Mensaje en una botella
Un cuento sobre náufragos rurales, frutas que se pudren en la tierra y promociones de aceite "compra tres y paga dos"
Estoy preparado para
llorar. Abro la malla de cebollas, escojo la más grande, la coloco sobre
la tabla, le meto el cuchillo, la parto en dos mitades, y ya me
empiezan a picar los ojos y a moquear la nariz. Mira que he probado
todos los trucos, hasta los más idiotas: meterla un minuto en el
congelador antes de manipularla, untar el cuchillo con vinagre, incluso
ponerme una piel de cebolla en la cabeza o gafas de bucear, pero nada,
el llanto diario cada vez que cocino.
Primero la parto
en dos mitades, y luego retiro la primera capa. Pero en esta cebolla
una parte de la piel está ya despegada, apenas sujeta a la siguiente
capa, sale limpia con solo pinzarla. Y bajo esa primera capa, tres
números, escritos no sé si con algún tipo de rotulador, pero son tres
números sin duda: 625. Levanto la media cebolla, la acerco para verla
mejor, pese al aumento del lagrimeo. Ahí están, un 6, un 2 y un 5.
-Mira qué curioso –le digo a Belén–, esta cebolla trae sorpresa, como un huevo kinder. Le han escrito unos números bajo la piel.
-Pues ya van dos kinder esta semana –me explica mi mujer–, el otro día cogí una patata y tenía un 700 inscrito, alguien se lo había grabado con un cuchillo.
-¿En serio? No me dijiste nada.
-Pensé que había sido Dani, que cuando se aburre hace cosas así. Quizás ha hecho él también lo de la cebolla.
-No, la he sacado de la malla que acabo de traer del súper.
-¿Te has acordado del aceite? ¿Estaba la oferta esa del tres por dos?
-Sí, y la leche –no quiero cambiar de conversación–. Volviendo a la cebolla…
-¿Has probado lo de mojarla antes?
-¿Qué?
-La cebolla –y señala mis ojos enrojecidos–, el truco ese de meterla en agua antes de cortarla.
-Pues ya van dos kinder esta semana –me explica mi mujer–, el otro día cogí una patata y tenía un 700 inscrito, alguien se lo había grabado con un cuchillo.
-¿En serio? No me dijiste nada.
-Pensé que había sido Dani, que cuando se aburre hace cosas así. Quizás ha hecho él también lo de la cebolla.
-No, la he sacado de la malla que acabo de traer del súper.
-¿Te has acordado del aceite? ¿Estaba la oferta esa del tres por dos?
-Sí, y la leche –no quiero cambiar de conversación–. Volviendo a la cebolla…
-¿Has probado lo de mojarla antes?
-¿Qué?
-La cebolla –y señala mis ojos enrojecidos–, el truco ese de meterla en agua antes de cortarla.
Ahí
podría quedar la historia, una anécdota insignificante que no da ni
para compartir en la hora del café con los compañeros ("No os vais a
creer lo que encontré ¡en una cebolla!"), una tontería de nuestro hijo, o
la acción inofensiva de un trabajador aburrido en la planta de
envasado, algo que en seguida olvidaríamos, de no ser porque cuando abro
la botella de aceite de oliva y la vuelco sobre la sartén, observo algo
extraño en su interior.
-¿Esto también lo ha hecho Dani? –pregunto a Belén, con la botella en alto.
Ella se acerca y la observa a la luz, arruga la nariz.
-Parece un papel doblado –le informo–. Y la botella es nueva, la acabo de abrir.
-Llévala y que te la cambien –dice ella, siempre tan pragmática–.
-¿No te da curiosidad saber qué es?
-¿Curiosidad? No empieces con tus fantasías. Es un trozo de etiqueta o cualquier otra mierda que se les cayó en el depósito de aceite antes de envasar. A saber las guarrerías que nos tragaremos sin darnos cuenta. Eso nos pasa por comprar marca blanca. Ve y que te la cambien por otra. O espera, igual tenemos derecho a alguna compensación…
-¿Y si es… un mensaje?
-Sí, claro. Un mensaje en una botella. El náufrago del olivar, ya te digo. ¿Has tirado el ticket de compra?
Ella se acerca y la observa a la luz, arruga la nariz.
-Parece un papel doblado –le informo–. Y la botella es nueva, la acabo de abrir.
-Llévala y que te la cambien –dice ella, siempre tan pragmática–.
-¿No te da curiosidad saber qué es?
-¿Curiosidad? No empieces con tus fantasías. Es un trozo de etiqueta o cualquier otra mierda que se les cayó en el depósito de aceite antes de envasar. A saber las guarrerías que nos tragaremos sin darnos cuenta. Eso nos pasa por comprar marca blanca. Ve y que te la cambien por otra. O espera, igual tenemos derecho a alguna compensación…
-¿Y si es… un mensaje?
-Sí, claro. Un mensaje en una botella. El náufrago del olivar, ya te digo. ¿Has tirado el ticket de compra?
Acepto
ir mañana a devolver la botella, aunque paso un rato intentando pescar
con un pincho de brocheta el objeto flotante no identificado, sin
conseguirlo.
-¿Eres tú el que pone números en las patatas? –pregunto a Dani durante la cena, pero no sabe de qué le hablo.
-No le hagas caso a tu padre, que siempre imagina una aventura o un misterio a la vuelta de la esquina –se burla Belén, y vuelve a contar lo del día que apareció una mancha de humedad en la pared del trastero y yo insistía en ver una cara, unos rasgos humanos, y hasta investigué si el edificio estaba construido sobre un antiguo cementerio o convento desaparecido.
-No le hagas caso a tu padre, que siempre imagina una aventura o un misterio a la vuelta de la esquina –se burla Belén, y vuelve a contar lo del día que apareció una mancha de humedad en la pared del trastero y yo insistía en ver una cara, unos rasgos humanos, y hasta investigué si el edificio estaba construido sobre un antiguo cementerio o convento desaparecido.
Nos reímos, yo también, y recuperamos
otras anécdotas que ilustran mi frustrada vocación de detective,
anécdotas hinchadas y deformadas con el paso de los años, hasta que mi
mujer deja de reír cuando desviste la naranja que se va a comer de
postre. "Coge las naranjas que vienen envueltas en papel, que son
mejores", me dice siempre en el súper. Y ahora acaba de desnudar una de
ellas, extiende el envoltorio y me lo muestra sorprendida:
-Mira tú por dónde, aquí tienes otro de tus misterios.
-¿Me habéis preparado un juego de pistas? –bromeo, cojo el papel y me lo acerco. A bolígrafo, alguien ha escrito una dirección de Internet.
-Será alguna promoción –dice ella.
-Pues a mí no me ha tocado nada –protesta Dani al abrir su yogur y leer bajo la tapa el decepcionante "sigue buscando, hay miles de regalos".
-¿Me habéis preparado un juego de pistas? –bromeo, cojo el papel y me lo acerco. A bolígrafo, alguien ha escrito una dirección de Internet.
-Será alguna promoción –dice ella.
-Pues a mí no me ha tocado nada –protesta Dani al abrir su yogur y leer bajo la tapa el decepcionante "sigue buscando, hay miles de regalos".
Sin
recoger la mesa, vamos al ordenador y tecleo la dirección que aparece
en el envoltorio de la naranja. Es un vídeo de Youtube, de poco más de
dos minutos, que alguien colgó hace solo tres días pero ya tiene más de
treinta mil reproducciones.
Vemos un campo de naranjos, con cientos, miles de naranjas tiradas por el suelo entre los árboles, una enorme alfombra anaranjada. La cámara se acerca y es visible la pudrición de la fruta abandonada.
Vemos un campo de naranjos, con cientos, miles de naranjas tiradas por el suelo entre los árboles, una enorme alfombra anaranjada. La cámara se acerca y es visible la pudrición de la fruta abandonada.
-Leí la noticia hace
unos días –recuerdo–. En no sé qué comarca dejaron las naranjas sin
recoger porque al precio que se las pagan no salen las cuentas.
-Pues no será porque en el súper las vendan baratas –añade Belén.
-Pues no será porque en el súper las vendan baratas –añade Belén.
El
vídeo sigue, y ahora vemos otros campos, donde cambia el fruto pero se
repite el alfombrado: sandías desperdigadas como balones, pepinos
descomponiéndose, lechugas ajardinando una extensa parcela sin
recolectar, manzanas picoteadas por las moscas.
-Qué pena de comida tirada, con la de hambre que hay en el mundo –lamenta Dani, sincero.
Cuando
acaba el vídeo, tecleo en el buscador "cebolla 625". Pero me aparecen
páginas dispares, "625 recetas con cebolla", o webs cuyo contacto es un
teléfono que incluye esos números. Tecleo entonces "cebolla 625 patata
700", y ahora sí me aparecen varias noticias con sentido: comparativas
de precios en origen y en destino de varios productos agrarios, un
índice de precios que cada mes señala cuánto se paga al productor, y qué
incremento tiene al llegar al consumidor final.
-La
cebolla se encarece un 625%, la patata un 700% –leo en voz alta–. Al
agricultor le pagan la patata a 15 céntimos, y nosotros la compramos en
el súper a más de un euro el kilo.
-Pues alguien se quedará la diferencia por el camino –protesta mi mujer. Yo sigo leyendo:
-Mira, la mandarina se paga en origen a 27 céntimos. Pues yo la he comprado hoy a casi dos euros el kilo.
-¿En serio has pagado dos euros por un kilo de mandarinas? –reacciona Belén–. Tengo que ir yo a hacer la compra, contigo no llegamos a fin de mes.
-Fíjate en la aceituna, poco más de 70 céntimos el kilo, y luego te la meten en una lata de 200 gramos y te cobran dos o tres euros.
-Pues alguien se quedará la diferencia por el camino –protesta mi mujer. Yo sigo leyendo:
-Mira, la mandarina se paga en origen a 27 céntimos. Pues yo la he comprado hoy a casi dos euros el kilo.
-¿En serio has pagado dos euros por un kilo de mandarinas? –reacciona Belén–. Tengo que ir yo a hacer la compra, contigo no llegamos a fin de mes.
-Fíjate en la aceituna, poco más de 70 céntimos el kilo, y luego te la meten en una lata de 200 gramos y te cobran dos o tres euros.
Ya que estoy en el ordenador, me asomo a
Twitter, con intención de tuitear algo sobre nuestros hallazgos.
Descubro en las tendencias del día el hashtag #SOScampo. Hago clic y voy
pasando deprisa los muchos mensajes que lo utilizan.
-Parece que no somos los únicos que hemos encontrado en la playa una botella con mensaje.
Nuestra
cebolla no es excepcional, muchos cuentan un hallazgo similar, y
también patatas grabadas con el 700, y envoltorios de naranjas y
mandarinas con el mismo enlace al vídeo que ya vimos. Pero además hay
quien ha encontrado un pequeño papel doblado y clavado en el tallo de un
racimo de uvas, que al desplegarlo relata (con letra solo visible a la
lupa) la forma en que una cadena de supermercados presiona a los
productores para rebajar los precios. Otro usuario enseña la foto de un
plátano que trae rotulado a lo largo un lema a favor de precios mínimos y
contra la importación desde países con salarios más bajos. Una caja de
fresas desvela, en el cartón bajo la fruta, el testimonio que un
trabajador ha inscrito a bolígrafo, detallando sus duras condiciones de
trabajo y su miserable jornal.
Bajo el mismo hashtag
#SOScampo encuentro también hilos de mensajes que escriben los propios
agricultores. Productores de ciruela o melocotón que cuentan cómo los
precios recibidos no cubren los gastos de producción; ganaderos que se
dicen asfixiados por el abaratamiento de la leche; familias que viven de
la cereza y lamentan que ni siquiera agruparse en cooperativas los
protege de los grandes intermediarios; otros que denuncian el
funcionamiento de la PAC, o detallan la manera en que las grandes
superficies venden a pérdidas algunos productos para así atraer a los
clientes con descuentos, y ponen como ejemplo las promociones de aceite
que tiran los precios y de paso ponen más presión sobre los olivareros.
Entonces me acuerdo de nuestra botella de aceite, compra tres y paga
dos. Corro a la cocina a recuperarla.
-Yo no me quedo
sin leerlo –explico a mi mujer cuando me ve vaciar la botella, pasando
todo el aceite a una jarra, hasta que por fin sale el trozo de papel. Se
resbala entre los dedos, pringoso, me cuesta extenderlo y cuando lo
consigo puedo leer, por fin, el mensaje que un náufrago nos ha enviado.
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