domingo, 16 de febrero de 2020

Reflexiones básicas a partir del artículo de Elisa Beni sobre la libertad de expresión

Me explico. Es evidente que la libertad de expresión es un imperativo moral sine qua non que ningún estado, gobierno ni ley tiene el derecho de penalizar  e impedir porque si lo hace deja de ser estado de derecho para convertirse en dictadura y tiranía. Pero hay más: la realidad de la ética política debe aprender a hilar con lucidez y serenidad, con justicia, los parámetros de la convivencia y a procurar unos carriles seguros e inofensivos para el tren de la evolución. 

Hace falta una pedagogía básica del bien común que oriente el potencial de la libertad y no la convierta en un arma de doble filo que acabe por matar lo que intenta regular y proteger. Sin ir más lejos tenemos el pin parental como timbre de alarma, planteando el eterno dilema cosido a la apología social y política del franquismo. Sin una apología del franquismo instituída desde el poder del estado no solo en las leyes escritas sino sobre todo en los comportamientos del día a día, ese problema de la libertad de expresión a estas alturas de una supuesta democracia, sería impensable. Como lo es que a estas alturas de la tecnología se usaran en vez de autobuses carros tirados por animales para el transporte en las ciudades, o lavar a mano en los arroyos en vez de usar lavadoras, o recaderos en vez de teléfonos. No tendría el menor sentido. Pues bien este debate sobre la libertad de expresión en un país que lleva cuarenta años disfrutando ese derecho debería estar más que superado, si no lo está, si hay brotes dictatoriales que llegan al Parlamento y hay miedo en el Poder Ejecutivo de que el franquismo salvaje de apodere del Poder Legislativo como ya ha hecho desde siempre con el Judicial, es porque los abusos de la libertad de expresión manipulados y colados como "normalidad" y derecho muy mal entendido, hasta en las instituciones, es una dramática y miserable realidad. Es un hecho constatable que corroe y pudre los cimientos de la democracia. 
La demagogia en este caso consiste en confundir el derecho personal e inalienable a expresar unas ideas por muy horribles que sean con la responsabilidad política de convertir esas  ideas en apología para destruir el eje del estado, o sea, el oxígeno de las instituciones, utilizando la misma democracia para hacerla añicos desde dentro. Exactamente es lo que hizo Hitler: llegar al poder absoluto como fingido salvador de la democracia para exterminarla de cuajo, una vez que la usó trepar, ganar y destruir todo lo que democráticamente se había conseguido en su país, entre otras cosas, la libertad de expresión, que el nazismo arrasó por completo junto con el derecho particular y colectivo a la libre expresión, convirtiendo la inalienable disidencia política en delito merecedor de  la pena capital. Igual que en el franquismo. 

La tesitura que tenemos ahora mismo no es fácil de gestionar. Hay que ir con pies de plomo y reflexionando cada palabra, cada gesto y cada decisión desde una actitud equilibrada, serena, sin trampas, sin miedos, sin prejuicios y sobre todo sin perder de vista que todo derecho que se disfruta lleva implícito el deber de no ser un absoluto en ningún caso, máxime, si está en juego el bien común en todos sus aspectos. Mi derecho a expresar mis ideas libremente jamás puede ni debe estar por encima de mi responsabilidad civil en lo que atañe a dinamitar el estado de Derecho, la democracia que hemos elegido por mayoría y que paradójicamente nos permite abusar y servirnos de ella para demolerla e imponer nuestro particular modo de pensar y de comportarnos, porque simplemente se carece de conciencia consciente y solo se ve una parte muy limitada de la realidad que compartimos con quienes son nuestros  hermanos de especie, aunque tengan una visión muy distinta de la nuestra. Para eso, exactamente está la sabiduría del diálogo como pedagogía, no como paripé  que dé el pego de que existe lo que no hay. 
Colocarse en ese plano cognitivo es fruto de una educación, que permite el descubrimiento del Ser por encima del parecer, figurar, ganar o perder. En realidad todos perdemos cuando la sociedad no es capaz de gestionar desde la conciencia colectiva los valores aplicados a la individualidad, y prima el ego sobre el Nosotros, una relación que en salud democrática es directa y nunca inversa, como lo es el sistema derechil del "peor para ti, mejor para mí", "cuanto más te machaco mejor me siento", ese estado de desconciencia total es lo que hay que superar urgentemente. El diálogo no es un ritual de izquierdas, es una necesidad urgentísima para poder superar el estado de deflagración que atravesamos, tanto en el mundus maior como en el mundus minor. En lo personal y colectivo como en lo político/social, económico e ideológico. Eso atañe también a la atención en los métodos de  observación, auto-control y vigilancia en todos los planos. Si descubro un incendio y tengo conciencia despierta, haré todo lo posible por apagarlo cuanto antes, si no la tengo pasaré de largo para no complicarme la vida llamando a los bomberos, o  quizás hasta eche más leña al fuego para que arda mejor y divertirme viendo como todo lo   que me importa un bledo y no es "mío", se convierte en ceniza, el aire  irrespirable me da igual, y me importa muy poco si alguien está en peligro, mientras los más bestias, mis colegas de insensibilidad, aplauden conmigo el espectáculo, mientras  los perjudicados por la desgracia pierden sus enseres y puede que hasta sus vidas, pero eso me trae sin cuidado si no son de mi cuerda, de mi familia, mis amigos, mi pueblo, mi ideología y mi raza. Por desgracia esta metáfora es una realidad en España. Y es una enfermedad social que se debe someter a tratamiento cuanto antes. 
La libertad es mucho más que un instinto convertido en derecho, y hay que educarlo, por supuesto con los límites inseparables de cualquier derecho, los deberes que conlleva: no hacer daño a nadie con el propio ejercicio de la propia libertad. Como por ejemplo montar una guerra civil para que nada cambie, y los derechos que ahora se defienden para ganar votos solamente,pasen a la historia como excesos locos de  la "el liberalismo y la democracia, los dos enemigos de la Patria" (eso es lo que conlleva la apología del franquismo al usarla como ideología y no como mera e inofensiva opinión;la frase entrecomillada estaba impresa tal cual en un libro de texto del franquismo) Cuando el mal uso de la libertad se convierte en un peligro para la sociedad, y una parte de esa sociedad lo aprovecha para medrar y aplaude las teorías políticas que destrozan la convivencia, a base de mentir y manipular, es urgente revisar el propio sistema social porque ha perdido el Norte. Lo peor que puede suceder no es que pasen cosas horribles, sino que las cosas horribles se normalicen. Y eso es lo que significa hacer apología de la barbarie. Cuando en las redes sociales o en las calles se alaba el franquismo, se está alabando el crimen de estado, la barbarie de los golpes de estado que acaban con miles de seres humanos para que no quede nadie sin miedo, la tortura en las comisarías y cuarteles, los fusilamientos en masa y el pisoteo de cualquier ley que pueda buscar ser justa y respetar la vida humana. Lo sabemos muy bien quienes fuimos los niños del baby boom, y cómo no, los niños del silencio , que nos precedieron.

En Alemania se puede ser ultraderechista y hablar de ello, pero hacerse propaganda política en ese plan para resucitar a Hitler como avatar, es delito. Parece que en España se olvida que el delito tiene un tratamiento "legal", pero a la vez carece de relevancia ética, es como un accidente al que se le pone una tirita o una venda, se paga ( o no), y ya está. Estamos acostumbrados a que el terreno personal lo gestione la religión, a que el cura perdone todo en el confesionario, y ya está. Se puede seguir en las mismas toda la vida, porque con una bendición y un padrenuestro todo se limpia, como echando detergente en el manchurrón. Mañana, se repite y se vuelve a limpiar.  Ya está. 
La total despreocupación acerca de las consecuencias colectivas de lo que hacemos, pensamos y decimos, está en la base de la des-conciencia. Y ese desconocimiento deriva a su vez en cinismo analfabeto y demencial. 

La ley no puede ser la purga de Benito, como es ahora mismo. Porque está sujeta a errores como quienes la implementan (errare humanum est, pero nunca como fatalismo por decreto, sino como comprensión de un estado superable y nunca definitivo). El código verdadero que puede darnos lo que nos falta es la consciencia que deriva de la conciencia inicial. Conciencia significa: me doy cuenta de que debo elegir entre el bien común y mi egoísmo, lo que me mola, lo que me creo porque me favorece y me parece estupendo e incluso necesario. El paso siguiente es añadir al cum inicial la compañía de la "s" de la s-cientia , o sea, del conocimiento empírico de mis acciones, con sus causas y sus efectos. Descubrir mi responsabilidad sin que nadie me tenga que amenazar a espadazos  legales propinados por una señora con los ojos vendados y una balanza cuya medida que si  no ve, no puede comprobar, aunque para orientarse ya cuenta con un grupo de corifeos que le cantarán los códigos como los Niños de San Ildefonso cantan la lotería.
Con ese ambientazo no es nada fácil  desarrollar los canales adecuados para implementar un modo de vida inteligente, sano, limpio, soportable e incluso grato para la convivencia en plural y no solo para el círculo más afín. Es imposible llegar a lo universal si no partimos de lo particular. No se aprende a caminar corriendo en la Olimpiadas, se aprende paso a paso y desde el humilde impulso de alzarse mientras se gatea. Desde la experiencia en crecimiento. Así es en todo. También en la Justicia, en la Política, en la Convivencia, en la Vida. 

Si no desarrollo mi conciencia consciente, de poco me servirá vivir en un estado democrático, ni tener unas leyes geniales, porque no soy un ser humano todavía. Y si para más inri, en tales condiciones, me hago gestora política adeppta a ideologías acordes con mi estado in-volutivo, destrozaré todo lo que toque. Entonces, si hay muchas y muchos como yo, la sociedad tendrá que protegerse del uso brutal de nuestras libertades que asumimos como derechos sin deberes, puesto que no distinguimos una democracia de una dictadura y  el primer fanático vivales que aparezca nos arrastrará con él a los abismos paleolíticos, incluso yendo como abanderado de la misma libertad que piensa cargarse en cuanto pille el ppoder suficiente. Ahí está el dilema que no podemos ni debemos minimizar con ideas absolutas ni recetas renacentistas y confusas por un error perceptivo  de la Ilustración, sin pasar por Darwin ni por Einstein. 
No permitamos que ningún dogma, ni siquiera el de la libertad absoluta, nos atasque las neuronas, porque Einstein tenía razón: todo es relativo, todo depende de todos y de todas, de la velocidad y la dinámica de la luz. La circunstancia se presenta, nosotros elegimos cómo vivirla, a oscuras o con visibilidad. No está escrita en ningún sitio la solución de lo que desconocemos hasta que nos lo encontramos. Lo que sí es cristalino es que los desbordamientos, aunque sean de la libertad y de los derechos en manada, siempre son muy peligrosos. Aunque vengan vestidos de ángelesmarcelos o e inofensivas cabras de la legión. De salvadores de ppatrias, de reyes magos. O incluso del mismísimo Dios, al que le salen clones robotizados por todas partes. 
Educándonos en consciencia la libertad está asegurada y jamás en peligro.
Sin consciencia, el peligro no es la libertad, somos nosotros.¿Por qué durante cuarenta años de democracia no se ha despertado la consciencia todavía en España? ¿Qué no ha pasado aun, y que debería haber pasado hace cuarenta años, que no pasó a su hora? ¿Quienes lo impidieron y por qué se impidió que pasase? ¿Qué relación tienen los de entonces con los de ahora en el mismo empeño? No es posible que con las mismas causas se obtengan efectos diferentes. Si quieres hacer mayonesa no uses leche en vez de aceite.

La libertad es genial e indispensable para construir bien común, pero usada al revés, solo desde el bien parcial del saqueo y el berrido sin fuste para tener eco mediático sin que nada cambie, es un desastre asegurado. Tomar un antibiótico en las dosis justas puede curar, tomarse dos cajas de golpe, es el finiquito. Pues eso.
Buena reflexión a todas y todos, y que no nos sigan embarullando.

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