo plano animista.Y el Papa lo sabe muy bien por su propia cultura original.

¿Nadie se ha preguntado todavía por qué el fútbol de Brasil pierde y gana como todos cuando sale al extranjero, pero  nunca, en toda su historia, ha perdido en Maracaná. O sea, en su casa? Cherchez l'egregor. 
Imagináos un país, de economía emergente, pero con un underground del Jurásico. Donde millones de personas son fanáticas del fútbol que es la fábrica de héroes millonarios que permite a un niño de favela convertirse en supermán y en el orgullo de su país. Imagináos el valor simbólico que eso tiene para movilizar deseos, emociones, voluntades, instintos y violencia defensiva contra cualquier "enemigo" que aparezca para quitarles la única posibilidad de ser famosos en el mundo. Y mucho más si se trata de vencer a jugadores procedentes de lugares que durante siglos fueron los dueños y tiranos de aquellas tierras. Podéis entrever qué siente aquella multitud, con qué furia fervorosa convoca a su "santoral" y pide "venganza" histórica rugiendo en los estadios, haciendo ritos en la oscuridad con sangre de animales, poseyendo las mentes, la emocionalidad, los  sentidos y hasta los cuerpos . Esos ramalazos irracionales donde todo vale para ganar: agresiones, trampas, juego sucio, etc...

De ese modo colocan al deporte, su belleza y su inteligencia, absolutamente fuera de juego. No ganan los mejores sino los más bárbaros, los que no respetan reglas deportivas imprescindibles, como es hacer daño personal y confundir el dominio del balón con el apisonamiento del hombre. ¿Podría decirse que eso es un galardón deportivo en una sociedad civilizada y sana? ¿o más bien la victoria de una guerra sucia tipo las propias de EEUU ? Guerra sucia, pero no deporte.

Personalmente hubo un momento en que desconecté y cambié de canal. Porque aquello no era fútbol, aquello era un circo romano donde los cristianos tenían que defenderse de las fieras tratando de no comportarse como ellas y manteniendo su condición de hombres libres y justos por encima de las bestias inhumanas poseídas, como si el mismo Nerón estuviese presidiendo el espectáculo. Aquello no era una fiesta, sino una vergüenza para la humanidad. Era un egregor gigantesco intentando devorar a sus víctimas, ignorantes de su presencia, que confundían con el entusiasmo y la extraña "pericia" de unos jugadores-verdugo, que en aquellos momentos habían perdido el alma para entregarla al devorador de emociones, voluntades e inteligencia. Al dragón del Apocalipsis, que junto a la prostitua danzante se habían apoderado de millones de pobres seres dormidos, mientras ellos se habían "egregorado", despertado, como instinto animal y depredador sin consciencia, dispuestos a devorar a los más bellos, sanos y valerosos. Como en los rituales de la prehistoria se entregaban a la avidez sanguinaria de la serpiente-dragón las chicas y chicos más hermosos y válidos del pueblo. En esta ocasión, La Roja.

Buenos e inocentes, honestos como siempre, los jugadores y el preparador se preguntan en qué han fallado. No fallaron, al contrario, han tenido una protección especial del universo, para salir sanos y salvos del infierno. En medio de los ataques brutales, aún les daban la mano a los verdugos para ayudarles a levantarse del suelo por donde reptaban intentando agarrarles los pies para tirarles e incapacitarles para seguir jugando. 
En un lugar tan horrendo lo mejor que puede pasar es no meter goles y dejarles hundirse en su basura astral. Sus trampas y violencias se quedan con ellos y serán su lápida. El enterrador más experto es el ego y el mejor dotado para el desastre final, el ego colectivo.
Algún día la misma federación internacional del fútbol decidirá no incluir a Brasil en su nómina por abuso y malos tratos a los jugadores. Y lo hará con todas las selecciones internacionales de juego sucio. No quedará ni una. Ni una sola en pie.
La evolución es eso. Lo que impide evolucionar a los demás se elimina a sí mismo.

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