He escrito este artículo con la mascarilla puesta
Sigan leyendo, que aquí encontrarán epidemia, alarma, periodista con mascarilla y recuento de muertos
DATOS | Cinco gráficos que explican la evolución del Covid-19
No quiero ser alarmista
ni extender inquietud en la población, pero el goteo de muertes en
España no cesa: seis fallecidos en los últimos dos días. Dos este martes
en La Rioja, y cuatro el lunes en Álava, Madrid, Cáceres y Lugo, que se
suman a otra docena de muertos la semana pasada en distintas
provincias. Cifras provisionales, que siempre se acaban incrementando
porque hay también varias decenas de hospitalizados, algunos en estado
grave.
Los dos muertos de este martes, de 35 y 54
años, fallecieron en una empresa de la localidad riojana de Navarrete,
al parecer por el derrumbe de una estructura. Un día antes, el lunes,
contabilizamos un fallecido al caer desde cuatro metros de altura en la
empresa de gestión de residuos de Murga; un hombre de 55 años aplastado
por un pilar de hormigón en las obras de un aparcamiento en Boadilla del
Monte; un electrocutado en una finca de Talaván; y un joven de 33
aplastado por un árbol mientras realizaba labores en el monte en
Chantada.
Seis fallecidos que se suman a decenas de muertos en lo
que va de año por caídas de altura, aplastamientos, derrumbes, tractores
volcados o siniestros de tráfico. O sepultados en el vertedero de
Zaldibar. En todo el año pasado, 695 fallecidos, cifra similar a la del año anterior. Dos muertos cada día.
Sí, estoy hablando de accidentes laborales; siento decepcionarles si esperaban leer sobre otra epidemia. Hablo de esa epidemia invisible –o pandemia, pues trabajadores mueren por todo el mundo–
que solo gana portadas de prensa y aperturas de telediario cuando los
trabajadores mueren de cinco en cinco. Si son uno o dos, entran dentro
de lo normal, la estadística. Dos muertos al día. Repito: dos muertos al
día, dos personas que cada día van a trabajar y ya no vuelven. Y
cientos de heridos en cada jornada laboral.
Cada vez
que el periodismo-espectáculo vuelca su atención en un fenómeno puntual
–lo mismo un virus que una borrasca que azota playas–,
me imagino cómo sería si un día les diese por dedicar toda esa
atención, energía y recursos a los accidentes laborales: presentadores
interrumpiendo la tertulia televisiva con la última hora de otro muerto;
telediarios abriendo con detalles exhaustivos sobre las condiciones
laborales en la empresa del siniestro; conexiones en directo con el
lugar de los hechos; expertos dando recomendaciones, testimonios de
accidentados y familiares. Y en una esquina de la pantalla, un contador
permanente que va sumando los muertos: 94, 95, 96… hasta más de 600.
Así
un día, y otro, y otro. ¿Se lo imaginan? ¿Cuánto aguantarían
gobernantes y empresarios sin tomar medidas drásticas para reducir el
número de muertos, heridos y enfermos en el trabajo? ¿Cuánto
aguantaríamos los trabajadores sin exigir esas medidas? Y lo mismo
podríamos decir de otras “rutinas” que ya ni miramos, como los
desahucios, que sigue habiendo a diario. Asuntos que nunca merecen un
carrusel deportivo como el que ciertos medios han montado con el último
virus -que por supuesto merece atención informativa, que no es lo mismo
que show-.
¿Qué? ¿La mascarilla? No, no he escrito
este artículo con la mascarilla puesta. Pero enseñarla en el titular,
junto a la foto alarmista, quizás me sirva para lo mismo que la utilizan
ciertos medios cuando se la colocan a sus reporteros en directo: para
llamar su atención, para que entren aquí y lean, para alarmarlos,
incluso asustarlos. Porque si en vez de la apocalíptica mascarilla me
pongo un sencillo casco de obra, igual pasan de largo.
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