Feminismo de masa
El clamor igualitario del feminismo impugna la discriminación legal tanto como la injusticia de facto, y en ese punto levanta la suspicacia de la derecha, tanto o más que al poner en cuestión los roles sexuales y familiares tradicionales
Adolf Beltran
La cuarta ola del
feminismo ha resultado ser un tsunami. Al menos, entre nosotros. La
enorme demostración de fuerza del 8 de marzo, que se ha producido un año
después de la gran explosión callejera del movimiento, configura un
fenómeno social impresionante.
Cada uno tiene sus
referencias urbanas para calibrar la envergadura de las demostraciones
de masas en su ciudad. En Valencia, durante la tarde de este viernes de
marzo, un abigarrado cinturón humano de tonos violetas abrazó a lo largo
de la ronda interior casi por completo el distrito de Ciutat Vella. Fue
una manifestación monumental, sin duda, similar a las registradas
durante la jornada en muchas otras ciudades grandes, medianas y
pequeñas, solo comparable a las protestas pacifistas que movilizó hace
años el rechazo a la participación de España en la guerra de Irak.
Con toda su larga trayectoria histórica a las espaldas,
desde la conquista de los más elementales derechos de ciudadanía, como
el de votar, pasando por el derribo de barreras en el acceso de las
mujeres al mundo político y laboral y por el ejercicio de derechos
sexuales y reproductivos que desbordan la moral y los prejuicios
tradicionales, el feminismo llega a estas alturas del siglo XXI
convertido en un movimiento de masas que exige igualdad legal y cambios
sociales para asegurar que tanto hombres como mujeres compartan el mundo
público y el privado, pero también carga contra el patriarcado y
plantea una nueva feminidad cuestionadora del funcionamiento de la
familia y la sexualidad.
Antes y después de que Kate
Millet formulara la idea de que "lo personal es político", el feminismo
ha avanzado, en efecto, como una sucesión de olas a cuyo paso quedaban
modificadas las costumbres y la cultura, con transformaciones típicas de
los movimientos sociales en la ideología, las normas, la organización
de la sociedad y la redistribución del poder. El clamor igualitario del
feminismo impugna la discriminación legal tanto como la injusticia de
facto. Y en ese punto levanta la suspicacia de la derecha, tanto o más
que al poner en cuestión los roles sexuales y familiares tradicionales.
De
ahí la reacción y la más que visible incomodidad de las formaciones
políticas conservadoras ante el empuje feminista. Una cosa es estar a
favor de la igualdad legal e institucional y otra apuntarse al derribo
de ciertos fundamentos del sistema basados en la acumulación y la
competitividad. Los mecanismos de solidaridad que plantea el movimiento
feminista son, en el fondo, bastante subversivos. Por eso, los más
reaccionarios empiezan a cuestionar incluso algo tan obvio como la
necesidad de combatir la violencia machista.
Trump,
Bolsonaro y otros encarnan en el mundo el obsceno reflujo defensivo
frente a la "revolución violeta", la resistencia a su capacidad de
contaminar lo político, lo social y, también, lo económico. A su vez, la
derecha clásica se halla cada vez más perpleja ante el fenómeno,
mientras la izquierda, en todas sus expresiones, viaja en el pelotón de
un movimiento sin liderazgos, dotado de la indiscutible transversalidad
de una gran ola.
No es casual, por tanto, que la
extrema derecha asome en España con dos fijaciones, el nacionalismo
centralista y el antifeminismo. Ni que Ciudadanos y el PP hayan dado una
sensación de incomodidad tan grande ante el estallido de las
reivindicaciones feministas. En forma de lluvia fina, de ola creciente o
de maremoto, el feminista es, tal vez solo junto al ecologista, cuyo
potencial en la lucha contra el cambio climático resulta ahora mismo
difícil de predecir, el movimiento social que más empuja en la reforma
estructural del sistema.
Como actor político colectivo
de carácter movilizador, frente a un programa de involución como el que
barajan las derechas en España para el conflicto nacionalista e
identitario, el feminismo representa, con sus repercusiones en la
igualdad, la solidaridad y la inclusión social, así como en las
mentalidades y las costumbres, no solo la vanguardia, sino todo un motor
del cambio.
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